Hay personas que son esclavas de la belleza, que entran en un centro estético o cirujano plástico absolutamente deprimidas y al salir con una propuesta de intervención cambian absolutamente de ánimo… Pero, ¿por qué hay esta unión entre la estética y las emociones? Y, ¿cómo mantener el equilibrio entre ambas?
Lo más importante es tener una fuerte autoestima, y parte de ella es conservar una estética cuidada, pero hay ciertos límites que se deben considerar para no caer en un exceso u obsesión que en lugar de reforzar nuestra autoestima nos hagan dependientes de un bisturí.
Para ello se aconseja recurrir a tratamientos simples, que sean mínimamente invasivos, a través de los que se consigue sentirse bien sin grandes transformaciones, ya que lo que se busca es una mejor versión de esa persona pero sin cortes, puntos ni quirófanos…
Algunos ejemplos son:
Drenaje linfático manual: activa los vasos y ganglios linfáticos. Además es un tratamiento que se realiza a través de un masaje y de forma suave, lo que aumenta también nuestras endorfinas (hormonas de la felicidad).
Radiofrecuencia: se realiza en varias zonas del cuerpo, activa las fibras de colágeno y elástica, y así mejora la calidad de la piel y la reafirma.
Acupuntura: arte milenario que te puede ayudar muchísimo, tanto a nivel físico como emocional.
Y sobre todo mírate todos los días en el espejo buscando ese punto de tu aspecto que te hace único y especial al resto del mundo: tus ojos, tu sonrisa, la forma de tu cara, tus curvas, tu forma de caminar, ese guiño pícaro que a nadie sale como a ti… Todo eso, y mucho más, eres tú.