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¡Vuelve la Marea Verde!

Marea Verde Madrid llama a una movilización el 5 de septiembre para garantizar una #VueltaSegura a las aulas

Se acerca septiembre y la apertura de los centros educativos y el gobierno de la Comunidad de Madrid todavía no ha aprobado un protocolo claro que garantice el inicio de curso con medidas de seguridad frente a la COVID-19.

Desde Marea Verde Madrid llevamos meses criticando la inacción del gobierno y pidiendo un aumento de recursos y medidas firmes para el inicio de curso. Ante esta situación de incertidumbre total, Marea Verde Madrid llama a una movilización el 5 de septiembre a las 18.00 desde Atocha-Paseo del Prado-Consejería de Educación para asegurar una #VueltaSegura a las aulas. 

Esta movilización no es la única acción prevista en el calendario de septiembre. Hace unos días los sindicatos de Educación convocaron huelgas para el inicio del curso escolar en las diferentes etapas educativas que confluirán en una huelga conjunta el 10 de septiembre. 

Desde Marea Verde Madrid saludamos estas jornadas de lucha y las consideramos necesarias para forzar al gobierno de Díaz Ayuso a que tome medidas que aseguren la seguridad en los centros educativos.

Queremos una vuelta a las aulas 100% presencial, pero para ello debemos garantizar unas medidas de seguridad que no pongan en peligro a los trabajadores y trabajadoras, ni al alumnado ni a familias y para que no conviertan a los centros educativos en vectores de contagio al resto de la sociedad.

La gestión del gobierno de la Comunidad de Madrid está poniendo en pie de guerra a todos los agentes educativos: AMPA, docentes, sindicatos, estudiantes, familias que denuncian la falta de medidas y recursos para hacer frente a la COVID-19  en los centros.

Septiembre va a ser un mes de movilizaciones en educación, a las que se debe unir toda la ciudadanía. Pues de lo contrario volveremos al cierre de los centros y a la docencia telemática lo que vulnera el Derecho a la Educación de gran parte de nuestro alumnado y genera graves problemas de conciliación en la sociedad.

Para procurar una #VueltaSegura a las aulas desde Marea Verde Madrid pedimos una reducción de ratios, desdoble de grupos para asegurar la distancia de seguridad, aumento de la plantilla de personal docente, del número de técnicos educativos, mayor contratación de personal de administración y de limpieza, contratación de Diplomad@s Universitarios de Enfermería (DUE), sin renunciar a la participación de toda la Comunidad Educativa en las decisiones y sin menoscabar la democracia en los centros.

Todas estas medidas, entre otras, las hemos desarrollado en el documento “#VueltaSegura a las aulas: líneas rojas y propuestas”: 

https://mareaverdemadrid.blogspot.com/2020/08/vueltasegura-las-aulas-lineas-rojas-y.html

Por todo ello, desde Marea Verde Madrid entendemos que todas y cada una de estas medidas afectan directamente a toda la Comunidad Educativa y a nuestra sociedad en su conjunto. Es por ello que hacemos un llamamiento a que desde todos los sectores (docentes, familias, alumnado y demás miembros de los centros educativos) asuman todas estas propuestas como reivindicaciones propias y participen en un calendario de movilizaciones para forzar su implementación. 

Pero estas medidas deben ir acompañadas de un Plan de Rescate de la Educación Pública a nivel estatal. El pasado mes de julio vimos cómo en la Comisión de Reconstrucción las fuerzas de izquierda cambiaban la redacción inicial respecto al destino de los fondos dedicados a educación con una enmienda que abre la puerta a la financiación con dinero público de los centros privados-concertados.  Desde Marea Verde Madrid exigimos al gobierno central que dicha financiación recaiga sobre los centros públicos que son los que de manera abrumadora acogen al estudiantado más vulnerable. Necesitamos dotar de recursos a la Educación Pública para hacer frente a la COVID-19 y esto se traduce en financiación. 

Fuente: Marea Verde Madrid

Rebajas

Debí de hablar en sueños de las rebajas, porque cuando desperté Alda asentía sonriendo desde su lado de la cama. La miré sin comprender y le pasé un dedo acariciador por las cejas, sus ojos cautivadores brillaban extinguiendo la oscuridad que la luz del amanecer se iba tragando poco a poco. Rocé su cara con la mía para saciar esa necesidad de comunicación física que siempre tengo al levantarme y la observé inquisitivo con mis ojos somnolientos, distanciados de toda forma humana. Nos pusimos de pie y, medio adormilado todavía, la abracé sin fuerzas. Ella se escabulló con facilidad y me dejó con las manos colgadas en el aire sobre mis propias palabras.

— Nos van a ver —me dijo creando con sus palmas abiertas una muralla natural entre los dos.

— Que no, mujer, que no. ¿De qué te sonreías antes?

— ¡Ah! Por lo de ir a las rebajas, aunque me ha extrañado que me lo preguntaras a las tres de la mañana en un intervalo de tus ronquidos.

— Pero si yo no…

Recordé de pronto haberme despertado hablando de madrugada y haber caído luego en un duermevela continuado con las orejas llenas de palabras que alguien me estuviera susurrando al oído -tal vez Avemarías-. Yo me veía impedido de contestar otra cosa que no fuera sí a todo. Horrible. Respiré hondo para tranquilizarme y me dirigí al baño.

Medio lavabo para mí, medio lavabo para ella. El grifo, combativo, expulsaba el agua compartida por turnos. Me sequé la mano izquierda, luego la derecha y después la cara, por aquello que dicen de que así no te duelen las muelas. Como yo estoy que no salgo del dentista últimamente… De la imagen ondulante que aparecía en el espejo brotaban conjuros cotidianos, “tener un buen día”, “llevar cuidado” y, si se pudiera, “ser solidario”.

El Sol hería con su luz el salón sin que las persianas de la terraza pudieran parar su torrente de rayos. Las plantas brillaban Inmutables en sus macetas pidiendo agua y la silueta de Alda dibujada sobre el cielo les hablaba refrescándolas.

El esplendor dorado de la luz solar dura unos treinta minutos en ese lugar de la casa, luego vuelven las minúsculas sombras por los rincones rodeando ese sopor temprano permanente del mes de julio. La cocina está orientada hacia el sur y da a una calle de pavimento deteriorado entre cuyas losetas deformadas por el tiempo crece la hierba. La vida se manifiesta en cualquier sitio y de cualquier manera.

Los muebles blancos de la cocina aún esperaban apagados. Nosotros nos abrazábamos con una mano sin soltarnos, ella preparó con soltura el café sólo con su brazo derecho y yo, imitando al Spencer Tracy manco de Conspiración de silencio (BadDay at Black Rock, 1954), intenté de la manera más torpe hacer tostadas. Salieron negras, a juego con el color del café, porque yo estaba pensando en las Bravas, en la cervecita y en ver libros rebajados de precio y, claro, así no me daba cuenta de lo que estaba haciendo. Durante el desayuno acordamos ir después de la compra a comer al Rincón de Roque y luego separarnos para que ella viera sus trapos y yo los libros de oferta. Los chicos dormían, tendrían que apañarse como pudieran.

Estuve alrededor de cuarenta minutos en el puesto de charcutería de mi amigo Santiago “el bajito“, que tiene una lengua tan interminablemente larga como su lomo embuchado.

De vuelta a casa tuvimos que sortear con el carro de la compra la misma clase de obstáculos que a la ida, vallas sobre el suelo inclinado, grietas, zanjas, coches invadiendo los pasos de cebra, agujeros en las aceras llenas basura desparramada desde bolsas obscenamente abiertas en posturas preparadas para una orgía de desechos orgánicos. Después de tanto sobresalto, mientras colocábamos la compra, convinimos el horario de ruta por separado y la hora aproximada para reunirnos de nuevo.

Yo no estaba tranquilo, un hormigueo iba y venía en mis adentros, me pregunté si no sería debido al estrés de trabajo en la fábrica. Desasosegado, me demoré en salir, esperaba una señal del techo, el clásico golpeteo diario de los vecinos, un signo del cielo, aquí tan negro. Alda me apremiaba con un trueno en sus ojos.

— ¿A dónde vais doños?

La sólida vocecita atravesó las paredes de la habitación, circuló por el pasillo y fue a caer cerca de la entrada con su caudal de inocencia juvenil. Claudia abrió la puerta de su cuarto y repitió el mismo susurro dulcemente.

