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Europa ante el espejo de sus escritores árabes

Hace tres años, una compañera de profesión me envió un audio desde un campamento de refugiados improvisado en la isla de Chios, en Grecia. El encargo consistía en traducir del árabe al español el testimonio largo de Mohammed, un refugiado sirio al que acababan de entrevistar. Sus palabras formarían parte de un amplio documental que abarcaría las experiencias de otros refugiados en Turquía y Atenas con el objetivo de denunciar la política de asilo europea.

Pero el mundo se quedó sin saber lo que Mohammed tenía que decirnos. Ya con pocos minutos por terminar la traducción, la compañera me comunicó que por cuestiones técnicas tenían que descartar su participación en el proyecto. Sin embargo, la historia de Mohammed se quedó conmigo como un diamante en bruto, a salvo de la precariedad del periodismo que me ahogaba y de este viejo continente al que seguimos viendo naufragar.

No pude conocer a Mohammed en persona, pero lo imagino sentado en su tienda, con un cigarro en la mano, viendo cómo sus sobrinos revolotean entre sus piernas. Su voz quemada por el tabaco y sus ojos de color agujero negro, por los que la luz ya no entra, pero que parecen chispear cuando le preguntan por sus sueños.

“Voy a publicar la segunda parte de El caparazón. ¿No lo conoces? Es un libro prohibido en mi país. Lo leí clandestinamente”, revelaba Mohammed. “Habla de las torturas que sufren los prisioneros en las cárceles de Siria, en los tiempos que gobernaba Asad padre. Por eso yo quiero escribir la segunda parte, de los sirios que, para no enfrentarse a ese horrible destino con Asad hijo, se embarcan en un viaje suicida con destino a una Europa que no los acoge. Esta vida es una miseria y merece ser recogida en otro libro tan atroz como el primero. Lo llamaré El caparazón 2.”

Yo no conocía ese libro, y le pregunté a un compañero sirio. “Es el libro que más se lee a escondidas en Siria desde hace años, y trata sobre la situación de los presos políticos en la prisión de Palmira durante la terrible década de los 80. Es imprescindible leerlo para entender a lo que hemos llegado hoy”. Poco después, el libro de Mustafa Khalifa se publicó en español de la mano de Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Me atreví a leerlo, pero no se lo recomiendo a nadie que quiera dormir plácidamente por las noches.

Yo me pregunto: ¿cuántos Mohammed nos estamos perdiendo mientras somos testigos del sufrimiento de miles de refugiados en Lesbos, que ni un incendio puede librarlos de la prisión a la que les condenamos? Hace tan solo unas décadas Europa y Estados Unidos acogían. Y tenemos escritores árabes maravillosos que nos han regalado auténticas joyas de la literatura porque encontraron refugio en nosotros.

Gibran Khalil Gibran, Edward Said, Amin Maalouf, Rafik Schami, por nombrar a unos pocos, representan el talento rescatado de una parte del mundo que se desmoronaba. Un talento del que hoy estamos más necesitados que nunca, ya que esta vez el mundo que se desmorona es el nuestro. Episodios como el del campamento de Moria son los síntomas.

Me da miedo esta Europa que actúa contra sus valores. “¡Qué naufragio!”, como dice Amin Maalouf. Y no tardará mucho hasta que Mohammed se libere de sus circunstancias y recoja en su libro cómo le trató el peor sátrapa de Oriente Medio, sí, pero también de cómo le trató esta Europa cruel e insolidaria. Y serán nuestros hijos los que no duerman por las noches.

LAILA MUHARRAM

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El fantasma de los Himalayas

El leopardo de las nieves, junto a la pantera nebulosa y al lince boreal, forman el grupo de los felinos más esquivos de la Tierra, a los cuales resulta muy difícil avistar y por lo tanto estudiar en profundidad.

Sin embargo, el primero tiene peculiaridades que le hacen destacar sobre los demás. Una de ellas es que es un animal capaz de vivir a alturas de 6.000 metros, donde el aire está altamente enrarecido por la ausencia de oxígeno. Su anatomía está diseñada de manera envidiable para adaptarse a entornos tan hostiles: posee una larga cola, muy gruesa, del tamaño de su cuerpo, que le vale tanto para abrigarse a modo de manta como para realizar giros en el aire a la hora de saltar sobre sus presas, puesto que suele atacarlas desde arriba, en ocasiones abalanzándose sobre ellas desde más de 15 metros de altura y amortiguando la caída con sus enormes pezuñas, que a la vez le sirven a modo de raquetas para moverse por la nieve y no hundirse en ésta.

Su alimentación es carnívora, y suele abatir habitualmente piezas como los íbices siberianos, de 120 kilos, cuando él suele pesar entre 30 y 35. Otra peculiaridad que tiene, y que le hace extremadamente silencioso, es que no ruge como el resto de felinos, sino que simplemente resopla.

Cuento todo esto porque hará cuestión de unos años un leopardo de las nieves se hizo célebre en toda la cordillera del Himalaya por la voracidad del animal, ya que era frecuente ver los restos de sus cacerías, los cuales abandonaba una vez saciado, y en lugar de volver en días sucesivos a terminar con la ingesta, como es costumbre en su especie, dejaba tras de sí un reguero de íbices y de barales descuartizados, así como, a medida que descendía de altura, animales domésticos como yaks, cabras, ovejas y caballos. Todo le valía: su voracidad era tan grande que también complementaba su dieta con aves que encontraba a su paso, como las chovas piquigualdas.

Poco a poco empezó a crear el terror en la zona, y se realizaron diferentes batidas para darle caza, pero era como perseguir a un fantasma: siempre se desvanecía como una sombra, sus huellas desaparecían de inmediato al fundirse con la nieve y lo único que veían sus perseguidores era a sus víctimas. Desgraciadamente, sucedió la tragedia que algunos auguraban y dio muerte a dos pastores en días alternos. Ambos se encontraban a una distancia de unos 20 kilómetros.

