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¿Cómo plantear propósitos de forma saludable?

Lo primero de todo, feliz año nuevo y próspero 2021. Mis mejores deseos para ti y toda tu familia. ¿Qué propósitos de año nuevo te has planteado para este 2021? Yo ya tengo mi lista, y te voy a ayudar para que la tuya se convierta en una lista realista y saludable. Es ahí donde reside el éxito, en el planteamiento.

Plantear objetivos de forma errónea genera objetivos irreales e imposibles. Esto se traduce en pensamientos y emociones negativas con nosotros mismos: frustración, pensar que somos inútiles, sensación de derrota… Abandonar hábitos rápidamente no consigue buenos resultados. Todo lo contrario. Hacerlo poco a poco y con información, sí.

Las claves para crear propósitos saludables son fijar objetivos a corto plazo (en dos semanas), con cantidades específicas (dos piezas de fruta al día o 15 minutos de ejercicio) y que los propósitos sean realmente importantes para ti (si te lo impone otra persona, el esfuerzo y motivación será menor). De esta forma crearemos hábitos para toda la vida.

Por ello, vamos a transformar algunos de los propósitos más escuchados en estas épocas en otros más saludables:

— “Este año no voy a tomar dulces”: “Las próximas dos semanas voy a tomar una onza menos de chocolate.”.

— “Voy a comer más frutas al día”: “Si antes solo comía dos piezas al día, mañana voy a empezar a comer tres. En un mes, introduciré otra más al día”.

— “Desde enero voy a ir tres días a la semana al gimnasio”: “En enero, voy a ir dos días a la semana al trabajo andando en vez de coger el autobús o el coche”.

— “Mi marido dice que tengo que adelgazar, así que este año pierdo kilos sí o sí”: “No estoy cómoda con mi físico y tengo ansiedad. Mi marido me agobia diciendo que pierda peso. El 7 de enero voy a conocer a un nutricionista especializado en psiconutrición para que me ayude”.

Sarai Alonso. Dietista-Nutricionista

Pasito a pasito

Todos hemos tenido algún momento en el que queremos realizar algún cambio significativo. Sin embargo, es frecuente que en ese deseo nos pongamos metas demasiado complejas, lo que nos lleva a no conseguir nuestro objetivo y que nuestra autoestima se resienta. Además la sociedad, con su marketing, nos alienta a que los cambios sean ya (“pierde peso en una semana”, “consigue tu trabajo ideal ya”), y no hay nada más debilitador que la prisa, ya que nos hace intentar llegar a la cima de una montaña sin calzado, ropa adecuada, cuerdas ni comida. ¿Te imaginas escalar el Everest con una preparación de una semana? Pues a nivel emocional muchas veces intentamos esto…

Por eso lo mejor es plantearse el camino paso a paso, y para ello te recomiendo seguir estas cinco pautas:

1. Tener claro el primer paso. ¿Cuál es el primer paso que puedo dar en este momento para acercarme a mi objetivo? Por ejemplo, para una persona que está atravesando una fuerte depresión quizá el primer paso sea subir las persianas de la habitación.

2. Dosificar la energía. Hacer un sprint nos agotará, para avanzar es importante medir las fuerzas y graduarse.

3. Ser consciente del paso atrás. Hay momentos de ajuste y desajuste, de subida y de bajada, esto nos ayuda a no bajar la guardia y a recodarnos que hay que seguir haciendo leves modificaciones o afinando las ya acometidas.

4. Más clara la dirección que la meta. Estar en nuestra realidad en cada momento nos libera y actualiza continuamente, y si hay que redirigir el final no nos va a doler, de hecho lo vamos a ver necesario.

5. No seas como una liebre confiada y alíate con la constancia y la paciencia.

Beatriz Troyano Díaz

Directora de la Escuela Europea de Habilidades Sociales & Remodelatuvida

Socióloga Coach Personal y Profesional.

siquieres@remodelatuvida.es

www.remodelatuvida.es

El zumbido de oídos

Este problema de salud, también conocido como “acúfenos” o “tinnitus”, consiste en tener presente un pitido de oídos durante todo el día. Es un síntoma bastante común en varias enfermedades que repercuten en los oídos. Afecta por igual a ambos sexos normalmente, con una cierta predisposición mayor en hombres, más frecuente entre los 30 y 50 años de edad. Tienen más riesgo de padecer estos problemas personas expuestas a ruidos (construcción, fábricas, músicos, mecánicos).

En primer lugar, se aconseja descartar otros problemas que en realidad se están manifestando de esta manera: la presencia de otitis (infección en el oído), la acumulación de cerumen en el conducto auditivo (que también puede causar sensación de pérdida auditiva) o la artritis de la articulación temporomandibular pueden ser motivos de acúfenos y dolor de oídos. En otras ocasiones, el zumbido de oídos puede acompañarse de mareos y repercutir en el estado general. Cuando la presentación de los síntomas es agudo, corresponde al médico evaluar el alcance de las posibles lesiones, y un tratamiento dirigido suele ser bastante eficaz en el momento.

Cuando los síntomas se alargan en el tiempo, o bien se relaciona con mareo vertiginoso, puede ser conveniente iniciar un tratamiento y ver la respuesta evolutiva. Puede estar relacionado con la enfermedad de Ménière, un trastorno del oído interno causado por aumento de las presiones del líquido en una parte del oído. Si además conlleva una pérdida auditiva que se mantiene, suele ser recomendable una evaluación más especializada con unas pruebas de audiometría que miden la repercusión en la capacidad auditiva.

El zumbido de oídos puede ser bastante molesto, sobre todo en ambientes con poco ruido donde se hace más presente el acufeno, pero no significa ningún signo de enfermedad grave. En otros casos, suele venir asociado con la pérdida de audición fisiológica relacionada con la edad, o con algún trastorno del aparato circulatorio. Se aconseja consultar con el médico cuando los acúfenos se manifiestan repentinamente, o cuando además hay una elevación importante de la presión arterial.

Para cuidar la salud de nuestros oídos, es importante limitar el volumen de los sonidos al encender la televisión y al escuchar la música con altavoces y en los auriculares. En el trabajo, usar protectores auditivos si trabajas con sierras eléctricas, taladradoras y otros objetos que emiten gran cantidad de ruido, que es nocivo para nuestros oídos a largo plazo.

Dr. Ángel Luis Laguna Carrero – Especialidad Medicina Familiar y Comunitaria, Máster Medicina de Urgencias y Emergencias, Experto Universitario en Nutrición y Dietética

Aplazada hasta el miércoles la vuelta a los colegios

La Comunidad de Madrid ha aplazado la apertura de los centros educativos, prevista para este lunes, hasta el próximo miércoles, 20 de enero, ante la solicitud mayoritaria de los ayuntamientos por los numerosos problemas de accesibilidad a los mismos.

Hasta el día de ayer, los 2.557 centros públicos y concertados de la región, en 1.474 había problemas en los accesos.

