Inicio Blog Página 334

La letalidad de los estigmas en tiempos de pandemia 

Estigma: desdoro, afrenta, mala fama (definición nº 2 del Diccionario de la Lengua española, 22ª edición,  2001). 

 Estigmatizar en esta situación, con la salud y la economía tocando fondo, es “rizar el rizo”, “ver llover sobre mojado”, “dar la puntilla”. Sobre todo en nuestros barrios. 

Desgraciadamente, este desastre social es mundial, pero no se vive de la misma manera entre las diferentes clases sociales y, en especial, entre algunas minorías. 

Villaverde, “nuestro Villaverde”, lleva en su precioso nombre el estigma de la precariedad, del abandono en sus demandas por parte de las autoridades, del “mal ejemplo” que anima a rodar en él películas de alunizajes y violencia que le estigmatizan aún más si cabe, acentuando el rechazo externo. 

A mi edad (63 años) son incontables las ocasiones que ha cambiado el tono (o el rumbo) de una conversación o se han cruzado miradas de “¿pánico?” cuando he dicho mi procedencia. Incluso ha habido reticencias a aceptar venir de visita. 

Al día de hoy (20 de junio), superados los cien días de alarma, confinamiento y angustias varias, se aprecian los estragos en el seno de familias y sus economías mermadas, e incluso críticas, y también salen a la luz conductas erróneas y prácticas deshonestas, injustas, antiéticas, discriminatorias y estigmatizantes. 

En estos meses han cambiado muchas cosas, pero esos atentados contra los derechos humanos han continuado provocando situaciones límite y abofeteando la dignidad… y aún no sabemos cómo será esa “nueva normalidad” que comienza mañana, porque “esto” no ha terminado. 

Comparto con los lectores, vecinos o personas que lean nuestro periódico tan solidario, crítico y vehículo imprescindible y difusor de nuestras preocupaciones y reivindicaciones actuales, un ejemplo (mal ejemplo) del rechazo de un vecino de Villaverde por su lugar de residencia y sus tatuajes, ocurrido a finales de mayo o principios de junio. 

Una empresa selecciona a un grupo de trabajadores para desempeñar unos puestos de jardineros. La persona que les entrevista, ya en el lugar donde trabajarán, les habla de las funciones a desempeñar, horario, etc. Les pregunta de qué barrio son, entre otras cosas, y cuando nuestro vecino llega a su casa, a las pocas horas, recibe una llamada telefónica diciéndole que no cuentan con él para el trabajo (sin haber comprobado cómo trabaja). Supongo que se habrán dado casos parecidos, aunque no hayan salido a la luz. Continuará ocurriendo, pero no hay que conformarse. El trabajador denunció el hecho a la empresa, que le pidió disculpas, pero a día de hoy, cuando escribo, sigue en paro. 

Ser o vivir en Villaverde es un estigma. Llevar tatuajes puede ser signo de “glamour” si lo llevan actores, futbolistas, famosos, etc., pero no si es alguien de Villaverde (y otros barrios). Bien sabido es que la ignorancia lleva a cometer tremendas injusticias. 

En nuestro ejemplo, la “entrevistadora”, ¿ignoraba que los tatuajes son, en otras culturas, símbolos de linajes y estructuras sociales? ¿Ignoraba también que Villaverde en el siglo XVIII adquirió el rango de villa reinando Felipe V? ¿Y que Villaverde fue el primer suelo español que pisó de niño el rey emérito cuando llegó a España, nacido en Roma en el exilio? ¿Y que Villaverde fue frecuentado por los reyes debido a que el ferrocarril en el que viajaban a Aranjuez, a su palacio, pasaba por la zona? ¿Y… mucho más? 

No soy monárquica; tampoco quemaría fotografías de los Reyes, pero por primera vez siento la curiosidad de saber qué dirían don Felipe y doña Letizia si supiesen que este rechazo por estigmatización se ha cometido con un vecino de Villaverde, seleccionado para trabajar en los jardines de la Casa Real, su casa. 

Pilar Ortega, de Villaverde 

Los veranos de patio, tabuleh y airan 

Ha llegado el verano, y con él un calor espantoso que quita el hambre e invita a la siesta. Los madrileños huimos despavoridos a las playas de Cai para quitarnos el bochorno a ritmo de Niña Pastori, que nos habla de patios y macetas, de nuestra hermosa herencia andalusí. En el mundo árabe, sin embargo, muchos no tienen acceso al mar, y con la llegada de la estación estival son los interiores de las casas los que se transforman. 

Echo de menos mis veranos en Siria. Por entonces envidiaba a mis amigas con apartamentos en Benidorm que venían tostadas del sol en septiembre, mientras yo volvía más blanca que la leche. ¡Y qué calor! Mi familia me hospedaba donde podía, y no siempre eran los rincones más frescos de la casa. Nuestras vidas giraban en torno al aire acondicionado durante el día junto al aparato antimosquitos eléctrico por las noches, que hacía un ruido espeluznante cuando los susodichos se acercaban a la inquietante luz. 

Por eso, el mejor momento del día se daba tras la puesta de sol, cuando nos preparábamos para las visitas. Por fin mis primas y yo podíamos barrer las hojas que habían caído al patio, colocar las sillas en círculo, pasar el trapo a los pequeños taburetes de plástico donde depositar las tazas de café y sumergirme en los olores que venían de la cocina y en las canciones de Um Kulzum. 