Uno de ellos era Narayan, quien vio huir al leopardo con parte de su adorado hermano Chandan entre sus fauces. Desde aquel mismo instante decidió vengar a su hermano, se equipó con todo lo necesario e inició su búsqueda, de la cual hizo su razón de vida. Al principio realizó batidas por la zona donde tenía constancia de que había habido matanzas y aparecían presas a medio devorar. La imagen que presenció del leopardo, aunque fue fugaz, se le quedó marcada de forma perenne en la memoria. El felino presentaba varios rasgos distintivos, como una cicatriz en el hocico y una ligera amputación en la oreja derecha producto de alguna cacería. Su tamaño también era ligeramente mayor al habitual.

El territorio de caza de estos animales suele ser de unos 200 kilómetros en el valle del Spiti, donde él vivía, pero sin embargo su pista le fue alejando cada vez más de su hogar, convirtiéndole en un nómada de los Himalayas. Abandonó la India para adentrarse en Pakistán y terminar en Tayikistán, donde lamentablemente acabó su vida, puesto que su cadáver fue encontrado a medio devorar por un leopardo de las nieves, quien sin embargo dejó intacto su diario envuelto en piel de yak y que narra las peripecias de Narayan hasta el trágico momento. Dos días antes, una cámara trampa de las que utilizan los turistas para avistar felinos había captado a Narayan caminando por un valle y observado desde un risco por un leopardo de las nieves con las mismas características que el que devoró a su hermano y del cual aparecieron diferentes dibujos en su póstumo diario.

DAVID MATEO CANO

El Teatro Español

Situado en la calle Príncipe, frente a la plaza de Santa Ana, en el barrio de las Letras (también llamado “de los literatos” y “de las musas”), se trata de uno de los principales teatros de la ciudad de Madrid, y referencia escénica a nivel mundial que ofrece algunas de las mejores producciones nacionales e internacionales del momento.

Es un teatro público, perteneciente al ayuntamiento de la capital, y el más antiguo del mundo en cuanto a representación continuada se refiere.

En sus orígenes, en el siglo XVI, fue un corral de comedias llamado “el Corral del Príncipe”, por estar ubicado en la calle del mismo nombre, donde se representaban pequeños espectáculos y se estrenaban fragmentos de los que serían después grandes clásicos de nuestra literatura. Uno de los testigos de las mejores páginas de la historia del teatro clásico español del Siglo de Oro, constaba de tablado, vestuario, gradas para hombres, corredor para las mujeres, balcones con ventanas de hierro y rejas o celosías, canales maestras y tejados que cubrían las gradas. El patio fue empedrado y se confeccionó un toldo que defendía de los días soleados, pero no de la lluvia.

La estructura originaria se mantuvo hasta 1735, año a partir del que se levantó un nuevo edificio bajo la dirección del arquitecto italiano Juan Bautista Sachetti en colaboración con el arquitecto madrileño (de Ciempozuelos) Ventura Rodríguez, terminando las obras diez años más tarde. En ese momento cambió su apelativo de Corral del Príncipe a Teatro del Príncipe. Esta nueva construcción sufrió en 1802 un gran incendio que dejó apenas la fachada en pie. Se decidió entonces reconstruirlo, encomendándose la labor al maestro Juan de Villanueva, que incorporó una ampliación del escenario y la fachada que hoy conocemos.

A mitad del siglo XIX tuvieron lugar dos grandes hitos para la historia de este teatro: en 1849, el Coliseo del Príncipe se convirtió en Teatro Nacional y pasó a llamarse Teatro Español; y en 1851, el Ayuntamiento de Madrid recuperó su propiedad, conservando el nombre hasta nuestros días. En años posteriores se produjeron diversas reformas. En 1995 se realizó la ampliación, con la creación de una sala de ensayos, biblioteca, cafetería, sala de exposiciones, oficinas y almacenes.

El teatro cuenta con dos salas: la Principal y la Margarita Xirgu.

La Sala Principal alberga 735 localidades y un escenario en el que vieron por primera vez la luz las obras de Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Tirso de Molina. Tiene varios salones de diferentes estilos y épocas.

En la actualidad el Teatro Español está regido por Natalia Menéndez, que toma el testigo de Carme Portaceli. Pasaron por el cargo directores como José Luis Alonso, José Luis Gómez, Adolfo Marsillach, Gustavo Pérez Puig, Mario Gas o Juan Carlos Pérez de la Fuente.

NARCISO CASAS

Luis Candelas, un bandolero madrileño

Un servidor de ustedes nació en la calle Concepción Jerónima, número 28. En el cuarto piso de una enorme casa galdosiana, sin ascensor, con escaleras de madera. Morada fría en invierno, muy fresca en verano, soleada y de anchos muros. Vivienda de altos techos, largos pasillos, fogón en su amplia y alargada cocina —de donde sacábamos las ascuas para el brasero—, chimenea francesa de mármol en el gabinete de mi tía Mercedes —actriz de teatro y pianista—, recio despacho de suelo ajedrezado de mi bisabuelo —abogado y a quien no conocí—, tres balcones a la calle y uno a un patio interior, piano de pared, muebles alfonsinos, mantones de manila, caracolas decimonónicas, baúles, abanicos, figuras, joyeros y todo tipo de artículos decorativos del siglo XIX y de principios del XX. Además, la vivienda tenía, en su planta superior, tres habitaciones abuhardilladas —accedíamos a ellas por unas escaleras de madera desde una habitación oscura al fondo de la cocina— donde mi padre tenía gallinas y palomas.

Mi infancia transcurrió en esta casa adyacente a la Plaza Mayor madrileña. Desde allí podíamos ver la torre de la iglesia de Santa Cruz (la Atalaya de la Corte), templo donde fui bautizado. Muchos de mis amigos residían en el cercano barrio pintoresco y castizo de Lavapiés. Barrio en el que nació el 9 de febrero de 1804 Luis Candelas Cajigal.

