“¿Cuántas kilocalorías tiene eso? Déjame ver los ingredientes. Después tendré que quemarlos yendo al gimnasio y cenaré un plato de lechuga…” ¿Cuántas veces has escuchado esto en la última semana? Estoy segura de que más de una vez. ¿O lo has dicho/pensado tú?
Vemos la comida como una fuente de kilocalorías únicamente, que nos va a hacer engordar desde el primer segundo que la introducimos en la boca. Fuente de energía que además creemos que debemos eliminar a base de procesos compensatorios, como podría ser ir más horas al gimnasio o el plato de lechuga para cenar.
Sin embargo, la comida es mucho más que eso, y no solo nos referimos a la esfera nutricional, también a la emocional. ¿Cuántas veces una comida te ha transportado a un recuerdo del pasado, a una persona, a un viaje…? ¿Vas a prohibirte siempre sentir todas esas emociones porque estás pensando en las kilocalorías que tiene el plato?
Pero, ¡atención! En este artículo no queremos defender el comer emocional, inconsciente y desordenado. Defendemos el comer siendo conscientes de que lo hacemos porque queremos y controlamos la situación. Queremos que la persona que está frente a esas situaciones sepa identificar en qué casos su hambre es emocional o fisiológico, y después decida si quiere o no satisfacer esa necesidad. Defendemos la alimentación saludable y equilibrada como la constante de nuestro día a día, y aceptamos que pueda haber alimentos emocionales. Porque, ¿qué es una vida sin emociones?
Sarai Alonso. Nutricionista – Dietista
www.saraialonso.com