El verano era ese patio que bullía de vida con la llegada de los parientes: niños que gritan y corretean de un lado a otro, humo de cigarros, ruido de tacones que van y vienen, tazas y tazas de café que se acumulan en el fregadero. En ocasiones, especialmente en Ramadán, se preparaban auténticos banquetes y se repartían platos con warak inabkebbe, macarrones y patatas fritas. A veces había tanta gente que te tocaba comer de pie y rezar para que no cayera nada al suelo. 

Mientras sorteaba las preguntas incómodas (¿eres musulmana? ¿Vas a casarte con un musulmán? ¿Todavía no sabes árabe?), me concentraba en disfrutar de la comida y exponerme al acento local todo lo posible. Pero lo que más me gustaba era refrescarme con un buen plato de tabuleh y un vaso de airan. 

El tabuleh es un entrante compuesto por bulgur, perejil, tomate natural, menta fresca, cebolla, aceite, zumo de limón y/o vinagre y sal. En ocasiones se echa comino, pimienta negra o incluso canela. En casa de mis primas se preparaba en cantidades tan ingentes que utilizaban barreños para almacenarlo y meterlo en la nevera. Se sabe que lo elaboraban ya en tiempos de los caldeos, en la zona entre el Tigris y el Éufrates, y que ha viajado por la dinastía omeya, pasando por varias regiones del Mediterráneo hasta llegar a Al-Ándalus 

El airan, por otro lado, es una bebida hecha con yogur, agua, ramitas de menta fresca, ajo, sal y dos o tres cubitos de hielo. Es una bebida clásica de los beduinos del Asia Menor y se suele ofrecer a los invitados nada más llegar para refrescarse del asfixiante calor del desierto. ¡Podéis encontrar las recetas fácilmente buscando en Internet si habéis decidido quedaros en Madrid este verano!  

Yo por mi parte prepararé tabuleh y airan con esa melancolía pegajosa de los veranos que dejé en Siria, alegrándome de que cobrarán sentido con el tiempo y atesorándolos como lo mejor de aquellos años que ya no volverán.  

LAILA MUHARRAM 

Sobre las apps de rastreo de la COVID-19 y la privacidad 

Desde el inicio de la pandemia se han estado diseñando y utilizando aplicaciones (apps) para tener información sobre el coronavirus, creadas principalmente por los organismos públicos.

Pero cada vez se hacía más necesario desarrollar aplicaciones de rastreo para que el ciudadano pueda conocer el grado de contagio que tiene alrededor y para que las Administraciones públicas de sanidad puedan recopilar esa información y poder prever posibles brotes, así como el estado de la difusión del virus. 

Es en estas posibles apps de rastreo donde se ha levantado la polémica. La razón es más de desconocimiento de la información que de la realidad.  

El pasado mes de abril, las compañías Google y Apple anunciaron una colaboración para crear una API (interfaz de programación de aplicaciones) para los sistemas operativos de móvil Android e iOS. Esa colaboración ya es, de por sí, una gran noticia.  

La función de esa API es poder preparar dichos sistemas operativos para que los diferentes Gobiernos, no empresas, puedan crear sus aplicaciones de rastreo. Lo que pudo asustar a la gente es que, mediante mensajes interesados, se alertaba de la instalación de unas “apps por parte de dichas compañías sin comunicarlo y, según dichos bulos, nos iban a controlar. Las mencionadas apps no eran tal, pues lo que podíamos ver era esas API, que formaban parte del sistema operativo y permitían, si el usuario quería, la instalación de posibles apps oficiales. 

El funcionamiento de las aplicaciones de rastreo sería a través del Bluetooth y no por GPS, por lo que no habría geolocalización (es decir, no se sabría la ubicación a través de ellas). La razón de utilizar ese sistema es porque es más fiable en distancias de menos de 10 metros, que es lo que interesa. Instalarse la app será voluntario, y los datos que se recojan se alojarán en el dispositivo del usuario y no se enviarán fuera, salvo autorización expresa y de forma anónima. Su función principal es detectar posibles contagiados alrededor nuestro. Para ello, lógicamente, deberemos poner en la app nuestra situación frente al virus. Por ello es indispensable la colaboración de todos los ciudadanos que la utilicen. 

Resumiendo, nuestros dispositivos poseen esa API para instalar las aplicaciones que los Gobiernos correspondientes puedan crear. De por sí esa API no tiene otra función. La instalación de apps de rastreo es voluntaria y anónima, cumpliendo todas las leyes de privacidad. Su función es, mediante la conexión de Bluetooth, detectar en un radio de menos de 10 metros personas con diferentes situaciones frente al virus. Los datos recogidos no se comparten sin autorización y serían anónimos. 

Es normal y fácil crear falsas alarmas frente a temas tecnológicos, que habitualmente la población desconoce, de ahí que sea muy importante, al igual que con cualquier bulo, informarse bien en las fuentes oportunas.  