Vio la luz en una carpintería de la calle del Calvario. Tercer hijo de un matrimonio que vivía sin necesidades y que pudieron darle estudios en el colegio de San Isidro. Fue un niño rebelde y, tras la bofetada de un clérigo, respondió con la misma moneda, siendo expulsado del centro de estudios. Amante de la lectura, tuvo una formación autodidacta y a pesar de su vida díscola siempre fue hombre de buenos modales y de buen vestir. Empezó de adolescente a robar y ya pisó la Cárcel de la Villa a sus quince años. A sus diecinueve fallece su padre e intenta dedicarse a librero sin éxito, siendo condenado a seis años de cárcel por el robo de dos caballos y una mula. Conquistaba mujeres —tenía buena planta— y vivía de ellas. “Era moreno, bien parecido, dientes blancos, con patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo, bien afeitado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar”.

Formó una cuadrilla de ladrones en 1835, con los que se reunía en distintas tabernas madrileñas que les daban cobijo, buen vino, buenas cantaoras y buenas féminas con derecho a roce. Sus fechorías y su ingenio fueron cantadas por los madrileños con cariño, y su fama de “robar a los ricos para repartir a los pobres” le dio un halo romántico y misterioso, ganando con ello la simpatía y la aprobación de las clases populares, que le ayudaron a escapar de la Justicia en varias ocasiones. Sus botines cada vez eran más suculentos, llevando una doble vida. Indiano respetado y adinerado de día con el falso nombre de Luis Álvarez de Cobos, hacendista en el Perú y estafador y truhan de noche. Nunca mató a nadie en ninguna de sus acciones, ni utilizó la violencia contra ninguno a quien despojó de sus bienes. Fue detenido y encarcelado varias veces y siempre logró fugarse por medios propios o sobornando a los carceleros. Entró en la masonería tras ayudar al político, abogado y escritor español Salustiano de Olózaga Almandoz a escapar de prisión. Fue este político quien lo ingresó en la Logia Libertad.

Tres mujeres marcaron su vida. Manuela Sánchez, viuda de veintitrés años —quien también había pisado la cárcel—, con la que tuvo una breve relación. Posteriormente mantuvo amores y amoríos con Lola “La Naranjera” —favorita del rey Fernando VII—. Gracias a las amistades importantes que Lola tenía en la villa de Madrid, consiguió librar a Luis Candelas de presidio en alguno de sus lances. Y Clara, la última de sus amantes, joven de buena familia y con la que se fue a vivir a Valencia llevando una vida holgada a base de robos y engaños. Posteriormente cometió dos atracos que fueron su perdición: asaltó a la modista de la reina en su taller y al embajador de Francia y a su señora en una diligencia, acarreándole el ser perseguido sin tregua. Intentando huir a Inglaterra desde Gijón, Clara se echó atrás, no estando dispuesta a partir, con lo que volvieron a Madrid, siendo detenido el 18 de julio de 1837 en el término municipal de Alcazarén (Valladolid).

Trasladado a Madrid, fue acusado de más de 40 robos, juzgado el 2 de noviembre y condenado a morir por garrote vil en el patíbulo. Pidió clemencia a Maria Cristina de Borbón – Dos Sicilias sin éxito. Falleció ajusticiado una gélida mañana, el día 6 de noviembre de 1837, a la edad de 33 años en la plaza de la Cebada. Tal vez si no hubiera ingresado en la masonería habría salvado su vida al no tener delitos de sangre.

Sus últimas palabras fueron: “He sido pecador como hombre, pero nunca se mancharon mis manos con sangre de mis semejantes. Adiós, patria mía. Sé feliz”.

Fernando José Baró

Buscando soluciones para la avenida de los Rosales

AVIB y el director general de Carreteras mantuvieron una reunión el 23 de septiembre, y volverán a verse dentro de seis meses

Después de nuestra última reunión en mayo de 2019 con la antigua directora de carreteras, María Consolación Pérez Esteban, no habíamos vuelto a tener noticias de la Consejería de Transporte a pesar de que se comprometió a que la consejera, en aquel entonces Rosalía Gonzalo, nos recibiría en el plazo de un mes para tratar la situación de la avenida de los Rosales. Después de las elecciones hubo cambios: la anterior directora pasó a ser viceconsejera, y la responsabilidad de la Consejería recayó en Ángel Garrido.

Hay que recordar que Ciudadanos, partido que gobierna en coalición con el PP tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad, había llevado el problema de la avenida de los Rosales en varias ocasiones al pleno de la Junta Municipal y que incluso aparecía como promesa para Villaverde de Begoña Villacís. Por todo ello, pensábamos que el hecho de que Villaverde tuviera una concejala de Ciudadanos y que el consejero de Transporte también fuera del mismo partido iba a facilitar una solución a un problema que solo se puede solucionar con un acuerdo político de las dos Administraciones.

Pues este hecho, en lugar de facilitar las cosas, parece haberlas complicado. Por un lado, hemos estado más de un año enviando escritos a la Consejería para obtener una reunión sin ningún éxito, y por otro, una vez que conseguimos ser atendidos por el nuevo director general de Carreteras, Francisco Javier Abajo Dávila, el pasado 23 de septiembre, resulta que ni siquiera conocía la problemática de nuestro barrio.

La disposición del nuevo director fue muy buena en todo momento, pero nos confirmó que la propuesta realizada por el Ayuntamiento para construir un cruce semaforizado con la calle Hulla no cumplía con los criterios técnicos de la Comunidad y que había sido rechazada, debiéndose esperar a la compactación de la subestación eléctrica para disponer de un suelo que permita construir una rotonda que ejecutaría el Ayuntamiento de Madrid, aunque la propiedad continuará en manos de la Consejería de Transporte.

Nosotros insistimos en que la única solución para poder desbloquear el tema es la cesión de la carretera al Ayuntamiento, algo en lo que coincidía el director general, aunque no era conocedor de la histórica reivindicación y la posición del Ayuntamiento con este asunto, que se niega a asumir la cesión sin un acondicionamiento previo de la vía.

