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HUEVOS A LA FLAMENCA

De oscuros nubarrones salta veloz el rayo,

hendiendo el fuerte roble o haciendo el corro mágico.

                                                                                                Erasmus Darwin, 1789

 

Las diez treinta y nueve de la mañana, el timbre estaba a punto de sonar, veinte minutos de descanso, tiempo de bocadillo lo llaman en las fábricas. Las chicas ya tenían sus bolsas y envoltorios en su mostrador cerca de ellas, junto a sus blocs de pedidos. Caí como un fardo en la vieja silla que me habían proporcionado en oficina Y entresaqué, como todos los días, una doble página del periódico para proteger mi mesa de trabajo de las manchas. La naranja rodó hasta mí y se posó sobre un anuncio:

Volví a releerlo y me sentí algo confuso y también antiguo. Yo pensaba, creía… en fin, a mí me gusta el jazz, Javier Paxariño, la New Age, toda la música en general, leo, veo el último cine, Filmoteca también. Frecuento las cervecerías y las teterías…

—Asombroso —dije.

Lo repasé una vez más con la esperanza de encontrar el significado de aquellos pronunciamientos tan graves para mi corto entendimiento sexual. Nada. Frío. Sin dejar de comer, pues el tiempo era muy escaso y no estábamos para perderlo, miré subrepticiamente a mi derecha, hacia los mostradores que estaban más cerca del muelle de recogida de mercancías. Candi y Loli no habían vuelto aún de tomar su café diario. Leo, enfebrecida virtuosa, veintisiete años que parecían cincuenta y dos, tampoco, andaría zascandileando con su clónico rostro de mosquito mañanero. En el mostrador más cercano a mí por la izquierda desayunaban a mi lado, como siempre, Mari Mar y su hermana Sonia, embarazada ya de siete meses.

Leí a todas en voz alta el anuncio y tampoco entendieron la parte final. Estábamos todos en un estado de preocupación por nuestra ignorancia a punto del ataque de risa nerviosa, sobre todo Sonieta, con su risa infinita de muelle flojo que contagia a todo el mundo. Yo seguía serio dándole vueltas. Ya sé que era algo nimio, pero con todas las ventanas cerradas, aquel olor tan fuerte a regaliz pasado que desprendían las últimas cajas de géneros descargadas a primera hora de la mañana nos tenía medio colocados, dinamitaba el optimismo y, la verdad, había muy pocos momentos para reír cuando cualquiera de nosotros, en cualquier momento del día, podía ser despedido. El ambiente, de tan cerrado, era opresivo. La débil claridad que se filtraba por los sucios y antiguos ventanales pintaba las caras de ceniza y la piel de las manos de yema tostada contaminante.

Cuando Candi y Loli regresaron con Leo detrás, volví a releerlo en voz alta.

—¡Joer, joer! —repitió Candi.

Loli puso cara de asado tierno. No parecía entender nada. Leo, roja, no hablaba, sus ojillos transmitían el impacto de alguna aguja de fuego. Los ojos de Candi, auténticos carbones sin llama, habían recobrado vida instantáneamente al hablar de sexo; su lengua, escondida tanto tiempo, despedía fuego residual, tal vez por el colgamiento amoroso que tuvo años atrás y que todavía le duraba.

Por fin una de ellas lo dijo, no logro recordar quién fue.

—¿El beso negro?, nunca lo había oído.

—¿El beso negro? —repitió Candi, la más atrevida —No sé… ¿Qué es eso?

Hablaba mirándonos con gesto maliciosamente interrogativo y nosotros la mirábamos a ella sin poder apearnos de su imaginaria interrogante.

—El beso negro… —Repetíamos ahora todos en tono bajo, como con vergüenza.

Durante unos segundos nos estudiamos las caras en un desesperado intento por comprender. Todo eso era inútil, pero el afán por saberlo, por ponernos al día, nos espoleaba.

—¿Y el griego? —lanzó retadoramente Candi.

—Pues como no sea que abres tu armario y sale un griego en bolas… —Musitó Loli sin estar completamente segura.

