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ANGELITO

Apreté la tecla y con la sorprendente facilidad con que estos aparatos te hacen olvidar que existe el lenguaje hablado, el móvil envió el mensaje. Recordé la última vez que nos habíamos visto en la estación. Fingía que escuchaba con sus ojos de cínico derrumbe y con la cabeza me decía que sí a todo lo que su pene negaba.

Caminaba un poco dolorido por el golpe tonto del día anterior, cuando, subido a la banqueta que tanto odio, quise alcanzar un libro de la estantería. Fue una caída de lo más estúpida. Afortunadamente no me dañé el tobillo, aunque tampoco conseguí localizar el libro. La verdad es que no me interesaba tanto, solo quería consultar unas teorías sobre la locura, encontrar la definición del momento exacto entre la cordura y la locura y saber si el loco está realmente loco, porque a veces dice verdades que los cuerdos no se atreven a decir. Según el neurólogo Bruce Miller, de la Universidad de California, en San Francisco (EE UU), el yo está en una pequeña región del córtex cerebral, más o menos encima de la ceja derecha, parece ser que toda nuestra vida se encierra en dos letras y que nuestro destino puede cambiar arqueando una ceja.

La estación de Atocha estaba semivacía. Pensaba que llegaba tarde, así que me dirigí todo lo apresuradamente que me permitía el estado de mi pierna hacia la cafetería del invernadero. Angelito no había llegado aún. Había pocas mesas libres, pero pude tomar asiento en una de las más cercanas a los ventanales acristalados que daban al exterior, odio las mesas del centro, todo el mundo pulula a tu alrededor, te dan codazos sin querer y te pasas las dos horas que estas allí escuchando decir perdón, sorry o excuse moi.

—¡Señor! —ya tenía encima a la muchacha que venía a preguntarme con retintín qué deseaba tomar.

Me sabe mal que la gente se me acerque sin que me dé cuenta y que me repitan una pregunta como si fuera tonto o sordo. Carraspeé un poco, arqueé la ceja y, tartamudeando levemente, pedí un té con limón porque aún llevaba la comida en el estómago y no podía digerir nada más. La joven se movía con graciosa agilidad y sorteaba las mesas sin hacer ruido, con un presentido rumor apagado en sus pies ligeros.

Inopinadamente, me puse a reír en un loco sinsentido imparable. No me gusta nada reírme en público porque tengo una risa ahogada y escribo con los labios una graciosa coma tan profunda que temo que va a salirme por los tobillos, pero no podía evitarlo, recordaba a mi amigo, su andar desordenado, su disfraz de carne vestida con ropa vieja. Imaginaba mi cuerpo iluminado por un vibrante y escandaloso resplandor, desbordado por el chaparrón de carcajadas. Reía tan fuerte que me notaba el rostro congestionado y ni siquiera podía oír más allá de mi propia respiración espondilítica. La gente a mi alrededor me miraba al principio como a un bicho raro, pero luego comenzaron a sonreír abiertamente porque la risa espontánea se contagia sin remedio. La joven se paró extrañada con la bandeja vacía delante de mí auscultando mis ojos bañados en lágrimas de ira que no podían contener aquella sima por donde se despeñaban mis risotadas. Hay quien, en un alarde de pura frialdad, puede controlar los sentimientos, pero yo, furioso por tener que ocultar una debilidad tan saludable como la risa, lo intentaba en vano. No sé quiénes ni desde cuándo me enseñaron a odiar la felicidad y me incapacitaron para amar entre suspiros y creer en esa magnífica alucinación de dar más que recibir. Los ocupantes de las mesas vecinas ya se reían abiertamente conmigo sin escatimar un solo gesto, a bocanadas, con los ojos bien abiertos, el alma saliéndoles por la boca en cada mueca con la que despachaban momentáneamente su melancolía. Viajeros de paso rápido, asustados primero y curiosos después, se paraban, dejaban sus maletas y bolsas de colores en el suelo estorbando el paso a los andenes y se acercaban riendo.

Yo seguía llorando con una risa rabiosa, estancada por años de caminar sonámbulo y extraviado por dentro, que salía incontenible a la superficie, incapaz de sujetarse bajo su propio cielo. Por encima de la risa solo acertaba a pronunciar un nombre que gritaba incesante y entrecortadamente.

—¡Angelito! ¡Angelito!

No podía ver a nadie, para mí todo eran caras sin cara, sin ojos, sin nariz, espectadores invisibles de circo. Todos esperaban expectantes sin dejar de reír, se miraban entre sí repitiendo el mismo nombre, inclinaban la cabeza y forzaban la risa hacia la hiel del cemento. El grupo había ido creciendo por momentos hasta formar un nutrido coro, casi una multitud. Tan elevado era el número de personas congregadas a mi alrededor que el aire se había vuelto pegajoso e irrespirable y trepaba en caprichosos penachos de vaho azulado hasta las copas de los árboles del invernadero para condensarse en el agua de las duchas de riego. Hasta de las profundidades del estanque brotaban risas que subían veloces para unirse al coro humano de voces carcajeantes tan vanas como vulnerables. Cuando conseguí dejar de reírme, me rodeó un océano de miradas confusas y, como de mutuo acuerdo, mi nutrido grupo de acompañantes anónimos dejó de reírse también. Atemorizado, devorado por la angustia que me sobrevino a consecuencia del esfuerzo que tuve que hacer para dejar de reír de golpe, empecé a transpirar copiosamente. Traté de atrincherarme en mi asiento juntando las piernas y concentrándome en sorber el té que se había quedado frío sobre la mesa.