Desde la asociación recordamos que llevamos 15 años esperando el desmantelamiento de los cables de alta tensión y la compactación de la subestación eléctrica y que no podíamos confiar en esa situación, que además implicaría la modificación del Plan General de Ordenación Urbana, ya que el suelo de la subestación que quedaría disponible para la rotonda es una zona verde. La solución solo pasa por avanzar en la cesión de la vía y en la modificación urbanística en paralelo al desmantelamiento de la subestación.

Volvimos a explicarle que, a estas alturas, haría falta que alguien con decisión política, y no técnica, se tomara en serio el poder hacer un convenio de cesión donde las dos Administraciones pongan de su parte para que la adaptación de la carretera como vía urbana se produzca lo antes posible y los vecinos podamos contar con un acceso necesario y una mayor seguridad vial, ya que no solo se están produciendo accidentes con víctimas, sino que también esto provoca un bloqueo en las entradas y salidas al barrio en cuanto sucede el más mínimo incidente. Igualmente a los vecinos de Perales del Río, ya que esta carretera es su vía más importante de comunicación.

El director nos confirmó que haría todas las gestiones y averiguaciones necesarias para ver en qué punto se encontraba el tema, y nos comunicó que en seis meses se volvería a reunir con nosotros para informarnos sobre ello. Mientras tanto, solicitamos reforzar la seguridad de la carretera con más cartelería y la instalación de bolardos en todo el carril que se desdobla hacia la rampa de subida a la A4, algo a lo que ya se había comprometido la anterior directora general y que nunca llegó a cumplirse.

AVIB

Mes solidario en Farmacia El Espinillo

Un año más, Farmacia El Espinillo tiñe el barrio de rosa con la iniciativa solidaria que, cada año, Mónica y Beatriz (hermanas y propietarias de esta farmacia situada en la carretera de Villaverde a Vallecas) llevan a cabo coincidiendo con el mes de octubre, Mes Internacional de la Lucha Contra el Cáncer de Mama.

El mensaje: esta batalla la ganamos entre todos. El fin: recaudar lo máximo posible para la Asociación Española Contra el Cáncer con ayuda de todos los vecinos y amigos que cada año acuden a esta llamada.

El objetivo es superar la recaudación conseguida en años anteriores, mediante la venta de camisetas (2015), chuches (2016), velas (2017), ambientadores (2018) o los ya famosos “tote bags” que el año pasado inundaron el barrio.

Este año, Mónica y Bea se han encargado de diseñar, comprar y preparar unos preciosos neceseres que a su vez pueden hacer las veces de portamascarillas y que venderán en su farmacia y en la página web (www.farmaciaelespinillo.es).

Es importante recalcar que el beneficio será donado de manera íntegra a la AECC.

Cada año, la cantidad recaudada ha ido creciendo, y su reto es que en esta ocasión puedan volver a superarse. “Es importante colaborar cada año, pero éste, más si cabe. El cáncer es una enfermedad que no se para por nada, ni por nadie, ni siquiera por una pandemia mundial, y en este contexto la investigación es más necesaria que nunca”, nos dicen las chicas.

¿Les ayudamos entre todos?

Cercanías Madrid, lejos de la accesibilidad universal

Casi el 30% de las estaciones siguen sin ser accesibles, según informan Adif y Renfe a la Oficina de Atención a la Discapacidad tras una queja del CERMI. Entre ellas se encuentran las de Puente Alcocer y San Cristóbal de los Ángeles, en nuestro distrito

De las 89 estaciones que componen la red de Cercanías de la Comunidad de Madrid, el 29,21% de ellas sigue presentando carencias en materia de accesibilidad, por lo que este servicio esencial de transporte sigue estando muy lejos de la plena accesibilidad universal. Así se desprende de sendos informes remitidos por Renfe y Adif a la Oficina de Atención a la Discapacidad (OADIS), dependiente del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, organismo ante el que el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) presentó una queja por las carencias que siguen sufriendo los usuarios con movilidad reducida.

En concreto, un total de 26 estaciones de Cercanías Madrid presentan problemas de accesibilidad universal, frente a las 63 que sí son ya accesibles y que dan servicio a casi el 84% de los usuarios de Cercanías Madrid.

Las estaciones que siguen sin ser plenamente accesibles y que son competencia de Adif son Alcalá de Henares, Aluche, Aranjuez, Doce de Octubre, Fanjul, Laguna, Las Águilas, Madrid-Recoletos, Puente Alcocer, San Fernando de Henares y Vicálvaro. Por su parte, de Renfe dependen Alcalá de Henares-Universidad, El Goloso, La Serna-Fuenlabrada, Móstoles-El Soto; Alpedrete; Orcasitas; Collado Mediano; Ciempozuelos; Las Rozas; Meco, San Cristóbal de los Ángeles, Galapagar-La Navata, Pinar de Las Rozas, Getafe Industrial y Ramón y Cajal. En los últimos meses han concluido las obras en dos estaciones (Colmenar Viejo y San José de Valderas) que presentaban barreras arquitectónicas y que han dejado ya de existir.

Tanto Renfe como Adif expresan su compromiso con el avance hacia la plena accesibilidad de la red de Cercanías y señalan que se dará prioridad a las de mayor tránsito de viajeros “sin olvidar el resto de las estaciones”, pues todas se encuentran bien en fase de licitación, redacción o al menos en proceso de estudio y se irán incluyendo en planes de reformas.

Máxima celeridad

El CERMI Estatal saluda este compromiso y los avances que se van produciendo, pero exige que la accesibilidad universal de la red sea una prioridad que se atienda con la máxima celeridad, pues las barreras en trenes y estaciones excluyen a una parte de la ciudadanía que se ve limitada en su libertad de movimiento de forma autónoma. A su juicio, no es admisible que se excluya por razón de discapacidad a una parte de la población de un servicio esencial como es el transporte público.