—Sí, y que te enseñe el idioma —gritó Mari Mar desde el otro lado del almacén entre risotadas.

La conversación se animaba y el lenguaje alcanzaba ya una incandescencia sexual en la que se gesticulaba con los cuerpos, se hablaba con frases subidas de tono y se remachaba todo unánimemente con ojos bendecidos de carnalidad.

—¿Y el beso negro no será un beso en el trasero? Porque más negro que eso… —dije dubitativamente rascándome la oreja, imitando a mi hija Claudia cuando tiene sueño. Y me puse a pensar mientras las chicas muy alborotadas imaginaban el beso de las más diversas, suculentas y variadas formas. Algunas de ellas lloraban de gozo, otras de risa y otras más tenían un principio de arcadas. Y lo comentaban en voz alta, mezclando las conversaciones como en una reunión de vecinos.

Aprendiz de escritor en evasión imaginaria, me vi sentado en la mesa de estudio de mi cuarto. El cielo de la tarde se cubría de resplandores que hendían las nubes negras, hinchadas como traseros gigantes. Sumido en una inmensa sugestión inspiradora fabricando metáforas en un cuaderno, todas ellas sin sentido.

       “Siempre que miro mi cara en el espejo, veo reflejado el deseo de la tuya, ola tersa moviéndose entre las letras sumergidas página a página en mi diario.”

“Me llamaste desde aquel melancólico rincón, pronunciaste mi nombre como un sueño que surge del suelo y se desvanece”.

       “Oía tu voz desde tus ojos de océano negro que brillaban en los míos”

Dentro de esa ensoñación empecé a percibir extraños movimientos procedentes de los pasillos del almacén donde se guardaba el género. La carcajadas de las chicas no acallaban el siseo creciente de los estantes metálicos, una algarabía de sonidos que escuchados en conjunto formaban una posesa y besucona melodía. Todo cobraba vida en aquel laberinto enrejado de tornillos y arandelas aprisionados por manos humanas. Me acerqué despacio a los primeros pasillos, alejándome de las mujeres. Las bolsas de aseo, los perfumes, ambientadores y maquillajes se removían inquietos, sin duda mal colocados, pensé. Los mostradores de pedidos iban llenándose de una especie de polvillo menudo que desparramaba una mezcla de fragancias a telas recién cortadas, ambientadores descaradamente abiertos, lápices de labios y de ojos y cajas de maquillajes, rotas al ser descargadas, amontonadas en un rincón. Ese conjuro de olores afrodisíacos excitaba más los sentidos y bien pudiera ser una de las causas de tanto revuelo entre las chicas, además del anuncio del periódico. Era una pócima encantada que iba prendiendo en nuestros cuerpos porosos untados de tierra y polvo antiguo. Yo prefería darle un sentido práctico a toda esta alucinación, estaba claro que tendría que mandar limpiar las estanterías porque hacía mucho tiempo que no se tocaban. Era temporada baja, las ventas bajaban y las piezas se hacinaban unas encima de otras descolocadas en posturas provocativamente obscenas. Se mezclaban las mercancías nuevas con las viejas, y como no se retiraban, los artículos deteriorados que llenaban el suelo de los pasillos con raros dibujos y trazos de cielos estrellados, destellos celestes que simbolizaban pequeñas constelaciones en continuo movimiento, perdidas en el fondo de cualquier recuerdo. Los lápices de labios y de ojos y las sombras, pintarrajeaban veloces agujeros negros de colores oscurecidos, infinitos para el ojo humano. Las medias recién traídas de Alemania junto con la manicura, esparcían su olor a nylon y seda y al plástico protector de las fundas abiertas. El maniquí colocado junto a la entrada del almacén con unos pantys por toda vestimenta y los labios tristemente pintados me guiñó un ojo tan atrevidamente que por un momento dudé si serían los reflejos luminosos que sin duda transmitía el ventanuco que estaba a su izquierda unos metros por encima de él y pensé en cambiarlo de sitio. Resultaba curioso, me pareció ver que sus acartonadas formas carnosas vibraban. El metal de las pinzas, tijeras, cortaúñas y alicates de manicura estaba aún caliente por su última salida nocturna. Los lapiceros iniciaron un bailecillo pegadizo, desclavaban los pies del suelo y dejaban un sonido sutil de claqueta fisgona en el latón de los estantes grises, rozaban sus moderadas redondeces, estiraban y trazaban círculos de colores alrededor de sus puntas hasta dejarse caer desgastados por el cansancio. Rodaban hasta juntar sus delgados cuerpos en un resinoso abrazo. El cric-cric de las patas de metal que sujetaban el peso de las estanterías dentro de los pasillos semioscuros se mezclaba con una sinfonía de suspiros melosos y con el chapoteo de risas y de voces de esos pequeños momentos que disfrutaban las chicas dentro de su jornada laboral, como un paisaje que nunca llega a verse del todo.

