Los Reyes Magos me trajeron en el 2023 —entre otras muchas cosas— el libro de Ingvild H. Rishøi La puerta de las estrellas. Esta obra maestra merece la pena leerse en Navidad o en prenavidad, pero siempre con la época ya transformada en estación que es la Navidad. El texto es una maravilla que, si me ganase la vida en la industria del cine, me dedicaría hacer un guion y adaptar tamaño texto a la gran pantalla. Las hermanas Ronja y Emili se han colado de pleno en mi interior. El texto está dotado del temple necesario para ser una pieza que roza la perfección. Se trata de una historia tan cruda y emotiva que sus páginas se devoran porque de un modo u otro existe una ilusión y un anhelo tan emotivo que emociona. Infancia, árboles de Navidad, alcoholismo, estafa laboral, trabajo infantil, necesidad de amar, mentira, solidaridad, amor fraternal, angustia, terror, dulzura y mucho frío. En escasos dos días he leído con fascinación dos veces el libro, y las imágenes que evoca en mí son poderosísimas. Es un texto breve compuesto por frases certeras y muy significativas. Podríamos tener a Agota Kristof de referente, pero La puerta de las estrellas está dotado de una emoción superior porque hay ternura. Sus diálogos, sus descripciones, su crudeza, su melancolía y la entrega que se dibujan en el mismo consiguen que sea algo muy cercano a una obra maestra.
¿Pasa algo si no se lee en Navidad? No, pero… ¿por qué no leerlo en Navidad? Es curioso cómo en ocasiones relacionamos películas, lecturas o discos que, sin ser navideños, los asociamos a la Navidad porque los hemos disfrutado en ella. Pongamos ejemplos:
Golpe en la pequeña china de John Carpenter es una película navideña porque la vimos en familia un día de Navidad a la salida de aquel maravilloso cine que era el Candilejas, en la plaza de Luca de Tena nº 1. Lopan frente a Jack Burton con ecos en mi interior de villancicos. Película que siempre vuelvo a ver en Navidad. Recuerdo cuando mi madre me registraba los bolsillos porque siempre sospechaba que había ido al cine a ver películas de mayores; y sí, tenía razón y me pillaba las entradas. Siempre me preguntaba: “¿pero por qué no te gustan las películas de niños?”
Dos discos de Elvis Costello: North y The Juliet Letters. Ninguno es navideño y no soy fan de Costello, pero ambos los tengo unidos. North salió en septiembre de 2003, pero fue curiosamente una tarde de domingo en un bar en el que, por petición a la camarera, ella puso el disco que yo acababa de comprar. No había nadie más que mi acompañante y yo. Era una prenavidad emotiva, y allí se instaló Costello en un disco que retrataba la ruptura con su mujer y a su vez la pasión con la que inició la relación con Diana Krall. Los escuchamos y, envueltos en su nostalgia, nos pusimos sendos gorros de Papá Noel mientras afuera nevaba, llovía en realidad, pero mi memoria cree que nevaba. The Juliet Letters sí fue un disco que me trajeron unos Reyes Magos y que ya se instaló dentro de mí. Disco precioso y emotivo y que, sin razón alguna, para mí será siempre navideño.
No podía faltar el disco de villancicos de Bob Dylan. Sublime y muy diferente a casi todos los discos “villanciqueros”. Se instaló para siempre en mí porque nos sirvió de banda sonora a nuestra película navideña John Ford no vivió en Villaverde. En una conversación con Dylan, él me confesó que cuando trabajó las versiones lo hizo en Villaverde. ¿Pasa algo si es mentira?
Ya no suenan los villancicos de Julio Madrid, tampoco suena la zambomba ni los villancicos de coros de niños. Tampoco en la Plaza Mayor hay casi adornos navideños: ¿dónde puedo comprar más figuras para mi Belén? Seguiremos creando y relacionando aspectos que quizá no sean navideños pero que la imaginación, traidora siempre, nos la acerca en época que no son.
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