Conocer al “Compañerito del metal”, Fernando Camacho, es uno de los regalos que trae la vida. Le conocí y, desde el minuto uno, empaticé con él. Es una persona que te facilita la vida. Activista villaverdero, con talento e instinto, que se refugia en poesías y siente, siendo sensible pero no sensiblero. Me ha ayudado muchísimo en todas las encrucijadas a las que me he podido enfrentar.
Con él, la vida cultural en Villaverde cobra otra dimensión. Es capaz de unir a gente con una facilidad asombrosa. Construye, nunca destruye. Que yo escriba en este periódico es gracias a él —una cosa más que agradecerle—. De las cosas que más me gustan de un proyecto es saber que “el Compañerito” puede estar. Compartir, debatir, escuchar algunas de sus maravillosas “salvajadas” es algo muy rico para la vida de cualquiera.
Poeta, sociólogo y analista vital como pocos he conocido, es hábil y con una intuición sublime. Su forma de analizar la educación es de una brillantez pasmosa. Su implicación en todo es honesta y concienzuda. Los avances en la FP le deben mucho. Al “Compañerito” le quieres en tu equipo porque sabes que tenerle es ganar seguro.
Saca tiempo de donde no lo hay para implicarse. No importa que viva en Barcelona, en Parla, en Irún o en Mijares: si puede, está contigo; y, si no puede, hace por poder estar. He departido muchas horas con él y siempre enriquece. Llevo años, muchos, detrás de que publique un libro con sus estados de perfil. Son el análisis más brillante y punzante de la sociedad de hoy en día. Abarca todos los temas: educación, política, cultura, actividades de barrio… y siempre con una mordacidad brillante e hilarante.
Un ejemplo: todo lo que se debate en materia de educación en la actualidad ya lo vaticinaba hace años. “El Compañerito” no se queda en la denuncia exigua; ofrece soluciones, alternativas. No vive en la entelequia: mastica la realidad descarnada de los acontecimientos. Términos como presidenta “Cuqui” son genialidad en estado puro. No se ha publicado jamás un libro así y sería un acierto hacerlo: un estudio sociológico de una realidad que va desintegrando la ciudad, la vida y los barrios. Culturalmente, es un lector voraz y un experto en Vázquez Montalbán, entre muchos. También escribe, y muy bien. Inmersos como estamos en el montaje de nuestra última marcianada fílmica —Las calles también se olvidan—, la tristeza me acompaña de manera imperante porque no hubo posibilidad alguna de que “Camachín” estuviese en el rodaje. Es insustituible.
Disfruto mucho de nuestras charlas con Pilar Pedrajas, otra genia sin fisuras —merece un libro que analice su brillantez—. Es un conversador magnífico, me recuerda en ese aspecto mucho a Fernán-Gómez. Nunca es autoritario en su conversación y no le cuesta asumir si se ha equivocado. Constantemente aporta ideas y procura llevar las cosas que hacemos a otros lugares: jamás piensa en él, siempre en los demás.
En la actualidad quiere —y quiero— que hagamos un texto que él me encargó sobre el Alzheimer, y yo, si él está en el acto, lo haré. Le he insistido en que me gustaría que lo dirigiese, pero no quiere, y es algo ilógico: conoce el texto muchísimo mejor que yo. Tiene la habilidad de saber dirigir porque sabe escuchar.
Fernando Camacho, “El Compañerito del Metal”, es una figura determinante en el barrio, aunque ahora no viva en él. Recuerdo con admiración el acto que organizó el Día del Libro, su papel en nuestra adaptación de Hemingway o cómo dio vida a su alter ego “Montalbán”, o los ensayos de teatro y su maravillosa conversación. Su temple y saber estar ayudan a que todo se haga, se mueva, se sienta. No descansaré hasta que se publique su imprescindible libro de “Estados del WhatsApp”.