CARLOS GÓMEZ CACHO. Tecnólogo

www.gestoriatecnologica.es

El Ayuntamiento da luz verde a la remodelación de la calle Eduardo Barreiros de Villaverde

Los trabajos, que serán ejecutados por el Área de Obras y Equipamientos, tienen un presupuesto base de licitación de 12,9 millones de euros.

El Ayuntamiento de Madrid ha dado luz verde al proyecto de remodelación de la calle Eduardo Barreiros, en el distrito de Villaverde, que tendrá un presupuesto base de licitación de 12,9 millones de euros y un plazo de ejecución estimado de 12 meses. Así lo ha anunciado la portavoz municipal, Inmaculada Sanz, tras la reunión semanal de la Junta de Gobierno.

La actuación, largamente demandada por los vecinos del distrito, será ejecutada por el Área de Obras y Equipamientos y afectará a un tramo de 1,5 kilómetros que parte de la M-40 y llega hasta la calle Alcocer.

Actualmente, dicho tramo solo dispone de acera en algunos puntos y está flanqueado por zonas terrizas en ambos márgenes. Los trabajos supondrán la conversión en vía urbana de lo que ahora es una carretera de un carril por sentido.

La reestructuración de la fábrica PSA (antigua Barreiros), la próxima incorporación de zonas comerciales, las nuevas edificaciones de la Ciudad de Los Ángeles y el nuevo uso residencial de los terrenos que ocupaban los cuarteles hacen que se prevea una nueva demanda peatonal tanto a lo largo del eje como en los movimientos transversales de acceso desde la zona residencial a las zonas comerciales.

A día de hoy, en este tramo tan solo existen seis puntos de cruce peatonal (cuatro de ellos con semáforo) situados de forma desordenada, lo que provoca que la distancia entre algunos de ellos sea de hasta 400 metros. Asimismo, actualmente la canalización telefónica es aérea sobre postes y no existe red pública de alumbrado en toda la calle.

Proyecto global de movilidad

Las propuestas contenidas en el proyecto responden a una concepción global de la movilidad (peatonal, transporte público, bicicleta y resto de vehículos) bajo los criterios de eficacia, seguridad, accesibilidad y sostenibilidad.

El peatón dispondrá de un espacio mejor ordenado, con unas dimensiones adecuadas y dotado de mobiliario urbano, nuevo arbolado y un alumbrado público de alta eficiencia energética ahora inexistente.

La remodelación supondrá también una mejora de la circulación del transporte público y del acceso a sus paradas, que dispondrán de sobreanchos de acera y pavimentos podotáctiles para un mejor acceso de todos los usuarios.

El proyecto incluye la creación de un nuevo itinerario ciclista que permitirá conectar los distritos de Villaverde y Usera a través de un carril bici segregado de doble sentido a lo largo de toda la calle.

Asimismo, se experimentará una importante mejora de la seguridad vial al adaptar la circulación motorizada al entorno y características de las vías. En este sentido, la calzada pasará de uno a dos carriles por sentido y se crearán nuevos pasos con semáforos y aparcamientos a ambos lados de la calle, además de espacios para carga y descarga.

En definitiva, la remodelación de la calle Eduardo Barreiros supondrá una actuación de reequilibrio y cohesión territorial que permitirá mejorar sensiblemente la conexión de los distritos de Villaverde y Usera y dotará a los vecinos de Villaverde de un nuevo eje urbano funcional y de gran calidad paisajística y ambiental.

Fuente: diario.madrid.es

Redescubrir el comercio de barrio

Uno de los pocos efectos colaterales positivos de la crisis provocada por la pandemia de COVID-19 ha sido sin duda el “redescubrimiento” por buena parte de la población del comercio de barrio, que venía sufriendo de un abandono creciente por culpa de los cada vez más deshumanizados hábitos de consumo y de vida a los que nos han acostumbrado.

Me explico: tal y como está organizada nuestra sociedad, la mayoría de la población solo contamos para producir y consumir, y en ese escenario interesa que la dinámica “trabajo-consumo-reposo” sea lo mas fluida posible, sin nada que la estorbe. Así que los nuevos barrios que se han ido construyendo son monótonas sucesiones de edificios como fortalezas, cerrados y vigilados, orientados hacia adentro con su jardín y su piscina, pero en medio de la nada y sin locales comerciales, porque no se espera que hagamos “vida de barrio”. Eso sí, todos tienen garaje para que podamos ir directos al centro comercial, donde se pretende que pasemos la mayor parte de nuestro tiempo de ocio, consumiendo sin salir de las instalaciones: allí podemos ir al gimnasio, comer, luego hacer la compra, dejarla en el maletero, tomar una caña, meternos al cine, y después a casita a dormir, que al día siguiente hay que trabajar.

Es cierto que nuestros barrios, más antiguos y con más vida, aún oponían resistencia a dicha dinámica, pero también que las grandes superficies te lo ponen tan fácil (horarios más amplios compatibles con nuestras jornadas laborales, todos los productos a nuestra disposición en un mismo lugar) que al final todo el mundo en mayor o menor medida acababa “picando”. Y mientras, los comercios del barrio en retroceso, dado que así es muy difícil competir.