Además, recuerda que esta situación atenta contra la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, al igual que vulnera obligaciones de la propia legislación nacional, dado que el Estado español fijó en el año 2003 el 4 de diciembre de 2017 como fecha tope para que todos los bienes, servicios y entornos de interés fueran plenamente accesibles. Como no cabe duda de que el transporte público lo es, tanto el CERMI Estatal como CERMI Comunidad de Madrid vienen denunciando reiteradamente las carencias en este sentido para que sean subsanadas cuanto antes.

CERMI

COSAS DE CINE

Cosas de cine. No pude resolver el caso dos semanas atrás, un problema burocrático mío, un despeñe anímico de mi amigo Pepe “Tarzán” y un hecho perturbador en la agenda de Anselmo “spaghetti”, nos impidió ir juntos al cine ese día.

Entonces mi hija Claudia me sugirió ir a ver la película y de mutuo acuerdo visual, decidimos ir ella y yo al cine en la matinal del domingo.

Debía andar listo, había visto a Joaquín ”el metrónomo” el sábado en un pis-pas y debía pasarle su bolsa de películas clásicas al “Olimpo” el mismo domingo antes de acudir al cine. Coleccionistas, ¡Ufff!

El “Olimpo de Perales” fue puntual, maldijo a Joaquín por el peso de la bolsa y yo respire aliviado por quitármela de encima. A las once y veinte llegue a casa. Claudia estaba preparada, hice un único comentario a Alda, el “Olimpo” está enamorado y partimos veloces escaleras abajo.

El trayecto hasta Legazpi fue monótono. Claudia llevaba los cascos puestos y no hablamos, pase el resto del viaje mirando al cielo. El tiempo se estaba encabritando, la luz parecía indecisa, había gruesas nubes blancas de tormenta y una luna insomne.

El Metro, tramos de escaleras, pasillos, más pasillos, pasos rapiditos y por fin el cine, un monstruo solitario entre tendidos eléctricos.

Anselmito “spaghetti” nos esperaba en la puerta. Si no fuera por sus ojos de inefable “trasto”, se diría que es un cuerpo más sin vida del paisaje hermético donde se ubica el faraónico edificio  de dieciséis salas de cine.

Le pregunté, ¿dónde?, sala 13, ahora voy a veros dijo él, avivando antiguos recuerdos en su voz.

Con el trágico suspense y la parafernalia que envuelve a este hombre, el “sheriff” Anselmo con su walkie a modo de pistolera, volteando su linterna con cierta habilidad asmática, nos visitó en la sala semioscura, prometiendo volver a vernos a la salida. Ahora tenía que dejar preparadas las proyecciones en todas las cabinas de las salas de las que era encargado. La ventana del proyector emitía un brillo cegador que refulgía y manchaba su figura al marcharse. Parecía un personaje de cómic a punto de disolverse. Claudia guardaba un agradable silencio, yo estaba cansado y convine conmigo mismo en reposar gratamente sobre el respaldo si la película era mala. La sala era pequeña, pero cómoda. Había un cogollito de personas en las filas centrales, varias más estaban dispersas, estiradas como sombras fugitivas a punto de saltar hacia la pantalla misteriosa. Nosotros nos sentamos en el esquinazo de la última fila, desde allí pudimos oír el clamor de varios truenos, que anunciaban tormenta en el exterior. Al final tuve que levantarme, porque se está convirtiendo ya en costumbre cerrar la puerta de la sala, una vez empezada la sesión. Parece que solo me molestara a mí la luz y el ruido de las palomitas que entra de fuera. De vuelta, me recosté en la butaca, abandonandome sobre el asiento, estire las piernas y me quedé quietecito dentro de un apacible sopor. Mis parpados asentían como pesadas losas, sobre el oscuro paisaje inmóvil, alterado solo por la sucesión de imágenes danzarinas y el galopar de palabras sobre la tela blanca. Dos horas después me desperté sobresaltado.

Terminada la proyección, nos esperaban más sorpresas. A una señal de Anselmo, la guapa Sara, peinada a lo “Verónica Lake” nos condujo, por varios recovecos y pasillos cortos, desiguales. Atravesamos a buen paso dos pasillos más, descendimos por una escalera con la moqueta de un rojo violento, que contrastaba con la belleza salinica de la muchacha. Unos segundos después con enorme seguridad y gran dominio de sí misma, nos depositó en la calle.

Anselmo vendrá en un momento- Gracias, le dije, pero no me oyó. Vimos como se encaminaba en dirección a las taquillas. Su imagen desaparecía de nuestra retina y con ella su particular manera de andar.

Mientras esperábamos, observe el cielo. El tropel de nubes blancas seguía encima de nosotros, habían variado sus formas, el viento racheado parecía retorcer sus blandos cuerpos, tirando de ellos simultáneamente. Caía una llovizna fina, tan ingrata y fea, como el suelo pavimentado. Anselmito, con su cara de actor secundario, apareció de repente, como siempre hace y nos llevó sigilosamente, tocándose el walkie, hasta su coche. Miraba de izquierda a derecha con recelo, como si esperara la pronta acometida de algún jefe suyo escondido tras alguna de las columnas del garaje. Pasamos por delante de Sara, que hacia el relevo en la taquilla. Anselmito abrió el maldito maletero y sacó un paquete de no menos de diez kilos. Para ti, me dijo y recordé la pesada bolsa de Joaquín. ¿Es este el precio de la amistad? ¿Estás loco?,- le contesté. El miércoles en Casablanca [1] me dijo él y añadió, acompañarme cinco minutillos que os voy a presentar a Alberto Cid, ¿te acuerdas?, ya te he hablado de él, es por si queréis venir al cine y no estoy yo. Al ver mi gesto de duda, puntualizó,- Alberto “el sobrino del Woody Allen” no, el otro Alberto, el que escribe guiones, el trekkie, esperar un momento que hablo con él y os le presento.