La gente al marcharse producía un sonido como de cristal hueco, murmullos insustanciales transparentando vidas vacías sobre aquel espacio muerto lleno de autómatas de carne y hueso. Todo parecía inane salvo el tictac del reloj de la estación. Los transeúntes cuchicheaban entre ellos y ya no me miraban como a una atracción de feria. Puñados de manos ansiosas forjaban escudos en orejas desconocidas y el susurro se fue convirtiendo en un zumbido embriagado de creciente malicia multiplicada por el eco del recinto hasta convertirse en un auténtico rugido bajo la vaporosa neblina.

—¡Angelito! ¡Angelito!

Azorado y perplejo, me levanté y eché a andar. Con mi paso quebradizo y la cabeza baja trataba inútilmente de pasar desapercibido entre aquella densa marea humana. El griterío de su nombre caía sobre mí como una enorme sombra de luz absurda. Gruesas gotas me resbalaban de la frente taladrada por el tarareo incómodo y pertinaz del nombre de mi amigo.

Todavía faltaban unos minutos para la hora de la cita. Él solía ser puntual. Opté por sentarme en un banco de piedra a la orilla de uno de los pequeños estanques sofocado de hojas, musgo verde, alguna rana y hasta valientes tortugas que diseñaban ondas infinitas al nadar en su pequeño océano. La cara leñosa de mi amigo, con su leve tonalidad roja en los labios blancos, me vino a la memoria y el ensueño del pasado dibujó en los míos un rictus de añoranza.

—¡Angelito, Angelito! ¿No te quedas a comer? ¡Angelito! —le llamó de nuevo con voz beatífica y sonrisa dulzona.

Él me miró con sus ojos de pan tostado, sin volverse ni dejar de bajar las escaleras.

— Si supiera mi madre que a lo mejor tengo que venir con la maleta para quedarme —dijo señalando con el dedo hacia la puerta de su antigua casa.

Andando por la calle de Marcelo Usera hasta Legazpi, donde nos despediríamos con un apretón de manos, yo digería mentalmente el episodio ocurrido hacía varias semanas en los subterráneos de la Avenida América que acababa de contarme. El punto de inflexión, como lo había llamado él, hacia esa luz inmaterial que creen albergar los que están poseídos por una inteligencia superior y viven en su cielo privilegiado.

Como a casi todos los cincuentones casados y con hijos, el fogonazo le pilló desprevenido en el verano del 2000. Lucía era una bomba corpórea por su necesidad física y una bomba anímica por su necesidad de aprender. Le llamaba “sabio”, porque hacía magia con las palabras y “Duende silencioso” era su preámbulo en cualquier mensaje por el móvil. Desayunaban juntos en la estación de Atocha y, antes de volver al lóbrego edificio de los juzgados, ella le empujaba contra las paredes del corredor oscuro, tratando de arrinconarle y hacerle caer presa de incontenibles subidones de furor sexual. Algunas veces lloraba sin parar, grababa cintas con sus llantos que después le entregaba esperando su reacción y, si no sucedía nada, lloraba a solas lágrimas que vertía en un frasco y después derramaba sobre la mesa de trabajo de Angelito. Él, engallado, resoplaba impaciente sintiendo que trepidaba en su pecho, donde se confundían la sensatez y el sexo, y se dejaba arrastrar hacia la maligna profundidad de un espacio muerto donde no existía la vida cotidiana de los seres comunes y, por tanto, no existían las fronteras entre el bien y el mal. En los instantes de gozo momentáneo, las piernas le flaqueaban carentes de fuerzas ni para buscar auxilio. Ella le estudiaba, hurgaba con sus dedos los hondos surcos de sus palmas abiertas y tanteaba su flaco y desaliñado cuerpo sorbido por el sexo, le miraba en silencio con ojos sinuosos, desgarrada por el remordimiento de saber que lo que estaba haciendo no era nada bueno, pero al mismo tiempo contenta, relamiéndose por haber sometido su inteligencia, que, como a muchos hombres en momentos semejantes, se le había descolgado por debajo de la cintura. Engañada por las chiribitas de sus ojos de carnero degollado, estaba convencida de haberle corrompido el juicio y haberle llevado al abismo oscuro de lo que ella creía la sexualidad definitiva.

El archivo estaba en un sotanillo tétrico y mal iluminado donde se guardaban, hundidos en el sueño del olvido, legajos sin valor alguno en el mundo real e incontables mazos de expedientes jurídicos atados y apilados en torres gigantescas que desprendían un fuerte olor a humedad.

—¡Vamos Angelito, vamos a los archivos! —le decía ella con el candor desarmante de sus treinta años.

La aguda e insaciable ingenuidad infantil con la que lo decía, revelaba que en su matrimonio no existía una satisfacción plena. Hubiera querido trasplantar a su marido la magia de Angelito, pero no era posible y basta que algo se nos niegue para desearlo más. Angelito era su gnomo brillante y Bartolomé era un eunuco mental. Así los definió ella una vez. A su marido le quería, sí, eso decía, pero como a un hermano. Ya se sabe cómo pasan las cosas, primero fueron vecinos, luego amigos que estudian en el mismo instituto, novios más tarde casi sin querer, empujados por la familia y los amigos, dejándose hacer, por comodidad, para evitar provocaciones, y, finalmente, casados para poder escapar de su casa y de su madre. Él, un bendito de Dios, era como un perrito faldero recorriendo tras ella todas las ciudades de España en su periplo de traslados buscando ese rostro hasta ahora borroso, que colmara y calmara su sensualidad reprimida y sus ansias de conocer. Nunca tuvieron tiempo de tener hijos, aunque ahora ella quisiera tener un “nano” del Angelito.