Pero llegó la pandemia, con ella las limitaciones, y al tener que “tirar” de lo que teníamos más a mano muchos vecinos han podido volver a experimentar los puntos fuertes del comercio de barrio: trato cercano, dependientes especializados que te pueden aconsejar mejor, precios más interesantes “sabiendo comprar”, mayor calidad del género… Y en fin, el “plus” tan especial de descubrir que la mayoría de estos comercios cuenta al menos con un producto maravilloso que solo vas a encontrar ahí, ya sea el jamón ibérico alucinante que le traen de Extremadura a esa tienda de alimentación pequeñita de tu calle, las increíbles tartas de queso caseras que hace el panadero de la esquina o las chulísimas deportivas vintage de esa zapatería tan pequeñita, que al ser de otra temporada salen además tiradas de precio.

Como veis, sobran las razones… Y vuelvo a la idea del principio: la vida es más que producir y consumir, y nuestros barrios son más que el lugar donde se ubican nuestras casas. Yo lo tengo claro: compro en comercios locales. ¿Y tú?

Roberto Blanco Tomás

Denuncia contra el proyecto de la plataforma logística PALM-40

PLATAFORMA-LOGISTICA
Foto: Roberto Blanco Tomás

La Federación Regional de Vecinos de Madrid (FRAVM) y asociaciones vecinales de los barrios afectados (Orcasur, Guetaria, La Cornisa, Los Hogares, La Incolora, San Nicolás y La Morada) han presentado una denuncia ante la Fiscalía de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid contra el proyecto de la plataforma logística en Villaverde PALM-40 por presuntos delitos contra el medio ambiente y la salud de la población y prevaricación administrativa.

La semana pasada tras comprobar que las obras siguen adelante, a pesar de que el Ayuntamiento no ha aprobado aún el Plan Especial de Control Urbanístico Ambiental de Usos acordado y carece de plan de movilidad fue presentada la denuncia ante la fiscalía.

En la denuncia las entidades ciudadanas destacan el itinerario jurídico «poco riguroso» del proyecto de la plataforma logística ya que sus impulsores «iniciaron las obras con una mera declaración responsable y para conseguir la preceptiva licencia de obra alteraron la realidad material y jurídico objeto de la misma». En concreto, «demandaron una licencia para una planta menor a la proyectada».

Destacan especialmente que el Ayuntamiento «haya ignorado el acuerdo del Pleno, que establece que con carácter previo a la concesión de cualquier licencia de edificación o de actividad, con el objeto de valorar la incidencia del proyecto en el medio ambiente, se deberá presentar el correspondiente Plan Especial de Control Urbanístico Ambiental de Usos».

Dicho plan «ni se ha aprobado ni tan siquiera solicitado, de tal forma que el desarrollo del proyecto, que ya ha finalizado su Fase 1, podría conllevar un delito de prevaricación y/o de prevaricación urbanística o contra la ordenación del territorio y el urbanismo».

Tal y como recoge la denuncia ante la Fiscalía, «su utilización de 2.000 vehículos diarios, entre camiones pesados y furgonetas, conllevaría una grave incidencia sobre el medio ambiente y sobre la salud del vecindario» al generar «niveles inaceptables de ruido, polución y tráfico y, por lo tanto, afecciones en la salud».

Además, continúa el escrito entregado a la Fiscalía, «se debe destacar que la Plataforma Logística no tiene acceso alguno directo a vía rápida, lo que conlleva que se deba circular por las vías urbanas del vecindario hasta acceder a ésta, con lo que ello va a conllevar a efectos de contaminación y ruidos, así como, de problemas de movilidad para dicho vecindario».

En verano, ¡aprende a cocinar al microondas! 

¿Has escuchado a un conocido decir que cocina las patatas al microondas? Vaya tontería, ¿no? Pues te diré que es todo lo contrario. 

Cocinar en el microondas significa cocinar al vapor, es decir, no se necesita agua en la que sumergir el alimento y se hace de forma homogénea. Y ahí está la clave en la que nos basamos para decir que cocinar al vapor o en el microondas es un éxito garantizado. Cuando el alimento entra en contacto con el agua y el calor mientras se cocina, desprende en ésta algunos de sus nutrientes, vitaminas y minerales.  

Con ello no queremos decir que cocer o hervir las verduras u hortalizas sea una mala opción. Desde el punto de vista del aprovechamiento de nutrientes va a ser una opción mejor, y más aún si la comparamos con otras técnicas de cocinado como es la fritura.  

Te preguntarás: En ese caso, ¿si los como crudos aprovecharía al 100% sus propiedades?. La respuesta te va a sorprender. Los alimentos varían tras someterlos a una fuente de calor, y en ocasiones esta variación es a nuestro favor, ya que nos permite absorber mejor el ácido fólico de los alimentos o los carotenoides, entre muchos otros. O en contra, porque disminuye el contenido de fibra de ellos.  