— ¿A dónde vais?

— Al centro, a las rebajas —contesté yo temiéndome lo peor.

— Me ducho en un minuto —yo sabía que serían años— y me voy con vosotros, necesito comprarme urgentemente una falda negra larga.

Alda esbozó una tímida sonrisa de madre y yo pensé en mi plan, un plan muy simple, ver libros de saldo y luego ir a las Bravas, la vida no tendría sentido si vas al Centro y no pasas por las Bravas a tomar una ración de sus famosas patatas con salsa Brava y una cerveza. Me preocupaba porque Claudia era una especialista en desbaratar planes. El grato sendero que seguía mi pensamiento empezaba a estar en desorden con las cosas de la casa. Las cosas también se mueven, tienen vida y te cambian la tuya.

El autobús tardó más de cuarenta minutos en llegar. El monótono traqueteo y el sol que untaba de melaza las ventanillas inducían al sueño. Como alguien me dijo una vez, los autobuses son como grandes cunas, una vez dentro te invitan a dormir.

El Centro parecía la boca de un dragón, las tiendas engullían y expulsaban abruptamente a jóvenes y viejos en la misma proporción.

— Tú espéranos en la puerta —me decía Claudia, y cogía del brazo a su madre que, sin decir palabra, entraba con ella. Yo asomaba tímidamente la cabeza, con cuidado de que no me fuera arrancada por la marea humana de mujeres excitadas que entraban y salían sin parar con bolsas crujientes.

Apenas tenía tiempo de fijarme en sus caras. Un traje rojo, una blusa negra, un traje blanco tipo jungla, un suéter bandolera, unos pendientes de aro casi tan grandes como los aros con los que yo jugaba de niño al rueda rueda. Rubia tintada, con mechas, gafas verdes, chaqueta roja y bolso negro que parece un apéndice del escotillo. Otra y otras muchachas, y otras más sin rostros visibles. Canalillos mareantes. Falda vaquera caída, chanclos morados, vuelta de espaldas, ¿quién me hurtaba sus ojos? Una tienda y otra y otra más y Claudia, “¡Más deprisa mamá!”. Miles de cuerpos desordenados, serpenteando, moviéndose frenéticamente en busca de algo con que contentar su ego, algo que alzar suspirando triunfalmente. Tímidas bolsas bamboleándose en el aire áspero y cuchicheando entre ellas.

Los altavoces interiores de las tiendas nos atronaban con su latiguillo de voz monótona y dulce, frases aprendidas de memoria o leídas de un papel, acompañadas de una música dulzona espanta mosquitos.

— ¿Pero papá, qué haces?  ¿Dónde  nos esperas?  Estate quieto aquí —me dijo Claudia, señalando otra puerta más.

— Otra boca de dragón —me dije yo a mi vez— que no osaré traspasar. Y me estanqué como el agua de los estanques bajo un cielo intacto. Me acurruqué en un rincón sin moverme soñando con múltiples sendas y veredas circulares que no llevaban a ninguna parte.

Chinita morena con gafas, blusa rojo oscuro, zapatos beige abiertos, brazos en jarras, en actitud de espera, impaciente. Zapatillas de deporte, corriendo más que caminando, en piernas larguísimas del color de las piedras de agua dentro de una falda blanca y una blusa estrecha rosa. Un chico asustadizo que correteaba detrás de la blusa, la falda y las zapatillas de su chica enfadada, con cara de necesitar contentarla con algo, a espabilarse, no todo son palabras cariñosas y miradas transparentes.

El helado de cucurucho iba y venía de mi boca y mis sorbetones me aturdían más que el continuo trasiego murmurante de mujeres, al que ya me iba acostumbrando. Del principio de la calle llegaban voces ascendentes como gorjeos de pájaros, mujeres y hombres que acudían en tropel a las golosas rebajas. Detrás del cucurucho, como un tic nervioso en el ojo, se asomaba una cara casi pegada a la mía. Otra falda negra de volantes como pieles de cebolla, bolsa de compra verde, chanclas abiertas y cabello recogido en un moño permanecía en actitud de desesperada espera con el móvil en la mano. Yo seguía sin mirar sus caras, pero oía sus voces huecas junto al ruido lastimero que producían mis tripas vacías de alimento. La gente brotaba por todas partes en torno a las tiendas. Una joven rubia y delgada, unos treinta años, pantalón vaquero, gafas oscuras y zuecos marrones, caminaba delante de mí como un fantasma. Chaquetillas azules, faldas amplias de amplios vuelos, ambas compartiendo móvil y risas cómplices, parecían moverse solas sin necesidad de piernas.

El cucurucho de helado volvió a la carga, no parecía importarle pasear por mi boca y asomar por mis labios su fría cara de chocolate sin ojos. Me puse de puntillas y me agarré a la pared casi rascándola con las uñas, empezaba a sentirme como el James Stewart de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), al borde del pánico ansiolítico. Sólo veía comercios abarrotados rodeados de enormes edificios y minúsculos brotecillos verdes que, a pesar de todo, sobresalían desamparados de un pavimento del color de la tragedia recién pulimentado.

— ¿Y mis bravas y mis libros de saldo antiguos? ¿Cuándo podré tomar esa cervecita fresca?

Así comencé mi letanía diaria, en voz baja, muy baja, con los ojos entornados y un gesto dulcificado de comprensible desdicha.

— Oigo el suave trasiego de tus pies de un lado a otro de la cocina y un canturreo sentimental, el alegre chisporroteo de las patatas fritas en la sartén y la lavadora vieja, hurgando en el silencio. Tu voz llega como un murmullo hasta mí, que estoy en la terraza intentando doblegar las cuerdas de tender, y, sin apenas haberte oído, te contesto, sabiendo que no me oirás tú tampoco. Recito ingenuo la misma letanía diaria: Quiero chuletas con patatas o pollo frito con cerveza, tortilla con cebolla muy picada o sepia o calamares, boquerones fritos, tomate pelado con grandes aros de cebolla repartidos por la ensalada, piña natural y natillas caseras o flan de huevo tierno y humoso y el kefir. No, el kefir para esta noche, pero antes de la noche y del kefir, melón con arrugas y pipas resbalando por sus terraplenes amarillos y luego un poco de ti misma, disuelta con la luz de membrillo que habita en la mesilla, blanda y con sabor a tierra desolada y a noche oscura.

Abrí los ojos y encontré a mis pies un puñado de monedas desdichadas, la mayoría eran céntimos. Algunas de las personas que me las habían lanzado, se quedaban mirándome y hasta aplaudían ese susurro que suelo recitar casi a diario. Yo no me avergoncé.

El dragón seguía escupiendo gente y engulléndola al mismo tiempo con pavorosa naturalidad sin que se aplacase la sed de compras que entraba por su boca ardiente. El padre y el niño querían entrar por una de sus bocas a buscar a la madre, un libro infantil permanecía abierto al lado del chupete, el niño lloraba, mejor, berreaba, el libro también, estrujado en sus manitas, sus palabras pugnaban por salirse del papel y cruzarse con otras palabras en el incómodo viento que soplaba sin cesar. El calor quemaba. El carrito se movió descubriendo una pintada en el suelo escrita con mucho arte caligráfico:

El mundo entero sabrá que eres capaz de bajar del cielo las estrellas.

Escaparates llenos de pantallas de televisión, portátiles de todos los tamaños y colores, tablets y toda clase de aparatos electrónicos y de sonido. Guardias de seguridad que vigilaban celosamente con un mohín en la nariz semejante al hocico furioso de un perro. Carteles gigantes o medianos a todo color, impresos, a mano y a máquina, en hileras dobles, como árboles de un bosque multicolor preñado de letras que formaban la misma palabra cubierta de maleza imaginaria: REBAJAS. Tirantes de sujetador de vivos colores debajo del vestido, vestidos que cubrían piernas que andaban ágilmente en zuecos con plataforma. Una ecuatoriana rascaba el suelo con su enorme maletón que, por el tamaño, debía contener toda su vida dentro.

Desapareció el helado y la galleta crujía en mi boca como los muelles de un colchón viejo.

