Al comenzar un año nuevo suele ser tiempo de tener buenos propósitos: dejar de fumar, adelgazar, dejar de beber, etcétera. Éstos suelen ser días en que el alcohol está muy presente en nuestras vidas; quizá alguien empiece a sentir que el consumo de alcohol le da más sufrimiento que felicidad.
Durante muchos años de mi vida me consideré un bebedor social. Decía: “esto lo dejo cuando quiera”. Viendo que cada vez iba a peor, tuve el propósito de dejar de beber en diversas ocasiones, solo no podía. En una ocasión dejé de beber por tres meses, sin saber cuál era mi objetivo, aunque en el fondo mi objetivo era conformar a mi familia, que ya padecía mi alcoholismo. Después de este tiempo volví a beber y fue muchísimo peor, la obsesión aumentó y con ello me fui precipitando más en el alcoholismo.
Hace once años mi familia, desesperada, se reunió conmigo para hablar de este problema. Fueron unas Navidades terribles, mis hermanos viendo el estado de ánimo de mi familia y mío pensaban que padecía algún cáncer. Ignorábamos que padecía una enfermedad muy grave, pero que tenía solución: no se cura, pero sí se puede parar. Padecía de alcoholismo, era una persona dependiente del alcohol.
Un psiquiatra en una ocasión me dijo: “cuando una costumbre, beber, la convertimos en un hábito, nos causa problemas y no podemos dejarlo solos, se ha convertido en una adicción”. Me había convertido en un adicto, y no quería serlo. Había bebido, como un alto porcentaje de la población, pero yo desarrollé la enfermedad; afortunadamente la mayoría de las personas que beben alcohol no la desarrollan.
Tuve que perder mucho para aceptar que era alcohólico. Lo que más perdí era algo que no se puede comprar: el tiempo. Después de prometer en esas Navidades a mi familia que no iba a volver a beber, seguí bebiendo. Ignoraba que no tenía poder para dejarlo yo solo, necesitaba ayuda. Tal era mi desesperación que pensaba que la única solución que había para mí era morirme. Me miraba al espejo y me maldecía: “¿cómo has podido llegar a esto?”
Un día, mi familia, desesperada, llamó al teléfono de Alcohólicos Anónimos, me dijeron el grupo más cercano y acudí a una reunión. Me sentí entendido, comprendido y no juzgado: ellos habían pasado por el mismo sufrimiento que yo. Acudí de forma regular a las reuniones, y me dijeron que con dejar de beber no basta, que tenía que tener un profundo cambio de personalidad, enfrentarme a lo que me ocurra en esta vida de una forma diferente.
El alcohólico no solo es el que está tirado en la calle, somos aquellas personas que hemos perdido el poder de parar: sabemos cuándo empezamos, pero no cuando terminamos. Si alguien tiene mi mismo problema, ésta puede ser una buena solución; a millones de personas en todo el mundo les ha funcionado.
En el Distrito tenemos un grupo que funciona en una sala de la parroquia Santa Bibiana, (calle Romeral, 2). Tenemos dos reuniones por la tarde: martes y jueves de 19:00 a 21:00 (solo para alcohólicos). También hay dos reuniones por la mañana: los sábados de 11:30 a 13:30 y los lunes de 10:30 a 12:30. Estas reuniones de la mañana son abiertas al público en general. Si alguien quiere conocer cómo nos recuperamos, puede asistir y conocernos.
Quería también agradecer al periódico del Distrito Villaverde su buena predisposición para con nosotros y su ayuda. Venturoso año 2022 para todas y todos.