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Las maletas de Úrculo

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CÉSAR LÓPEZ LLERA.

El viajero (1991) es una escultura de Eduardo Úrculo, el pintor que hacía esculturas, que se funde y se confunde en la estación de Atocha con los viajeros y los equipajes que se sientan a su alrededor sin reparar en el olor a cuero y ausencia que exhala el bronce, agradecido a su compañía y confidencias. ¿Qué pintan ahí esas maletas, chambergo, paraguas y sombrero tan huérfanos, estáticos y condenados a esperar eternamente a su dueño como perritos abandonados que ignoran la existencia de la muerte, el paso del tiempo y la infamia?

Es una especie extraña e inquietante de naturaleza muerta o de arte vivo, donde cada objeto parece reclamar una adopción. ¿Los abandonarían porque fueron robados? ¿Contendrán el botín de un golpe a una joyería? ¿Un cadáver descuartizado? ¿O, quizá, mejor, acudir a Quevedo y entender que “En ti se deposita / lo que la ausencia y lo que el tiempo quita” y dentro de las maletas, en los bolsillos del chaquetón, bajo el sombrero y en el mango del paraguas se esconden, junto a los de Úrculo, nuestros propios recuerdos, secretos, sueños, deseos, miedos, alegrías, frustraciones y miserias perdidas u olvidadas? Y, ¡quién sabe!, si también el corazón parado y el alma nómada del artista desprevenido, a quien la Pelona se llevó a traición y arrastrado por las piernas, sin darle tiempo a recuperar estos enseres, dejados allí para salir de viaje hacia Asturias con Williams B. Arrensberg antes de volar a Nueva York a inaugurar una exposición.

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Al fin  y al cabo, fue el propio Úrculo quien nos aclaró que sus figuras son representaciones existenciales del hombre, que, como protagonista solitario de un periplo metafórico, bucea en los espacios de lo íntimo más allá de la ciudad vacía. “La vida misma es un viaje. Entre el nacer y el morir todos deseamos que la travesía sea buena y larga”, dejó dicho, pero la suya fue corta, aunque fructífera.

No en vano, El enigma del viajero dio acertado título a la exposición con la que el que Centro Niemeyer de Avilés conmemoró el año pasado sus dos décadas de ausencia. Y un enigma es su Viajero de Atocha, porque enigma es lo que nos espera cuando desaparezcamos y lo dejemos todo en la estación de este mundo. En la marcha al otro no se permite equipaje.

¿Cuántas personas no habrán pasado junto a esta escultura, o, acaso, se hayan sentado a su lado sin prestarle atención, ignorando que las avisaban de su partida, horas o días después? Las prisas nos impiden contemplar lo que nos rodea y disfrutar de la vida. Es necesario abrir los ojos y no olvidar cuál es nuestro destino. Úrculo nos lo recordó irónicamente con su escultura de viajero sin viajero, porque, como escribiera Umbral: “Úrculo ha entendido perfectamente que se enfrenta a unas generaciones suicidas y optimistas. Porque viene del compromiso, sabe que hoy nadie se compromete a nada. Es, así, el más fiel intérprete de la invisible conciencia colectiva: la falta de conciencia”.

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