Era sábado, a media mañana todavía y el termómetro callejero ya marcaba cerca de los 36º, quizá habría aún tiempo de ver algo de libros viejos, tomar unas bravas mientras charlábamos y, ¿por qué no?, desprenderse del reloj, de los horarios, así, sin más, y vivir durante unas horas sin tiempo, alocadamente. Si pudiera tener más vidas encubiertas para revisar mi filmoteca, ver una y otra vez las películas que más quiero… No pedía tanto, flotar por encima de los tejados hasta agarrarme a la cola de cualquier cometa pasajero que me llevara a conocer otras galaxias, otros soles, otras estrellas. Eso es también como ver una película que amas.

— Samuelito, que inteligentemente no ha venido a acompañarnos a las rebajas, es la única persona que conozco capaz de vivir “su tiempo”. Sabe cómo tensar y poner el cronómetro de su cuerpo en marcha. Su paso elegante se transforma y se hace transparente sobre el polvo rayado de las aceras grises, de cualquier camino de agua. Él es la velocidad. Su existencia transcurre en un ralentí. Es dueño del tiempo a su antojo. Samuelito el lento, el que arrastra los pies al andar, el que no sabe dónde colocar su desgarbado cuerpo ni sus largas manos, el apático para cualquier movimiento físico, excepto para los 100 metros lisos, arranca la tierra y de la tierra con su hermana de la mano, a la que cuida desde los once años como en un juego, y tira de ella con firmeza saltando zanjas y montículos de arena para perderse por la calle fantasma de la ferretería lapona, la tienda de comestibles del chino, o la nueva frutería de Arnaldo. Y su hermana, siempre rebelde, no se deja pero se deja hacer porque la lleva planeando por el aire.

Si Raquelita, mi compañera de trabajo, no se angustiara tanto por sus clases de conducción… Le tengo que prestar sobres de tila diarios, “ya me lo devolverás”, le digo para no multiplicar sus nervios. ¡Qué bien aparenta ser feliz! Su máxima preocupación son sus clases y que la quiera bien su nuevo chico. Necesita tiempo, mucho tiempo y paciencia para recuperar la voz perdida al separarse de su primer novio. ¡Y cómo duele el primer amor! Un año sin voz es mucho dolor. Poco a poco y con nuestro cariño diario.

Si Claudia quisiera seguir escribiendo sin desactivar esa máquina de crear historias inquietantes que hay en su cabeza… Qué importa si son buenas o malas, si sigue luchando contra la bilis de su estómago, algo bueno, muy bueno saldrá pronto de su corazón herido. Todo es cuestión de tiempo. Ha crecido desde la famosa piedra de la luz oscura[1]. Ahora, a sus diecisiete años, tiene un físico imponente, unos ojos de fuego negro que impresionan y una tez morena que destella ira en la oscuridad, pero en la claridad de su alma atesora esencia de luz. Y es que tiene un don, sabe capturar la luz y crear un instante atemporal en sus fotos y retratos. Me acuerdo, y mucho, del curso de fotógrafo que mi padre no me quiso financiar cuando era joven.

Si Alda pudiera compaginar las asignaturas que le quedan para acabar tercero de Informática con sus catequesis y sus interminables reuniones del Consejo Pastoral… ¡Qué no daría yo por desvelar el misterio que rodea su cara blanca! El equilibrio sereno tan natural que resplandece intermitentemente, la sencilla aceptación que veo en sus ojos de la vida tan transparente que ella vive todo el tiempo.

Y si mi amigo Pepe “Tarzán”, pudiera terminar de escribir su libro sobre los Tarzanes cinematográficos de una vez por todas… El libro de toda su vida resumido en un grito de ayuda desde un árbol tristísimo. Y así tal vez podría vencer en su duelo titánico con el estrés que le producen el trabajo y el no poder ver su sueño cumplido antes de que la palpitante supernova estalle en su cabeza deprimiéndole para siempre. Metódico analista informático que no sabes vivir ni dormir sin la chaqueta y la corbata puestas, ¡lanza tu reloj y estréllalo contra el tiempo!

Un viento imposible se colaba entre estos edificios céntricos untados de cemento. Era terriblemente cálido, expulsaba su aliento contaminante sin distinción y ennegrecía el absurdo y humoso paisaje.

Repentinamente la gente ralentizó su paso, ya no parecían tener prisa, habían caído en una especie de inaudita sugestión. El reloj de la Puerta del Sol iba más despacio, los cuartos, las medias y las horas sonaban distorsionadas en sus campanas de alas dulces —¿Quién obliga a los relojes a dar el tiempo? Si se pudiese penetrar hasta lo más hondo del alma, quizá pudiera percibirse el tic-tac del corazón como el formidable caudal que nutre de tiempo nuestra vida diaria—. El termómetro callejero se había vuelto loco, hacía sólo cinco minutos marcaba 20º y ahora se había puesto en 46º. El viento no amainaba, vibraba y arremetía contra la plaza, hería avanzando hacia nosotros como los escudos de una legión romana. Por momentos tenía la impresión de que el cielo nos caería encima. Me sentía muy pesado de piernas, sin embargo mi corazón cabalgaba ligero, mi cabeza pensaba con enorme claridad y descifraba con sencillez algunas de esas hondas preguntas sobre la vida que de vez en cuando todos nos hacemos. Nada se espesaba, todo adquiría un significado y me parecía de una esencialidad extraordinaria. Era maravilloso observar a los demás, movían sus cuerpos desordenadamente, dentro de un caos armónico, no tenían miedo al aire lúcido que los envolvía. Caminaban abrazados en un magma sólido, áureo, que los mantenía con vida al borde mismo de la muerte por el súbito aumento de temperatura y al mismo tiempo sus caras, y ahora sí miraba sus caras, expresaban el gozo gratificante de haber comprendido las leyes del Universo, el significado de la vida y el tiempo en un mismo concepto. Y por eso iban despacio, despacito, digiriendo tiempo y viviendo lentamente. Todo era tenue y hasta el paso de la muerte que inundaba la ciudad con aire de sufrimiento, se hizo comprensible. Las flores recobraron sus colores, las hojas de los árboles estaban más vivas que nunca. En la suave luz de todas esas casitas de edificios tan altos y lejanos, el viento pareció avivar sus oídos interiores evocando sonidos celestiales en los balcones abiertos.

Vivimos la vida de personas que apenas se dejan ver, que aparecieron como gotas de lluvia diminutas y un día desaparecen para siempre y sientes arrancarse esas gotas de tu carne. Otro día llueven más gotas, más personas con una historia que contar y ya no resbalan simplemente igual que la lluvia, sino que necesitan quedarse en tu piel, ser sentidas, escuchadas, para poder sobrevivir un poco más cada día. Nada es baldío.

Ahora todos se parecían a Samuelito, todos ralentizaban su paso disfrutando de cada ínfimo instante. En sus caras se reflejaba el estado de su alma, parecían haber lavado sus pecadillos sin prisas, sobre una marcha lenta, a resoplidos, toda la vasta tiniebla anidada en cada uno de una vez por todas. Algunos bailaban, chicos y chicas se besaban, se daban palmaditas y abrazos felicitándose, demorándose en cada movimiento pero gozando de cada instante. Un segundo tardaba horas en pasar. El tiempo se había hecho eternamente interminable. Qué bonito era abrazarse sin motivo en la calle Preciados, auténtico hervidero de prisas, codazos, empellones, malos modos, miradas hoscas y acusaciones de culpa al contrario, al desconocido. Qué bonito recoger tu mano en el hueco de otra mano vacía, escuchar esas voces amigas llamándote, resonando a lo lejos, desde otra dimensión, otra época de cálidos recuerdos. Recordé qué tiempo tan feliz cuando yo era más joven y paseaba solo y sin un céntimo en el bolsillo con mi libro de cuentos de Chejov por único y fiel compañero, que no me abandonaba ni de día ni de noche. Y pensé que ahora, en mi virginal inocencia, en este mismo instante, no encontraba ni rastro de maldad ni de miedo.

No daba crédito a lo que veían mis ojos astigmáticos y en mi efusividad calenturienta me adelanté unos metros, quería mezclarme con ellos, impregnarme de ese tónico del desierto, ese insensato cielo, para desentrañar el mismo Universo. Deseaba sentirlo, vivir como ellos esa gratificación de los sentidos que ascenderían gradualmente por mi ser para hacerme libre, pues los demás también lo eran.