En conclusión, para aprovechar los nutrientes de las frutas y verduras debemos variar las formas de cocinado (incluyendo tomarlas crudas) y priorizar aquellas más saludables, como el ejemplo que nos atañe: el microondas 

Sarai Alonso. Dietista-Nutricionista   

LA NOCHE

 “Señor y Dios mío, da a mi corazón desearte, y deseando buscarte, y buscando hablarte, y hallando amarte, y amando redimir mis males, y redimidos no reiterados”.  (CONCATENACIÓN). Atribuido a San Agustín

Mijo, leí “La noche”, con la devoción de un monje joven (pardillo, cómo es de bella esa palabra) y descubrí que el amor se hace más sublime cuando se convierte en una pieza de arqueología que hay que saber descubrir desde los escombros y ruinas; por mi parte, como monje pardillo, el amor es uno de los pocos demonios que no quiero exorcizar, en mi caso, el amor es un demonio que quiero domesticar para que cuide la puerta de mi casa. Durante la lectura desperté una nostalgia ajena pero tan personal, que me sentí el protagonista de la rutina que trae el amor, los años y la noche. Felipe amigo, empecé a envejecer con tus ojos, siento que las cosas se detienen en el tiempo y su ruido, como el rugir de un animal prehistórico comienza a despertar mi pasado (los miedos con ectoplasma). Felipe gracias por la nostalgia ajena.

                                                P. James Gómez Murillo. Manizales, Caldas, Colombia

Ella está en la habitación, sentada, como siempre, de espaldas a la puerta, ante su pequeña mesa, rodeada de estanterías repletas de libros vivos que miran de reojo el ventanal y exponen en las portadas el ojo de Polifemo, sirénidos, centauros, rostros conocidos, imágenes de aventuras… Observo sus hombros y, bobo de mí, aspirante a Eolo, soplo el aire inmóvil en la distancia que nos separa para ahuyentar el tiempo, parar las agujas del reloj diurno y retenerla siempre así, ensimismada en sus libros de estudio, a dos pasos de mí y de mi campo de batalla, entre mis cuadernos, ambos derrotados de ilusión durante unas horas. Pienso que más tarde, cuando nos hayan reunido la primera sombra y el reflejo artificial del sueño que traspasa la cortina blanca de nuestro cuarto, podremos transgredir la dimensión conocida y descifrar la luz refulgente u oscura y los dibujos de nuestra colcha azul, violentar la intimidad de las mesillas llenas de papeles escritos sobre la diorita, y las antiguas civilizaciones, preñando de noche lechosa los cojines que dormitan apoyados sobre la carne fría del espejo del tocador.

Alda —me digo—, antes de acostarme intentaré captar con el lápiz para ti un poco de mi tiempo, lo vaciaré lentito en un tarro de mermelada vacío como los que guardas detrás de las galletas del desayuno, junto a las especias y las hierbas aromáticas que nos mandó María.

No me canso de tus gestos, ni de esa forma tuya de posar las manos serenas sobre tus libros de estudio como un rito obligado de fe en tu trabajo y en el mío. Entre nosotros no hay distancia ni existe el tiempo, te siento desde la cocina vagando de noche por el cuarto, encarnada en las sombras de cien jabalíes veloces, cuyo bramido de libertad me acompaña como un eco por el camino de regreso hacia la cama. Me acuesto junto a ti y te arrullo con mi voz de búho dormido para ahuyentar malos presagios. Enroscas tus piernas entre mis piernas, a orillas tu cuerpo enrollado en la colcha, te atiesas muy quietecita como un junco sin viento, se diría que estás muerta si no fuera por tu respiración de tejer madejas. Me anudo las manos en la nuca y, echado en el viejo cojín que tantas veces he decidido tirar, miro el techo blanco diluido en lo oscuro de la noche y en la nada flotante pienso toda la noche hasta que, ya llegada la aurora, se me escapa en voz alta un pensamiento: —¡Cuántas veces te miro a los ojos con el miedo de encontrar en ellos la rutina, el cansancio del día a día, el pozo que se llena de temores con los años cuando se seca el líquido rojo que fluye inflamado por nuestras venas arrastrando el torrente del deseo, el agua profunda que remueve la pasión circular!

         He tenido que volver al almacén de San Martín de la Vega en uno de esos días grises de tormenta en que todo se hace más pesado y tú te agolpas en mí, inundas mi pensamiento, espesa como esta lluvia huracanada crepitando sobre los pilones vacíos que una vez se nutrieron con las lufas blancas[1]. Desde la ventana rota que airea el recinto de mercancías vislumbro tu cara diluyéndose en el agua creciente, y te vuelvo a ver frente a la nave en el tendido eléctrico combado por el peso de mil gorriones que han venido a tomar el sol después de la tormenta, y en el talud emborronado de tierra blanda confundo tus pisadas imaginadas con las huellas del viejo tractor que regresa a la casa caribeña del arrendatario. Veo tus ojos grandes en los ojos serenos del mulo bonachón que pace en el antiguo huerto, debajo de los cables de alta tensión que rasgan la nube baja.

Te veo en cada saco, en cada caja que descargo del camión infinito, cuyo chófer alemán ensancha el silencio, roto por el chapoteo del viento en los estanques, y se comunica sólo con signos intraducibles para nosotros. Siento que procedes de todas partes y que a todas partes vienes conmigo, invisible, esqueleto mutante del polvo y las esponjas inservibles, agua oscura del pozo escondido entre la broza y el maíz tronchado, aparejo de labranza deteriorado por el tiempo, piel de la tierra cuyo valor es ya el de un recuerdo o un “te quiero” hermético, fardo prieto, encintado, con olor a otro país.