En consecuencia, la Comunidad de Madrid ha programado una vuelta a la actividad educativa presencial de manera escalonada, de tal manera que las clases presenciales se iniciarán el próximo miércoles para los alumnos de Educación Infantil, Primaria y Especial y de 1º y 2º de ESO.

Por su parte, los alumnos de 3º y 4º de ESO y de 1º y 2º de Bachillerato, FP, Educación para Adultos y Régimen Especial que este año tienen una modalidad lectiva semipresencial por motivo del COVID-19, retornarán a la presencialidad un día después, el jueves 21 de enero.

De igual manera en el ámbito universitario, también se hará una vuelta escalonada a las aulas para garantizar la seguridad de los alumnos, en el que algunos se incorporarán más tarde, desde el próximo miércoles hasta el lunes 25 de enero dependiendo de la autonomía universitaria. Con el fin de reforzar la presencialidad en el aula, tan importante en estas etapas, en Educación Infantil, Primaria y Especial, la Comunidad de Madrid ampliará en 3 días el calendario escolar establecido inicialmente para este curso, y retrasará el final de curso.

Trabajo intenso todo el fin de semana 

La Comunidad de Madrid continuará trabajando intensamente durante el fin de semana y días posteriores para garantizar la vuelta segura a las aulas, comprobando la situación de los centros educativos para confirmar que no tienen problemas que puedan afectar a la seguridad.

Los centros educativos de la región deberán comunicar a alumnos y familias por los medios de que dispongan esta prórroga de la suspensión de la actividad educativa presencial y que la actividad educativa continuará en su modalidad a distancia.

Los centros docentes de la región seguirán impartiendo de forma telemática las clases, de acuerdo con la etapa educativa de los alumnos y según la organización de cada centro.

Para ello, la Comunidad de Madrid cuenta con la experiencia en materia educativa a distancia de los últimos meses por la situación sanitaria causada por la pandemia y con una plataforma educativa, como es EducaMadrid, que en los últimos meses ha sido mejorada de manera sustancial con la introducción de importantes mejoras y de todos los recursos didácticos puestos a disposición de la comunidad educativa (Madrid5e y Madread sin límites).

De esta manera, más de 200.000 alumnos y 20.000 docentes de la región se han conectado de media esta semana, una cifra muy superiora los más de 67.000 alumnos y cerca de 10.000 profesores que lo hicieron en los días previos a las vacaciones de Navidad.

La Comunidad de Madrid amplía las restricciones de movilidad por el coronavirus a otras seis zonas básicas de salud y cinco localidades

La Comunidad de Madrid ha decidido ampliar las restricciones de movilidad por el coronavirus a otras seis zonas básicas de salud (ZBS) y cinco localidades, que sumadas a las que ya están en vigor – 41 zonas y 14 localidades – hacen un total de 47 zonas básicas y 19 municipios.

En estas áreas viven más de 1.367.000 madrileños, el 20% de la población, y en ellas se concentra el 25% de los casos de contagios de la región.

Así lo ha anunciado el viceconsejero de Salud Pública y Plan COVID-19, Antonio Zapatero, y la directora general de Salud Pública, Elena Andradas, que esta mañana han informado en rueda de prensa sobre la situación epidemiológica y asistencial en la Comunidad. Andradas ha explicado que debido al aumento de casos de coronavirus en distintos puntos de la región quedan fijadas a partir de ahora las ZBS con restricciones que registren una tendencia al crecimiento destacada.

Por ello, a partir de este próximo lunes, 18 de enero, a las 00:00 horas se limita la entrada y la salida por 14 días, es decir hasta las 00:00 horas del 1 de febrero, en la zona de Las Matas, en Las Rozas; Sierra de Guadarrama, en Collado Villalba; la zona de Parque Coímbra, en Móstoles; y las zonas de Alicante, El Naranjo y Parque Loranca, en Fuenlabrada. Con estas dos últimas zonas, todo el municipio de Fuenlabrada queda perimetrado para el control de las entradas y las salidas (ya estaban limitadas las zonas de Francia, Cuzco, Panaderas y Castilla la Nueva).

Asimismo, entran en vigor limitaciones de entrada y salida por 14 días en cinco localidades concretas que no coinciden con el de una zona básica, por estar más localizados los focos de transmisión: Fuente el Saz, San Agustín de Guada lix, El Molar, Pedrezuela y La Cabrera.

Los criterios técnicos para establecer las restricciones en las nuevas zonas básicas en función de la evolución epidemiológica son los siguientes: Superar el umbral de la incidencia acumulada (IA) a 14 días de la media en la Comunidad de Madrid (actualmente en los 618 casos por 100.000 habitantes), la observación de transmisión comunitaria y una tendencia creciente significativa.

PRÓRROGAS DE LIMITACIONES OTROS SIETE DÍAS

Además, se prorrogan las limitaciones hasta las 00:00 horas del lunes 25 de enero en todo el Distrito de Barajas en Madrid capital, con las zonas de Barajas y Alameda de Osuna. También se mantienen hasta ese mismo día en las zonas de Andrés Mellado (Chamberí), Sanchinarro (Hortaleza), Aravaca (Móncloa- Aravaca), General Moscardó (Tetuán); Virgen del Cortijo, Benita de Ávila y Silvano (Hortaleza), Mirasierra y Las Tablas (Fuencarral-El Pardo); Jazmín (Ciudad Lineal); Montesa, General Oráa y Baviera (Salamanca), y Alpes y Rejas (San Blas-Canillejas).

Asimismo, se mantiene perimetrado todo el municipio de Alcobendas y el de San Sebastián de los Reyes, mientras que el municipio de Móstoles continúa con restricciones en las zonas de Felipe II, Alcalde Bartolomé Gonzalez, Presentación Sabio, Dos de Mayo y El Soto, uniéndose a partir de este lunes Parque Coímbra.

En Getafe se mantiene Getafe Norte; en Aranjuez, las de Las Olivas y Aranjuez; en San Fernando de Henares las zonas de San Fernando y Los Alperchines; en Rivas-Vaciamadrid la zona básica de salud de Rivas La Paz; y también la zona de Torrelodones, que comprende los municipios de Torrelodones y Hoyo de Manzanares.

Aparte, se continúa con las restricciones para entrar y salir en las siguientes localidades que no coinciden con una zona básica de salud: Arroyomolinos, Talamanca del Jarama, Valdeolmos-Alapardo, Collado Mediano, Becerril de la Sierra, Cadalso de los Vidrios, Campo Real, Titulcia, Velilla de San Antonio, Ciempozuelos, Navalcarnero, Algete, Mejorada del Campo y Villarejo de Salvanés.

Por norma general en toda la región los aforos de lugares de interior están al 50%. Además, está suspendido el servicio en barra en la hostelería. La Dirección General de Salud Pública insiste en el uso permanente de la mascarilla en todos los ámbitos, incluida la hostelería, salvo en el momento de comer y beber.

Las excepciones contempladas a la norma general del 50% son un 75% en teatros, cines y otras instalaciones culturales, un 40% en las salas multiusos polivalentes (como el Wizink Center), las terrazas al aire libre que permanecen al 75%, los establecimientos comerciales con el 75% y los centros de formación no reglada, también al 75%.