El viento disminuyó, se retrajo por la calle Mayor hasta los jardines del Moro, mis ojos cenagosos, amazónicos se volvieron para vislumbrar en el termómetro callejero los 24º de nuevo. Como si despertaran de un sueño, los que habían sido personas durante esos breves instantes, recobraron su aire retraído, individualista, unos se calzaron los cascos, otros optaron por el móvil, para todos ellos los demás éramos inexistentes. Volvió el murmullo ensordecedor, millones de grotescas figuritas graznaban palabras ininteligibles y agitaban los brazos en todas direcciones con ansias de volar, de elevarse, como en un sueño, hacia los ciclópeos edificios que rodeaban la Puerta del Sol, tratando de alcanzar cualquier mísera cosa, un anuncio empotrado en lo más alto. Bajo aquel cielo rosado sólo existía la palabra REBAJAS. Mientras, un millón, poco más o menos, de hombres con ojos calculadores como los de un animal hambriento esperaban fumando, hablando de fútbol o contando chistes verdes frente a los escaparates llenos de reflejos. Sentí de nuevo pánico escénico, los ojos se me volvían de cristal de agua. Notaba la agresividad ambiental, la necesidad creada artificialmente de usar y tirar, el afán desmedido de poseer y hastiarse con la misma inusitada rapidez. Sentía disgusto por los que comercializan el miedo asustando a la gente para que compre las cosas que no se necesitan.

— Pronto, pronto, rápido. ¡Huy, qué cara tienes! Ni que te hubiera caído el Sol encima, estás rojo, rojo —remachó Claudia con ojos pizpiretos.

Acelerada, nerviosa con su falda negra larga en la mano, miraba a su madre, que me pasaba con suavidad la mano fría por la cara intentando descubrir no sabía qué. Pero sólo consiguió que yo diera un respingo ante el tacto de sus dedos heladores.

— Ya lo he encontrado —musitó Alda en una esquina de mi oído, y me dio un mordisquito en la oreja en señal inequívoca de que estaba contenta, mientras a mí me recorría un escalofrío de placer, y también de miedo por los inquietantes silbidos del viento.

— Pero bueno, ¿no habéis notado el subidón de temperatura?

Les hablaba musicalizando las palabras y trataba de explicárselo con gestos como haría un buen italiano. Las dos se miraron extrañadas y empezaron a hablar entre ellas, ignorándome.

— Te lo dije mamá, no debemos hacerle esperar tanto —pude oír cómo le susurraba Claudia en un tono anormalmente bajo.

— Al menos espero que tanto tiempo de tardanza les haya servido de algo —pensé conformándome—. ¿Y ahora ya podemos tomarnos unas bravas y unas cervecitas? —les solté muy ilusionado.

— Luego, después —me dijo dulcemente Alda—. La niña quiere ir a Pontejos, ha perdido un botón, el de su otro pantalón, esencial para su vida social, según ella.

El silencio subió del suelo y un aire de sufrimiento y un río de lágrimas amables e invisibles sembraron mi cara contrariada. La vida es inapreciable si no llevas cargada la espalda con algo así como un anuncio que diga: REBAJAS.

[1] Cuento de la luz oscura. FS

Felipe Iglesias Serrano

Almeida y Villacís presentaron en el Distrito la Tarjeta Familias

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, y la vicealcaldesa, Begoña Villacís, presentaron el 26 de agosto la Tarjeta Familias, una nueva herramienta del Ayuntamiento para la atención social que permite cargar ayudas económicas destinadas a necesidades básicas que los usuarios pueden gastar en cualquier establecimiento de alimentación.

Acompañados del delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social, Pepe Aniorte, y de la concejala de Villaverde, Concha Chapa, y tras visitar el Centro de Servicios Sociales Eduardo Minguito para conocer de primera mano el trabajo diario de los profesionales del centro y los retos a los que se enfrentan, ambos han dado a conocer esta iniciativa impulsada con motivo de la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19, que nace con vocación de permanencia.

La Tarjeta Familias es similar a cualquier tarjeta bancaria y se usa en cualquier comercio, evitando las colas para la recogida de alimentos. Por otra parte, sirve para dar una respuesta homogénea en todos los distritos, ya que será la herramienta preferente para este tipo de ayudas en todos los centros de servicios sociales.

Además, esta tarjeta, que se podrá entregar en cuestión de días, reduce el tiempo de espera que, en el caso de las ayudas de emergencia, antes del confinamiento podía ser de hasta cinco meses. Por último, permite acudir a cualquier establecimiento de alimentación de Madrid.

El Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social estima que hasta el 31 de marzo de 2021 el Ayuntamiento destinará alrededor de 27 millones de euros a ayudas tramitadas a través de estas tarjetas. La cuantía de las ayudas que se cargarán en ellas va de los 125 a los 630 euros al mes, dependiendo de la renta per cápita y del número de personas que forman la familia.

PRENSA AYTO.

Villaverde Activa y la COVID-19

El impacto de la COVID-19 sobre nuestras vidas no tiene precedentes. A los efectos más evidentes sobre la salud, la economía o el empleo se unen otros muchos de los que vamos teniendo conocimiento según pasan las semanas o cuyas consecuencias iremos viendo en el futuro próximo. En nuestros barrios, en toda España y en el resto del planeta.

Entre esos de los que no se habla tanto -más bien de los que se ha dejado de hablar- está el cierre de los centros educativos. En Asamblea de Cooperación por la Paz, donde consideramos la escuela como el mayor igualador social que existe, miramos con preocupación las consecuencias que esta medida está teniendo sobre los niños y niñas y jóvenes, especialmente de las familias más vulnerables. En este sentido, consideramos que ahora más que nunca el Estado tiene la obligación de dar respuesta a las necesidades del alumnado y de las familias en su totalidad, reforzando planes de apoyo y compensación educativa integrales que garanticen que cualquier alumno o alumna, en cualquier hogar y en cualquier situación social pueda tener las mismas oportunidades de aprendizaje y de desarrollo personal.

Pero el cierre de colegios, institutos y universidades ha tenido otros efectos colaterales. Las aulas son también uno de los espacios en los que trabajamos las organizaciones de la sociedad civil, contribuyendo a construir una ciudadanía activa y comprometida con el cumplimiento de los Derechos Humanos. Decenas de ONG han tenido que paralizar, en consecuencia, sus proyectos  educativos. ACPP es una de ellas.

Desde 2018 trabajamos en Villaverde a través del proyecto #VillaverdeActiva que tiene como objetivo principal mejorar los valores relacionados con la paz y la no violencia, la solidaridad, los Derechos Humanos, la equidad de género y el respeto a la diversidad entre la comunidad educativa del Distrito.

Durante este periodo hemos realizado numerosas actividades en los centros educativos de Villaverde para fomentar la igualdad de género, combatir la discriminación y los prejuicios y dar a conocer la economía social y solidaria para contribuir a la construcción de un entorno socioeconómico y ecológicamente más sostenible. Algunas de ellas las hemos contado en este mismo medio. Poco antes de la llegada de la pandemia a España organizamos una actividad de “aprendizaje cooperativo”. Nuestro objetivo era fomentar la reflexión por parte de los y las jóvenes sobre determinadas temáticas habituales entre ellos y ellas. Por ejemplo, las adicciones.

Organizamos una serie de talleres, que tuvieron lugar en el IES Villaverde, en los que se trabajó sobre este tema desde un punto de vista farmacológico y biológico, fomentando el conocimiento y sensibilización de los y las jóvenes e incorporando otros enfoques alternativos al de la simple prohibición. Los y las participantes conocieron la farmacología básica del alcohol, tabaco y cannabis, recibieron información sobre los riesgos asociados al consumo y conocieron pautas de manejo en situaciones de riesgo.

Se hizo hincapié en los efectos y consecuencias sanitarias y biológicas que tienen estas sustancias sobre el organismo de las personas que las consumen y se desmontaron algunas ideas o falsos mitos que circulan entre las personas jóvenes y que habitualmente se utilizan para minimizar los riesgos del consumo.

Pero el trabajo no sólo se realizó desde un enfoque individual, sino que se incorporaron al debate los efectos sociales que supone el uso continuado de sustancias adictivas. Todos y todas las alumnas involucradas en las charlas contaron sus propias experiencias y punto de vista y se mostraron muy interesados en la temática.

