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Cosenza y una carta que nunca trajo a Tarantino a Villaverde

Pentru Chariuska

Hay momentos en los que uno cree que la vida va a girar. Lo presiente, aunque posteriormente todo sea decepción. Fui a Cosenza en un momento así. En paro, sin opciones claras en España, casi por inercia o por desesperación, acepté la invitación de un festival que había valorado nuestros trabajos: Carnívoras y Reconocerse.

En Carnívoras contábamos la historia de tres hermanas que se destrozan lentamente. En Reconocerse era lo contrario: dos ancianos que se aman, que recuerdan y juegan —tristeza infinita ante el fallecimiento de sus dos protagonistas, mis muy queridos Maite Brik y Carlos Álvarez-Nóvoa—. Dos formas de narrar el desgarro y el consuelo, dos películas humildes hechas con urgencia, pero también con cuidado.

Cosenza fue un paréntesis gratificante. Recuerdo una cena concreta: Violante Placido, actriz italiana con una carrera sólida, se sentó a mi lado y, entre risas suaves y vino tinto, con la estrecha vigilancia de su madre, me habló de su experiencia rodando El americano junto a George Clooney. Yo escuchaba, preguntaba, no tanto por idolatría como por la extrañeza de estar allí. Esa misma noche, al llegar al hotel, encendí la televisión y ahí estaba yo, en Rai 1, con fotógrafos, como si fuese un trasunto de Woody Allen. ¿Qué hacía yo allí, dando charlas, cuando en España no encontraba ni hueco como sustituto de nada?

Vi películas del festival y tuve entrevistas en la tele. Recuerdo con mucho cariño una charla ante un cine repleto, en la que un catedrático de Filosofía, un crítico de cine y un periodista me preguntaban sobre los cortometrajes. Recuerdo, con fervor y sorpresa para ellos, mi defensa de Il Casanova de Fellini y cómo imité el baile que hacía Donald Sutherland con la muñeca. También preguntaron por Pasolini y les conté que había estado en Villaverde. Tuve que explicarles qué barrio era Villaverde, y entendieron que viniese. Me sorprendió mucho la reacción del público y sentí cierta vergüenza cuando me preguntaron en qué estaba trabajando. Intenté responder algo cercano a los planteamientos de Cioran, pero la traductora no lo comprendió, así que tuve que decir algo completamente diferente; ni siquiera recuerdo la respuesta.

La organización del festival, generosa, me ofreció rodar algo durante los momentos sin charlas ni compromisos. No lo dudé. Rodé Me manci (Me faltas), un corto de 12 minutos, en italiano, como homenaje a una frase que me había dicho C.R.Z. Una historia de agotamiento emocional, pero en italiano nada suena igual. Lo protagonizó una actriz maravillosa —Serena Ciofi— que me dijo, en una pausa de rodaje, que esa historia era la que había vivido con su última pareja. ¿Cómo podía saber yo tanto de su vida? Le respondí que quizá todas nuestras vidas eran la misma. Rodamos rápido, sin grandes medios. Lo curioso fue que había más cámaras grabando el rodaje que gente en el equipo. Una contradicción romántica: la ilusión de lo mínimo.

Ese año, Quentin Tarantino presidía el jurado en la Mostra de Venezia. Una de las organizadoras del festival de Cosenza, que también colaboraba en la Mostra, le pasó una copia de nuestro corto y, horas después, me llegó una carta de Tarantino. Una carta real. Lo primero que pensé es que era una broma, pero no. Fue elogiosa, cálida. Entendía lo que habíamos querido contar. Le había gustado. Me la interpretó la traductora mientras veíamos, con los chóferes, el primer partido de España del primer Mundial que ganó. Todos se sorprendían de que la gran mayoría de los jugadores de la selección me cayesen mal.

Tarantino insistió en que el corto entrase en competición, pero problemas burocráticos lo impidieron. Una carta guardada en una carpeta, como un pequeño trofeo íntimo, pero, como todo, también perdí la carta.

En esos días, mientras recorría calles antiguas y cafés con humo, me ofrecieron la posibilidad de rodar lo que sería mi primer largometraje: Turbio. Pero Turbio, por razones de esas que se imponen —o sea, las de siempre—, acabó siendo novela. Un guion que mutó para poder sobrevivir. Como nosotros. El cortometraje rodado allí fue a algunos festivales y aquí se proyectó en la Filmoteca. A lo largo de mucho tiempo barajé la posibilidad de escribir toda esta vivencia y transformarla en un diario o en una nouvelle. Pero, ¡para qué! Iba a quedar como un fantasioso. Hay verdades que es mejor guardárselas uno y no airearlas.

Volví a España igual que me fui: sin trabajo, sin opciones y sin Tarantino viniendo a Villaverde.

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IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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