PETICIÓN A LA DELEGACIÓN DE GOBIERNO

En estos núcleos de población solo se puede entrar y salir por motivos justificados, y los ciudadanos pueden desplazarse por la vía pública dentro de los perímetros del área afectada. La Consejería de Sanidad reitera la petición a la Delegación de Gobierno para que despliegue presencia policial y colabore activamente en el seguimiento y control del cumplimiento de las limitaciones a través de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.

Tecnología y COVID-19

Aunque es evidente que aún no hemos pasado la pandemia, sí podemos aventurar cómo ésta ha influido en la tecnología de nuestro día a día. Se dice que en este tiempo que llevamos de pandemia la tecnología ha avanzado cinco años de golpe.

En pleno confinamiento, las videoconferencias fueron nuestra ventana exterior para reuniones profesionales, personales, educativas… Todos entramos en ese mundo virtual que hasta ahora estaba siendo utilizado por unos pocos. Aparecieron o se revitalizaron numerosas aplicaciones para tal fin como Zoom, Jitsi, Meets, Teams, etc., incluso dejando a la veterana Skype en un rincón. A partir de entonces, esas videoreuniones se quedaron entre nosotros, y aún se realizan habitualmente, incluso en el mundo profesional, puesto que han servido para mantener a clientes, socios… en contacto. Especialmente útiles han sido las reuniones virtuales para asociaciones de todo tipo, que han podido mantener un contacto entre los socios y apoyarse en estos tiempos de mayor soledad, profesional y personal, dando más sentido a la utilidad del asociacionismo. La forma de trabajar y relacionarse se ha modificado sustancialmente con el impulso de la digitalización y la transformación digital, que ha obligado a los reticentes o perezosos a subirse al tren.

En nuestra vida cotidiana hemos visto numerosos cambios en la forma de relación empresa/cliente. Así en el comercio y la hostelería, por ejemplo, han vuelto a resurgir los conocidos códigos QR, especialmente en bares y restaurantes sustituyendo a las cartas físicas. Hasta en la televisión se está utilizando para poder acceder a más información o a diferentes tipos de campañas. La principal función de dichos códigos es la capacidad de relacionar el mundo analógico con el digital, de ahí lo enormemente útiles en estas circunstancias.

La innovación tecnológica también ha avanzado de forma especial para poder dar soluciones a numerosas necesidades, grandes y pequeñas. En nuestros móviles han aparecido numerosas apps que nos facilitan muchas operaciones de todo tipo, o incluso para ayudar en la pandemia, como la oficial de Radar COVID. Las Administraciones públicas han puesto a disposición de los ciudadanos la posibilidad de realizar numerosos trámites de forma virtual sin necesidad de hacerlo presencialmente.

Otro punto en el que la tecnología ha jugado un papel importante ha sido en la educación, tanto reglada como no. La teleformación, las aulas virtuales, los seminarios web (“webinarios” o “webinars”), etc., han crecido exponencialmente por diferentes razones: imposibilidad de asistir de forma presencial, por la ampliación del catálogo formativo, facilidades técnicas, promoción en las empresas, mayor difusión entre la población, más plataformas de cursos gratuitos, etcétera.

En definitiva, todos éstos, y otros avances tecnológicos que ha provocado la situación de pandemia, están cambiando ya nuestra relación con la tecnología y nuestra forma de vivir. Y seguro que este año seguiremos asistiendo a nuevos avances.

CARLOS GÓMEZ CACHO – Tecnólogo

www.gestoriatecnologica.es

‘Cuando un día el pueblo quiera la vida…’

“…el destino tendrá que responder”. Así decía la portada del periódico que me entregaron en el avión Madrid-Damasco el 15 de enero del 2011. Un titular tan transgresor sólo podía explicarse tras el acontecimiento más trascendental en el mundo árabe de las últimas décadas: el pueblo tunecino lograba el derrocamiento del dictador Zine El Abidine Ben Ali.

Este inesperado evento reverberó en millones de jóvenes que pagaban en silencio el precio de la pobreza, el desempleo y la injusticia en Egipto, en Yemen, en Libia, en Siria. Arranqué la portada y la pegué en la pared de mi escritorio. Mi yo de los 23 quería creer que el destino estaba respondiendo.

Pensaba que las palabras del poeta tunecino Abu l-Qasim al-Shabbi eran la profecía de la primavera árabe. Muy pronto sus versos se susurraban en boca de todos los que aspiraban al cambio, que se asomaba a los ojos de quienes queríamos ver. De la larga y silenciosa oscuridad surgía una tenue luz atronadora. “Será necesario que se disipe la noche. Será necesario que se rompan las cadenas”, proseguía el verso del poeta. Y las cadenas parecían romperse al fin.

A las pocas semanas, el mismísimo régimen de Mubarak se tambaleaba. Nos decíamos que ese régimen no podía caer. Que era imposible. Pero entonces ocurría, lo imposible volvía a ser posible. Y si otros lo conseguían, ¿por qué en Siria no? Los límites de la mente se expandían y una algarabía de posibles se abrían paso.

Surgieron canciones, gritos de protesta, símbolos y banderas, valores, alianzas hasta ese momento inimaginables, amistades, decisiones cuyo riesgo era la propia vida, acciones de rebeldía y desobediencia, avances que ofrecían los mejores presagios… En 2011 pensamos que todos los imposibles serían derrocados.

Pero aquel verso no era una profecía. Tres meses después embarcaba en otro avión dejando atrás familia, amigas y aquel recorte de periódico. De esa pared quedó colgando mi destino mudo.

Pero el sonido de esa algarabía no ha cesado. Podemos seguir escuchándola en el imaginario colectivo de una generación que probó el sabor agridulce de los posibles. Y seguirá inspirando a las futuras generaciones que, diez años después, se acercan para aprenderlo todo de aquel año aciago. Como dice el poeta tunecino: “Quien no acepte el anhelo de vivir se evaporará en el aire de la vida”.

Si queréis saber más de la memoria creativa siria, os invito a que visitéis esta web (en inglés, árabe y francés), donde encontraréis poemas, vídeos, canciones, fotos y todo lo que se ha podido rescatar de los últimos diez años: https://creativememory.org/ . Y aquí (en español), el grupo de estudio en el que participo para dar a conocer su legado: https://grupokarame.com/.

LAILA MUHARRAM

https://www.instagram.com/laila_mu/
https://twitter.com/laila_mu/media

‘Bajada de impuestos para los vecinos de Villaverde’

A mis 45 años y pico, llega un momento que, como alguien dijo en su día, “harto ya de estar harto, ya me cansé…”. Cae en mis manos su periódico, y como quizás de lo poco que sobra en estos días es tiempo, me da por leer el artículo referenciado en el título [de la concejal del Distrito, Concepción Chapa Monteagudo], el cual me produce sonrojo, vergüenza, me ofende y me hace reaccionar.