Sobresaltado, desperté de mi semisueño. ¡Si sólo había dejado descansar mis ojos una chispita de tiempo! Todos los objetos dejaron de moverse y se esfumaron de pronto y no comprendía cómo, puesto que no desaparecieron del campo visual, sino que desaparecieron como una imagen borrada súbitamente.

Sí, en ellos existe vida de verdad. Yo los he visto crear con sus puntas anillos de colores. El polvo nunca crece alrededor de ellos. En el centro hay amorosos dibujos sobre los que bailan y cantan hasta caer rendidos con la primera luz del día y con la entrada a la fábrica de mujeres y hombres”.

       “Yo tenía la costumbre de hablar con los lapiceros, los maquillajes, los perfumes, y de aspirar el olor de los ambientadores y las bolsas de aseo con sosegada ternura. Ellos solían acercarse a hablar conmigo y luego desaparecían. Podían hacerse visibles o invisibles a voluntad. Y cuando se encaprichaban de unos labios humanos, la luz vacilante de unos ojos huecos por donde nace la mirada, arrebataban a estas personas en cuerpo y alma”.

—¡Antonio! ¿Dónde está Antonio? —gritaron al unísono las voces femeninas. Como sombras surgidas desde detrás de los mostradores, todas las miradas se pararon en mi cara que iba tornándose del mismo color que sus flamantes batas verdes.

—Sí, ejem… le he mandado con la furgoneta a la nave de San Martín de la Vega a traer unos géneros para los pedidos.

—Él, él seguro que sabe lo que es un beso negro, un griego y eso de las bolas japonesas —hablaron atropellándose unas a otras.

Sonieta se transfiguró y sin aflojar su ritmo de trabajo meditaba en todas aquellas “locuras escénicas”. Sus ojos de caramelo blando se derretían de amor asomándose hasta su abultado vientre de donde emanaba el flujo de la pequeña vida que su radiante mirada reflejaba. Ser madre era su mayor deseo, tampoco pedía más a la vida. Una vida como tantas vidas vacías que pasan titubeantes sin preguntarse nada, sin nada en qué pensar que no sea rellenar su tiempo con el acto supremo del consumo, ajena a cualquier acto solidario salvo con su mezquino yo.

Mari Mar, su hermana mayor, ojos siempre indagadores, nunca satisfechos, una hija adolescente, exigente y contestona, copia en miniatura de la protagonista de “Lo que el viento se llevo”, una tirana de a capricho diario vamos, un marido excepcional, analista de laboratorio, Máster en Biología, multitud de cursos con notas sobresalientes y en paro.

Candi “la múltiple”, Candelas, Sor Candi, como yo la llamo, con su fogonazo heridor de amores desengañados hace ya varios años y ahí está el resultado. Desde entonces consagra su cuerpo a ser un templo de ceniza, dos brasas por ojos y una fina y destilada amargura enmarcada de ironía en su voz ronca que le nace desde abajo, más hondo que el corazón.

Loli, sacos de amargura y a pelea diaria, holográmica, con el adicto internauta de su marido, el “buenazo” que sentado a la mesa suelta con maliciosa intención sin moverse un centímetro: —Tomaría vino, comería pan —a la espera de que su hijas o su mujer se lo pongan junto al plato de comida, así sin más, sin el más mínimo aliento de amor, enterrado hace ya varios años en la misma playa donde se conocieron durante unas vacaciones—. El “paquete” —dijo Loli—, fue en lo primero que me fijé de mi marido, el “paquete”, y ahora mira como estoy.