Como decíamos, poco después de esta actividad, la llegada de la COVID-19 paralizó #VillaverdeActiva. Pero esperamos que pueda volver el curso que viene. Cuando el alumnado y el profesorado regresen a las aulas retomaremos nuestro proyecto. Todavía nos queda mucho por hacer. Seguiremos con nuestro programa de tiempo social por moneda en el que participan varios establecimientos del Distrito, queremos hacer un intercambio entre jóvenes de Marruecos y Villaverde y lanzaremos una guía para que el profesorado pueda llevar a las aulas temáticas relacionadas con su entorno socioeconómico y las estructuras y fórmulas existentes para el trabajo en red, la participación democrática o el sistema de bienestar.

Todo ello con el objetivo final de seguir con la construcción de una ciudadanía activa y comprometida entre la juventud de Villaverde.

Equipo de ACPP Madrid

Vuelve el cine de verano a Villaverde

Auditorio municipal El Espinillo: Calle Tertulia, 5. (El Espinillo)
  • Viernes 31 de julio a las  22: 15 horas:  Men in black. (No recomendada para menores de 7 años).
  • Sábado 15 de agosto a las 21:45 horas:  Hotel Transilvanya 3 / Padre no hay más que uno. (Todos los públicos).
  • Sábado 5 de septiembre a las 22:15 horas: Peter Rabbit. (Todos los públicos).

Parque Huerta del Obispo: Calle Palomares 34 (Villaverde Alto)

  • Jueves 30 de julio a las 22:15 horas: Spiderman lejos de casa. (No recomendada para menores de 7 años).
  • Jueves 27 de agosto a las 21:45 horas: Pokemon detective Pikachu.(Todos los públicos).  Ha nacido una estrella ( No recomendada para menores de 12 años).
  • Jueves 10 de septiembre a las 22:15 horas: Blade Runner (No recomendada para menores de 12 años).

Plaza de los Pinazo: (San Cristóbal de los Ángeles) 

  • Sábado 1 de agosto a las 22:15 horasEl mejor verano de mi vida.(Todos los públicos).
  • Sábado 22 de agosto a las 21:45 horas: Lego 2. (Todos los públicos) /  Anacleto agente secreto ( No recomendada para menores de 16 años).
  • Sábado 12 de septiembre a las 22:15 horas: Jumanji: bienvenidos a la jungla. (No recomendada para menores de 7 años).

 Pistas polideportivas Marconi (Colonia Marconi)

  • Sábado 8 de agosto a las 22:15 horas: Kong: La Isla Calavera .(No recomendada para menores de 12 años).
  • Sábado 29 de agosto a las 22:15 horas: Este niño necesita aire fresco. (Todos los públicos).
  • Martes 15 de septiembre a las 22:15 horasSúper agente canino. (Todos los públicos).

Parque de la Amistad (Villaverde Bajo)

  • Jueves  6 de agosto a las 22:15 horas: Aladdin (Todos los públicos).
  • Jueves 13 de agosto a las  22:15 horas:  Spiderman un nuevo universo (No recomendada para menores de 7 años).

Parking del Centro Cultural Los Rosales (Butarque)

  • Jueves 20 de agosto a las 22:15 horas: Perdiendo el este (No recomendada para menores de 7 años).
  • Jueves 27 de agosto a las 21:45 horas: Ballerina (Todos los públicos) /  Wonder woman (No recomendada para menores de 12 años).

Escaramuza, rock libertario del sur de Madrid

Escaramuza es un potente grupo de punk rock (o como ellos se definen: de “rock libertario”) formado en el sur de Madrid allá por el 2009. Los traemos hoy a este espacio porque hemos detectado movimiento en torno a la banda, andan atareados con nuevos proyectos, y queremos avisaros con tiempo para que estéis atentos y no os perdáis todo lo interesante que en breve nos van a brindar.

Pero recapitulemos… Once años de carrera dan para bastante, y obviamente el grupo ha tenido oportunidad de curtirse en directo y tiene ya un recorrido. Nos lo confirma Santi, su cantante: “Hemos hecho más de 200 conciertos en todo tipo de salas: pequeñas, grandes… festivales pequeños y grandes, muchos centros sociales…”. Esto nos da otra clave sobre Escaramuza: son gente comprometida, algo que se nota en sus letras y en su actividad. Por estos lares ya les conocemos, pues también se mueven por nuestros barrios, terreno natural para ellos, destacando su participación en las recordadas jornadas del Ateneo Libertario de Villaverde en 2016, junto con otras bandas, a beneficio de distintas causas sociales del Distrito.

En cuanto a material publicado, tienen ya dos discos en su haber, El rayo de la oquedad (2012) y Políticas del no (2017), que rebosan energía y cumplen a la perfección los cánones del género. En estos momentos, y llegamos por fin a lo que quería contaros, se encuentran preparando el tercero, “que nos gustaría que fuera doble, eléctrico y acústico”, continúa Santi, quien nos avanza que además en breve se presentará la nueva formación de la banda, incorporando una voz más, en este caso femenina, la de Lucía, que colabora en el set acústico. En cuanto al eléctrico, continúan los escaramuzos de siempre, pero están buscando un nuevo batería (atención batacas, puede ser vuestra oportunidad).

Y como decía Mayra Gómez Kemp (toma cita viejuna), “hasta aquí puedo leer…”, pero insisto: pronto habrá más y muy molante… Ya sabéis, permaneced en sintonía: pronto la escaramuza se convertirá en ataque masivo, con toda la artillería pesada. Punktos suspensivos…

Roberto Blanco Tomás

Sígueles la pista en: http://escaramuzarock.com/

https://www.facebook.com/ESCARAMUZA

https://www.youtube.com/user/8h10min

Espectáculos culturales al aire libre para disfrutar del verano en Villaverde 

El verano de 2020 será diferente al de otros años, de eso no cabe duda ¡Pero también será entretenido! Ése es, al menos, el objetivo de la programación cultural que ha organizado la Junta Municipal del Distrito Villaverde, con actividades y espectáculos al aire libre y para público de todas las edades.

Después de meses de encierro y restricciones, llega el momento de recuperar la normalidad en el Distrito, poco a poco y con todas las máximas precauciones. 

Así, desde la Junta se ha adaptado y aplicado la normativa en materia de seguridad sanitaria a la organización de los espectáculos en la calle, localizando espacios que permitiesen mantener una distancia interpersonal no inferior a dos metros; mediante  el control del aforo y el acceso a los recintos y el uso obligatorio de la mascarilla, etcétera. 

Las propuestas culturales de este verano se desarrollarán por la tarde/noche de los fines de semana, del 10 de julio al 22 de agosto, en diferentes escenarios de Villaverde. El programa incluye variados espectáculos de teatro, títeres, magia y, por supuesto, conciertos. 

La música será una de las grandes protagonistas de la programación estival de Villaverde, con varios conciertos de música clásica, actuaciones de orquesta y muestras de baile flamenco. 

Para los peques del Distrito se han organizado representaciones teatrales, cuentacuentos, animación con pompas y espectáculos de magia para disfrutar en familia. 

Programación 

10 de julio. Muestra de baile flamenco a cargo del bailarín Alberto Alonso. Parque Huerta del Obispo, a las 22:00. 

11 de julio. Animación infantil: Porompom pompas. Compañía Camel Cat. Parque de Ingenieros, a las 20:00. 

11 de julio. Concierto Orquesta Plenitud. Parque Ciudad de los Ángeles, a las 22:00. 

12 de julio. Zumba a ritmo de música. Instalación Deportiva Municipal Básica Ciudad de los Ángeles, a las 10:30. 

12 de julio. Títeres de hilo: Pedro y el lobo. Compañía Títeres 4 Caminos. Parque de la Hermandad, a las 20:00. 

17 de julio. Música clásica: Cuarteto Mozart’s. Parque Carretera de Villaverde a Vallecas y C/ Clara Schumann, a las 22:00. 

18 de julio. Concierto: Daniel Sánchez, cantautor. Auditorio de Espinillo, a las 22:00. 

18 de julio. Magia. Bam Bam. Parque de la Amistad (zona pistas de básquet), a las 20:00. 

19 de julio. Zumba a ritmo de música. Instalación Deportiva Municipal Básica Ciudad de los Ángeles, a las 10:30. 

24 de julio. Teatro infantil: Risas en la granja. Compañía Tanalborde. Parque de la Rueda, a las 20:00. 