El primer día que le oyó hablar él estaba vuelto de espaldas, pero no le importó porque no le importaba su cara. Tal como siempre era ella, con un discreto murmullo de sus labios, como si hablara para sí, le dictó al oído una de sus tonterías románticas.

—El tiempo se equivocó, tú me esperaste.

Él se echó a reír desconcertado. Nada más pasó ese día y nada le hacía sospechar lo que se le venía encima, porque ella ya había encontrado el remedio a su crisis existencial. Por eso, y quizá porque no quería esperar más, se lo llevaría unos días después, literalmente agarrado por los pantalones, hasta la oscuridad de los archivos, insensibles testigos de su deseo. Angelito, el de aspecto esmirriado y cuerpo desgalichado, el paticorto, el de los grandes dientes y pelo de erizo, el de los ojos saltones armados con gafas de cristales de culo de vaso a punto de caerse, que cuando empezó todo no se lo creía, seguía sin creérselo.

En el instituto, las niñas le habían dicho repetidamente lo que aseguraban convencidas sus madres y abuelas, que todos los que llevan gafas es por masturbarse. Angelito siempre supo que era una trola de viejas para meter miedo, pero se arrugó de tanto oírlo y ahora andaba con el ánimo acorralado, sin sosiego en el estómago, arrastrando su aturdida visión sobre las mujeres inalcanzables, y se aliviaba confesándose conmigo por el móvil.

Se iba al archivo con Lucía medio alienado, con un fogón de sexo abrasándole el cerebro. Como no terminaba de creerse que alguien pudiera desearle por su sabiduría, cuanto más se abrasaba, más música de réquiem escuchaba, más ética leía y más ensayo y más filosofía. En los archivos se dejaba hacer porque todos aquellos escarceos amorosos eran muy filosóficos, según quería creer él. Allí Lucía le zarandeaba como a un guiñapo, le sujetaba, le apretaba contra sí y después le apartaba empujándole contra aquellos kafkianos mazos de inútiles papeles amarillentos. Al descender iba aspirando profundamente las humedades del sotanillo, como si así pudiera apagar parte de la quemazón que llevaba en la cabeza, caminaba apresurado, trastabillándose y desabrochándose impetuosamente los pantalones, que caían decepcionados por los tobillos al mismo tiempo que de sus labios temblorosos brotaban palabras sin sentido. La verdad es que hacía ya tiempo que iba sin pantalones, sin dignidad, sin respeto hacia sí mismo. Trataba con todas sus fuerzas de distanciar la carne del sexo, sin conseguirlo. Si la carne se alimenta del espíritu, se decía, el sexo es solo eso, puro sexo. A veces, como si lo del sotanillo no fuese bastante, ella le daba algún achuchón en el ascensor con el fin de revivir el fuego y mantenerlo bien encendido. Pero tampoco se conformaba con eso, necesitaba el sexo pleno, poseerle en su totalidad y en cada empellón trataba de anularle, de absorberle, a capricho. Todo era sexo resbaladizo, exaltación de momentos carnales. De revolcón en revolcón, él iba quedándose cada vez más delgado, en cambio ella iba poniéndose más y más radiante, como si lo estuviera masticando poco a poco. Parecía que iba a terminar engulléndolo totalmente, aunque Angelito aún conservaba ese punto de egoísmo que le salvaguardaba y no le dejaba terminar de caer enteramente en manos de Lucía, ni de nadie.

—Tú eres la extensión del pensamiento de Dios —le decía en tanto le agarraba del “pajarito” para mantenerle sumido en la impotencia, inmóvil y a su merced.

Torturado por su hambre de ella y por la vana lucha consigo mismo para desasirse de aquella sórdida relación y de las heréticas frases “románticas” que ella pronunciaba, mi amigo vivía esos episodios con un sentimiento de desolación perpetuo y pugnaba tambaleante con el furioso deseo de reinventar la belleza hundiendo sus trémulos dedos en el cuerpo de ella como si la estuviera acuchillando imaginariamente.

Ella, que había obtenido siempre todo lo que quería de todos, empezando por el santurrón de su marido, Bartolomé, hombre de inquieta modestia, transparente y sin recovecos ni en su memoria ni en su alma,  que nunca había aprendido a amar a nadie, pero tenía un corazón fantasioso, se encontraba necesitada de la palabra y la magia de su duende silencioso. Se imaginaba a Angelito tumbándola impulsivamente en el suelo, mientras ella le sujetaba con fuerza para besarle con besos de cine, porque, en su ceguera infantil, creía que todo esto era un bello romance cinematográfico, una película de amor maravilloso, a pesar de que lo que tenían había germinado en la nebulosa penumbra del deseo, que pocas veces aflora fuera de nuestros sueños, y a pesar de que, con su egoísmo más puro, ambos se guardaban para sí mismos, sin sacrificarse el uno por el otro, sin cuidarse mutuamente, dando rienda suelta a la carne tan solo por el placer de la carne para caer exhaustos e invadidos por la insidiosa tristeza de sentirse insatisfechos y de seguir necesitando siempre más.

