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El destino en sus manos

Sin saber muy bien el porqué, siempre me ha atraído el mundo de los sicarios: es algo que tarde o temprano acababa viniendo a mi mente, hasta que un día decidí investigar por mi cuenta para ver qué había de cierto en todo ello.

Había leído todo tipo de información al respecto, pero los libros y lo que recababa a través de Internet terminaba siempre en un bucle repetitivo. Con los datos que consideré más fiables, empecé a moverme por la ciudad. Existían varios indicios que me llevaron hasta un mercadillo que se celebraba en el barrio de Aluche los sábados por la mañana. Allí vendían productos tanto alimenticios como textiles. Después de recorrerme todos los puestos con sumo detalle conseguí acercarme a un pequeño grupo de ucranianos, donde tras hablar con ellos e incentivarles con un pequeño soborno, conseguí que me dieran una pista acerca de un sicario que trabajaba por Madrid, al cual consideraban bastante serio y fiable.

AMo Ruiz Administrador fincaas

De primeras no logré ningún nombre, pero sí que me dirigieran a una casa de citas situada por la zona de Oporto. No me quise demorar, y aquella tarde me pasé como un cliente más: se trataba de un burdel clandestino regentado por varias chinas. Tuve que acceder a contratar algunos servicios, después de los cuales no hallé lo que buscaba, puesto que el contacto parecía ser otra de las chicas diferente a la que yo frecuenté, de manera que eso me hizo volver otro día en el cual ya si conseguí que me dieran alguna pista más. Dicha pista me llevó hasta un callejón del barrio de Chueca, donde después de contactar con un camello senegalés, a quien tuve que comprar algo de su mercancía para no despertar sospechas, logré por fin conseguir que me dirigiera hasta un albergue ubicado en el norte de Madrid.

Un día a media tarde me fui hacia allí. No me fue difícil entrar, aunque sospechaba que no era muy bien recibido, pero una vez dentro ya no podía echarme atrás. Una persona allí alojada, después de otro pequeño soborno, me dijo a quién tenía que dirigirme, solo que en aquel momento no estaba, no regresaría hasta la noche, por lo que maté la tarde atando cabos hasta que llegó la hora indicada. En principio no encontré a mi contacto, cosa que me intranquilizó, pero después de deambular con cierto temor di con alguien que me ordenó que esperase. No tuve que hacerlo durante mucho tiempo, porque en breve apareció un tipo tocado con una gorra roja al cual vi venir de lejos y quien no me quitaba la vista de encima. Se colocó junto a mí y sin más preámbulos me preguntó qué quería.

Al ver que no estábamos solos dije que quería hablar con él a solas para realizarle un encargo, entonces me citó al día siguiente en San Blas. Sin haberle dicho qué le iba a pedir, me indicó que le trajera 4.000 euros, y a partir de ahí empezaríamos a hablar. Después de tanto tiempo no podía echarme atrás, de manera que accedí a acudir a la cita con el dinero. Él estuvo puntual como un clavo, pero su aspecto ya era otro: sin duda se caracterizaba bastante bien. Le comenté que quería matar a un tipo que me había hecho una faena. Le di los detalles (tenía un historia preparada al respecto) y con serenidad me escuchó. Su mirada no era violenta, pero sí siniestra. Me citó entonces al día siguiente en un lugar diferente para concretar todos los detalles sobre la víctima, así como para entregarle otros 1.000 euros más. Al finalizar el trabajo debería entregarle otros 5.000 euros para completar el pago: en total el asesinato me costaría 10.000 euros. A esa segunda cita no acudí nunca: la actitud de aquella persona me hacía pensar que iba en serio.

Durante un tiempo viví asustado por si me había seguido. Perdí 4.000 euros, pero lo di por bueno: consideraba que mi curiosidad estaba más que saciada y mi vida valía más que eso. Pasadas unas semanas me acerqué a la comisaría a relatarles parte de mi historia y para indicarles que posiblemente había un sicario suelto. Me tomaron declaración detallada, pero me dijeron que nada podían hacer.

Me olvidé del tema hasta que ayer, cuatro años después, se personó la policía en mi casa para llevarme al depósito de cadáveres: tenía que identificar a una persona. Lo hice a la primera: era el sicario, lo habían acribillado a balazos en un tiroteo. Poco después un agente me comentó que desde mi denuncia había asesinado a 25 personas y siempre había conseguido evadir a la policía, hasta aquella noche.

Historias increíbles es una sección literaria: los textos publicados en ella son pura ficción, y por lo tanto cualquier posible parecido con la realidad es mera coincidencia.

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