25 de julio. Exhibición de música urbana. DJ Ozetak y Samuel Martí (bailarín). Parque Dehesa Boyal, a las 22:00. 

26 de julio. Flamenco-danza: A cal y canto. Compañía Rocío Mora. Plaza de los Pinazo, a las 22:00. 

31 de julio. Cuentacuentos: El porqué de los seres y las cosas. Nelson Calderón. Parque al final de la C/ Virgen de los desamparados, 22, a las 20:00. 

1 de agosto. Teatro adulto: Guarnición de mentiras. Compañía Salto al Vacío Films. Parque Huerta del Obispo, a las 22:00. 

22 de agosto. Concierto: Orquesta Plenitud. Plaza Mayor de Villaverde, a las 22:00. 

FUENTE: JMD VILLAVERDE / REDACCIÓN 

EL MONOLITO

Viajaba en autobús con un mal disimulado semblante de felicidad, iba al cine. Me distraía mirando por la ventana las líneas blancas del asfalto. Un sol anoréxico flirteaba entre las nubes, hacía un calor tórrido impropio del mes en el que estábamos y el aire dentro del coche era calentón. El terrible sofoco y un leve incidente bastaron para soliviantar mi oído. Dos muchachos sentados detrás de mí sostenían una triste conversación sobre lo mucho que se aburrían hablando de sus cosas y sobre mentir a un tercero. De pronto, el sonido devastador de dos móviles sonando al mismo tiempo zumbó en las orejas de los viajeros alterando nuestra modorra feliz. Sin poder evitarlo, miré de reojo. Los jóvenes se habían puesto de lado dándose la espalda y mentían al unísono a sus aparatos. Uno de ellos cruzaba y descruzaba las piernas con un tic intranquilo en el pie. No lo aguantaba más, me levanté para cambiar de asiento. Mala señal para un supersticioso. Afortunadamente, antes de llegar a los asientos del final, que tanto odio por los muchos malos olores que se concentran allí, vi un asiento libre. Fue mi salvación pues, aunque daba al pasillo, podía ver a través de la ventanilla cómo el aire deshacía un grupo de nubes de color pomelo que amenazaban con deshilacharse sobre un horizonte anaranjado.

Aún no había sacado mi tranquilizador cuaderno de pelis vistas y anotadas durante el año, para darle un vistazo, cuando un suave clic seguido de otro me produjo un leve sobresalto.

Escuché atentamente, parecía que un grillo metálico correteaba bajo los asientos. La muchacha que se sentaba a mi lado tecleaba con pasmosa celeridad un mensaje en su móvil azulado. Su aparente imperturbabilidad contrastaba con el tecleo de sus piernas acompañando el ritmo de los dedos. Tal vez tuviera mucha prisa por saber la contestación antes de haberlo enviado. Evidentemente no pude concentrarme ni pensar ya en hacer mi lista de pelis favoritas basada en los estados de ánimo. Por el contrario, con la excusa de ver el paisaje, la observaba a ella por el rabillo del ojo. Su cara aniñada denotaba satisfacción y en sus ojos vivarachos se presentía una pizca de mimo. Llevaba varios aros en la oreja izquierda y el pelo muy corto, pensé que quería significarse por algo. Durante el trayecto no pude dejar de mirarla, aunque reconozco que está mal y no es una cosa que yo suela practicar. Nada. Sostenía el móvil igual que un pajarillo recién nacido. La cabeza baja, sin apartar un instante la mirada de adoración a la espera de un milagro en la pantallita, algún acontecimiento extraordinario. Exteriorizaba un anhelo conmovedor. No esperó mucho. Un doble bip largo resonó con fuerza en el autobús y, aunque ya lo esperaba, volví a sobresaltarme de nuevo. Al parecer nadie más se dio por enterado. La muchacha se quedó mirando el móvil un buen rato sin articular sonido ni movimiento alguno, los dedos paralizados, tumbados sobre las teclas. Al cabo de ese silencio aparentemente prolongado, el interior de su garganta emitió un gritito sordo pero firme. Tardé unos segundos en entender lo que había querido decir con aquel sonido y la verdad es que estaba sobre ascuas, vivamente interesado por su actitud y atento a los posibles cambios de semblante, pero ella, impasible, no movió ni una pestaña. Se levantó y me pidió paso con los ojos, yo me aparté y me quedé observando cómo se bajaba.

Me acoplé en el asiento al lado de la ventanilla que había dejado libre, el plástico aún estaba caliente y el espacio que había ocupado olía a colonia juvenil. Me distraje mirando por la ventanilla. Un hilo de luz quebró el cristal y llenó de reflejos de colores la niebla de mis ojos. Pensé que me hubiera gustado confortar a la muchacha con algún gesto comprensivo en medio de su desamparo, pero los vaivenes del autobús hubieran frenado cualquier movimiento en ese sentido.

Estábamos en el Hospital 12 de Octubre y todavía no me había decidido entre ir a una sala de cine comercial o a la Filmoteca. La primavera estaba en plena madurez. Los pequeños campos de espigas encerrados entre los minúsculos terraplenes que dividían las calzadas de paso, compartían terreno con margaritas y amapolas salvajes y algunas calvas de hierba seca.

“¡Cabrón!”, esa era la palabra, el siseo que había oído de labios de la muchacha y empecé a especular con lo que pudiera haberle pasado. Un mal “rollito” tal vez. Confuso y presa de un sentimiento de culpabilidad, me puse a escudriñar el bus. En los asientos donde habían estado los dos muchachos, se encontraba ahora una pareja de ancianos que no dejaban de hacerse carantoñas. Por su aspecto dicharachero y sus pícaras miradas, se diría que se dirigían a un baile de jubilados. En los asientos paralelos al mío, al otro lado del pasillito, sonó una llamada de móvil que, por los ojos del dueño, era esperanzadora, y en el asiento delante del suyo se escucharon un par de tremendos bips. Tampoco esta vez pude evitar sobresaltarme. El receptor de la llamada, un treintañero con cara de informático, hablaba en tono alto con intervalos breves y cierto sosiego en su voz, que iba perdiendo a medida que hablaba. Supongo que quería convencer a toda costa a su interlocutor.

Su rostro dejaba traslucir el enfado que sentía, quizá por algún trabajo mal ejecutado por alguien al otro lado de la línea. Sólo faltaba para completar el cuadro, que llevara en su portafolio el manual del ejecutivo agresivo. Cuando dejó de gritar, guardó el móvil en el bolsillo interior de su chaqueta con el gesto de un verdadero tahúr al guardar en la manga su carta más preciada, sacó la punta de la lengua al tiempo que se pasaba el pulgar por los labios con un aire de jugador de póker o quizá de perdedor divorciado. Pensé que iba a sacar otra carta u otro móvil de algún otro bolsillo.

Ensimismado como iba, no me percaté de que estábamos atravesando el Puente de la Princesa que desemboca en Legazpi. Unas míseras gotas de lluvia creaban pálidos círculos sobre el Manzanares. El desalentado río se movía entre la bruma y el esperpento como el esbozo de un cuadro abstracto, con una pizca de claridad en alguno de sus tramos de agua turbia. Los patos salían huyendo de su propia vida, surcaban el agua como si atravesaran un abismo, no deseaban el río por morada. Los animales no son tontos, olfatean el peligro, saben que algo está fuera de su sitio antes que nadie, como una revelación, tal vez de los árboles susurrantes que jalonan las orillas de aquella mísera masa de agua huidiza, encajonada entre murales de piedra a su paso por la ciudad.