Angelito, entre vacilaciones, se dejaba llevar con la excusa de que, según él, sufría con su mujer y sus hijos, soportaba en su casa una sorda hostilidad, un dolor continuo. Para Lucía era un capricho más para su colección, pero no uno de sus peluches, sino un títere humano del que podía obtener, tirando del hilo, soflamas filosóficas, palabras evocadoras de vivísimas imágenes que sonaban a cantos de pasión en sus oídos, desplegados como alas para escuchar al modo de una muñequita insaciable y glotona todas las groseras fanfarronadas que a él se le ocurrían y a ella le repicaban a gloria. No le importaba su descuidado físico, le bastaba haber penetrado en un mundo solo apto para los amantes de élite que saben ver la esquiva belleza intelectual, por eso iba tendiendo alfombras serviles por su camino encantado. En su difusa ecuación cerebral no entraba la variable de que todo era pura apariencia.

Recuerdo el día en que salimos todos juntos a tomar una copa en La Continental, el café de moda. Todos habíamos pedido ya nuestras bebidas y andábamos ocupados en acomodarnos sobre aquellas raras sillas de mimbre como hondonadas. Lucía titubeaba interminablemente y Bartolomé babeaba tratando de adivinar lo que ella deseaba. La carta de bebidas no le satisfacía, nada era lo bastante original. Finalmente, después de muchas suplicas y varios “reprises” de la camarera, acertó a pedir café con una bola de helado de chocolate que luego no fue de su agrado.

Aquella relación no evolucionaba, la falsedad de los sentimientos que albergaban el uno por el otro y su resistencia a donarse plenamente, refutaba cualquier paso a favor de establecer una entrega verdadera y definitiva. A medida que él se iba enfriando, sin dejar de desearla, ella iba ahogando sus ilusiones en el infierno de la sumisión rebelde y mimosa de niña delicada que toda la vida ha conseguido las cosas a base de pucheros, pataletas y largos llantos de niño que te pide ayuda con los ojos, pero, al mismo tiempo, te aparta a empujones. Hipnóticas llantinas diarias y odio perenne a su marido porque quería, y no podía, injertar en él el universo y el don de las palabras de Angelito. Se daba cuenta de que era un deseo imposible y caía postrada en un feroz y opresivo rencor.

Ella misma, con su hosca manera de proceder que le privaba de la cordura, derribó de golpe el dramático complejo de Angelito, su eterna y perpleja esclavitud, su incredulidad respecto al hecho de que un “tío tan feo” se hubiera ligado a una “tía tan buena” solo, o en parte, por haberle enseñado que, con imaginación y palabras, pueden crearse otros mundos posibles, más allá de la carne por la carne que, al fin y al cabo, no vale nada. Fue uno de esos días que salían juntos de la oficina al terminar la jornada y se encaminaban muy agarraditos, ahítos del peligroso hálito de alegría que acecha en el nubarrón oculto de la atmósfera silenciosamente serena previa a la tormenta. Iban por el mismo camino de todos los días, el camino de la estación, bajo la brisa colgada en el aire de sus nucas, ella para coger el Metro y él para tomar el tren.

—Creo que ya no te quiero —le soltó en un arranque de despecho por no haber satisfecho una de sus tonterías sexuales.

Él, perceptiblemente agotado porque había adelgazado tanto que ya no llenaba los pantalones, con las piernas emborrachadas de lujuria, se separó de ella gruñendo por lo bajo y, algo mareado, fue a apoyarse en una columna cercana a los torniquetes. Sudaba a chorros y sus ojos, de ordinario helados, le ardían cuando la vio alejarse feliz por haber cumplido su propósito de dañarle en lo más íntimo. ¡Ahora que había empezado a tocar la divinidad en las redes sociales manipulando a las mujeres con su artificioso lenguaje! Sintió cómo su verdadero yo se le salía garganta arriba y el horror se le asomaba por la sima sin fondo de su boca. Tuvo que comerse la oscuridad a bocados, digerirla, para encontrar la luz que le huía escondiéndose por todos los rincones.

Le costó mucho recuperarse del shock de aquel día y tuvo que recurrir a charlar muchas veces conmigo por el móvil, pero de algo le sirvió todo aquello y el golpe doloroso y definitivo que Lucía creía haber asestado al que ella consideraba solo un ser débil más, surtió el efecto contrario. Angelito se fajó con las tinieblas en la mirada y caminó fortalecido y victorioso por el desfiladero escabroso de su vida llevando consigo el saco de huesos en que se había convertido su cuerpo decadente.

—Se puede ser patético, pero sin perder la dignidad —me decía.

Desde aquel día en que su patetismo tocó fondo, se impuso una coraza que, junto a su punto de idólatra egoísmo, volvió infranqueable el espacio de su corazón y si en algún momento del fogonazo sexual pensó en dejarlo todo para irse con ella, ahora, si se lo hubiera pedido, su respuesta habría sido un no rotundo. Un desencanto atroz se había adueñado de él, a pesar de que aún quedaban brasas de deseo. Ya casi no pisaban el archivo, los achuchones se fueron distanciando y se convirtieron en desganada inercia sexual, en meros devaneos que iban declinando y que les asombraban por lo educados que eran, medidos movimientos y ejercicios carnales sin parecido alguno con los pasados desahogos que mantenían sin control, como críos pequeños en sus juegos. Al darse cuenta de su alejamiento, Lucía se mostraba triste, lloraba lágrimas agotadoras y le grababa más cintas, aunque nunca perdía el control sobre sí y no quiso abandonar el falso orgullo que le impedía dejar a su marido, bendito orejero de sus penas, ni su fabuloso ático. Andaban así los dos, casi sin hablarse, mirándose con los ojos como tumbas, aguantándose durante la jornada laboral.