Callábamos y Loli seguía hablando y según hablaba, podíamos observar cómo crecía la noche dentro de ella. Leo también callaba, miraba y remiraba y callaba más, su cara blanquilla dejaba traslucir un sofoco volcánico interior, había en sus ojos un tinte reumático, un dolor oculto dejaba asomar arruguitas como cerros apagados. Los sobresaltos de la infancia, la habían envejecido bastante.

Antonio, antiguo cazador, en su tiempo libre taxidermista en Sigüenza, compareció como el viento fresco que se disuelve suavemente y dignifica a ratos el almacén, convertido en un horno a punto de explotar de sudores y sanas risas sexuales.

—¡Hombre Antonio!, mira las chicas querían, ¿no?, queríais saber —dije dirigiéndome a ellas.

—¡Ah sí! —contestó Loli, demorándose al hablar, pensando tal vez en la última ocurrencia— ¿Toñito qué es un beso negro? —y los ojos picaruelos de pillo siempre dispuesto se encendieron para hablar de un tema ya de sobra conocido por él.

—¿Y un griego? —preguntó Candi y hablo casi más con los ojos, negrísimos, intrigantes, ávidos de encender cualquier rescoldo en su voz.

—El beso negro es… un beso ahí —y sonrió traviesamente, como alguien que quiere ser pillado en un renuncio gozoso.

No hubo más palabras, en un instante las caras se tornaron lívidas, quizá el sofoco, quizá la luz de la tormenta que penetraba por los ridículos ventanucos enrejados. Yo repetí un par de veces más, que ya lo decía, que sólo podía ser eso así, y todas ellas sin excepción, con la confirmación de la sospecha, se habían puesto primero coloradas, luego, inclinadas sobre los mostradores de trabajo, con expresividad recatada al imaginarlo con fuerza en su cabeza, cada una con su novio, marido o amante, mostraron en sus congestionados rostros signos inequívocos de arcadas solidarias unas con otras, se miraban y repetían las arcadas con más consistencia si cabe.

—¡Huy por Dios!, ¡qué asco!, un beso negro —matizó Candelas, y sus palabras salpicaban a todos, hurgaban más en el mundo visionario de las demás—. Meter la lengua hasta el… ¡Por Dios! ni por un millón, ¡qué asco, por Dios!, ¡por Dios! —y sus ojos despedían pavorosas llamaradas de deseo, de vida.

—¿Y el griego?, ¿qué es un griego Toñito?

Y Toñito hizo el gesto expresivo de los esquiadores y añadió sólo una frase.

—Por detrás.

Las muchachas redoblaron las arcadas y no niego que yo mismo noté algún síntoma de vacío, un cosquilleo amargo afloró por mi garganta que empezó a picarme hasta hacerme toser y casi “potar” el bocadillo. Era una tos repetitiva, no demasiado fuerte, asustadiza. Tos de niño.

Aclaradas las nuevas noticias  con Toñito y tras unos segundos de ojos desaliñados e incertidumbre silenciosa, el ambiente se relajó bastante y las chicas comenzaron a hablar entre ellas, reían en silencio a veces, a gritos otras, hubo un momento divino, sólo un instante, en que discutieron acaloradamente sobre si no sería mejor un francés que un griego y se impuso la idea primitiva en sus cerebros, hacer el amor de forma clásica. Brillaban sus ojos al pensar en alguien en concreto, un superhombre saliendo del armario de su cuarto o de sus sueños, bien afeitado y quizás cubierto con el tan ansiado vellocino de oro.

Luego, después de soportar tanto calor húmedo, estalló la tormenta, gruesas gotas chocaban con estrépito contra los pequeños ventanucos y el ambiente festivo se esfumó, y con ello todo rastro de armonía risueña y sana palabrería sexual. Las caras se tornaron mohínas, la rutina de los pedidos espesó los ojos y un silencio opresor canalizó el ambiente sofocante de la tormenta descargando su nube furiosamente enfermiza.

