Recientemente alguien se puso en contacto conmigo indicándome que quería comunicarme un tema que sería de mi interés. Por lo visto había leído todos mis artículos en Distrito Villaverde y creía que la historia que tenía que contarme podría tener cabida en mi sección. A ciegas y sin conocernos concretamos una cita en el Parque del Retiro.
La persona con la que tenía que verme respondía al nombre de “Redrum”. Cuando acudí a la cita no sabía con quién me iba a encontrar ni tampoco si se trataba de una broma. Como no tenía nada mejor que hacer, decidí ir: al fin y al cabo nada perdería, puesto que en el peor de los casos me daría un paseo por el Retiro, pero una vez que estuve allí para mi sorpresa alguien a mi espalda me llamó por mi nombre. Me giré y tras de mí me topé con una chica totalmente vestida de negro y un gorro del mismo color que dejaba entrever muy poco de su rostro.
Me propuso dar un paseo, durante el cual me narró algo extraño, muy extraño. Por lo visto trabajaba para una gente que se dedicaba a la tecnología; a la alta tecnología, cabría decir. Valiéndose de redes inalámbricas conseguían alterar la consciencia de las personas; utilizaban medios interactivos a través de los cuales emitían una serie de ondas electromagnéticas que alteraban los biorritmos de las personas ocasionándoles insomnio, irritabilidad, falta de atención crónica e irrecuperable y malestar general, todo ello en una primera frecuencia, la cual era la menos dañina de todas. Cuando decidían emitir una segunda frecuencia, la cosa repercutía en algo mucho más pernicioso debido a que eran capaces de ocasionar enfermedades tales como depresiones, alteraciones del sistema nervioso, Alzheimer, diferentes tipos de cáncer e incluso debilitaban las articulaciones y huesos de las personas haciendo que éstos fueran cada vez más quebradizos, de tal manera que se fracturaban con suma facilidad, en especial la cadera, la cual al romperse ocasionaba destrozos de gran enjundia en las personas que lo sufrían.
El método que utiliza la organización (el cual es indetectable para quien lo sufre, según la chica) es siempre el mismo: las ondas electromagnéticas se cuelan en las viviendas de tal manera que llegada la noche las víctimas empiezan a sentir un sueño atroz que les induce a irse a dormir. Curiosamente, una vez que llegan a la cama y se acuestan, a los pocos minutos se produce el efecto contrario, es decir, la persona en cuestión no puede pegar ojo en toda la noche con el consiguiente debilitamiento que ello le ocasiona. Este tipo de contrastes son tan fuertes que en muchos casos acaban ocasionando infartos aparte de las dolencias mencionadas anteriormente.
Después de oír estas confidencias tan fuera de lo común le pregunté a la desconocida qué sentido tenía todo esto. Entonces me respondió que lo que buscaba su organización era reducir la población, ya que tenían varios encargos al respecto de personas o entidades a las cuales nunca llegan a ver. Para garantizar el anonimato de los implicados todo se tramita de manera telemática, garantizándose así una confidencialidad absoluta. Ante esta increíble historia quise saber por qué “Redrum” me contaba todo esto. Y la verdad es que no fue nada clara al respecto: sus evasivas respuestas me llevaron a pesar que sus confesiones se debían a una mezcla entre rencor y remordimiento de conciencia. Por último le pregunté por qué me había elegido a mí para hacerme este tipo de confidencias tan escabrosas. Su respuesta fue que, debido a la naturaleza de mi sección en el periódico, nadie me creería, todo quedaría como un artículo más, sin embargo pensaba que podría despertar la curiosidad de alguien minucioso que le diera por atar cabos e investigar al respecto. Yo particularmente no sé que pensar, simplemente cumplo la promesa que le hice de publicarlo.