A través de los ventanales de mi terraza cubierta, observo en la mañana, temprano, un espectáculo que podría catalogarse como bucólico: entre las ramas, desnudas de hojas, del olmo, llenas de yemas, se vislumbra una bandada de cigüeñas volando hacia el este, con su porte elegante y su perfecta formación en vuelo.
Como hemos destrozado el planeta, las cigüeñas cada año migran antes o directamente no migran. Se alteran tiempos y rutinas, hasta en las aves.
Por cierto, el olmo del que les hablo pronto entrará en mi hogar, como Pedro por su casa, o destrozará mi toldo; sus ramas, en un árbol con una envergadura de un bloque de siete plantas, amenazan con colonizar mis ventanas. Ya se dio parte el Ayuntamiento para su poda, pero los temas de palacio ya se sabe que van muy despacio.
Hay imágenes y gestos que detrás esconden el argumento de una novela. Hoy escuché en la radio una expresión que me ha encantado y me la apropio: política dáctil. Vamos, lo que viene a ser el “a dedo” de toda la vida. Un dedazo puede cambiar la vida no solo del que es señalado por la autoridad, sino del resto de personas del entorno. En el colegio, eso se observaba muy claramente cuando en algún curso no se elegían los delegados de clase por votación de los alumnos, sino por decreto (dedazo) del profesor. El dedazo es lo menos democrático que puede haber y de lo más injusto. Muchos hemos sufrido en mayor o menor medida que se nombrara a dedo jefes y cargos con los que no congeniaba nadie. Hay circunstancias que se repiten en el tiempo. En las novelas se reflejan estos abusos, pero en la realidad pueden llegar a ser aún más sorprendentes que en la ficción. Solo hay que echar un vistazo a la historia y al ahora.
Me sigo quedando con el amanecer del día de Año Nuevo, no porque las cosas hayan cambiado de un año para otro (salvo que te haya tocado la lotería), sino porque es una mañana en la que se estrena mucho: un día y un año. Y estrenar vivencias enriquecedoras tiene un gran encanto, al menos para mí; otras personas cercanas, sorpresivamente, prefieren lo ya conocido. Si la vida es una aventura, vivámosla con los ojos sorprendidos, ávidos, de los niños, e intentemos no reproducir errores pasados. Hemos tropezado muchas veces en la misma piedra. Pongamos al frente de organismos e instituciones personas competentes, formadas, preparadas para poder solventar problemas y conflictos. Ese cartel que tienen algunos cargos directivos de “No me des problemas, dame soluciones” deberían aplicárselo esas personas que tienen mando y poder y, sobre todo, aquellas en las que hemos depositado nuestra confianza al ejercer el derecho al voto. Máxime cuando por esa responsabilidad cobran mejores sueldos y disfrutan de privilegios.
Foto: Henrike Mühlichen