Doy por hecho que semejante artículo, “mantra” de estos pseudoneoliberales de Cs y PP (Vox ya no sé cómo calificarlo), se lo han escrito a “su señoría”, y vacío de contenido, lo suscribe sin más. No tener ni idea de qué es el liberalismo caracteriza esas opiniones.

Con la que está cayendo, y con el Ayuntamiento de Madrid haciendo “nada” en el barrio, la concejal presidente del Distrito (hay que ver cuánto título para tan poca leche) aprovecha para vendernos su “bajada de impuestos” y hace con que la explica. Dicha explicación demuestra, sin más, que no tiene ni idea de lo que habla ni de a quién se dirige, ¿para qué esforzarse?

Resumen:

— Ahorra 107.5 millones a los madrileños (no en el barrio, en todo Madrid), es decir que nos ahorramos 32 euros por madrileño. Desconozco la fecha de celebración de la fiesta para celebrar semejante logro.

— Parte de dicho ahorro: no sube el IBI, no es que lo bajen. Es decir, su ahorro se calcula teniendo en cuenta lo que se pensaba subir que ahora no se sube. O sea, a pagar lo mismo, pero que sepas que te lo has ahorrado.

— Se bonificará la tasa de basuras… No, a ti no, a los 4.985 locales. Creo que los dueños de esos negocios tienen asegurada ya la supervivencia con ello.

— Se suprime la tasa de terrazas… A ti tampoco, a los bares con terraza, que, viendo su horario, su forma de poder trabajar y la que está cayendo, están de fiesta también.

— Se rebaja el IAE, o sea que a ti nada de nada: es a negocios, pero tampoco todos, pero los que inicien actividad o ya tuvieran esta ventaja se la prorrogan. Otra fiesta.

— Se mantiene otra bonificación por empleo. Se mantiene, no que se ahorre o se haga ahora.

Y ahora, nos ponemos todos a dar saltos de alegría y a agradecerla su consideración.

Total, ahorran justo, justo, un “Zendal” (ese maravillo, único, ínclito hospital “por si”, vacío, falto de terminar y que costará finalmente el doble). Al mismo tiempo, piden préstamos desde el Ayuntamiento de Madrid. Es decir, deciden por ti, que en lugar de que pagues ahora 32 euros, ya pagarán tus hijos y nietos bastante más, pero a ellos dentro de unos años nadie les dirá nada.

Ahorro, más deuda, menos servicios sociales, sanidad y educación, pero bajan los impuestos “para los vecinos de Villaverde”, que como somos medio tontos, leemos malamente y no tenemos formación, no nos damos cuenta de que la bajada financiada con préstamos por mayor cantidad se refiere a Madrid, no a Villaverde. Eso sí, que sepas que son los buenos, porque el Gobierno central te va a joder vivo a impuestos, sobre todo en Villaverde, donde la gran mayoría de la gente pertenece a esa clase media que gana más de 130.000 euros (ellos incluidos, que no lo ganan, pero se lo creen) y tiene un patrimonio superior a 2.000.000 de euros, que somos casi todos…

Es difícil no decirla nada más, hacerse un Labordeta, o un Robe Iniesta, o un Fernán Gómez, pero a mis 45 años y pico creo que puedo indicarla que no es el momento de seguir riéndose de la gente, así como recordarla algunas frases que leí: “Tener estudios no significa dejar de ser un ignorante” (no sé de quién es); “Un pedante es un estúpido adulterado por los estudios” (Unamuno).

Por si usted, sus colegas, o sus votantes consideran que el que miente soy yo, quedo a su disposición, donde quiera y cuando quiera, para contarle a este barrio la verdad, no “su verdad”. Ya está uno, viendo la que cae y sus campañas y triunfalismo propagandístico pagado por los madrileños, hasta los cojones… Y no me baje los impuestos —poco pago desgraciadamente—, no me mienta y no hipoteque a mis hijos y a mis posibles nietos, por favor.

J.Pedro Acosta Fdez.

ANGELITO

Apreté la tecla y con la sorprendente facilidad con que estos aparatos te hacen olvidar que existe el lenguaje hablado, el móvil envió el mensaje. Recordé la última vez que nos habíamos visto en la estación. Fingía que escuchaba con sus ojos de cínico derrumbe y con la cabeza me decía que sí a todo lo que su pene negaba.

Caminaba un poco dolorido por el golpe tonto del día anterior, cuando, subido a la banqueta que tanto odio, quise alcanzar un libro de la estantería. Fue una caída de lo más estúpida. Afortunadamente no me dañé el tobillo, aunque tampoco conseguí localizar el libro. La verdad es que no me interesaba tanto, solo quería consultar unas teorías sobre la locura, encontrar la definición del momento exacto entre la cordura y la locura y saber si el loco está realmente loco, porque a veces dice verdades que los cuerdos no se atreven a decir. Según el neurólogo Bruce Miller, de la Universidad de California, en San Francisco (EE UU), el yo está en una pequeña región del córtex cerebral, más o menos encima de la ceja derecha, parece ser que toda nuestra vida se encierra en dos letras y que nuestro destino puede cambiar arqueando una ceja.

La estación de Atocha estaba semivacía. Pensaba que llegaba tarde, así que me dirigí todo lo apresuradamente que me permitía el estado de mi pierna hacia la cafetería del invernadero. Angelito no había llegado aún. Había pocas mesas libres, pero pude tomar asiento en una de las más cercanas a los ventanales acristalados que daban al exterior, odio las mesas del centro, todo el mundo pulula a tu alrededor, te dan codazos sin querer y te pasas las dos horas que estas allí escuchando decir perdón, sorry o excuse moi.

—¡Señor! —ya tenía encima a la muchacha que venía a preguntarme con retintín qué deseaba tomar.

Me sabe mal que la gente se me acerque sin que me dé cuenta y que me repitan una pregunta como si fuera tonto o sordo. Carraspeé un poco, arqueé la ceja y, tartamudeando levemente, pedí un té con limón porque aún llevaba la comida en el estómago y no podía digerir nada más. La joven se movía con graciosa agilidad y sorteaba las mesas sin hacer ruido, con un presentido rumor apagado en sus pies ligeros.