¿Sería posible que nadie fuera capaz de ver lo que yo estaba viendo, lo que intentaba descifrar a través de la diminuta ventanilla, cubierta por la estela del polvo que trepaba desde las ruedas? Me hubiera gustado tener una visión más completa, a cielo abierto a ser posible, pero no hice nada por bajarme, tengo miedo de lo que no puedo ver. Sacudí la cabeza varias veces con infeliz emoción y como si un poder íntimo me guiara, tracé con el índice un sendero imaginario en zigzag para señalar el enorme monolito rectangular, semejante a uno de esos grandes móviles que tanto se llevan ahora, de pantalla táctil y superficie completamente lisa, que permanecía suspendido del techo celeste. Enseguida me acordé de la película de Kubrick, 2001: una odisea del espacio, con su monolito precursor de los móviles modernos. Alerté a todos los viajeros en medio del tenue balanceo del bus y del soplo hostil de la oscilante carretera sin dejar de apuntar con mi dedo al tierno cielo. Todos miraban y me miraban sin ver nada ni entender nada de lo que les decía, y yo no dejaba de explicar con tumultuosas palabras y gestos desordenados la espeluznante visión de aquel objeto reflectante, señalándolo para captar su atención. Ellos, después observar el cielo limpio y observar cómo exteriorizaba mis exageradas emociones, dejaron de escucharme, molestos por haber interrumpido su calma y su religiosa actividad de acunar el móvil en sus manos, que es como tomar un valium duradero o adorar el tótem que gobierna nuestros sentimientos. Desde el fondo de sus ojos pisaban mi sueño que no era sueño, sino polvo de lluvia dormida cuando truena el agua bajo la tierra.

El monolito permanecía en lo más alto del cielo celoso, con impasible serenidad, inmovilizando el paisaje nublado y todo cuanto había de movedizo a su alrededor. El tiempo, imantado por aquello, se movía hacia atrás mientras el autobús seguía avanzando hacia adelante, buscando fronteras imaginarias sobre el mismo cielo y sobre las calles sucias, bordeado por la tierra que las constructoras de edificios habían desmoronado.

Nos íbamos alejando y la visión del insólito y silencioso artefacto se fue empequeñeciendo en la sucia ventanilla trasera de aquel viejo cacharro con ruedas. Así, visto de lejos parecía un alfeñique, un pequeño móvil barato desechable y sin valor alguno, pero cuando dejó de verse, yo sabía que seguía allí plantado, sobre ese cielo pintado donde se estrellan los gritos humanos, eclipsando la luz del Sol con su propio destello acerado. Ya sólo algunos pasajeros seguían mirándome con gesto de conmiseración, como diciendo “pobre hombre, el móvil lo ha trastornado”. Las miradas se desploman si las sostienes, y eso hice. Volví a sentarme compungido y alterado por la extraordinaria visión que, al parecer, sólo yo había experimentado. “Debo tener barro en los ojos”, pensé al mismo tiempo que sentía sobre mí, reptando por los entresijos del vehículo, a la misma tierra sobre mis huesos, el dolor sólo iba cambiando de sitio, y la soledad. Los demás dejaron de prestarme atención cuando pensaron que estaba más calmado, pero yo seguía rumiando en mis adentros el posible significado de todo aquello. ¿Qué hacía aquella cosa inmovilizada en medio de un cielo escuálido? Excitado y muy cansado, me recosté sobre el asiento hundido en mis pensamientos, cerré los ojos. Todo se volvió negro. Respiraba susurros de voz para agotar el ruido molesto y dejar descansar mi memoria.

Inmerso en mi duermevela, una sucesión de monolitos, densos como el silencio urbano, descerrajaron pesadamente mi descanso con su presencia. La tierra tembló, noté en mis labios un nuevo sabor a entrañas vivas, el autobús iba cayendo hacia arriba sobre un cielo circular cercado de sombras. Abrí los ojos sobresaltado, la carretera estaba llena de baches vagabundos. Cada pocos metros, menudas margaritas y pequeñas flores de San José florecían en cada agujero abierto sobre el asfalto. Me encontraba como un nadador del subsuelo que trataba de abrirse paso entre la pureza de un brote de piedras jóvenes asentadas sobre la tierra virgen. Se es viejo cuando uno olvida lo que es ser joven y se le acaban los porqués. La juventud es un talismán que se guarda en el corazón, una luz que se lleva en los ojos.

¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Seguro que no era una revelación divina, ¿qué era entonces aquello?, ¿quién o quiénes lo habían puesto allí?, ¿con qué fin misterioso? Tal vez “alguien” quería avisarnos de algo, pero, ¿de qué?

Ni siquiera me di cuenta cuando aquel joven se sentó a mi lado. Nada más acoplarse al asiento, hizo un extraño con el cuerpo y sacó un móvil del bolsillo. Era plateado como un pequeño menhir pulido y él lo cubría amorosamente con las manos en medio de la entrepierna. Yo no salía de mi asombro y no podía dejar de mirarle. El muchacho repasaba las teclas con la yema del pulgar una y otra vez sin pestañear como si tratara de encontrar algo entre los números o esperara ver aparecer en la pantalla a alguien deseado. Luego, de repente, comenzó a acariciar frenéticamente los costados del menhir-móvil y a frotarlo contra su pierna en un recorrido desde el interior de la ingle, la rodilla y el exterior del muslo.

Jadeaba durante un segundo y volvía con más ímpetu. Emitía un áspero sonido de cantos rodados, sin necesidad de orejas ni auriculares. Sudaba. Dejé de mirarle para no sudar yo también.

Sin apresurar la marcha llegamos a la altura del Puente de Segovia, donde el autobús dobla para subir con su escaso aliento hasta la Puerta de Toledo, a la izquierda quedaba el campo de fútbol del Atlético de Madrid. Una estampida de ecos procedentes del estadio estalló en el aire y grabó en nuestra memoria el vocerío originado por el último partido. Estaba claro que al conductor no le esperaba nadie. El bus subía renqueante con un murmullo de ciclista fundido. Las nubes habían desaparecido y el viento se había convertido en una leve brisa adormecida, pero el sofoco iba en aumento. El cielo tenía ahora un color teja negruzco y, vistos desde fuera, seguramente los viajeros ofrecían el aspecto de figuritas planas dibujadas con tinta china o carboncillo.

Yo seguía sin concentrarme en mi cuaderno de películas. Dos muchachitas jóvenes se sentaron delante de mí y enseguida el sonido inmisericorde de un timbre ramplón me aporreó los oídos.

  • ¡Holaaa! ¿Qué tal? ¡Síiii! ¿Ahora? Tía no te preocupes… No tía de verdad, para eso estamos las amigas… Sí, estoy con Marga… Sí, venga, ¡que si! Tú no te muevas de ahí y respira despacio. Yo me peleo casi todos los días con mis viejos… Sí claro, a mí también me dan la brasa… Sí tía, te recogemos, nos vamos a la tetería y te relajas. Ayer mismo me dio una traca de ansiedad porque no me acordaba cómo se graba un CD en el ordenador. ¿Te lo puedes creer?… Alucino yo también.

Se hizo un corto silencio…

  • ¿A que ya estás mejor tía? En la tetería hablamos y nos cuentas, ¿vale?… Hasta luego, hasta luego.

Al bajar del bus, la parada era un horno sofocante y qué puñetero estaba el Sol ahora, qué pesado se pone a veces ¡Ni que le hubieran puesto brillantina en la calva! Yo caminaba alelado, un poco a ciegas, y sin haber decidido la sala de cine. Mis problemas de espalda y mi cansancio eterno no dejaban sitio en la agenda de mis huesos. Ya iba dispuesto a ver cualquier cosa. Buscaba entretenimiento para ver con mis ojos indecisos llenos de ensueños densos.

Entré medio encabronado al cine. El rudo bajito salió sudoroso y como asustado de las taquillas, cortó mi entrada en un santiamén y con dos ágiles zancadas volvió a la cabina para seguir dándole palique a las taquilleras. Me disponía a subir las escaleras para ubicarme en la sala 4, cuando “el rubio” salió a mi encuentro desde la sala 2. Tras un breve saludo ceremonial, intercambiamos unas frases rápidas sobre la salud y el tipo de películas que daban esta semana.

  • De risa —me dijo.

Hasta el final de la película no supo la panzada que me di a llorar por haber tirado casi diez euros.

También lloraba para aflojar los nervios y porque ya no estaba tan seguro de lo que había visto, si es que había visto algo. Olvido y recuerdo. La peculiar imagen continuaba rondando por mi cabeza, no había podido sacarla de ahí. Era una visión enrollada en los ojos. Se quedó escrita con tinta invisible en la palma de la mano para que la fuera leyendo lentamente bajo un cielo temblón con oleadas de nubes besándose a ráfagas. Nunca iba a olvidar algo así.