-¡Eh!…, pero… ¡vaya por Dios! La flojera emocional de mi amigo Anselmo que funciona a base de impulsos amistosos y convulsiones sentimentales, ya se había puesto en marcha sin yo saberlo. Era como una combinación del Gran Cañón del Colorado y las cuevas de Hércules.

Esperadme en el hall, ahora estoy con vosotros-dijo, y nos palmeamos amistosamente las paletillas.

Paseamos arriba y abajo durante unos pocos minutos hasta que, por fin, apareció Anselmo acompañado de su amigo y compañero de trabajo. Alberto andaba deprisa sin descomponer la figura. La delgadez de su cuerpo armonizaba con su estilizado rostro. Según se iba acercando noté mejor su cara huesuda, su manera de moverse. No lo dudé, veía a John Carradine apresurando el paso por orden de John Ford en cualquier rodaje. Nos saludamos sin hablarnos y simplemente se volatilizo dejando electrificado el aire.

Claudia y yo dimos media vuelta y comenzamos a andar casi sin despedirnos de Anselmo, que ya se marchaba a preparar las siguientes sesiones.

-Tengo que llamar a Pepe “Tarzán”, musite por el camino. Pepe era un hombre de pensamiento transparente, educado en una selva civilizada y aspecto de tabla de planchar, su rostro infantil, se asemejaba a toda la gama de tarzanes cuyas caras parecen esculpidas en cartón piedra. Su rasgo común con todos ellos, es que posee un primitivo e inquebrantable principio de fidelidad hacia todos sus amigos. El recuerdo de Pepe, me transporto en el tiempo al recuerdo del mejor grito de Tarzán que jamás he oído.

La primera vez que oí hablar de Tarzán fue un verano durante las clases de recuperación, en el colegio Nuestra Señora del Buen Consejo. El padre Eusebio, que además era el prefecto, por razones que ignoro, no acudió aquel día a dar clases de Historia.

Fue en esa hora tranquila de la siesta, entre el murmullo general del “¿qué pasará?”, cuando un musculoso y granulado muchacho moreno que se sentaba al lado de la ventana, ignorado por todos, articuló en su garganta un grito febril, mitológico, como pidiendo ayuda. Todos levantamos la cabeza sobresaltados, como animales olfateando el peligro pero él, sin dejarnos reposar, ya estaba lanzando el segundo gorjeo, más largo y sostenido.

Con el paso del tiempo comprendí, que lo que yo entonces definí como alarido crucial e instintivo, era en realidad, una sinfonía nacida en el corazón.

Nunca, con todo el cine de Tarzán que he visto, he encontrado a nadie que voceara mejor. Enrique lo hacía tan bien, con tal convencimiento y pasión, que pronto todos fuimos sus admiradores. Con esa energía salvaje que desprendían sus palabras vírgenes, torpes, lograba sumergirnos en toda clase de aventuras imaginarias, amenizando nuestros ratos de ocio.

En el intervalo entre clase y clase, abría la ventana y, con pulcra puntualidad, lanzaba varios gritos al patio vacío, se aporreaba el pecho y nos contaba quiénes eran para él los mejores tarzanes del cine. La vehemencia de sus frases, el ardoroso pleito que él mismo se marcaba para desentrañar al mejor, nos encandilaba de tal forma, que incluso muchos minutos después de que empezara la clase, seguíamos todos cabizbajos, mirando la superficie del pupitre como una selva inexplorada.

Enrique repitió curso y le fui perdiendo la pista hasta llegar a no saber nada de él, pero yo me aficioné, y mucho, a ese cine encantador e ingenuo, pura y simple aventura, que nunca vi mejor representado que por aquel chico de la cuarta fila de pupitres, al lado de la ventana.

Claudia, muda, siguió tras de mi muy serena, hasta que con dos pasitos de “tejo” se puso a mi altura para empezar nuevamente esa especie de juego de miradas cómplices, en las que nos mangoneábamos el paisaje, que no era nada del otro mundo. La carretera tendida hacia abajo se difuminaba hasta donde llegaba la vista. El terreno que pisábamos era blando y caminábamos rodeados por laderas de cemento, llenas de rastrojos y hierba muerta. Todo era desmayado y gélido. Marchabamos tranquilamente, cuando de pronto nos sobrepasó una muchacha de no más de quince años. Usaba uno de esos auriculares de colores que tan de moda están ahora y al andar flexionaba las piernas, arqueándolas, hasta límites imposibles de reconciliación. Todo su cuerpo zozobraba en un mar de carne prieta sin caerse. Yo me quede mirando y dije, -Madre mía, qué chulería. Claudia me miró extrañada, la miró a ella y se volvió para decirme con mucha seguridad,-No papa, eso no es chulería, eso es tontería.

¡Ay!, si yo hubiera sabido lo que esos seres de otra realidad llamados destino y casualidad, aliados con mi hija, me preparaban, espontáneamente, ¡claro!, para el día siguiente.

Claudia había intentado durante todo el día quedar con alguien, encontrar un plan. Noa y la Feria del Libro eran su último asidero. A las once de la noche cuando desde la cama oí el clic del teléfono al colgar. comprendí que algo gordo me preparaba.

Alda dormía abrazada a un Asterix y yo todavía tenía un ojo a medio cerrar. Un cohete humano en aceleración entró en el cuarto y se apostó junto a la mesilla de noche buscando el objetivo sin dejar de moverse.

-Papá ya puedes buscar una película en la cartelera para mañana, no tengo a nadie, ni planes. El estallido de palabras resonó en mi oído al mismo tiempo que mi medio ojo abierto hacia ¡blof! Debí rumiar una especie de contestación, pues no volví a sentir ruido alguno. Frases sueltas se habían incrustado en mi cerebro y no dejaba de darle vueltas en las profundidades del sueño.