Inopinadamente, me puse a reír en un loco sinsentido imparable. No me gusta nada reírme en público porque tengo una risa ahogada y escribo con los labios una graciosa coma tan profunda que temo que va a salirme por los tobillos, pero no podía evitarlo, recordaba a mi amigo, su andar desordenado, su disfraz de carne vestida con ropa vieja. Imaginaba mi cuerpo iluminado por un vibrante y escandaloso resplandor, desbordado por el chaparrón de carcajadas. Reía tan fuerte que me notaba el rostro congestionado y ni siquiera podía oír más allá de mi propia respiración espondilítica. La gente a mi alrededor me miraba al principio como a un bicho raro, pero luego comenzaron a sonreír abiertamente porque la risa espontánea se contagia sin remedio. La joven se paró extrañada con la bandeja vacía delante de mí auscultando mis ojos bañados en lágrimas de ira que no podían contener aquella sima por donde se despeñaban mis risotadas. Hay quien, en un alarde de pura frialdad, puede controlar los sentimientos, pero yo, furioso por tener que ocultar una debilidad tan saludable como la risa, lo intentaba en vano. No sé quiénes ni desde cuándo me enseñaron a odiar la felicidad y me incapacitaron para amar entre suspiros y creer en esa magnífica alucinación de dar más que recibir. Los ocupantes de las mesas vecinas ya se reían abiertamente conmigo sin escatimar un solo gesto, a bocanadas, con los ojos bien abiertos, el alma saliéndoles por la boca en cada mueca con la que despachaban momentáneamente su melancolía. Viajeros de paso rápido, asustados primero y curiosos después, se paraban, dejaban sus maletas y bolsas de colores en el suelo estorbando el paso a los andenes y se acercaban riendo.

Yo seguía llorando con una risa rabiosa, estancada por años de caminar sonámbulo y extraviado por dentro, que salía incontenible a la superficie, incapaz de sujetarse bajo su propio cielo. Por encima de la risa solo acertaba a pronunciar un nombre que gritaba incesante y entrecortadamente.

—¡Angelito! ¡Angelito!

No podía ver a nadie, para mí todo eran caras sin cara, sin ojos, sin nariz, espectadores invisibles de circo. Todos esperaban expectantes sin dejar de reír, se miraban entre sí repitiendo el mismo nombre, inclinaban la cabeza y forzaban la risa hacia la hiel del cemento. El grupo había ido creciendo por momentos hasta formar un nutrido coro, casi una multitud. Tan elevado era el número de personas congregadas a mi alrededor que el aire se había vuelto pegajoso e irrespirable y trepaba en caprichosos penachos de vaho azulado hasta las copas de los árboles del invernadero para condensarse en el agua de las duchas de riego. Hasta de las profundidades del estanque brotaban risas que subían veloces para unirse al coro humano de voces carcajeantes tan vanas como vulnerables. Cuando conseguí dejar de reírme, me rodeó un océano de miradas confusas y, como de mutuo acuerdo, mi nutrido grupo de acompañantes anónimos dejó de reírse también. Atemorizado, devorado por la angustia que me sobrevino a consecuencia del esfuerzo que tuve que hacer para dejar de reír de golpe, empecé a transpirar copiosamente. Traté de atrincherarme en mi asiento juntando las piernas y concentrándome en sorber el té que se había quedado frío sobre la mesa.

La gente al marcharse producía un sonido como de cristal hueco, murmullos insustanciales transparentando vidas vacías sobre aquel espacio muerto lleno de autómatas de carne y hueso. Todo parecía inane salvo el tictac del reloj de la estación. Los transeúntes cuchicheaban entre ellos y ya no me miraban como a una atracción de feria. Puñados de manos ansiosas forjaban escudos en orejas desconocidas y el susurro se fue convirtiendo en un zumbido embriagado de creciente malicia multiplicada por el eco del recinto hasta convertirse en un auténtico rugido bajo la vaporosa neblina.

—¡Angelito! ¡Angelito!

Azorado y perplejo, me levanté y eché a andar. Con mi paso quebradizo y la cabeza baja trataba inútilmente de pasar desapercibido entre aquella densa marea humana. El griterío de su nombre caía sobre mí como una enorme sombra de luz absurda. Gruesas gotas me resbalaban de la frente taladrada por el tarareo incómodo y pertinaz del nombre de mi amigo.

Todavía faltaban unos minutos para la hora de la cita. Él solía ser puntual. Opté por sentarme en un banco de piedra a la orilla de uno de los pequeños estanques sofocado de hojas, musgo verde, alguna rana y hasta valientes tortugas que diseñaban ondas infinitas al nadar en su pequeño océano. La cara leñosa de mi amigo, con su leve tonalidad roja en los labios blancos, me vino a la memoria y el ensueño del pasado dibujó en los míos un rictus de añoranza.

—¡Angelito, Angelito! ¿No te quedas a comer? ¡Angelito! —le llamó de nuevo con voz beatífica y sonrisa dulzona.

Él me miró con sus ojos de pan tostado, sin volverse ni dejar de bajar las escaleras.

— Si supiera mi madre que a lo mejor tengo que venir con la maleta para quedarme —dijo señalando con el dedo hacia la puerta de su antigua casa.

Andando por la calle de Marcelo Usera hasta Legazpi, donde nos despediríamos con un apretón de manos, yo digería mentalmente el episodio ocurrido hacía varias semanas en los subterráneos de la Avenida América que acababa de contarme. El punto de inflexión, como lo había llamado él, hacia esa luz inmaterial que creen albergar los que están poseídos por una inteligencia superior y viven en su cielo privilegiado.

Como a casi todos los cincuentones casados y con hijos, el fogonazo le pilló desprevenido en el verano del 2000. Lucía era una bomba corpórea por su necesidad física y una bomba anímica por su necesidad de aprender. Le llamaba “sabio”, porque hacía magia con las palabras y “Duende silencioso” era su preámbulo en cualquier mensaje por el móvil. Desayunaban juntos en la estación de Atocha y, antes de volver al lóbrego edificio de los juzgados, ella le empujaba contra las paredes del corredor oscuro, tratando de arrinconarle y hacerle caer presa de incontenibles subidones de furor sexual. Algunas veces lloraba sin parar, grababa cintas con sus llantos que después le entregaba esperando su reacción y, si no sucedía nada, lloraba a solas lágrimas que vertía en un frasco y después derramaba sobre la mesa de trabajo de Angelito. Él, engallado, resoplaba impaciente sintiendo que trepidaba en su pecho, donde se confundían la sensatez y el sexo, y se dejaba arrastrar hacia la maligna profundidad de un espacio muerto donde no existía la vida cotidiana de los seres comunes y, por tanto, no existían las fronteras entre el bien y el mal. En los instantes de gozo momentáneo, las piernas le flaqueaban carentes de fuerzas ni para buscar auxilio. Ella le estudiaba, hurgaba con sus dedos los hondos surcos de sus palmas abiertas y tanteaba su flaco y desaliñado cuerpo sorbido por el sexo, le miraba en silencio con ojos sinuosos, desgarrada por el remordimiento de saber que lo que estaba haciendo no era nada bueno, pero al mismo tiempo contenta, relamiéndose por haber sometido su inteligencia, que, como a muchos hombres en momentos semejantes, se le había descolgado por debajo de la cintura. Engañada por las chiribitas de sus ojos de carnero degollado, estaba convencida de haberle corrompido el juicio y haberle llevado al abismo oscuro de lo que ella creía la sexualidad definitiva.

El archivo estaba en un sotanillo tétrico y mal iluminado donde se guardaban, hundidos en el sueño del olvido, legajos sin valor alguno en el mundo real e incontables mazos de expedientes jurídicos atados y apilados en torres gigantescas que desprendían un fuerte olor a humedad.

—¡Vamos Angelito, vamos a los archivos! —le decía ella con el candor desarmante de sus treinta años.