Uno, dos, tres, cuatro… Había una docena de espectadores aproximadamente. Recoloqué la cabeza y estiré las piernas, pero no me las encontré con tanta oscuridad ¡Tanto terciopelo en el asiento y moqueta en el suelo! Buscaba acomodarme para encontrar el estado anímico perfecto, pero no lo conseguía y me encabrité conmigo mismo. La sesión iba a empezar y aún seguía entrando gente, lo que resultaba un fastidio, pero no podía hacer nada, ni tenía ganas de moverme con el maldito calor. En la sala no había aire acondicionado, ¡claro!, no era tiempo. Por fin parecía que todo el mundo estaba en su sitio, sólo se oía el ronroneo de las palomitas entrando en las gargantas ávidas.

¡Tekelili!, ¡tekelili!… ¡Dios del espanto y de la tiniebla! ¿Pero qué…? ¿Quién es? Hizo que me sintiera envuelto en un hálito de aire envilecido. Ya no encontraba la butaca, ni mucho menos el suelo. Palpé angustiado mi ropa y después de unos segundos eternos, encontré algo que se agitaba inquieto, que se me iba y se me venía como un pececillo recién pescado, algo que renacía dentro de mi ropa cuando antes estaba tan desmayado en mis bolsillos como un pez moribundo y ciego.

  • ¡Maldito móvil! —repetí dos veces a voz en grito— ¡Diantre! —exclamé sobre el infernal y posesivo aparato.

Aquel sonido siguió rebotando en mi cabeza por instinto y ya el resto de la sesión no pude conseguir que mis tripas volvieran a su sitio.

Felipe Iglesias Serrano

El Planetario de Madrid  

Obra del arquitecto y urbanista madrileño Salvador Pérez Arroyo, perteneciente al Ayuntamiento de Madrid y ubicado dentro del parque de Enrique Tierno Galván.  Inaugurado el 29 de septiembre de 1986, su objetivo ha venido siendo divulgar todo lo relacionado con la astronomía. 

El Planetario tiene en sus instalaciones una torre de 28 metros de altura, donde se sitúa una cúpula de tres metros de diámetro.

En su interior se encuentra un telescopio de 150 mm de abertura y una distancia focal de 2,25 metros.

La sala principal cuenta con un techo semiesférico (pantalla) con 17,5 metros de diámetro y 245 localidades de capacidad. 

Durante los años 2016 y 2017 fue sometido a una renovación, tanto tecnológica como de las instalaciones y edificio, con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid y la Obra Social “la Caixa”. 

Siempre con el fin de contribuir a la difusión de la astronomía y de la ciencia en general, tanto entre escolares como entre el público de cualquier edad y condición, dispone de una variada oferta de proyecciones audiovisuales, exposiciones y actividades (talleres, cursos, conferencias, conciertos).

Las proyecciones que se ofrecen en el Planetario de Madrid se renuevan periódicamente, y tienen una duración aproximada de 30/40 minutos.

Entre algunas proyecciones podrán disfrutar de: 

— Viajando con la luzUn viaje que introduce al espectador tanto en el interior de una célula vegetal como en el ojo humano o en un agujero negro. 

— El Cielo de CloeEs una clase muy divertida en la que aprenderán cosas asombrosas del cielo. 

— En busca de una nueva tierra. Celeste, una niña de ocho años inquieta y curiosa que se resiste al sueño leyendo un libro de astronomía. 

— Polaris infantil. James, un pingüino turista procedente del Polo Sur, y Vladimir, un divertido oso del Polo Norte. 

Las visitas son presentadas por monitores, tanto en las exposiciones como en la sala de proyección. Tras concertar la visita, el Planetario remite a cada centro una información detallada del contenido de las exposiciones y del horario de desarrollo de la visita.  

Para formalizar la visita escolar con el Planetario es necesario realizar la reserva por teléfono: 91 467 34 61 / 91 467 35 78. Existen varios turnos de visita a lo largo de la mañana, de los que se les informará en el momento de realizar su reserva. Durante la visita, los alumnos han de estar acompañados por sus profesores. 

Tras el cierre del centro decretado el pasado 10 de marzo a causa de la COVID-19, el Planetario de Madrid ha reabierto sus puertas el día 9 de junio, con aforo limitado. Las entradas se deben adquirir única y exclusivamente online (no estará disponible la venta en taquilla). 

Ubicado: avenida del Planetario, 16 (Parque Tierno Galván). Tel. 91 467 38 98. 

En metro: Línea 6  – Estación de Méndez Álvaro. 

En autobús: 148 (Plaza del Callao  Puente Vallecas) – 156  (Legazpi – Manuel Becerra). 

Si se va en tren de Cercanías: C1, C5, C7 y C10. Estación de Méndez Álvaro. 

NARCISO CASAS 

Creadores de sueños 

En esta época que nos ha tocado vivir, en la que los Gobiernos controlan todos nuestros movimientos con el único fin de influenciarnos y teledirigirnos hacia sus intereses, todo aquello que se desvíe ligeramente de la norma es considerado clandestino, por lo que dicho término podemos afirmar con rotundidad que se ha desvirtuado bastante.

Sin embargo, ha llegado a mis oídos una historia que sí se puede considerar clandestina si la analizamos desde un punto de vista objetivo, y que tiene relación con algo que está alcance de cualquiera, como es el caso de los sueños.  

Todo el mundo sueña en mayor o menor medida, y aunque solo se recuerda una pequeña fracción de los sueños, hay algunos que, transcurridos años e incluso décadas, todavía guardamos un vago recuerdo de ellos. Para centrar un poco la historia, diremos que son muchas y muy variadas las partes del cerebro que intervienen en nuestros sueños; incluso está involucrada la corteza visual, que es la responsable de crear las imágenes en el interior de nuestra mente.

También cabría apuntar que los sueños no obedecen a cuestiones lógicas, ya que los lóbulos frontaleslos encargados del razonamiento, apenas intervienen. Nuestras 20ensoñaciones se producen en la etapa REM en su mayoría, pasando de la consciencia a la inconsciencia y viceversa en breve espacio de tiempo, pero también tiene su implicación la fase no-REM, aunque bien es cierto que en mucha menor medida. La fábrica de los sueños estaría situada justo encima de la nuca, en un punto que los científicos denominan “zona caliente cortical posterior” o simplemente “hot zone”.  

El cerebro en su conjunto es un mundo absolutamente indescifrable e inabarcable.

Las conexiones cerebrales, así como sus diferentes interacciones entre todo tipo de elementos y sustancias que lo forman, es algo que está actualmente fuera del alcance del ser humano, sin embargo existen una serie de neurólogos clandestinos, es decir, que actúan fuera del sistema, que han conseguido resultados asombrosos dentro del campo de los sueños, puesto que, como si se tratara del mismísimo demiurgo, son capaces de generar sueños a gusto del consumidor y además prolongarlos sustancialmente, de tal manera que si el soñador engancha un buen sueño tiene la sensación de haberlo estado viviendo durante un largo periodo de tiempo, para disfrute suyo.  

Siendo esto sorprendente, lo más fascinante de todo es que estos neurólogos son capaces de generar ciertos patrones que inducen a determinadas ensoñaciones, de tal manera que pueden meter en la mente del soñador determinadas vivencias que no están en su cerebro. Para conseguir este prodigio se ayudan de potentes ordenadores cuánticos con un poder de computación descomunal, debido básicamente a que “Elixir”, que es como han bautizado a su increíble máquina, tiene nada más y nada menos que 256 cúbits, algo monstruoso y que marea solo de pensarlo, ya que pueden adoptar miles de cuatrillones de estados cuánticos destinados únicamente al cálculo.

Pues bien, este grupo de neurólogos e ingenieros informáticos no trabajan por amor al arte, sino que se mueven en las más altas esferas. Sus servicios son tremendamente caros, y además tienen el hándicap de no poder ser utilizados más que una sola vez en la vida, porque si se usaran una segunda vez se sobrepasaría el umbral considerado de seguridad y los sueños se apoderarían del cerebro, pudiendo ocasionar daños irreparables en el mismo y diferentes disfunciones cerebrales, que al estar incontroladas generarían grados de locura inimaginables. 

Lo que sí recomiendan a sus clientes es una serie de ejercicios mentales a realizar en sus casas, para intentar evocar el sueño que tanto placer les causó en su momento, aunque evidentemente nunca alcanzarán el umbral que cuando fueron inducidos por ellos de forma artificial. 

Se podría decir que las actividades clandestinas de estos sujetos se han convertido en los nuevos fumaderos de opio electrónico del siglo XXI. 

DAVID MATEO CANO