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‘Si una novela no es entendida, es inútil’

MARIANNE VOGLER.

José Enrique Díaz Martín, escritor y profesor del IES El Espinillo, acaba de publicar dos novelas: ‘Juan Campo y yo’ y ‘Cuerpo glorioso

El IES El Espinillo tiene entre su nómina de profesores a José Enrique Díaz Martín, que acaba de publicar dos novelas y hemos conversado con él acerca de la creación, la edición, la publicación y la tristeza que puede acarrear el tener ideas que no puedan ejecutarse como deberían hacerse. Gran lector y magnífico conversador. Hablamos en uno de esos días extraños en los que ambos sabemos que quedan muchos temas pendientes por tratar. Quizá más adelante.

 

 

Ha pasado tiempo desde tu original Homo: el río perdido, y sin darnos cuenta han llegado dos novelas a la vez, Juan Campo y yo y Cuerpo glorioso. ¿Por qué?

AMo Ruiz Administrador fincaas

Por inseguridad, por ambición, pero sobre todo porque mi propósito era presentarme a través de una editorial para, en primer lugar, tratar de dar a mis libros una vida más larga y completa, para que encontrasen más lectores. Pensé, ingenuo de mí, que cuando una editorial se interesase por ellos haría todo lo posible por promocionarlos. No hubo tal. En segundo lugar, quería publicar en editorial porque ya se me ha pasado esa etapa de soberbia que hace pensar al escritor que lo sabe todo. Quería que alguien interesado participase en la mejora de mis libros, quería otros ojos sobre los manuscritos para tener otra perspectiva que no fuera la mía o la de mis amigos. Pero no pudo ser, y finalmente publiqué de golpe porque me cansé de esperar. También los libros tienen su sazón. Si se espera demasiado, podían envejecer mal. Por eso no he publicado otras cosas que he escrito: han perdido sazón. Y por eso dos novelas a la vez, para que no la perdieran. Además, hay cierta conexión subterránea entre estos dos relatos.

Novela ‘Juan Campo y yo’

En Juan Campo y yo planteas un tema muy sugerente: la invención de un yo y que el mismo parezca de verdad entre los usuarios de la red que incluso le consideran un compañero de clase. Esto entronca con las redes sociales, que parece que si no estás en ellas no existes. ¿Es más fácil inventar ser alguien que ser uno mismo?

Ser uno mismo es definitivo. Es exigente. No hay vuelta atrás y las apuestas se pagan al contado con la vida. Al crear otro yo, te permites pensar que no estás jugándote nada serio, que la identidad tras la que te agazapas temblando te protege. Es una ilusión. El tiempo corre igual y corre en la mentira. La única manera de vivir es haciendo al tiempo una plataforma de verdad; que la verdad sea, digamos, la tabla con la que surfeamos la vida. El que al personaje le salgan compañeros de clase es una vuelta de tuerca narrativa que ocurre también en la realidad: ofreces un perfil atractivo que atrae, efectivamente, pero a gente que ha creado perfiles atractivos que se sentirían atraídos por el tuyo, que busca su reflejo en los otros inventados y así. Un bucle de fingimientos. Como pájaros imitadores que imitaran a otros pájaros imitadores. No es aburrido, pero es mentira, y el minutero sigue en marcha. Actuamos como si fingir fuese una manera legítima de conducir la vida. Es de mamarrachos.

En referencia a Homo, noto en estas dos novelas un cambio de estilo. Si bien Homo podría definirse como una clara novela con vocación de estilo, en las nuevas publicaciones consigues alternar el planteamiento anterior con otra  propuesta de corte más inmediato. ¿Cómo lo planificaste?

No lo planifiqué. Salió así. Bien es cierto que he recortado las aristas del estilo para hacerlo más asequible. Confío en que no haya sido una amputación, sino una clarificación con un objetivo comunicativo. Y ha sido premeditada solo a medias. Me explico: así como uno mismo empieza a alejarse por interés o gusto lector propio de aquellos experimentos lingüístico-literarios que tanto significaron en el siglo XX para la liberación del estilo narrativo decimonónico, así tu propio estilo empieza a despejarse, a desbrozarse solo. Salvo que medie voluntad experimental, es lo que pasa siempre entre las primeras y las últimas obras de un escritor: conseguir más significado con menos esfuerzo. Si una novela no es entendida, es inútil. Esta evolución tiene también que ver con el hecho de que haya publicado tan poco: una obra pensada y escrita con una pluma mucho más audaz ha cumplido ya parcialmente su misión al ser escrita. Autoeditarla ahora sabiendo que no va a ser leída ni entendida sería un ejercicio de vanidad o narcisismo, de los que trato de ir deshaciéndome.

Novela ‘Cuerpo glorioso’

En Cuerpo glorioso coexisten muchos personajes, siendo una novela coral. Vinieron a mi cabeza Baroja, Cela, Dos Passos, por citar solo algunos nombres. ¿Cómo armaste este texto?