La aguda e insaciable ingenuidad infantil con la que lo decía, revelaba que en su matrimonio no existía una satisfacción plena. Hubiera querido trasplantar a su marido la magia de Angelito, pero no era posible y basta que algo se nos niegue para desearlo más. Angelito era su gnomo brillante y Bartolomé era un eunuco mental. Así los definió ella una vez. A su marido le quería, sí, eso decía, pero como a un hermano. Ya se sabe cómo pasan las cosas, primero fueron vecinos, luego amigos que estudian en el mismo instituto, novios más tarde casi sin querer, empujados por la familia y los amigos, dejándose hacer, por comodidad, para evitar provocaciones, y, finalmente, casados para poder escapar de su casa y de su madre. Él, un bendito de Dios, era como un perrito faldero recorriendo tras ella todas las ciudades de España en su periplo de traslados buscando ese rostro hasta ahora borroso, que colmara y calmara su sensualidad reprimida y sus ansias de conocer. Nunca tuvieron tiempo de tener hijos, aunque ahora ella quisiera tener un “nano” del Angelito.

El primer día que le oyó hablar él estaba vuelto de espaldas, pero no le importó porque no le importaba su cara. Tal como siempre era ella, con un discreto murmullo de sus labios, como si hablara para sí, le dictó al oído una de sus tonterías románticas.

—El tiempo se equivocó, tú me esperaste.

Él se echó a reír desconcertado. Nada más pasó ese día y nada le hacía sospechar lo que se le venía encima, porque ella ya había encontrado el remedio a su crisis existencial. Por eso, y quizá porque no quería esperar más, se lo llevaría unos días después, literalmente agarrado por los pantalones, hasta la oscuridad de los archivos, insensibles testigos de su deseo. Angelito, el de aspecto esmirriado y cuerpo desgalichado, el paticorto, el de los grandes dientes y pelo de erizo, el de los ojos saltones armados con gafas de cristales de culo de vaso a punto de caerse, que cuando empezó todo no se lo creía, seguía sin creérselo.

En el instituto, las niñas le habían dicho repetidamente lo que aseguraban convencidas sus madres y abuelas, que todos los que llevan gafas es por masturbarse. Angelito siempre supo que era una trola de viejas para meter miedo, pero se arrugó de tanto oírlo y ahora andaba con el ánimo acorralado, sin sosiego en el estómago, arrastrando su aturdida visión sobre las mujeres inalcanzables, y se aliviaba confesándose conmigo por el móvil.

Se iba al archivo con Lucía medio alienado, con un fogón de sexo abrasándole el cerebro. Como no terminaba de creerse que alguien pudiera desearle por su sabiduría, cuanto más se abrasaba, más música de réquiem escuchaba, más ética leía y más ensayo y más filosofía. En los archivos se dejaba hacer porque todos aquellos escarceos amorosos eran muy filosóficos, según quería creer él. Allí Lucía le zarandeaba como a un guiñapo, le sujetaba, le apretaba contra sí y después le apartaba empujándole contra aquellos kafkianos mazos de inútiles papeles amarillentos. Al descender iba aspirando profundamente las humedades del sotanillo, como si así pudiera apagar parte de la quemazón que llevaba en la cabeza, caminaba apresurado, trastabillándose y desabrochándose impetuosamente los pantalones, que caían decepcionados por los tobillos al mismo tiempo que de sus labios temblorosos brotaban palabras sin sentido. La verdad es que hacía ya tiempo que iba sin pantalones, sin dignidad, sin respeto hacia sí mismo. Trataba con todas sus fuerzas de distanciar la carne del sexo, sin conseguirlo. Si la carne se alimenta del espíritu, se decía, el sexo es solo eso, puro sexo. A veces, como si lo del sotanillo no fuese bastante, ella le daba algún achuchón en el ascensor con el fin de revivir el fuego y mantenerlo bien encendido. Pero tampoco se conformaba con eso, necesitaba el sexo pleno, poseerle en su totalidad y en cada empellón trataba de anularle, de absorberle, a capricho. Todo era sexo resbaladizo, exaltación de momentos carnales. De revolcón en revolcón, él iba quedándose cada vez más delgado, en cambio ella iba poniéndose más y más radiante, como si lo estuviera masticando poco a poco. Parecía que iba a terminar engulléndolo totalmente, aunque Angelito aún conservaba ese punto de egoísmo que le salvaguardaba y no le dejaba terminar de caer enteramente en manos de Lucía, ni de nadie.

—Tú eres la extensión del pensamiento de Dios —le decía en tanto le agarraba del “pajarito” para mantenerle sumido en la impotencia, inmóvil y a su merced.

Torturado por su hambre de ella y por la vana lucha consigo mismo para desasirse de aquella sórdida relación y de las heréticas frases “románticas” que ella pronunciaba, mi amigo vivía esos episodios con un sentimiento de desolación perpetuo y pugnaba tambaleante con el furioso deseo de reinventar la belleza hundiendo sus trémulos dedos en el cuerpo de ella como si la estuviera acuchillando imaginariamente.

Ella, que había obtenido siempre todo lo que quería de todos, empezando por el santurrón de su marido, Bartolomé, hombre de inquieta modestia, transparente y sin recovecos ni en su memoria ni en su alma,  que nunca había aprendido a amar a nadie, pero tenía un corazón fantasioso, se encontraba necesitada de la palabra y la magia de su duende silencioso. Se imaginaba a Angelito tumbándola impulsivamente en el suelo, mientras ella le sujetaba con fuerza para besarle con besos de cine, porque, en su ceguera infantil, creía que todo esto era un bello romance cinematográfico, una película de amor maravilloso, a pesar de que lo que tenían había germinado en la nebulosa penumbra del deseo, que pocas veces aflora fuera de nuestros sueños, y a pesar de que, con su egoísmo más puro, ambos se guardaban para sí mismos, sin sacrificarse el uno por el otro, sin cuidarse mutuamente, dando rienda suelta a la carne tan solo por el placer de la carne para caer exhaustos e invadidos por la insidiosa tristeza de sentirse insatisfechos y de seguir necesitando siempre más.

Angelito, entre vacilaciones, se dejaba llevar con la excusa de que, según él, sufría con su mujer y sus hijos, soportaba en su casa una sorda hostilidad, un dolor continuo. Para Lucía era un capricho más para su colección, pero no uno de sus peluches, sino un títere humano del que podía obtener, tirando del hilo, soflamas filosóficas, palabras evocadoras de vivísimas imágenes que sonaban a cantos de pasión en sus oídos, desplegados como alas para escuchar al modo de una muñequita insaciable y glotona todas las groseras fanfarronadas que a él se le ocurrían y a ella le repicaban a gloria. No le importaba su descuidado físico, le bastaba haber penetrado en un mundo solo apto para los amantes de élite que saben ver la esquiva belleza intelectual, por eso iba tendiendo alfombras serviles por su camino encantado. En su difusa ecuación cerebral no entraba la variable de que todo era pura apariencia.