Él leía a Nietzsche arrebatado por una locura lectora semejante a la ebriedad empapada del alcohol. En nuestras citas y llamadas telefónicas, me repetía lo “sembrao” que estaba, se ufanaba de lo fabuloso que era todo lo que escribía y seguía mintiéndome reafirmándose en el yo nietzscheano y en la fuerza de su palabra. Se sentía poderoso. Miedo me daba su prepotencia intelectual. Miedo y pánico por el futuro de nuestra antigua amistad.

Reconozco que me gustaba más cuando era un tristón, un don nadie como yo, humilde, contento con la frescura de su ingenio, no como ahora, tan sobrado de suficiencia, alargando inútilmente sus pasatiempos sexuales y alternándolos con otros rollitos adquiridos por internet. Él lo describía como la vida nueva que le había catapultado literalmente fuera de sus zapatillas, de su sillón, de su abandonada colección de películas clásicas, tan queridas en otro tiempo.

Me levanté del asiento. Él no me había visto aún, se dirigía con paso templado hacia las mesas del café. Me había quedado de piedra al divisarle, si no fuera por su cabeza llena de gafas, hubiera dicho que era uno de esos pantalones fantasmas de Henry James.

—Tío, estoy superlúcido, ya tengo a Dios un escalón por debajo de mí, estoy… —me dijo nada más saludarnos.

El eco de sus palabras me llegaba desde muy lejos y retumbaba extrañamente en mi cabeza. Los sonidos de la estación se habían amortiguado, parecían provenir de otro tiempo. Los árboles del jardín arropaban sus hojas con tonos grises, perlas de viento y nada. El color del techo cambiaba y el perfil exterior de los tejados antiguos dibujaba un horizonte desbordante de edificios atropellados.

La mañana venía para quedarse y echar a la oscuridad sin previo aviso.

—¡Ay, Angelito!

Felipe Iglesias Serrano

‘Hay muchísima calidad humana en el sur’

Silvia González Iturraspe, vecina de Villaverde Bajo, participante en el movimiento asociativo madrileño, licenciada en Ciencias Políticas y Filosofía y profesora, acaba de recibir uno de los IV Premios Talento Joven – Carnet Joven de la Comunidad de Madrid

Silvia González Iturraspe es vecina de Villaverde Bajo desde hace 31 años, y lleva más de una década participando en el movimiento asociativo de Madrid. Es licenciada en Ciencias Políticas y en Filosofía, y trabaja de profesora de Valores Éticos y Filosofía en dos institutos públicos. Recientemente ha sido galardonada con uno de los IV Premios Talento Joven – Carnet Joven de la Comunidad de Madrid, excelente punto de arranque para la entrevista que sigue.

¿Qué ha venido a premiar este galardón y qué ha supuesto para ti?

Bueno, se trata de una candidatura que presenté en la convocatoria que salió justo después del confinamiento, en un momento muy duro personalmente tras la pérdida de mi abuelo por la pandemia, importantes cambios en mi vida laboral y una intensa actividad para ayudar en todo lo posible a paliar las consecuencias de la crisis… por lo que ha sido una alegría, un pequeño rayito de luz en este año tan terrible. Me da algo de apuro contarlo, porque supuso escribir una especie de biografía explicando por qué reseñas tu trayectoria en esa categoría, en mi caso Tolerancia. Sin embargo, creo que es algo positivo que se visibilice el trabajo voluntario que muchas personas hacemos de manera cotidiana y ordinaria en los barrios y al que nadie suele dar importancia. Siempre vemos en televisión grandes discursos, actos grandilocuentes y puntuales en favor de valores como la solidaridad, la tolerancia o el apoyo mutuo cuando en el movimiento vecinal se persiguen todos los días desde hace más de cuarenta años. Viene a premiar el trabajo de miles de personas que creen en barrios más justos y tolerantes. Y también viene a señalar que la juventud de los barrios merece ser escuchada, merece oportunidades, porque hay muchísima calidad humana en el sur.

Tengo entendido que ya desde muy joven comenzaste a preocuparte por la sociedad en la que vivimos y a intentar mejorarla en colectivo, concretamente en el movimiento estudiantil… ¿Cómo recuerdas aquella época?

Para mí, como para muchas familias de Villaverde, llegar a la universidad era un símbolo de superación. La culminación de todo el esfuerzo de mi familia por darnos una vida mejor y una oportunidad que ellos no tuvieron. Justo entonces comenzó la anterior crisis económica, y a su vez una reforma universitaria, conocida como “Plan Bolonia”, una reforma de la educación superior, subida de tasas… En esos años entendí que tenía que asociarme, moverme, unirme a otros jóvenes de Carabanchel, Usera o Ciudad Lineal para evitar que la elitización de la educación superior nos expulsara del sistema. Para mí fue un cambio vital, saber que si me asociaba podía hacer cosas, cambiar lo que me pareciera injusto… o al menos intentarlo.

Pronto empezaste a participar también en las reivindicaciones vecinales. ¿Cómo ha sido tu experiencia en este sentido, dentro de la asociación vecinal de tu barrio?

