Iván Cerdán Bermúdez es escritor y cineasta. Su última novela, ‘A Foggy Day’, es ‘la aventura de un director de cine a punto de tirar la toalla’
Iván Cerdán Bermúdez (Madrid, 1976) es licenciado en Derecho y Teoría de la Literatura, escritor y cineasta. En la actualidad colabora con la Fundación Ortega y Gasset, imparte clases y prepara junto con Fernando Camacho, también conocido por nuestros lectores, una versión de Diálogos de fugitivos de Brecht. Ha publicado hace poco la novela A Foggy Day, punto de partida de la entrevista que sigue.
Has publicado recientemente la novela A Foggy Day… ¿Qué van a encontrar en ella los lectores?
A Foggy Day es una obra diferente, aunque claramente relacionada con otros textos míos. Los lectores encontrarán una novela corta con momentos pasionales que leerán muy rápidamente, y espero que al menos se entretengan la mitad de lo que yo lo hice mientras la escribía.
La novela es la aventura de un director de cine a punto de tirar la toalla —¿y quién no?— que acude con una antigua amante a un festival en el que su película ha sido seleccionada. ¿Por qué Londres? ¿Qué les pasó allí? De ese modo el lector será consciente de lo que le sucede a esos dos personajes y la película que presenta. Todo ello en el ambiente de un festival que siempre supone una aventura distinta, repleta de elogios, encuentros, apariencias, filosofía y mucho anhelo, todavía más si los recuerdos te acompañan. Del mismo modo los personajes que aparecen son peculiares, pero también las referencias y el motivo por el que están insertadas en el texto. Londres en la novela huele a Holmes, a Shakespeare y a diferentes mentiras, entre otras las que provoca el autoengaño.
¿Cómo ha sido el proceso creativo de la novela?
Rápido. Una novela crece en el interior a lo largo de tiempo. Tenía claro que quería que Londres fuese la protagonista, luego solo tuve que pensar en una historia. A lo largo de paseos y ejercicio llegué a la trama. Revisé diálogos, y a escribir. Es el texto, junto a la obra, Elena, que más rápido he creado. Solo cambié todo el final porque me parece que podría recordarme a otros escritos anteriores, así que solo reescribí las últimas 20 páginas.
En la información promocional se afirma que A Foggy Day es “con toda probabilidad” tu “más lograda novela”. ¿Estás de acuerdo?
Uno cuando escribe tiene la sensación de que lo último es lo mejor que ha escrito. Ese comentario es de Fernando Rodríguez Lafuente, y puede que tenga razón. Yo me lo he pasado muy bien escribiéndola. Me gustaba trabajar con una historia que fuese concreta, verosímil, con retazos de amor, de humor, de añoranza y de decepción. Creo que todos estos elementos se dan, y quizá por eso es mejor no hacer más. Una novela finalizada, en muchas ocasiones, tiene siempre un problema, y es la distribución. Eso le condena uno a una tristeza inconsolable.
Te entrevistamos en el número de julio de 2019, cuando acababas de publicar otros dos libros. ¿Qué ha sido de tu vida y obra desde entonces?
Para mí es un placer que me entrevistéis. He estado dando clase y renunciando a proyectos. El problema que entraña comenzar uno es la desilusión del después. Cuesta cada vez más el hecho de terminar algo y que no tenga la distribución correcta. Esto entrañaría una reflexión más larga. Centrándome en lo creativo, terminamos nuestra película John Ford no vivió en Villaverde, que nos ha dado muchas alegrías. He escrito varios textos. Continúo escribiendo poesía, teatro, guion, novela. Terminé tres obras, una sobre Van Gogh, otra sobre mi adorado Hitchens y la última sobre el último año de vida de Jim Morrison. ¿Tiene algún sentido hacer algo con ellas? También hay textos que van creciendo o se quedan estancados. Quizá el tiempo diga si hay que darle al botón de borrar o se transformen en proyectos anclados en el cajón. Puede que alguno se publique o se ruede o se estrene, pero es algo que cada vez veo más improbable.
¿Sigues escribiendo a diario?
Siempre, pero ya sin pretensión de desarrollo —salvo las críticas—. Quizá ahora soy un generador de sinopsis, o de réplicas. El otro día, con mis amigos de La Unidad de Villaverde Este, siempre valientes en el inicio de aventuras sin rumbo, rodamos un corto muy marciano escrito por impulso pero que ninguneé en rodaje. De ese modo no lo viciaríamos. Lo hemos titulado Los mamarrachos. Volví a sentir la ilusión por lo desconocido. Fue un proyecto de reencuentros. Desde la película no habíamos hecho nada, y esto era algo que ninguno habíamos experimentado. Lo desconocido siempre es atrayente, y las dudas que genera pueden llegar a enamorar aunque luego se odien.
¿Quieres enviar algún mensaje especial a nuestros lectores?
Que lean, escriban y que acudan a los actos villaverdianos. Podemos encontrarnos con las actividades de La Unidad de Villaverde Este, con las obras de Escena 17 o con rodajes marcianos. ¿Acaso se puede pedir algo más?