Recuerdo el día en que salimos todos juntos a tomar una copa en La Continental, el café de moda. Todos habíamos pedido ya nuestras bebidas y andábamos ocupados en acomodarnos sobre aquellas raras sillas de mimbre como hondonadas. Lucía titubeaba interminablemente y Bartolomé babeaba tratando de adivinar lo que ella deseaba. La carta de bebidas no le satisfacía, nada era lo bastante original. Finalmente, después de muchas suplicas y varios “reprises” de la camarera, acertó a pedir café con una bola de helado de chocolate que luego no fue de su agrado.

Aquella relación no evolucionaba, la falsedad de los sentimientos que albergaban el uno por el otro y su resistencia a donarse plenamente, refutaba cualquier paso a favor de establecer una entrega verdadera y definitiva. A medida que él se iba enfriando, sin dejar de desearla, ella iba ahogando sus ilusiones en el infierno de la sumisión rebelde y mimosa de niña delicada que toda la vida ha conseguido las cosas a base de pucheros, pataletas y largos llantos de niño que te pide ayuda con los ojos, pero, al mismo tiempo, te aparta a empujones. Hipnóticas llantinas diarias y odio perenne a su marido porque quería, y no podía, injertar en él el universo y el don de las palabras de Angelito. Se daba cuenta de que era un deseo imposible y caía postrada en un feroz y opresivo rencor.

Ella misma, con su hosca manera de proceder que le privaba de la cordura, derribó de golpe el dramático complejo de Angelito, su eterna y perpleja esclavitud, su incredulidad respecto al hecho de que un “tío tan feo” se hubiera ligado a una “tía tan buena” solo, o en parte, por haberle enseñado que, con imaginación y palabras, pueden crearse otros mundos posibles, más allá de la carne por la carne que, al fin y al cabo, no vale nada. Fue uno de esos días que salían juntos de la oficina al terminar la jornada y se encaminaban muy agarraditos, ahítos del peligroso hálito de alegría que acecha en el nubarrón oculto de la atmósfera silenciosamente serena previa a la tormenta. Iban por el mismo camino de todos los días, el camino de la estación, bajo la brisa colgada en el aire de sus nucas, ella para coger el Metro y él para tomar el tren.

—Creo que ya no te quiero —le soltó en un arranque de despecho por no haber satisfecho una de sus tonterías sexuales.

Él, perceptiblemente agotado porque había adelgazado tanto que ya no llenaba los pantalones, con las piernas emborrachadas de lujuria, se separó de ella gruñendo por lo bajo y, algo mareado, fue a apoyarse en una columna cercana a los torniquetes. Sudaba a chorros y sus ojos, de ordinario helados, le ardían cuando la vio alejarse feliz por haber cumplido su propósito de dañarle en lo más íntimo. ¡Ahora que había empezado a tocar la divinidad en las redes sociales manipulando a las mujeres con su artificioso lenguaje! Sintió cómo su verdadero yo se le salía garganta arriba y el horror se le asomaba por la sima sin fondo de su boca. Tuvo que comerse la oscuridad a bocados, digerirla, para encontrar la luz que le huía escondiéndose por todos los rincones.

Le costó mucho recuperarse del shock de aquel día y tuvo que recurrir a charlar muchas veces conmigo por el móvil, pero de algo le sirvió todo aquello y el golpe doloroso y definitivo que Lucía creía haber asestado al que ella consideraba solo un ser débil más, surtió el efecto contrario. Angelito se fajó con las tinieblas en la mirada y caminó fortalecido y victorioso por el desfiladero escabroso de su vida llevando consigo el saco de huesos en que se había convertido su cuerpo decadente.

—Se puede ser patético, pero sin perder la dignidad —me decía.

Desde aquel día en que su patetismo tocó fondo, se impuso una coraza que, junto a su punto de idólatra egoísmo, volvió infranqueable el espacio de su corazón y si en algún momento del fogonazo sexual pensó en dejarlo todo para irse con ella, ahora, si se lo hubiera pedido, su respuesta habría sido un no rotundo. Un desencanto atroz se había adueñado de él, a pesar de que aún quedaban brasas de deseo. Ya casi no pisaban el archivo, los achuchones se fueron distanciando y se convirtieron en desganada inercia sexual, en meros devaneos que iban declinando y que les asombraban por lo educados que eran, medidos movimientos y ejercicios carnales sin parecido alguno con los pasados desahogos que mantenían sin control, como críos pequeños en sus juegos. Al darse cuenta de su alejamiento, Lucía se mostraba triste, lloraba lágrimas agotadoras y le grababa más cintas, aunque nunca perdía el control sobre sí y no quiso abandonar el falso orgullo que le impedía dejar a su marido, bendito orejero de sus penas, ni su fabuloso ático. Andaban así los dos, casi sin hablarse, mirándose con los ojos como tumbas, aguantándose durante la jornada laboral.

Él leía a Nietzsche arrebatado por una locura lectora semejante a la ebriedad empapada del alcohol. En nuestras citas y llamadas telefónicas, me repetía lo “sembrao” que estaba, se ufanaba de lo fabuloso que era todo lo que escribía y seguía mintiéndome reafirmándose en el yo nietzscheano y en la fuerza de su palabra. Se sentía poderoso. Miedo me daba su prepotencia intelectual. Miedo y pánico por el futuro de nuestra antigua amistad.

Reconozco que me gustaba más cuando era un tristón, un don nadie como yo, humilde, contento con la frescura de su ingenio, no como ahora, tan sobrado de suficiencia, alargando inútilmente sus pasatiempos sexuales y alternándolos con otros rollitos adquiridos por internet. Él lo describía como la vida nueva que le había catapultado literalmente fuera de sus zapatillas, de su sillón, de su abandonada colección de películas clásicas, tan queridas en otro tiempo.

Me levanté del asiento. Él no me había visto aún, se dirigía con paso templado hacia las mesas del café. Me había quedado de piedra al divisarle, si no fuera por su cabeza llena de gafas, hubiera dicho que era uno de esos pantalones fantasmas de Henry James.

—Tío, estoy superlúcido, ya tengo a Dios un escalón por debajo de mí, estoy… —me dijo nada más saludarnos.

El eco de sus palabras me llegaba desde muy lejos y retumbaba extrañamente en mi cabeza. Los sonidos de la estación se habían amortiguado, parecían provenir de otro tiempo. Los árboles del jardín arropaban sus hojas con tonos grises, perlas de viento y nada. El color del techo cambiaba y el perfil exterior de los tejados antiguos dibujaba un horizonte desbordante de edificios atropellados.

La mañana venía para quedarse y echar a la oscuridad sin previo aviso.

—¡Ay, Angelito!