Nada. De regreso a la fábrica, ciento veinte kilos de nube con tu nombre escrito, vaga a mis espaldas. Estoy sudando la oscuridad por todos los poros de mi piel, sé que dentro de poco me quedaré dormido y la noche avanzará por toda la habitación y por las entrañas del reloj envejeciéndome. Tú mides el paso de los años sumida en tu propio sueño. Dejo la pluma encima de la mesa y miro por la ventana mal cerrada, a pesar de la noche aún consigo ver la carretera levantada por obras, una luna asesina vomita su odio nocturno en el polvillo brillante de los adoquines nuevos. Bajo la persiana con sumo cuidado alegrándome de oír tu respiración, que suena siempre como el contrabajo de una orquesta, porque las cosas como esta que no cambian nunca me aportan estabilidad y me hago la ilusión de que no pasa el tiempo. Aunque yo tengo por costumbre desdoblar la rutina convirtiendo cada cosa que hago igual todos los santos días en una nueva aventura, como ir a comprar la prensa a las ocho de la mañana de un sábado, a cien metros de casa, al kiosco habitual, nadie en la calle, el parque a la derecha y ¡no puede ser! ¡Sí, un ovni aterrizando sobre el cemento de la cancha de baloncesto sin hacer ruido! Si quiero, puedo visitar otros mundos sin salir de aquí.

Alda duerme hace rato. Como siempre, su librote, sostenido sobre un atril soñado en el mismo ángulo respecto al colchón no se le cae. ¿Cómo diablos lo hace? El mismo ritual todas las noches, sólo cambia el color y el título de las portadas de vez en cuando. Cuando, no sin gran esfuerzo, una vez que he conseguido hacer que suelte el libro, se da la vuelta, me sube el olor a jabón y azahar de su cuerpo.

No tengo sueño, así que empiezo a repasar mentalmente las noches que llevo durmiendo con ella o, mejor aún, las noches que llevamos durmiendo juntos. Cuento un millón de noches mientras surge de mi interior una especie de escarceo ansioso que sube y baja por mi estómago sin atreverse a salir, me pregunto cuántas de esas noches habremos hecho el amor por amor, con amor, y me quedo pensando… Y cuántas sin amor… Y vuelve el escarceo, como si garabatearan mi vientre. Sigo sin sueño. Me doy la vuelta en la cama y me pongo a mirar el punto de luz verde en el ordenador, alzo los ojos semicerrados hasta el punto de luz rojo de la micro-cadena y vuelvo a bajarlos en ángulo hasta el tercer punto de luz, el de la lámpara de la mesa de trabajo. A su lado se balancea levemente en la densa oscuridad, el planeta fosforescente colgado del techo.

Me levanto nervioso, ladeo la cortina de la ventana y sitúo mis ojos faltos de sueño en uno de los agujeros de la persiana. Una luna redonda bruñe con su luz los árboles del jardín. Sus hojas parecen de nácar. El césped tiene una tonalidad cenicienta de suelo lunar. A lo lejos se oye una voz solitaria, profiere insultos contra los políticos y todo el orden establecido. Alguien grita en un tono tan desgarrado que da verdadero miedo oírle. A ratos llora por la pérdida de su casa y entonces sólo emite gorjeos, sonidos raros, insultos en marciano. Pasado un tiempo, se hace un silencio profundo, como si alguien desde arriba, desde dentro, o desde abajo, le hubiera cortado el suministro de palabras. Yo estoy un poco asustado, me vuelvo hacia Alda que ha despachado la almohada con un manotazo y un gruñido. Su boca está irregularmente abierta y babea un poco. Me levanto y me siento en la vieja silla y cruzo las piernas sin dejar de mirarla. Pienso.

¿Por qué ya nunca hablamos?, si nos vemos y disponemos de un instante o más sin nada que hacer -tiempos muertos lo llamas tú-, sólo discutimos y liberamos tensión a la japonesa. Ya no vamos al cine juntos porque tienes que estudiar, trabajar, preparar catequesis, asistir al consejo parroquial… O escribir yo, culpa mía también. No paseamos, la palabra crisis planea por los pasillos de esta casa. Sin embargo no nos da tiempo a pensar en ello.

A veces estoy tan solo como el borracho de ahí afuera. Ahora mismo eres para mí la mujer zombi de la poética película de Tourneur [2]. ¡Pero te quiero tanto cuando te veo caminar desfallecida por el salón, cargada de ropa para tender en la terraza! Eres la muerta de los ojos castaños y piel clara siempre helada al acostarme y pura quemazón en tu cuerpo redivivo al amanecer. De tan simple que eres, ¡eres tan rara!

Zombi, muerte, pero ¿qué digo? ¡Tonterías! Me levanto y me pongo a dar vueltas por la habitación con el máximo sigilo. Me paro. ¿Y si no tenemos ya nada más que decir? ¿Y si todo es pura rutina y diálogos mecánicos?

—Hola, ¿cómo estás hoy?

—Mal día en el trabajo, ¡Uufff! Bueno, tengo que irme.

Afuera el viento trabaja lo suyo con los arreones que da a la noche. Y la noche insiste, cubre nuestra casa y la cubre con gritos insistentes, como las notas rotas de una guitarra. Adentro, los muebles del salón me llaman con eufonías espectrales, puedo oír como hablan entre ellos, las sillas, el banco de la terraza… ¿Hablarán de amor?, ¿de sus desvencijados huesos de madera? ¡Oh, Dios mío!, qué de tonterías digo y sin sueño que llevarme a los ojos.

