¿Te aceptas? ¿Aceptas todo lo que eres? Tu cuerpo, tu mente, tu comportamiento… La mayoría de la gente no, y uno de los elementos principales del equilibrio emocional es tener una actitud de aceptación y respeto profundo hacia nosotros mismos.
Claro, nuestro anhelo de superación nos hace compararnos con los demás y sentir que nunca somos lo suficientemente válidos; sentimos que siempre hay algo más por hacer. Y bien, querer superarnos está bien. De hecho, ¡está muy bien! Sin embargo, mantener una actitud de aceptación incondicional hacia nosotros mismos es la mejor forma de mostrarnos el respeto que merecemos. ¿Qué nos frena para conseguirlo?
El psiquiatra Arnold Beisser escribió, en lo que se conoce como su “Teoría paradójica del cambio”, que “el cambio se produce cuando la persona se convierte en lo que es, y no cuando trata de convertirse en lo que no es”. Cuanto más trata un individuo de ser lo que no es —el tímido quiere ser extrovertido, el irascible quiere ser tranquilo—, más permanece igual… Es justamente cuando deja de luchar por ser otra cosa cuando, paradójicamente, se produce el cambio. Solo la empatía y el respeto por nosotros mismos permiten ir dando alcance progresivamente y de forma realista a nuestro proceso de cambio.
Querer cambiar no es malo, pero sí es determinante si el deseo nace de la aceptación de lo que ya somos y queremos mejorar o si nace del rechazo de lo que somos y de la comparación, lo cual nos va a ir poniendo la zancadilla continuamente.
Porque tú no eres ni mejor ni peor que cualquier persona: eres único, y eso es… ¡irrepetible!