Sabemos que una pizza precocinada tiene más aditivos, sal y grasas que una pizza que puedes hacer en casa. Pero podemos ir más allá. Ponte en la piel de Sonia y Ester.
Sonia acaba de terminar un turno de trabajo agotador. Llega a casa y abre la nevera para ver qué puede cenar. En la puerta de la nevera tiene publicidad de pizzas a domicilio, y… “¡justo hoy hay oferta!”. Se repite que está muy cansada para ponerse a cocinar y dice: “Mañana solo comeré una ensalada, para compensar”. Se pide una pizza, se la traen, se la come entera mientras ve la televisión y se va a dormir. Al día siguiente se arrepiente de haber pedido esa pizza tan grasienta, de la que ya ni recuerda el sabor. Se siente culpable y, otra vez, se enfada con ella misma.
Ester, por otro lado, llega igual de cansada a casa, pero llega al congelador y saca la masa de pizza que ella misma había elaborado días antes. Precalienta el horno y piensa qué le pondrá a la pizza. “¿Pruebo con pera? ¿Y unas aceitunas?”. Mientras se hornea, piensa en cómo sabrá. Se sienta en la mesa y disfruta de lo que ella misma ha preparado. Se marcha a dormir y al día siguiente comparte con sus compañeras la receta que ayer se inventó. Está contenta.
¿Crees que solo los ingredientes de la pizza la convierten en saludable o no tanto? El contexto y las emociones que se encuentran en ese momento la transforman en más o menos beneficiosa para ti y tu salud emocional.
Sarai Alonso. Dietista-Nutricionista