¡Mírala ahí, cómo duerme!, me dan ganas de leerle un cuento. Mi cuerpo responde flexible como una vara de olivo cuando me levanto y voy hasta el salón para coger el único libro que queda en una de las estanterías del mueble grande, los demás, igual que todas las noches a esta hora, han desaparecido. Vuelvo sobre mis pasos y me paro un momento para chistar a los muebles que están haciendo un ruido infernal, no puedo aguantarlo, y no, no es jazz. Entro en la habitación muy disgustado, acabo de hacerme un enganchón en el pantalón del pijama y el otro está para lavar, ¡qué contrariedad! Y todo por el disgusto con los objetos ruidosos de la casa y la jarana que se habían montado.

Me quedo mirándola, la veo tan cansada, que decido no respirar muy cerca de ella. Recostada como está, sólo un poquito recostada, no tendría que hacer demasiado esfuerzo para despertarla leyéndole unas pocas líneas que tengo señaladas. ¡Cabeza de alcornoque!, pero, ¿en qué piensas? Apoyo un codo sobre el almohadón viejo, descanso el libro sobre la cama sin soltarlo y espero. Su cara está vuelta hacia mí, sus ojos buenos están cerrados, no veo crispación en sus facciones, duerme profundamente, sin pesadillas. Quisiera susurrarle esa vieja canción, pero también quiero leerle.

Cerró con sumo cuidado y se acercó con mimo a la cabecera, donde se sentó en silencio en el mismo hueco que antes había dejado y atrapó con sus manos una de las manos de María para acariciarla imperceptiblemente con uno de sus dedos a lo largo de las venas y de la delgadez de sus dedos interminables. Se detuvo un instante para escuchar el torrente sanguíneo y empezó a hablarle:

—María, tú eres mi más preciado tesoro…

Hago silencio, detengo el tiempo y planto sobre la mesa de estudio el libro cerrado, cuyo título brilla con fuerza a pesar de la débil lucecita del quitamiedos: VALENTINA [3]. En un malabarismo mental he conseguido religar el pasado y el futuro, cada microsegundo que da paso al siguiente, deja de ser presente.

La noche tizna aún más su blanco rostro de loba albina. Gruñe algo ininteligible, se revuelve y saca un brazo desnudo por fuera del edredón. Desgrano con los dedos en el aire las siguientes líneas del libro, empujando con la memoria la palabra escrita, ella se remueve y gruñe dos veces más, pero ahora el gruñido es más audible y duradero. El rostro de Alda empieza a mudar de la pureza al puro miedo y me hace recordar esas noches en que paso tanto tiempo en el baño y otras en que no cesan los sonidos extraños y las voces, muchas voces, entonando murmullos, como orando.

Me siento presa del pánico y pienso ahora que leerle fue un disparate más de mi absurda originalidad. Si no suenan a nada parecido a la música las palabras que salen por mi boca, mejor, no me morderá al despertar, y si despierta tal vez sí me morderá como hizo en sueños muchas veces ¡Zas!, ya está. Voy de nuevo a la cocina y pelo una fruta con el cuchillo de plata que nos regaló su madre, después, para calmarme, me preparo una infusión como me enseñó María.

He regresado a la habitación más tranquilo, pero no bien, algo me desasosiega. Los agujeros de la persiana dejan entrever papelinas de luz, purpurinas de plata. Yo ya estoy asfixiándome de miedo y sudor, así que abro levemente una hoja de la ventana para sentir el frío. El aire cachea las ramas de los arbolitos del jardín, una porción de viento registra los senos de los setos y los agita por dentro. Las nubes tienen esta noche forma de vejigas gigantes, pelillos luminiscentes escanean sus livianos cuerpos. En el mismo instante en que cierro la ventana, oigo varios gritos ahogados, toses y el tirar de varias cisternas a la vez en los pisos de arriba. La delgadez de techos y paredes me impide saber si trasnochan en el quinto, o hacen el amor a grito pelado en el octavo, pero no me impide saber la vida de todos mis vecinos como ellos saben la mía.

La noche se disipa sin querer, manchas de luz sobresalen ya por encima del ambulatorio. Opto por acostarme no porque tenga sueño, sino por puro cansancio. Ni siquiera me sobresalta el solitario borracho, que grita ahora con fuerzas redobladas después de un largo silencio. Ella en cambio se ha despertado de un brinco. Yo sigo reclinado en un huequito de la cama sin moverme, conozco lo que pasa por su cabeza, por eso, al ver que intenta calzarse las zapatillas, le digo muy bajito: —Si vas a hablar con los libros, ya hace rato que han vuelto. No me contesta, se acuesta de nuevo y bufa largamente, como si viniera de un sueño en un territorio imaginario lleno de letras, y sigue durmiendo tranquilamente.

Felipe Iglesias Serrano

[1] Lufa. Esponja de baño natural procedente de una semilla japonesa, que se siembra en la tierra y crece como la vid, desarrollando una preciosa flor amarilla. Felipe padre fue pionero en España de la siembra de esta esponja

[2] Yo anduve con una zombie. I walked with a zombie, 1943, Jacques Tourner. Obra maestra del cine fantástico tratada con inusitados lirismo y poética visual.