Al día siguiente desperté con la sensación de que algo extraño había ocurrido por la noche. No estuve seguro hasta un poco antes del mediodía. La voz de mi hija, recién levantada, me recordó autoritariamente nuestra cita. El autómata que hay en mi zarandeo las páginas del periódico hasta llegar a la cartelera. Tras un tira y afloja dialéctico, concertamos antidemocráticamente la peli que queríamos ver.

Una pizca más y el termómetro callejero señalaría pronto los 42º. Faltaba poco más de media hora para el comienzo de la película y yo continuaba observando la temperatura embobado. Pensaba en un desierto sin cactus, lleno de rocas grises. No había mucha gente en la cola de las taquillas, ríos de sudor corrían a nuestro alrededor. La calle seguía levantada por las obras y un sol asesino reflejaba su odio veraniego en el polvillo blanco de los adoquines. Mi consuelo era pensar en Pepe “Tarzán”, que pasaba sus vacaciones en Almería, visitando los poblados donde antiguamente se rodaban los “spaghetti western”, seguramente con temperaturas no inferiores a 50º. Mísero alivio. A punto de deshidratarnos, conseguimos sacar fuerzas de flaqueza para comprar la entrada y abrazándonos entre nosotros y prestándonos ayuda unos a otros, conseguimos llegar hasta la puerta de entrada. Según pasábamos nos íbamos abrazando al portero que nos ayudaba a subir un pequeño tramo de escaleras, nos sentábamos en los bancos del vestíbulo, frente al bar, a la espera de que el aire acondicionado nos fuera reanimando. Un ratito y tres botellitas de agua después, nos diseminamos en silencio por todas las salas del edificio.

Antes de entrar en la sala oscura, todavía tuvimos tiempo de ver fugazmente a Anselmito. Hablamos sobre el grosor y las medidas de nuestros televisores, los “spaguettis”, las películas perdidas, las recuperadas. En un cruce rápido de palabras, vaciamos el cargador de la lengua.

Alberto libraba, el “rudo bajito”, Marty Feldman, que siempre saluda cortésmente enarcando una ceja y ”el hermano alto de Eli Wallach” estaban de vacaciones, en taquilla nos había despachado “la sobrina de Shelley Winters”, porque la mujer de Farley Granger en Extraños en un tren, Laura Elliot, (Strangers an a train, Hitchcock, 1951), también estaba de vacaciones, pero “el rubio” ha vuelto y nada más verme me ha presentado a José “el de las guías”, pero yo prefiero llamarle Charles Laughton, porque se le parece en lo regordete y feúcho. Está haciendo las suplencias de acomodador. Conoce al “gran LLopis”, dueño de Casablanca, y conoce también a Pepe “el mudo” socio de Llopis. Hablamos de tonterías, pero, ¡se estaba tan bien en el vestíbulo del cine, charlando con personas agradables sobre la gratitud y la belleza relacionado con todo lo que nos rodea. La muchacha de las palomitas nos oye desde su aburrido mostrador, participa en la conversación y se muestra interesada en los carteles. La película de su marido bombero es, Llamaradas (Backdraft,1991). Le he prometido el cartel si lo tienen en Casablanca. Para agradecerme el interés me asesora sobre las mejores patatas fritas. Un ratito deliciosamente intemporal de generosidad humana.

¡Dios mío!, ¡qué forma tan insulsa de empezar!, todo es tan normal, ni una gota de emoción que llevarte a los ojos, avanza la proyección y no pasa nada…

Muchas veces no importa la película, lo importante es ir al cine, sin prisas, parar unos segundos al olor de las palomitas, ver su forma de revolotear dentro las máquinas al hacerse, saludar con parsimonia a la muchacha que las sirve, sonreír con ella contando alguna anécdota banal, reírme abiertamente con la taquillera, mientras equivoco la sala al sacar la entrada, relajarme hundido en la butaca, observando la pantalla en blanco antes del comienzo, fijarte bien, tocar las paredes de moqueta roja con devoción. Pensar que todo es nuevo y sugerente cada  vez y oler la colonia barata con la que perfuman los pasillos. Luego esperar a que apaguen suavemente las luces. Y si voy con Alda, entonces, ladeo mi cuerpo en la butaca y me pongo a mirarla a ella. El rostro oscurecido de Alda en la tiniebla de la sala, me serena. Unas veces ríe, otras (en los tiroteos), coge mi mano sin apenas moverse, de vez en cuando fuerza una mueca y aguanta el pase de la película sin quejarse, mientras yo me sosiego absorto en su cara, iluminada a veces por los reflejos móviles de la pantalla.

No está mal, miente a la salida y yo la aprieto junto a mí como dándole las gracias mientras caminamos hacia la parada del bus con pasos perezosos.

La película ha acabado, Claudia, extrañamente absorta en sus pensamientos, suspira intranquila. Ninguna frase, ninguna palabra. Raro. No está pensando en hoy, ahora, sino en mañana y yo me echo a temblar. Comienzan las famosas rebajas.

-Sabes a quien le gustaría, le digo bajito a Claudia, -a Leonor, mi compañera de trabajo, tiene una risa fácil. Y seguimos caminando salpicados de pureza cinéfila.

Ya son casi las ocho de la tarde en mi reloj de muñeca barato. Tras muchos minutos de charla, y confraternización intercambiando fluidos amistosos, con Anselmito, Alberto, “el rubio”, el rudo bajito”, la chica de las palomitas y la taquillera, ha llegado la hora del adiós. Todos quedamos en vernos más adelante y una vez al mes para tertuliar en la tienda de Llopis, Casablanca.

Según nos íbamos alejando, la figura de Anselmo, que sale a despedirnos, iba quedando empequeñecida, por momentos se hacia invisible en la temprana noche nublada, pero enigmáticamente, a ambos lados de su cara borrosa, emergían dos fulgores rojizos, son sus orejas, que todavía irradiaban calor, después de estar todo el tiempo que dura la película colgado de los walkie talkies, resolviendo problemas de sonido, centrado de imagen, supliendo la ausencia momentánea de algún compañero, con una sombra de infelicidad en su boca, por no hacer lo que realmente le gustaría hacer: dedicarse a enseñar Historia.