En los días siguientes, cuando la intensidad del trabajo hostigaba los nervios, yo sacaba a relucir el asunto de los anuncios, no como una argucia, sino espontáneamente, era una suerte de unión sexual que destensaba el ambiente.

Un día Lola, la limpiadora, con piel de cantera y ojos de nube pálida, a la que dejó su marido por otro hombre, se inventó su propio anuncio. Primero se hartó de reír sola, agarrándose con sus manos blanquísimas al borde del mostrador de madera abarrotada de multitud de nombres y corazones y astillada por los años, por otros tiempos, se doblaba en sucesivas convulsiones de risa y tal vez de llanto. Nosotros tardamos en adivinar qué le pasaba porque al principio pensábamos que se había atragantado, mientras ella seguía elucubrando sola por lo bajo:

Depilada, sin nada.

Te recibo desnuda.

Francés, griego y

bolas japonesas.

—¡Bolas japonesas!

Levantó la cabeza dubitativa y empezó a hacer toda clase de gestos, como para que la viéramos los demás y soltó: —¡Huevos a la flamenca! y será una cosa así más o menos —siguió gesticulando.

—Huevos a la flamenca —musité yo interrumpiéndola.

—¡Síii! —dijo Lola— ella posa la mano en sus… mientras él toca flamenco con la guitarra.

Todos reímos al unísono al imaginar la escena. Durante un larguísimo minuto nos olvidamos un poco de la triste realidad. Lola apoyada en un rincón del almacén lloraba a gritos, como gritan la vida los pájaros con cada nuevo amanecer.

Afuera, una nueva tormenta descargaba con fiereza inusitada, la lluvia golpeaba sin piedad la puerta de entrada de las mercancías. Daba la impresión de estar llamando, de querer entrar a cobijarse en nuestras miserias. El cielo carnoso estaba hecho añicos, el horizonte se había desteñido. Gotas de sudor resbalaban por mi cabeza para fundirse entre el mono de trabajo y mi ropa limpia. Un día más.

Ya no había esperanza en nuestros corazones. Las leyes que nos protegían laboralmente ya no existían, cubríamos los huecos de nuestra desnudez con los muertos, porque así son los despedidos, como muertos. Y hablábamos a solas con ellos porque ayer eran nuestros amigos y compañeros. De los doce fieles que me quedaban en el almacén, ya había cuatro despedidos, uno más esa misma semana, dos más a finales de mes, a otro le mandaban a la nave de San Martín y no quedaban ya más que cuatro conmigo. Solo Dios sabía qué pasaría. No me quedaban ánimos para pensar. Había dolor, y pena, y rabia. No sobreviviríamos.

Viernes, las tres menos cuarto, casi la hora de salir, en cualquier momento sonaría el teléfono, uno de nosotros sería despedido ese día.

Felipe Iglesias Serrano

El gran agujero

Con casi 11.000 metros de profundidad, la fosa de las Marianas, situada en el Pacífico Occidental y conocida popularmente como “abismo Challenger”, es el punto más hondo que se conoce del océano y, por tanto, uno de los menos explorados debido a las dificultades técnicas que entraña el descenso. Las expediciones que se han llevado a cabo en esta zona de altas presiones han demostrado que es el hogar de numerosas especies de vertebrados.

Los últimos científicos que han podido comprobarlo son los integrantes de la misión Hadal Ecosystem Studies (HADES), a bordo del buque Falkor. Desde este barco del Instituto Oceanográfico Schmidt lanzaron varios vehículos robóticos que han explorado el abismo Challenger a diferentes profundidades, tomando imágenes y recogiendo muestras que subieron a la superficie y que ahora tendrán que analizar. Esta misión científica, que concluyó a finales de diciembre, ha logrado varios récords. El más llamativo, el descubrimiento de una extraña especie de pez baboso que nadaba a profundidades de hasta 8.143 metros. Es la primera vez que se ve un pez a tanta profundidad. Aunque los vehículos robóticos recogieron muestras de algunas especies animales, como el anfípodo (un tipo de crustáceo), de gran tamaño, no capturaron ningún ejemplar del pez que ha batido el récord. También filmaron peces abisales como el macrúrido (también conocido como “pez cola de rata”), con el que se toparon a unos 6.000 metros de profundidad. El equipo de James Cameron (que en 2012 descendió a la fosa de las Marianas en solitario a bordo del vehículo robótico Deepsea Challenger), también los encontró.