[3] Cuento de  F.S.

Las vacunas 

Nuestro sistema inmunitario es un complejo de nuestro organismo cuya finalidad principal es defendernos frente a la presencia de sustancias extrañas denominadas “antígenos, como son los virus y bacterias.

El sistema inmune desarrolla las defensas contra el antígeno, y esta defensa se conoce como “respuesta inmunitaria. Consiste en la producción de moléculas proteicas llamadas “anticuerpos” (inmunoglobulinas), que son los encargados de combatir al cuerpo extraño que se introduce en nuestro medio interno. 

Conforme el objeto extraño (virus) se introduce en nuestro cuerpo, las células de la sangre detectan su presencia gracias a un conjunto de mediadores. A partir de ese instante, saltan las alarmas en nuestro sistema defensivo de respuesta inmune, para que los linfocitos (glóbulos blancos) comiencen a producir anticuerpos, que son los elementos de defensa.

En ese momento, los anticuerpos circulan por la sangre en busca de los virus: una vez que los detectan, los marcan para su reconocimiento y eliminación. Desde el momento en que el virus genera una respuesta en nuestro cuerpo, la producción de anticuerpos hace posible que llegado un momento se alcancen niveles cada vez más elevados de anticuerpos frente a dicho virus, consiguiendo así una “inmunidad” competente, que hará posible una respuesta mucho más eficiente en el caso de que la persona entre en contacto de nuevo con el mismo virus en un futuro. 

Este mecanismo es el aprovechado para la elaboración de las “vacunas.

En realidad, se trata de la utilización de virus que han sido atenuados, modificados en un laboratorio, que son capaces de replicarse, pero sin causar enfermedad, a pesar de ello pueden conferir la inmunidad. Es decir, la vacuna contiene virus debilitados en una forma muy poco agresiva que se inyecta en una dosis pequeña, la cual se replica en nuestro organismo y produce una respuesta inmunitaria suficiente para que, en un futuro contacto con el virus para el que está diseñada la vacuna, nuestro cuerpo tenga los suficientes medios como para defendernos y eliminar el virus sin padecer la enfermedad. Esto se conoce como “ser inmune frente a un virus. 

El proceso de elaboración de una nueva vacuna suele ser un camino largo hasta que puede salir comercializada al mercado, teniendo en cuenta que debe pasar unos rigurosos controles de calidad, seguimiento de posibles efectos adversos en una muestra de ensayos clínicos, y garantizar un perfil adecuado de seguridad para poder aplicarla en la población general. No debemos olvidar que las vacunas son un medio útil para la inmunización de enfermedades infecciosas, y evitan millones de muertes en todo el mundo. 

Dr. Ángel Luis Laguna Carrero. Especialidad Medicina Familiar y Comunitaria. Máster Medicina de Urgencias y Emergencias. Experto Universitario en Nutrición y Dietética. 

 

Niveles de radiación UV 

El calor ha llegado para quedarse. Comienzan los meses de verano, y con él las altas temperaturas.  

Miramos mucho la aplicación del tiempo en el móvil para saber que ropa escoger, para programar actividades en horas más frescas, para coger el paraguas o una chaquetita, etc.; y en la gran mayoría de estas aplicaciones, en las que se ve la temperatura en todas las horas del día, también podemos observar el índice UV. Si no tenemos una app en el móvil que nos informe, podemos estar atentos a nuestra sombra, ya que a mayor longitud de sombra, menos riesgo de exposición, mientras que sombras más cortas nos indican mayor riesgo, al relacionarse con horas en torno al mediodía. 

La exposición solar puede ocasionar efectos perjudiciales para la salud, por lo que tenemos que estar muy atentos al significado de esta escala: 

 0 – 2. Bajo peligrose puede permanecer fuera del hogar sin apenas riesgo.  

 3 – 5. Moderado peligro: se debe permanecer en la sombra, usar gafas de sol, gorra o sombrero y aplicar crema solar al menos cada dos horas, incluso aunque esté nublado o haya salido del agua.  

 6 – 7. Alto peligro: se debe evitar estar en la calle en la franja horaria desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Por supuesto, uso de gafas de sol, sombrero y crema solar cada dos horas. 

 8 – 10. Muy alto peligro: piel y ojos sin protección pueden dañarse y quemarse rápidamente. Se añaden las precauciones del nivel alto: crema solar abundante cada dos horas, gafas de sol y sombrero de ala ancha que proteja cabeza, cara y cuello, y evitar salir en las franjas horarias descritas. 

 +11. Extremo peligro: sin protección, la piel y los ojos se pueden quemar en minutos. Se añaden todas las recomendaciones anteriores. 

Precaución en arena, agua o nieve, ya que aumentan la exposición. Se debe aplicar crema solar frecuentemente y también después de nadar o sudar. También se debe tener especial precaución en bebés, niños y ancianos. 

Cuida tu piel de quemaduras y envejecimiento prematuro, y sobre todo disfruta del verano. 

Miriam Perales Navarro, Enfermera especialista en enfermería familiar y comunitaria