La novela nace de un sueño y una reflexión: si Pedro Páramo es una novela sobre el infierno, sobre un infierno posible, una posteridad de ultratumba muy bien definida, ¿cómo sería escribir una novela desde el infierno, o más bien desde una postvida no necesariamente infernal? O sea, ¿cómo se contarían las historias de los que fueron vivos desde un más allá cualquiera? ¿Cómo reordenan el pasado los muertos? ¿Cómo lo explican? Al intentarlo descubrí que, como sospechábamos en Juan Campo y yo, inventamos la vida al narrarla de un modo u otro, la fingimos más que vivirla. Cuerpo glorioso es una recapitulación de las vidas y sus sentidos desde el más allá. Es una búsqueda de sentido, aunque no llegue a una solución, porque no la hay. Swedenborg fue también una gran inspiración. Era un magnífico imaginador e imaginero. Los autores que citas habrán sido recursos inconscientes, materiales del subconsciente del arquitecto, fondo de armario técnico. El sueño al que hacía referencia al principio y del que también nace la novela es el deseo de volar. Y ése sí es un deseo cumplido.

 

La poesía de un modo u otro siempre está presente en tus textos. ¿Eres poeta también? ¿Tienes pensamientos de publicar un poemario?

No. La poesía en mí son los brotes que aparecen entre los baldosines del patio. Tan pujantes de vida, tan hermosos, que no me animo a cortarlos, pero seguro que si trato de cultivarlos, al menos en mi caso, mueren. Responden precisamente a un ansia de verdad de los personajes, pero no hay más. Querer ser poeta para mí sería la guinda en el pastel de mi narcisismo. Muchas veces he pensado que mi vanidad, encapsulada como orgullo de escritor, tiene que proceder de una gran anomalía. Creo que padezco tanto de arrogancia, deleznable, aunque impulse como un oscuro motor a muchos creadores, como de baja autoestima, su contraparte pecaminosa y vergonzante. Padezco de ellas y de otras taras asociadas o no que callo por decoro. Son mi sementera secreta. Tal vez las tristezas infantiles y adolescentes hayan dejado una herida en mi interior imposible de curar, una de esas cicatrices que no se cierran nunca y que yo he tratado de tapar con el orgullo y con la imaginación. Y, por supuesto, a nadie le interesa nada de esto, así que dejo que florezca ese residuo divino de la lírica y lo trato con respeto, como portador profético, pero también con desapego. Ahí nació, ahí quedó.

¿Crees que el género químicamente puro ha muerto?

No, ¿por qué? Los géneros, para seguir con tu comparación, son tierras con un equilibrio químico determinado que favorecen la germinación de productos que en otro terreno no prosperarían o no tendrían sentido. Se dicen cosas desde el género negro que no encajarían en otro. El mismo género erótico-sentimental de algunas novelas esconde una verdad vital que, por ejemplo, el género negro solo vería desde el cinismo. Cada semilla requiere su tierra y su abono. Respecto a los escritores, cada uno puede hacer lo que quiera. A mí no me salen novelas de género puro, pero utilizo los géneros para inventar criaturas que tengan su propia genericidad, su propia salsa. Sin querer compararme con ellos, por supuesto, a Don DeLillo, a Michel Houellebecq o a Amélie Nothomb no se les exige amoldarse a un género. Ellos son el género. Para mí es suficiente recomendación. Doy a la fábula lo que me pide.

 

 

¿Cómo ves el mundo editorial? ¿Hay esperanza para la creación?

No lo sé. Ahora mismo no me importa en absoluto. No soy neutral y mi opinión, además de ser sesgada, no le interesa a nadie, ni siquiera a mí, pero creo que, en lugar de buscar con seriedad en su encrucijada espaciotemporal, se dedican una y otra vez a rebuscar en el cubo de la historia, a reeditar autores muertos o casi, a vender lo que se vende, a crear prestigios con criterios basados en el mercado y en las modas ideológicas… A la mayoría de los grandes escritores que fracasaron en vida por culpa de editores cicateros, interesados y cegatos, los reivindican otros después de muertos, y hay editor que celebra incluso que hayan pasado ya los 75 años de la muerte del autor, durante los cuales los familiares del muerto todavía devengan derechos de autor, porque así pueden editarlos sin pagar a nadie por la creación. Es la corrupción más asquerosa. Me gustaría mandar a esos editores y a la posteridad, de la manita, a la misma mierda. Mientras genios, entre los que no me cuento, conste, mueren en su felpudo, ellos celebran a autores difuntos que los editores de aquella época dejaron morir en la indigencia. ¿Qué cojones le importa la posteridad a un escritor que muere sin reconocimiento? Somos mierda humana y nos comportamos como tal. Así que, de ser el tema editorial una preocupación capital en algún momento de mi vida, ha pasado a no ser nada. Sangro por la herida, lo sé. No me escondo. Pero el caso es que ni pena ni interés.

¿Qué estás escribiendo?

Nada.
Desde la redacción confiamos que ese “nada” pronto cambie y continúe escribiendo por el bien de la literatura. 

PDF.

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