La incorporación a la Asociación Vecinal La Unidad de Villaverde Este y a la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid me cambió radicalmente. Siempre había pensado que lo que tenía que hacer era huir de lo que no me gustaba, del racismo, el machismo o el clasismo; sin embargo, me di cuenta de que mi vida tenía sentido si usaba todo lo que aprendía en la universidad y en las asociaciones para cambiar la realidad, transformar. Que si luchaba con mis vecinos y vecinas por un barrio mejor podíamos hacer lo imposible, desde una cabalgata de Reyes cuando los recortes nos dejaron un barrio triste y empobrecido, a despensas solidarias para apoyar a las familias más desfavorecidas o una manifestación del Orgullo LGTBI marchando por la avenida de Andalucía. Todo empezó con un festival antirracista en el auditorio de El Espinillo, allá por 2009…

Con el tiempo asumiste responsabilidades en la FRAVM… Cuéntanos un poco tu experiencia en ese ámbito…

Empecé a participar en la junta directiva de la FRAVM de la mano de una compañera referente del movimiento vecinal, M.ª Prado de la Mata, de la A.V. La Unidad de San Cristóbal. Ella me enseñó muchísimas cosas, entre otras la importancia de que los vecinos y vecinas tengamos interlocución con las instituciones. Digamos que es un espacio fundamental para la participación ciudadana en Madrid. En la Federación he participado en cuestiones de igualdad de género y diversidad, representando a la Red Estatal de Mujeres Vecinales, llevando temas de juventud, como la reciente campaña que hemos realizado contra los locales de apuestas y por una alternativa de ocio saludable para los jóvenes…

Como persona inquieta, también participas en otros ámbitos en lo social… Cuéntanos…

Participo en la Red 8M de Villaverde, en la Confederación Estatal de Asociaciones Vecinales… en todos los espacios que han ido surgiendo en estos años que luchan por una sociedad más justa y tolerante, desde los inicios del 15M hasta las actuales redes de cuidados.

La Red 8M del Distrito ha tenido en Villaverde un crecimiento paralelo al global… ¿Cómo has visto esta evolución?

Creo que el feminismo ha cambiado nuestros barrios; muchos de sus avances son imparables… Actualmente tenemos un espacio de referencia que une a las mujeres más activas del Distrito. En la Red he podido conocer a mujeres como las Lideresas de Villaverde o tejer lazos con mujeres de otras asociaciones como las compañeras de la Asociación Vecinal Independiente de Butarque… Es un colectivo con un potencial increíble.

Teniendo en cuenta todos los elementos de juicio a tu alcance, ¿cómo ves el Distrito a día de hoy? ¿Cuáles serían en tu criterio sus mayores necesidades y sus principales fortalezas?

Veo un distrito con muchas carencias, muy desfavorecido y con muchos contrastes… Hay un sur del sur, zonas de nuestros barrios con muchas necesidades sociales. Actualmente creo que tenemos un grave problema de vivienda, precios desorbitados para los salarios de nuestros jóvenes, y que eso puede producir la expulsión de la gente de su barrio y a su vez obliga a las familias a compartir pisos. Ése es uno de los grandes problemas. Las personas que nos implicamos en la lucha antidesahucios, en la PAH, vivimos con mucha tristeza cómo los bancos y fondos buitre echaban a las familias de sus casas dejando abandonadas las propiedades, que han sido vandalizadas en muchos casos. Siento pavor de pensar que esa crisis vuelva, porque el punto de partida es infinitamente peor que en 2008. Su principal fortaleza: la unidad, el tejido asociativo (al menos hasta ahora) ha estado siempre muy unido. Muchos quieren politizar el tejido asociativo, dividirlo, pero no lo conseguirán.

Sabemos que recientemente has iniciado una nueva e ilusionante etapa en lo profesional… ¿Cómo la estás viviendo?

Ahora mismo trabajo de profesora de Filosofía y Valores Éticos en dos institutos públicos, y está siendo una experiencia espectacular. Necesitaba un pequeño cambio: ha sido un año muy duro, muy triste, y los chavales me han devuelto la energía.

ROBERTO BLANCO TOMÁS

Aprobados el presupuesto municipal y las ordenanzas fiscales para 2021

Villaverde, el cuarto distrito de Madrid en términos de dotación

La ciudad de Madrid comenzará el año 2021 con un presupuesto de 5.066 millones de euros, con lo que desde el consistorio capitalino se ha definido como “unas cuentas comprometidas con la sostenibilidad, centradas en lo social, diseñadas para impulsar la actividad económica y la recuperación del empleo y reforzar los servicios públicos”.

Así lo ratificaba el pasado 23 de diciembre el pleno del Ayuntamiento de Madrid, tras dar luz verde al segundo presupuesto y el tercer paquete de medidas fiscales del equipo de Gobierno presidido por el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, y la vicealcaldesa, Begoña Villacís. Estas cuentas han salido adelante con la aprobación de 85 enmiendas, 16 de ellas transaccionales consensuadas por los cinco grupos políticos. Además, se han aprobado otras 38 del PP y Cs, 29 de Vox y 2 del PSOE. De todas ellas, 45 no han tenido votos en contra y 24 han contado con el respaldo de todas las formaciones políticas.

“Es un presupuesto elaborado en un contexto económico de absoluta incertidumbre y que, en lo referente al marco legal, ha seguido las directrices marcadas por la UE de activar la cláusula de salvaguarda del Pacto de Estabilidad y suspender las reglas fiscales para facilitar la salida de la crisis”, informan desde el servicio de prensa municipal.

Villaverde

En lo relativo a nuestro distrito, la concejala presidenta, Concha Chapa, ya anunciaba en el pleno de presupuestos de la Junta celebrado el 3 de diciembre que la cantidad asignada a Villaverde ha sido 51.715.364 euros, 5.640.655 más que el ejercicio anterior, lo que supone un 12,29% más. El nuestro sería, así, el cuarto distrito de Madrid en términos de dotación presupuestaria para gestionar este año. Chapa definía a continuación el presupuesto finalmente aprobado como “honesto, coherente, creíble y cumplible”, entre otros calificativos.

