Manhattan tiene a Woody Allen y Villaverde a Iván Cerdán Bermúdez, quien, a diferencia del neoyorquino, no toca el clarinete, porque todo su arte lo emplea en tocar las teclas del ordenador para escribir, no solo guiones, que él mismo dirige, sino también novelas, teatro y críticas literarias, dramáticas y cinematográficas (su firma figura en las páginas de ABC y sus suplementos o en las de la Revista de Occidente). Recordemos su colección de relatos: Raíles; las novelas: Turbio, Confesiones de un anciano mientras lo juzgan en Miami, A foggy day… las obras teatrales: El adiós de Fernando el Católico, Los pijos acabaron con el periodismo (ambas dirigidas por él), Desgaste, Los últimos días de Philip Seymour Hoffman (que también han visto las tablas, la última en dos versiones, la más reciente en Argentina y de gira por Uruguay y España), Fotografías de un hombre triste. No olvidemos sus cortos, con más de 40 premios: Sobre las sábanas, Las chicas, Anclaje, Reconocerse, Olimpiadas, Carnívoras, Proyecto 194; ni sus largometrajes: Donde nos toca estar, John Ford no vivió en Villaverde, Los mamarrachos o el documental Con la cuchara en el bolsillo. En breve publicará nueva novela y ensayos sobre Bergman, Kubrick y Scorsese, y estrenará la película Las calles también se olvidan, con mucho exterior, mucho interior, y, según hemos podido saber, con experimentaciones atrevidas en la narrativa visual, y rodada íntegramente en Villaverde, al igual que otras de las suyas.
Aunque educado en el colegio del Pilar, es más comulgante de Ingmar Bergman, Berlanga, Fernán Gómez, Bukowski, Nabokov, Ames Ballard o Philip Roth que de las hostias eucarísticas. Como a su santo tocayo, le gusta alimentarse de frutas y lo mismo se come cuatro cocos o unas uvas de la ira que unas bananas o una naranja mecánica, aunque con lo que más disfruta sea con las fresas salvajes, que degustó con Ingmar Bergman en los mercadillos de Villaverde entre gritos, susurros y algún silencio.
A juzgar por su pródiga y variada producción, sospecho que este cervantista socarrón escribe varias obras a la vez, unas con los dedos de las manos, otras con los de los pies, y aún capaz lo veo de hacerlo con la nariz y algún otro pedúnculo corporal de cuyo nombre no quiero acordarme. Dandy villaverdense de puro o pipa, pero sin sombrero, ejerce de miope visionario tras prescribirle una oftalmóloga gafas bifocales de no ver más de la cuenta, con las que sigue leyendo los pensamientos, transformando la realidad y desparasitando marcianadas. Cinéfilo, librófago, docente, me da que se licenció en Derecho para transitar libremente por comisarías, juzgados, depósitos de cadáveres, prisiones… donde vivir de cuerpo presente las grandezas y miserias de la naturaleza humana, siempre presentes en los textos literarios, cuyas técnicas de disección completó con sus estudios de teoría de la Literatura y Literatura Comparada para intentar probar la tesis de su adorado Shakespeare, según la cual “No hay nada bueno ni malo, sino que el pensamiento lo hace así”.
A través De la vida de las marionetas, que publica en estas mismas páginas, ha inventado un nuevo género periodístico: la autoficción mágica, con la que trae a las calles del barrio a artistas de toda laya, prediciendo la importancia cultural que Villaverde se merece y que empieza a vislumbrarse con la presencia de espacios teatrales como El Atrio de La Zaranda o LocaL2 de La Mordaza Teatro, así como con la callada proliferación de estudios de pintores y escultores.
Con Iván Cerdán nunca sabremos lo que hay de ficción o de realidad en lo que cuenta porque en él todo es creación, flipe estético. Lástima que muchas revelaciones que le han hecho se las calle, como la de Dalí de cuando él y Picasso proyectaron una monumental escultura de un pie surrealista en Villaverde y comieron en un restaurante del barrio unos callos pensando que eran de las patas de una vaca. Si transformamos el mundo solo con mirar, cuánto más no lo alteraremos al imaginar.