Felipe Iglesias Serrano

‘Hay muchísima calidad humana en el sur’

Silvia González Iturraspe, vecina de Villaverde Bajo, participante en el movimiento asociativo madrileño, licenciada en Ciencias Políticas y Filosofía y profesora, acaba de recibir uno de los IV Premios Talento Joven – Carnet Joven de la Comunidad de Madrid

Silvia González Iturraspe es vecina de Villaverde Bajo desde hace 31 años, y lleva más de una década participando en el movimiento asociativo de Madrid. Es licenciada en Ciencias Políticas y en Filosofía, y trabaja de profesora de Valores Éticos y Filosofía en dos institutos públicos. Recientemente ha sido galardonada con uno de los IV Premios Talento Joven – Carnet Joven de la Comunidad de Madrid, excelente punto de arranque para la entrevista que sigue.

¿Qué ha venido a premiar este galardón y qué ha supuesto para ti?

Bueno, se trata de una candidatura que presenté en la convocatoria que salió justo después del confinamiento, en un momento muy duro personalmente tras la pérdida de mi abuelo por la pandemia, importantes cambios en mi vida laboral y una intensa actividad para ayudar en todo lo posible a paliar las consecuencias de la crisis… por lo que ha sido una alegría, un pequeño rayito de luz en este año tan terrible. Me da algo de apuro contarlo, porque supuso escribir una especie de biografía explicando por qué reseñas tu trayectoria en esa categoría, en mi caso Tolerancia. Sin embargo, creo que es algo positivo que se visibilice el trabajo voluntario que muchas personas hacemos de manera cotidiana y ordinaria en los barrios y al que nadie suele dar importancia. Siempre vemos en televisión grandes discursos, actos grandilocuentes y puntuales en favor de valores como la solidaridad, la tolerancia o el apoyo mutuo cuando en el movimiento vecinal se persiguen todos los días desde hace más de cuarenta años. Viene a premiar el trabajo de miles de personas que creen en barrios más justos y tolerantes. Y también viene a señalar que la juventud de los barrios merece ser escuchada, merece oportunidades, porque hay muchísima calidad humana en el sur.

Tengo entendido que ya desde muy joven comenzaste a preocuparte por la sociedad en la que vivimos y a intentar mejorarla en colectivo, concretamente en el movimiento estudiantil… ¿Cómo recuerdas aquella época?

Para mí, como para muchas familias de Villaverde, llegar a la universidad era un símbolo de superación. La culminación de todo el esfuerzo de mi familia por darnos una vida mejor y una oportunidad que ellos no tuvieron. Justo entonces comenzó la anterior crisis económica, y a su vez una reforma universitaria, conocida como “Plan Bolonia”, una reforma de la educación superior, subida de tasas… En esos años entendí que tenía que asociarme, moverme, unirme a otros jóvenes de Carabanchel, Usera o Ciudad Lineal para evitar que la elitización de la educación superior nos expulsara del sistema. Para mí fue un cambio vital, saber que si me asociaba podía hacer cosas, cambiar lo que me pareciera injusto… o al menos intentarlo.

Pronto empezaste a participar también en las reivindicaciones vecinales. ¿Cómo ha sido tu experiencia en este sentido, dentro de la asociación vecinal de tu barrio?

La incorporación a la Asociación Vecinal La Unidad de Villaverde Este y a la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid me cambió radicalmente. Siempre había pensado que lo que tenía que hacer era huir de lo que no me gustaba, del racismo, el machismo o el clasismo; sin embargo, me di cuenta de que mi vida tenía sentido si usaba todo lo que aprendía en la universidad y en las asociaciones para cambiar la realidad, transformar. Que si luchaba con mis vecinos y vecinas por un barrio mejor podíamos hacer lo imposible, desde una cabalgata de Reyes cuando los recortes nos dejaron un barrio triste y empobrecido, a despensas solidarias para apoyar a las familias más desfavorecidas o una manifestación del Orgullo LGTBI marchando por la avenida de Andalucía. Todo empezó con un festival antirracista en el auditorio de El Espinillo, allá por 2009…

Con el tiempo asumiste responsabilidades en la FRAVM… Cuéntanos un poco tu experiencia en ese ámbito…

Empecé a participar en la junta directiva de la FRAVM de la mano de una compañera referente del movimiento vecinal, M.ª Prado de la Mata, de la A.V. La Unidad de San Cristóbal. Ella me enseñó muchísimas cosas, entre otras la importancia de que los vecinos y vecinas tengamos interlocución con las instituciones. Digamos que es un espacio fundamental para la participación ciudadana en Madrid. En la Federación he participado en cuestiones de igualdad de género y diversidad, representando a la Red Estatal de Mujeres Vecinales, llevando temas de juventud, como la reciente campaña que hemos realizado contra los locales de apuestas y por una alternativa de ocio saludable para los jóvenes…

Como persona inquieta, también participas en otros ámbitos en lo social… Cuéntanos…

Participo en la Red 8M de Villaverde, en la Confederación Estatal de Asociaciones Vecinales… en todos los espacios que han ido surgiendo en estos años que luchan por una sociedad más justa y tolerante, desde los inicios del 15M hasta las actuales redes de cuidados.

La Red 8M del Distrito ha tenido en Villaverde un crecimiento paralelo al global… ¿Cómo has visto esta evolución?

Creo que el feminismo ha cambiado nuestros barrios; muchos de sus avances son imparables… Actualmente tenemos un espacio de referencia que une a las mujeres más activas del Distrito. En la Red he podido conocer a mujeres como las Lideresas de Villaverde o tejer lazos con mujeres de otras asociaciones como las compañeras de la Asociación Vecinal Independiente de Butarque… Es un colectivo con un potencial increíble.

Teniendo en cuenta todos los elementos de juicio a tu alcance, ¿cómo ves el Distrito a día de hoy? ¿Cuáles serían en tu criterio sus mayores necesidades y sus principales fortalezas?

Veo un distrito con muchas carencias, muy desfavorecido y con muchos contrastes… Hay un sur del sur, zonas de nuestros barrios con muchas necesidades sociales. Actualmente creo que tenemos un grave problema de vivienda, precios desorbitados para los salarios de nuestros jóvenes, y que eso puede producir la expulsión de la gente de su barrio y a su vez obliga a las familias a compartir pisos. Ése es uno de los grandes problemas. Las personas que nos implicamos en la lucha antidesahucios, en la PAH, vivimos con mucha tristeza cómo los bancos y fondos buitre echaban a las familias de sus casas dejando abandonadas las propiedades, que han sido vandalizadas en muchos casos. Siento pavor de pensar que esa crisis vuelva, porque el punto de partida es infinitamente peor que en 2008. Su principal fortaleza: la unidad, el tejido asociativo (al menos hasta ahora) ha estado siempre muy unido. Muchos quieren politizar el tejido asociativo, dividirlo, pero no lo conseguirán.

Sabemos que recientemente has iniciado una nueva e ilusionante etapa en lo profesional… ¿Cómo la estás viviendo?

Ahora mismo trabajo de profesora de Filosofía y Valores Éticos en dos institutos públicos, y está siendo una experiencia espectacular. Necesitaba un pequeño cambio: ha sido un año muy duro, muy triste, y los chavales me han devuelto la energía.

ROBERTO BLANCO TOMÁS