EMILIO ÁLVAREZ FRÍAS.

Ya sabemos que en España tenemos una expresión para colgar en cada cosa sobre la que queremos hablar. En este caso saco a relucir que no nos enteramos de lo que pasa hasta que nos toca a nosotros, entre otras varias.

Ahora me toca descubrir si los pasos de peatones que hay por las calzadas madrileñas, y en especial por el distrito de Villaverde, que es donde me sitúo, son lógicas, están bien pensadas, son igual en todas las calles y si responden o no a una norma debidamente estudiada.

Tengo que decir que, desde mi punto de vista, no. Parece que la mayoría están en contra de las personas que necesitan un paso fácil y sencillo, como son aquellas obligadas a ir en silla de ruedas en sus diferentes modelos, o valiéndose de un andador, incluso cuando se apoyan en el brazo de otra persona; encuentran dificultad también quienes llevan un niño en los clásicos cochecitos o en los muy variados y diferentes modelos de sillas infantiles; y, cómo no, tropiezan continuamente las personas que cargan con el carro al salir del mercado y han de ir salvando las dificultades que encuentran por el camino.

¿Que cuáles son esos problemas?

El más destacado son los pasos en los que han instalado bordillos de cemento de 5 a 10 cm, inclinados —unos más y otros menos—, que dificultan subir a las aceras, lo que el usuario de una silla de ruedas no puede superar salvo que vaya acompañado por otra persona que levante las ruedas delanteras con un considerable esfuerzo. Curiosamente, en otros cruces en calles estrechas todo el suelo, de uno a otro lado, está a la misma altura. Y en algunos hay una rampa de aproximadamente un metro desde el asfalto, que es la solución más cómoda que se puede adoptar, creo.

Los usuarios de esos medios de desplazamiento, por si era poco, estrellan las ruedas delanteras de sus medios de locomoción en las pequeñas zanjas que existen entre el asfalto y los bordillos en muchos lugares, lo que multiplica el apuro de subir a la acera por la que se ha de circular. Cosa que se arreglaría fácilmente rellenando esas zanjas, bien con asfalto, bien con cemento.

En las ciclovías, al parecer, se ha montado a ambos lados una banda separadora de la zona peatonal, lo que es una barrera cuadrada de aproximadamente 4 cm que no puede salvar ni las sillas de ruedas, ni los andadores, ni los cochecitos de niños, ni los carros de mercado; dificultad que es sumamente frecuente dado que la fiebre de dotar a toda la ciudad de vías para las bicicletas está por todas partes.

Y hablando de bicicletas, juro por mis muertos que en el distrito de Villaverde, al menos por la zona conocida como el “paseo del colesterol”, —o sea, la avenida de Córdoba o la antigua carretera de Andalucía—, circulan más sillas de ruedas que bicicletas; que el carril de bicicletas está perfecto y da gusto ir por allí con la silla; y que mientras resulta incomodísimo circular por las aceras, ya que las baldosas que cubren el suelo, con rendijas entre ellas, obligan a ir dando saltitos. Con la particularidad de que en los pasos de peatones, debido a un artista, suponemos, se han colocado unas baldosas llenas de redondelitos, conjugándolas con otras con bandas más anchas de huecos y cemento, que ya invitan a un baile molesto de saltitos. Aunque en las obras que ahora se están realizando de aceras se advierte que están cubriendo el suelo con baldosas lisas y de mayor tamaño. He de confesar que un servidor, posiblemente saltando la disciplina al respecto, va por el camino de los ciclistas, que es más placentero.

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