La enfermedad por hígado graso, también conocida como esteatosis hepática, se debe generalmente a un aumento del tejido graso que rodea al hígado, y puede desarrollarse como un aumento de grasa aislada que no tiene mal pronóstico, o puede avanzar a casos más graves de hepatitis y cirrosis (enfermedad que produce inflamación y fibrosis progresiva).
Normalmente, la acumulación de grasa en el hígado es asintomática, es decir, no origina ningún síntoma, y por eso suele pasar desapercibida. Un elevado porcentaje de nuestra población posiblemente estén afectados por este problema de salud y no son conscientes de ello. Por otra parte, es cierto que en la mayoría de los casos la grasa acumulada no origina grandes problemas; pero en otras ocasiones se puede asociar con el “síndrome metabólico”, que consiste en un conjunto de enfermedades que desencadenan un aumento en el riesgo cardiovascular (diabetes, sobrepeso, obesidad, hipertensión).
¿Cómo se detecta la enfermedad?
Habitualmente, los niveles de afectación por grasa hepática se pueden concretar en primer lugar con unos análisis de sangre, que miden unos niveles de marcadores y de grasas llamadas triglicéridos. Estos niveles pueden verse alterados por distintos alimentos de nuestra dieta y medicación que estamos tomando. En otras ocasiones, las pruebas de imagen: en ese caso la ecografía abdominal es la técnica más ampliamente utilizada para reconocer el patrón y estimar la gravedad de la afectación por esteatosis.
¿Debo preocuparme si tengo el hígado graso?
No hay que preocuparse, porque es un hallazgo relativamente habitual que se ve reflejado en análisis de sangre y otras veces aparece en pruebas de imagen diagnósticas que se le hacen a la persona por otros motivos, y como motivo incidental se ve la alteración del hígado no conocida hasta el momento. Lo importante es que ese rasgo debe hacernos reflexionar para un cambio en el estilo de vida, para llevar a cabo una dieta adecuada y practicar ejercicio físico.
¿Qué alimentos se pueden tomar?
La dieta baja en grasas: se puede comer carne, pescado, huevos, aceite de oliva, frutos secos, legumbres, frutas y verduras. La leche es mejor tomarla desnatada, y el queso fresco. Los alimentos que se deben evitar son fritos, grasas, rebozados, las natas y mantequillas, como los alimentos muy industrializados y la comida rápida; esto no significa que estén prohibidos, sino que se debe moderar su consumo.