En cuanto a las inversiones territorializadas en nuestro distrito, este año la cantidad presupuestada ascendería a 26.980493 euros, un 186% más que el año pasado. En este capítulo, la concejala enumeró actuaciones como la reurbanización de C/ Barreiros, el aparcamiento disuasorio en Villaverde Bajo, la pasarela peatonal de acceso a la estación de Renfe de San Cristóbal, el Anillo Verde, la biblioteca, la plaza de Ágata o el parque infantil de San Jenaro, entre otras.

REDACCIÓN / PRENSA AYTO.

De presupuestos y aceras

El AMPA del IES Juan Ramón Jiménez reclama a la Junta que ponga los medios para que el acceso al centro sea un lugar seguro

El IES Juan Ramón Jiménez, instituto ubicado en el barrio de Butarque, es uno de los centros que sufrió la insufrible política de construcción por fases. Instituto que, ya acabado después de años, alberga a más de 1.000 alumnos y alumnas, más personal docente y laboral.

El instituto cuenta con dos puertas correderas para paso de vehículos (una de ellas condenada por un árbol) y una peatonal que da acceso a las dependencias en sí. Dicho acceso se realiza desde la puerta central. Hablamos de cientos de alumnos a la misma hora de entrada y salida, y de aceras de apenas tres metros de ancho, con alcorques por medio, además de mobiliario urbano, que soportan el paso de esos cientos de alumnos y alumnas a la misma hora, lo que hace que en cada salida se creen cuellos de botella con aglomeraciones, caídas, invasiones de calzadas, etc., con el peligro que en seguridad vial conlleva. También a ello hay que añadir los coches aparcados en doble fila en la puerta del centro, lo que tampoco favorece mucho, por qué no decirlo.

Desde el AMPA del IES Juan Ramón Jiménez llevamos varios años denunciando este problema, por las situaciones de inseguridad, tanto físicas como de seguridad vial, que genera. Por eso este AMPA llevó propuesta al pleno para la mejora del acceso al instituto, a través de nuestro representante municipal en el consejo escolar, allá por el 2018, propuesta que fue aprobada por unanimidad por todos los partidos en la anterior legislatura. También en la actual legislatura, con la nueva concejala, se aprovechó un ruego y pregunta sobre la utilización del polideportivo municipal de gestión privada María de Villota en horario lectivo para hacer esta petición (por cierto, que la del María de Villota fue denegada amarrándose a resoluciones jurídicas. Es lo que tiene la privatización de espacios públicos). Nos consta que el equipo directivo del centro también se lo hizo llegar a la actual junta municipal.

La propuesta consistía en dotar de presupuesto la ampliación y el ensanche de la acera de acceso al instituto para evitar todos los problemas expuestos con anterioridad. Nuestra sorpresa es que, después de leer la propuesta de presupuestos para 2021 (finalmente aprobados), en lo relativo a inversiones territorializadas en Villaverde, otra vez no han provisto de dotación económica a dicha mejora para nuestro instituto. Con lo cual entendemos que no tienen pensado hacerlo.

Por eso, desde el AMPA queremos denunciar esta situación de dejadez y falta de sensibilidad por parte de esta junta municipal hacia la seguridad de nuestros hijos e hijas, y le pedimos a la misma que, ya que no lo han incluido en los presupuestos, busque “mecanismos de inversión” para que esta remodelación del entorno del IES Juan Ramón Jiménez se pueda llevar adelante, haciendo del acceso al instituto de nuestros hijos e hijas un lugar seguro.

AMPA IES JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Periódico Distrito Villaverde, nº 291. Enero 2021

Villaverde Alto, Villaverde Bajo, Ciudad de los Ángeles, Los Rosales, Butarque y San Cristóbal de los Ángeles

 

Editorial: Nuevos horizontes

Continúan las movilizaciones contra la PALM-40

De presupuestos y aceras

Aprobados el presupuesto municipal y las ordenanzas fiscales para 2021

Asociaciones de nuestro distrito nos cuentan sus deseos para el año que acabamos de inaugurar

Entrevista a SILVIA GONZÁLEZ ITURRASPE, vecina de Villaverde Bajo, participante en el movimiento asociativo madrileño

Madrid peatonaliza más de 200.000 m2 repartidos en los 21 distritos

Repasando el 2020, un año para olvidar

Y nuestras secciones: Tu vez y tu voz, Cultura, Colaboraciones, Deportes, Secciones.

Pasando grado en el Club Gimnasio Castilla

Para finalizar el año 2020 y ante la ausencia de competiciones debido a la actual pandemia que estamos viviendo, los deportistas del Club Gimnasio Castilla han aprovechado las clases para preparar los exámenes de pase de grado.

En judo hemos conseguido seis nuevos cinturones negros 1° Dan en el examen realizado en las instalaciones de la Federación Madrileña, Polideportivo de Villaviciosa, y en karate nuestro deportista Alfonso Monereo ha conseguido el cinturón negro 4° Dan.

Enhorabuena a todos, seguimos creciendo.

CLUB GIMNASIO CASTILLA

Voluntarios para ayudar a los Reyes Magos

La Red de Cuidados de Villaverde Bajo está buscando voluntarios y voluntarias para echar una mano a los Reyes Magos en esta situación de pandemia que ha venido a complicar un tanto la tarea también a Sus Majestades de Oriente.

La mecánica es la siguiente: la red reclutará voluntarios a lo largo de este mes y, paralelamente, recogerá cartas a los Reyes entre los niños y niñas cuyas familias están siendo atendidas por la misma, en las que contarán cómo se han portado este año, qué propósitos tienen para el próximo y qué pedirían para los niños de su barrio, y elegirán tres de sus regalos soñados con un precio máximo de 30 euros.

