Imagínense: patio de colegio, recreo, niños de Primaria, 11 o 12 años, estoy cuidando y escucho una bronca, voy para allá y lo que oigo me deja del revés. Un niño espabilado, aunque académicamente no tenía buenos resultados (muy normal por desgracia), ha tenido un encontronazo con otro alumno de los más brillantes, pero muy altivo. El que suspende le dice al otro con acritud: “¿De verdad te crees mejor que yo?” Luego vino lo de tus “notas de mierda” y demás lindezas. Llegué a separarles y a mediar como era mi deber de profe, pero me quedé con las ganas de escuchar la respuesta.
¡Cómo me acuerdo de esta pregunta! Estamos interaccionando constantemente con personas que creen tener razón y estar en posesión de la verdad. Y claro, por educación te callas, pero en la boca la pregunta pugna por salir. En la política (encima con el nivel que tenemos ahora del “y tú más”), en las clases, en grupos, en la calle… Siempre hay quien te mira raro si no compartes sus argumentos o prefieres otras opciones. Son personas que juzgan y sentencian, sin previamente tenerte en cuenta. ¿Es que tienen más conocimientos, más experiencia, o la razón es una soberbia desmedida, una jactancia sin límites? Como en las reuniones de vecinos de mi buena amiga Nines, que son normalmente tensas: alguien defiende su problema (como es lícito), pero otra persona defiende el suyo, y le dicen que su problema no es relevante. Lo conveniente y deseable es que se arreglen todos los problemas. Algunas personas piensan, por tanto, que la vía ancha es para ellos y la estrecha para el prójimo. Pongan ustedes adjetivos. Pero si se dan cuenta, volvemos al yoísmo. Y también les recuerdo lo que dije en su momento; el yoísmo es ese egoísmo innato en los niños pequeños para afianzar su autoestima. Pero en un adulto es signo de no evolución, de no madurez. La buena noticia es que se cura. Se puede salir del yoísmo, siempre y cuando tengamos voluntad de ello.
También he tenido en el cole una experiencia contraria, la del alumno humilde que responde “Quizás tengas razón, no sé bien de qué va el tema”. Este alumno nunca fue elegido delegado de clase, y debería haberlo sido, por su actitud prudente, su falta de prepotencia. Pero en demasiadas ocasiones, lo apunto por experiencia laboral, se elige a esos chavales echados para adelante, pero cuyo criterio y ecuanimidad flojea, porque entre otras cosas están encantados de haberse conocido y es lo que intentan vender al mundo. Y lo consiguen.
La última campaña de Tráfico me gusta mucho (las anteriores con sangre y gente que hablaba con muertos no me gustaron). Habla de tener en cuenta a los demás, de no pensar que vamos solos por el mundo, a nuestro aire, sino que compartimos calzadas, aceras, parques… Todo lo que hacemos implica a los otros, porque vivimos socialmente. Y eso hay que transmitirlo a los niños con el ejemplo, para que no sean vecinos adultos que te digan “No me importa tu problema”, o no pongan en riesgo tu integridad física en la carretera o en la acera, que hay quien aún no sabe que no se puede ir con patinete ni con bici por la acera, que los perros tienen que ir atados; que las bolsas de basura se meten dentro del contenedor, no se dejan fuera; que no se tiran colillas, papeles, latas, chicles a la acera ni a la hierba de los parques; que no se sacuden las pelusas por la ventana a la calle, que los ruidos fuertes molestan, que la caca de tu perro la recoges…