El cielo estaba teñido de barro y el horizonte lanzaba destellos dorados que se desmigaban igual que el lomo de cualquier Biblia al abrirse. Sentía dentro de mí una fuerza nueva, un impulso desconocido, porque Claudia me acompañaba y a pesar de nuestros mutuos enfados y discusiones me comprendía, entendía mi lenguaje mudo a veces y ese dolor que me encabrita y que me sale tan de dentro que no se manejarlo bien. Malhumor rabioso, que ella dulcifica con palabras, con sus mil cosas que hace, que la hacen diferente.

De vuelta en el autobús no dejaba de pensar en todos mis amigos, auténticos “personajes”, pero sobre todo en Pepe “el mudo”, su expresión a lo Charles Bronson, nunca variaba, pero sus ojos, como panes morenos, invitaban a tomarle afecto enseguida. Era un sembrador de estrellas.

Fuera del autobús llovía, un cielo de nubes se revolvía contra el viento, llevaban mechas de color castaño. Alguien había abierto su ventanilla, porque el aire helado me ardía en la frente, notaba la cara encendida por los nervios del día siguiente: ¡Rebajas! y con mi hija Claudia. A saber qué nueva aventura me preparaba. Cosas de cine, me dije. Y solo oír esa palabra, me producía un éxtasis tan dulce que me penetraba hasta mi otra alma.

Felipe Iglesias Serrano

[1] Tienda de coleccionismo de cine, situada en la calle Bailén 47, Madrid

Fundación Iniciativas Sur inicia su actividad en el Distrito gestionando la UDC

Impulsando actuaciones para la mejora del entorno urbano, el medio ambiente y la movilidad

La Unidad Distrital de Colaboración (UDC) de Villaverde es un proyecto del Área Delegada de Coordinación Territorial, Transparencia y Participación Ciudadana (Área de Gobierno de Vicealcaldía) del Ayuntamiento de Madrid, gestionado por la Fundación Iniciativas Sur. El objetivo es la realización de acciones integrales destinadas a mejorar las condiciones de vida y la cohesión social de los ciudadanos y ciudadanas residentes en el distrito de Villaverde; contribuyendo así al reequilibrio territorial de la ciudad.

Desde el día 1 de septiembre el proyecto está en marcha; a lo largo de los próximos 24 meses realizaremos diversas acciones contribuyendo al cuidado y la regeneración de los espacios públicos, promoviendo la concienciación y la implicación ciudadana en el cuidado de su entorno y colaboraremos con los agentes locales en el territorio para mejorar el entorno urbano, el medio ambiente o la movilidad en el Distrito.

Para realizar todo ello se ha contratado a desempleadas y desempleados mayores de 45 años, parados de larga duración, con más de dos años de experiencia laboral en las diferentes especialidades: albañilería, jardinería, pintura, limpieza en el espacio público, así como en intervención social; empadronados en Villaverde, pertenecientes a “colectivos prioritarios”. Conformando de esta forma un equipo de profesionales de diferentes perfiles que impulsarán, a través del proyecto, su empleabilidad y la inclusión sociolaboral.

La Unidad de Colaboración Distrital realizará actuaciones que sean de interés para Villaverde, en el ámbito de la subvención concedida, y que hayan sido previamente consensuadas con la Junta Municipal. Continuamos así nuestra presencia activa en el Distrito, no solo a través de la oferta formativa de los Certificados de Profesionalidad que como centro de formación para el empleo venimos impartiendo en el sur de Madrid desde 1990, sino también como entidad que, de forma muy activa, especialmente desde 2017, viene colaborando con los agentes sociales para mejorar las zonas más degradadas de Villaverde.

FUNDACIÓN INICIATIVAS SUR

Villacís y Fuentes visitan las obras que convertirán un solar en una plaza arbolada

La parcela de la calle Amadeo Fernández dejará de ser un aparcamiento irregular, contará con una zona verde con parque infantil y un espacio para las personas mayores, y mejorará el entorno del barrio y del colegio público Nuestra Señora de la Luz

La vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, visitaba el 14 de septiembre las obras de rehabilitación de un solar en la calle Amadeo Fernández que actualmente es un espacio abandonado y se emplea como aparcamiento irregular de coches, pero que, con las obras que se han puesto en marcha desde el Área de Desarrollo Urbano, se convertirá en una plaza arbolada que mejorará el entorno del barrio, especialmente el del colegio público Nuestra Señora de la Luz.

El proyecto, que Villacís ha explicado sobre el terreno a la directora del colegio y a representantes de la AMPA, se desarrolla sobre una superficie de 4.448 m2, tiene un presupuesto de 442.500 euros y un plazo de ejecución de cuatro meses. Se da respuesta con esta acción a una antigua demanda de los vecinos, que pedían una solución para ese solar deteriorado que se encuentra entre las calles Amadeo Fernández, Bismuto y Cobalto y el colegio público Nuestra Señora de la Luz.

Tras las obras, los vecinos podrán disfrutar de una plaza arbolada, agradable y segura, con un parque infantil y un espacio para las personas mayores. Además, tendrá un acceso directo al colegio para que los niños puedan salir directamente a la plaza, así como caminos que comunicarán los distintos pasos de cebra existentes en las calles colindantes.

“En este espacio, además de aparcar los coches, había un taller ilegal, se ponía la música muy alta y eso complicaba mucho la vida del colegio que está aquí al lado”, ha explicado la vicealcaldesa. Villacís ha estado acompañada por el delegado del Área de Desarrollo Urbano, Mariano Fuentes, y por la concejala presidenta del distrito, Concha Chapa. Según ha indicado Fuentes, esta acción forma parte de la estrategia de renaturalización de espacios urbanos que lleva a cabo el Área y, además, cumple con uno de los puntos de los Acuerdos de la Villa que recoge la creación de plazas de encuentro próximas a los centros educativos.

PRENSA AYTO.