En un mundo dominado por la tiranía globalista, donde controlan todos nuestros movimientos y nos imponen sus preceptos argumentando que es por nuestro bien, eso sí, sin darnos opción alguna a elegir nosotros, me resultó curioso en este marco tan opresor en el que vivimos dar con Avrogrades, un hombre al que conocí por casualidad una vez que vino a pintarme un piso por medio de una recomendación que me hicieron.
He de decir que trabajó estupendamente y a un precio muy moderado, y tal fue mi grado de satisfacción que posteriormente le fui requiriendo para realizar diferentes trabajos tanto en mi casa de Madrid como en la que poseo en Socuéllamos. Todos sus desempeños sin excepción alguna colmaron mis expectativas. Trabaja de forma metódica, eficiente y profesional, y yo siempre admiré a la gente que sabe hacer bien su trabajo, cosa que Avrogrades domina a la perfección. A medida que me fue realizando los encargos que le pedía, fui dejando a un lado el tema técnico de sus cometidos para adentrarme más en el personal: yo no tenía reparos en hablarle de mi vida privada y él me contestaba con sinceridad a las preguntas que yo le hacía acerca de la suya.
Avrogrades lleva una vida al margen de la sociedad, no tiene coche, ni teléfono, ni ordenador, ni televisión, ni cuenta bancaria. Por no tener, no tiene ni identidad. Sus descendientes, según me dijo, fueron discípulos del gran filósofo Epicuro de Samos, quienes una vez muerto éste dejaron Atenas para seguir una vida epicúrea que nunca han abandonado y que han ido transmitiendo a sus descendientes, entre ellos Avrogrades, el cual en pleno siglo XXI vive indocumentado y con total despreocupación: es una especie de fantasma para la sociedad actual. Se gana el sustento realizando trabajos de albañilería, fontanería, pintura, carpintería, soldadura e incluso electricidad. A pesar de no hacer ningún tipo de boletín es capaz de montarte cualquier instalación eléctrica. ¿Cómo ha aprendido todo este tipo de oficios? Pues en su mayor parte ha sido instruido por otros discípulos de Epicuro, quienes se ayudan los unos a los otros como una gran hermandad. Se prestan dinero si alguien tiene alguna necesidad, jamás se cobran intereses entre ellos ni se firma documento alguno: el que lo presta lo hace con total despreocupación a sabiendas de que le será devuelto y el que lo recibe no cesa hasta devolverlo. Por supuesto todas las transacciones que se realizan entre ellos son a través de dinero físico que pasa de mano a mano sin ningún tipo de intermediarios. Lo mismo sucede con las propiedades: las que tienen son casas que se ceden los unos a los otros o se traspasan por el método anterior. Ninguna está a nombre de ellos al carecer de documentos identificativos, sino que figuran a nombre de personas fallecidas hace mucho y que jamás se molestaron en cambiar la titularidad de las mismas. Avrogrades vive solo, pero hay otros de su comunidad que sí han contraído algún vínculo con gente que no viene de su círculo; en este caso la persona que se adhiere pasa a adoptar sus principios de propia voluntaria, ya que, fieles a la doctrina del maestro, no se obliga a nadie a realizar algo que no desee.
He de decir que, aunque tengo poco contacto con Avrogrades y sé que en breve le perderé la pista, siempre que me reúno con él me deleito con su compañía, porque estoy seguro de que jamás conoceré a nadie como él.