Las personas voluntarias, coordinadas por la red de cuidados, recibirán estas cartas (una cada uno) y se encargarán de echar una mano a los Reyes seleccionando uno de los regalos y haciéndoselo llegar a los niños. La entrega tendrá lugar el día 5 de enero en La Trueca, convertida para la ocasión en terminal mágica de Sus Majestades de Oriente.

Si quieres colaborar con esta solidaria iniciativa, escribe a: redcuidadosvillaverdebajo@gmail.com

REDACCIÓN

Cartas de buenos deseos por Navidad

Y otra bonita iniciativa navideña es la desarrollada por el Servicio de Prevención y Mediación de Villaverde, en colaboración con Provivienda, el Proyecto Comunitario Vive Tu Barrio y las asociaciones vecinales Los Hogares y La Incolora, de llenar el Distrito de buenos deseos a través de mensajes positivos en formato carta.

Los organizadores describen la actividad en estos términos: “Nos gustaría que todo el mundo tuviera un motivo para sonreír en estas fechas tan especiales, y para ello te proponemos que escribas un mensaje positivo de forma anónima. El destinatario será cualquier vecino o vecina del barrio. Nosotros nos encargamos de hacérselo llegar”.

Para participar, puedes enviar el mensaje por correo electrónico (mediacionvillaverde@provivienda.org), WhatsApp (687 635 485 / 663 234 227) o pasarte por el Espacio de Proyectos Sociales de Villalonso (C/ Villalonso, 12). Tienes hasta el 21 de diciembre para hacerlo, y el reparto se realizará entre el 22 y el 23 de diciembre por los buzones del barrio.

REDACCIÓN

¿Una pizza es saludable?

Sabemos que una pizza precocinada tiene más aditivos, sal y grasas que una pizza que puedes hacer en casa. Pero podemos ir más allá. Ponte en la piel de Sonia y Ester.

Sonia acaba de terminar un turno de trabajo agotador. Llega a casa y abre la nevera para ver qué puede cenar. En la puerta de la nevera tiene publicidad de pizzas a domicilio, y… “¡justo hoy hay oferta!”. Se repite que está muy cansada para ponerse a cocinar y dice: “Mañana solo comeré una ensalada, para compensar”. Se pide una pizza, se la traen, se la come entera mientras ve la televisión y se va a dormir. Al día siguiente se arrepiente de haber pedido esa pizza tan grasienta, de la que ya ni recuerda el sabor. Se siente culpable y, otra vez, se enfada con ella misma.

Ester, por otro lado, llega igual de cansada a casa, pero llega al congelador y saca la masa de pizza que ella misma había elaborado días antes. Precalienta el horno y piensa qué le pondrá a la pizza. “¿Pruebo con pera? ¿Y unas aceitunas?”. Mientras se hornea, piensa en cómo sabrá. Se sienta en la mesa y disfruta de lo que ella misma ha preparado. Se marcha a dormir y al día siguiente comparte con sus compañeras la receta que ayer se inventó. Está contenta.

¿Crees que solo los ingredientes de la pizza la convierten en saludable o no tanto? El contexto y las emociones que se encuentran en ese momento la transforman en más o menos beneficiosa para ti y tu salud emocional.

Sarai Alonso. Dietista-Nutricionista

Vuelven los QR

Como estamos observando y comprobando en primera persona, esta pandemia está poniendo a prueba nuestros conocimientos sobre tecnología. Y una de esas tecnologías son los códigos QR. Hace ya unos cuantos años, en este mismo foro, hablamos de ellos como la forma de relacionar la vida analógica con la vida digital. Su uso aún no era muy extensivo, básicamente por desconocimiento y por su mala aplicación, especialmente por parte de las Administraciones públicas, lo que provocaba que la ciudadanía no confiara en su uso.

Los códigos QR llevan con nosotros más de 25 años, desde que en 1994 una compañía japonesa los creara, y son además de código abierto libres de derechos de autor, por expreso deseo de sus creadores. También llamados “bidi” (de bidimensional), pues son códigos de barras transformados en cuadrados bidimesionales. Su nombre real es “Quick Response Barcode” (“código de barras de respuesta rápida”), quedándose en “código QR” como nombre habitual. Su finalidad es la de agilizar el acceso a diferentes informaciones. Lo más común es acceder a páginas web (empresariales, públicas, ofertas, servicios, catálogos, etc.), pero también a fotografías, vídeos, archivos PDF, etcétera.

Para poder utilizarlos tenemos que disponer de unas apps, instaladas en nuestros dispositivos móviles, o bien a través de las cámaras como si fuéramos a realizar una fotografía, pues ya muchos móviles incorporan esa posibilidad, no necesitando instalar ninguna app.

El resurgimiento actual de esta tecnología ha venido, principalmente, de la mano de la hostelería, al no poder ofrecer las habituales cartas de productos. De esta forma limpia y muy higiénica podemos ver dichas cartas en nuestros móviles, e incluso guardarlas para otras ocasiones. También los medios de comunicación han descubierto en ellos una buena forma de facilitar la difusión de informaciones de interés o para acceder a campañas sociales. La forma de crear esos códigos QR también es fácil, pues existen numerosas aplicaciones en Internet que nos lo permiten.

En definitiva, el código QR es una forma muy sencilla de poder acceder a contenidos de variado interés para la ciudadanía, y a los profesionales les puede facilitar ofrecer sus productos y servicios, pues ya se han convertido en algo normal en nuestra vida cotidiana.

CARLOS GÓMEZ CACHO – Tecnólogo

www.gestoriatecnologica.es