DAVID MATEO CANO.
Cada día que pasa veo con más indignación cómo se margina a determinadas personas. Además se hace con tal alevosía que me genera una gran impotencia el ver cómo se alienta por gran parte de las entidades políticas a un linchamiento público hacia las personas “no vacunadas” de coronavirus. No hay día en el que no escuche comentarios difundidos por diferentes medios de comunicación incitando al odio sobre estas personas. Se intenta buscar de manera premeditada un chivo expiatorio que pague todos los males del país y alguien contra quien descargar las iras del pueblo.
La presión empieza a ser realmente asfixiante para los “no vacunados”, poco menos que convirtiéndose ya en una cuestión de subsistencia. No se les deja acceder a espectáculos públicos ni a lugares de restauración, en muchos casos ya no se les deja viajar a otros países, en España incluso se está intentado que ni siquiera puedan cambiar de comunidad autónoma, se les restringe el acceso a sus trabajos, hay lugares en los que ya no se les sirve alimento, y la última aberración que estoy escuchando es que se les quiere prohibir el acceso a los hospitales y a toda atención médica, cosa que no solo les desahuciaría a ellos y a ellas, sino también a todos los descendientes que tengan a su cargo.
En cierto modo su situación se asemeja a la de los leprosos en su época, a quienes se les aislaba y se les recluía a las afueras de las ciudades para dejarles morir poco a poco. No tengo todavía muy claro cuál es su delito ni de qué se les acusa. Yo llevo unas cuantas vacunas en mi cuerpo: las primeras me las puse a los catorce años, y hasta mis actuales cincuenta y dos han caído unas cuantas más. Siempre he estado en contacto con personas “no vacunadas”, de hecho lo raro es que alguna vez en mi vida haya coincidido con alguien que haya tenido puestas exactamente las mismas vacunas que yo tengo; y, la verdad sea dicha, jamás tuve ningún problema, siendo la convivencia absolutamente perfecta. No entiendo por qué se les está marginando, puesto que, aplicando el pernicioso criterio anterior, la gente que tiene determinadas vacunas no podría relacionarse con quien no las tiene, creándose en este caso un bucle infinito de discriminaciones.
Da la sensación de que hasta la Justicia le ha dado la espalda a los “no vacunados”. Según la Constitución, no se puede marginar a nadie por ningún motivo; es decir, que cualquiera que pueda demostrar que está siendo discriminado o discriminada, no tiene nada más que acudir a un juzgado a denunciarlo y el juez le daría la razón, pero como he explicado, la Justicia se ha lavado las manos o bien obedece órdenes de más arriba. No sé cuándo parará todo esto, y la verdad es que llevo ya dos años intentando adivinar por qué se les margina, pero creo que aunque viviera otros doscientos años más seguiría sin entenderlo, y posiblemente dentro de dos mil la historia les reflejará como mártires, pero claro, ya será demasiado tarde…