Por él te vestías cada mañana,
por él te maquillabas,
por él sonreías,
aunque no tuvieras ganas.
Por él te tragabas tus lágrimas,
y cocinabas cada día
comida rica que llevabas al hospital.
Madre, abnegada y entregada,
por él dejaste un día de teñirte las canas,
de pintarte las uñas,
de arreglar la cama.
Apenas dormías,
apenas comías,
apenas… nada.
Como una madre primeriza, obsesiva,
siempre con el niño en brazos,
aunque tuviese ya veintiséis años.
Te costaba moverte de su lado,
hasta para ir al baño.
Ya comerías,
ya te ducharías,
ya limpiarías la casa.
Porque, a excepción de tu pequeño,
todo te traía sin cuidado;
a pesar de su enfermedad,
te habrías cambiado por él,
sin dudarlo.
Pero no pudo ser,
porque la muerte no admite intercambios.
De esto hace ya diez años,
y hoy, Madre querida,
quiero regalarte una promesa,
por tu sesenta y ocho cumpleaños.
No es sola mía,
es también de mi padre,
y de mis hermanos.
Permaneceremos juntos
y, por siempre,
A TU LADO.
Dedicatoria del Libro Ojalá me ames