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Con los Ozores pude rodar en Villaverde

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Acaba de fallecer Mariano Ozores, a los 98 años. Al igual que cuando se marchó Antonio, uno se pone nostálgico. Se van personas que, de un modo u otro, te han acompañado gran parte de tu vida, fundamentalmente en la infancia, y ya se sabe que todo está en ella. Hacer números comienza a ser una encrucijada compleja y en modo alguno desafiante, aunque sí decepcionante. Contemplar el paso del tiempo es añorar un tiempo en el que uno podía creer en sí mismo, pero eso es harina de otro costal.

Hace 30 años escribí un guion basado en el relato El sistema del doctor Brea y el profesor Pluma, de Poe. Recuerdo que lo leí en una de aquellas ediciones baratas, con portadas llamativas. Me emocionó su lectura y comencé a tener ideas. Por aquel entonces escribía mis primeros guiones, y ya había recibido el premio al mejor guion de la Comunidad de Madrid que daba la ECAM por un guion titulado Elsenor. El caso es que me sentía fuerte y escribí esa adaptación. Sin que sirva de precedente, la productora dio luz verde al guion, y la Comunidad nos concedió una subvención interesante como ayuda para la filmación en 35 mm.

El proyecto debía ser diferente y buscaba homenajear a mi infancia. Mi propuesta era clara: el reparto debía estar protagonizado por Antonio Ozores, Nadiuska, Fernando Esteso, Juanito Navarro y unos cuantos nombres más. La historia era ideal para regresar a ciertos momentos de un ayer para mí cercano. En la productora pusieron algunos peros, aunque tampoco me costó convencerles. Al primero que llamé fue a Antonio Ozores. Su contestador era una maravilla. El mensaje era una parrafada incomprensible —tan marca de la casa— y terminaba con un claro “¡Deje su mensaje!”. Nuestra primera conversación fue entrañable, y en todo momento me sentí apoyado. Le sugerí si podríamos contar con su hermano Mariano. Me gustaba saber cómo filmaba él. Había hecho más de 90 películas. ¿Quién mejor?

Quedamos los tres y vinimos a Villaverde, a una especie de residencia que había, ya desaparecida, como tantas otras cosas. Yo iba un tanto nervioso e inquieto, con mis planos pensados y demás. Ése fue uno de los grandes errores. Mariano me preguntaba mucho: “¿Por qué ese plano? A lo mejor se ve mejor desde otro lado. No serás uno de esos directores que tardan mucho, ¿no?”. Primera lección: colocar la cámara donde mejor se vea la acción.

La historia estaba clara. Mariano sabía mucho de cine y de público. Si miran la catalogación de sus películas en Filmaffinity, se darán cuenta de que, salvo la excelente La hora incógnita (1963), ninguna aprueba. Me resulta triste, mucho. Me explicó que él hacía un cine social y político a su manera, porque era el primero que hablaba del boom inmobiliario (En un lugar de La Manga, 1970), de la legalización del juego (Los bingueros, 1979), de la llegada de los socialistas, todo antes o en el momento en que estaba sucediendo, como el divorcio. Incluso se atrevió con una película de artes marciales, Veredicto implacable (1987). Cuando se puso en plan artista, con La hora incógnita, el asunto no funcionó y abandonó el barco “del arte y ensayo”.

Le divertía que quisiese hacer esa historia con esos actores. Fuimos a un parque y quiso ver cómo iba a dirigir a su hermano en un monólogo que tenía el personaje. Yo, muy shakespeariano, intenté darle unas pautas que, como es natural, no respetó. Me puse serio y le dije que no, que eso debía tener otro tono, que probase frenando el ímpetu porque de lo que se trataba era de que el espectador mantuviese cierta incógnita, no que se riese porque sí.

Los hermanos se miraron y Antonio hizo una actuación que me dejó paralizado. ¿Qué había pasado? Mariano me dijo que me había puesto a prueba para saber si sabía hablar con esa panda que había elegido como elenco. Si no llego a pasar la prueba, hubiesen declinado la invitación a participar en nuestra pequeña marcianada.

Nos reímos y me contaron muchas anécdotas de los actores y los rodajes. Estuvimos localizando y pasamos dos días muy divertidos de idas, frases, risas y propuestas. Lo íbamos a hacer en blanco y negro.

¿Qué sucedió? Pues que al final no se rodó, y un corto de animación se llevó la subvención por decisión de uno de los productores. Otro proyecto que quedó en nada, pero para mí sí se hizo, y guardo aquellas tardes como magia pura. Ya no les volví a ver nunca, pero no sé, serán cosas mías, pero ese yo que estuvo con ellos sí me gustó.

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