Recientemente fui protagonista de un hecho heroico del cual me siento orgulloso: siempre que ayudo a alguien necesitado una paz interior invade mi cuerpo, y esta vez fue algo todavía superior, ya que le salvé la vida a una persona, concretamente en unos acantilados del cabo de Gata, donde cayó al mar por accidente y yo sin pensar ni razonar en el peligro me lancé al agua a por él. Conseguí sacarle hacia la orilla, donde le apliqué unos primeros auxilios que le reanimaron.
Alguien que contempló lo sucedido llamó a las asistencias sanitarias, acudiendo con presteza. Antes de meterse en la ambulancia para realizarle pruebas más exhaustivas en el hospital, ya que presentaba claros síntomas de hipotermia, me pidió mi teléfono porque me dijo que quería darme las gracias personalmente. Como no podía ser de otra manera accedí. A los tres días recibí una llamada suya y me cité con él en San José, ya que ambos estábamos alojados allí. De forma efusiva me dio las gracias para acto seguido ofrecerme cualquier ayuda que pudiera prestarme. Básicamente, este ofrecimiento era de tipo oneroso, ya que me ofreció dinero. Me dijo que el dinero no era un problema para él y quería gratificarme. Rehusé tal ofrecimiento: le contesté que ya el solo hecho de salvarle la vida y ver su cara de felicidad era más que suficiente para mí. Sin embargo, no pude negarme a comer con él. Insistió sobremanera, puesto que quería saber más sobre la persona que le había salvado, y sin embargo, paradojas del destino, fui yo quien acabé conociendo más de él.
Debido a que mi vida no había tenido grandes alicientes salvo tal vez el hecho narrado al principio, pasamos a la suya, la cual era sumamente fascinante y rescato aquí un fragmento de ella: el hombre en cuestión, cuyo nombre no mencionaré, es una eminencia en química y geología. No solo eran estas ciencias su forma de ganarse la vida hasta no hace mucho, sino que también eran su vocación, por lo que no escatimaba tiempo ni esfuerzos en ellas. Muy pronto se especializó en tierras raras, que resumiéndolo mucho diré que son unos óxidos (concretamente 17) que se extraen de diferentes minerales y que no solo suelen ser escasos en la Tierra, sino además muy difíciles de extraer, ya que al estar dentro de los minerales, separarlos de éstos es enormemente complicado, pero una vez hecho tienen un valor tremendo, ya que se utilizan para todo tipo de electrónica: baterías de coches eléctricos, catalizadores, pantallas táctiles de móviles, centrales nucleares, láseres para operaciones médicas, potentes imanes para la industria, auriculares, altavoces, sensores, elementos de control en la aviación, materiales flexibles de construcción, estructuras de barcos o sofisticado armamento, entre otras muchas cosas.
Estas tierras raras son fundamentales para la tecnología del siglo XXI: su carencia limitaría mucho el progreso y el mundo a día de hoy no sería como lo conocemos. El gran problema es que la mayoría de los yacimientos están en China, quien tiene prácticamente un monopolio, ya que proporciona en torno al 90% del consumido en todo el planeta. El otro 10% se lo reparten entre EE UU, India, Australia Rusia y Malasia. La persona a la que salvé, después de un par de años haciendo prospecciones había conseguido hallar un yacimiento en la provincia de Teruel que podría alcanzar una producción de 40.000 toneladas al año; es decir, no solo cubriría la demanda española, sino que nos daría para exportar una cantidad considerable. El protagonista de esta historia sabía cómo sintetizarlo para extraer los preciados óxidos, que como dijimos es lo más difícil por lo complejo del proceso, ya que la mayor parte del mineral se disuelve al ser tratado por medios muy agresivos, pero él había conseguido sintetizarlo con una eficiencia nunca vista.
Después de informar de sus avances, varias corporaciones internacionales se pusieron en contacto con él para verificar el exitoso funcionamiento. Comprobado éste, le ofrecieron altas sumas de dinero por hacerse con la patente de su novedoso método. Al final, después de mucho pensarlo, se decantó por una de las ofertas, concretamente la que más alto pujó. Contento con lo conseguido, ya que le resolvió la vida a él y a sus respectivas generaciones, se dedicó durante un par de años a viajar por el mundo. Después de uno de estos viajes volvió por nostalgia y curiosidad a ver cómo iban las extracciones, y su sorpresa fue mayúscula al comprobar que el lugar había sido cubierto por metros y metros de hormigón creando encima de éste una charca artificial a modo de lago. En definitiva, habían hecho inaccesible el lugar para que nadie pudiera extraer las preciadas tierras raras: simplemente le habían comprado la patente, así como su confidencialidad y silencio, para que nadie más pudiese utilizarlo.