Muchos estudios se han centrado en el fondo del abismo Challenger, pero desde un punto de vista ecológico es muy limitado. Es como intentar comprender cómo funciona el ecosistema de una montaña mirando solo la cima. Por ello, su objetivo era investigar tanto la ecología como la geología de esta remota región. Otro de los records que han anunciado es la recogida de las muestras de rocas más profundas, cuyo estudio les permitirá analizar la composición de rocas volcánicas de las primeras erupciones de las islas Marianas. Con esta expedición los investigadores continúan el trabajo realizado por el director de cine y explorador James Cameron, que grabó a numerosas especies que habitan en la profundidad del océano. Según relató el creador de películas como

Abyss, Avatar y Titanic tras convertirse en la primera persona en bajar en solitario al abismo Challenger, lo que encontró fue “un mundo totalmente alienígena”. Antes que él solo lo habían logrado Jacques Piccard y Don Walsh, que fueron los primeros seres humanos en descender, en 1960. Lo hicieron a bordo de un batiscafo diseñado por el padre del primero, Auguste Piccard.

Tras su aventura, Cameron donó su submarino a la Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI), que también ha participado en la expedición del Falkor, aunque todavía no hay planes concretos para llevar a cabo una nueva misión tripulada. Otra expedición de la WHOI con vehículos robóticos está grabando durante las inmersiones en el océano el sonido que emiten las especies que viven en la fosa de las Marianas para investigar cómo usan las señales acústicas en uno de los entornos más extremos del planeta.

DAVID MATEO CANO

El arte como salvación

“A la ira hay que escucharla. Es una voz, un grito, un ruego, una exigencia. A la ira hay que respetarla. Porque la ira es un mapa. La ira nos dice que ya no nos podemos permitir nuestra antigua vida. Nos dice que la antigua vida se muere y que estamos renaciendo. (…) El arte abre los armarios, airea los sótanos y las buhardillas. El arte trae curación.”

Recordaba estas palabras de Julia Cameron, de su libro El camino del artista, mientras escuchaba a Muhsin Al-Ramli, iraquí exiliado en España desde 1995. Tuve la oportunidad de compartir espacio virtual con este escritor, poeta y traductor tan excepcional gracias al recién inaugurado Club de lectura Separata Árabe, creado por Silvia Rubio Taberné y Maribel González Martínez (podéis encontrarlo en Facebook, es gratuito previa aceptación de las fundadoras).

Cada 30 días, cuatro libros se proponen como potencial lectura a través de una encuesta en redes sociales. El que suma más puntos gana. Los jardines del presidente, uno de los libros más conocidos de Al-Ramli, salió elegido en diciembre y nos ha acompañado a todos los miembros del club durante las Navidades, el cambio de año, Filomena y la tercera ola.

Hacía muchísimo que no me enganchaba tanto a un libro. Y aunque todo lo que se cuenta es oscuro y desgarrador, echaba de menos adentrarme en profundidad en el universo creativo de un buen escritor de Oriente Próximo. Al-Ramli supera todas las expectativas. Lo mejor del club, sin duda, fue compartir reflexiones con el propio autor, que ha participado en los encuentros digitales que se celebran todos los viernes a las 19:00 (excepto el tercer viernes, que sale la encuesta para la siguiente lectura).

Cuando le preguntaron por qué cuenta el final del protagonista desde la primera página (encuentran su cabeza en una caja de bananas), Muhsen lo tiene claro: “Eso mismo les ocurrió a unos parientes en Irak. Me rebelé ante la idea de que semejante barbarie no saliera en las noticias, ni siquiera en la prensa local. Por eso, lo primero que escribí de la novela fue ese párrafo, contando el final al principio. Sabía que era arriesgado, pero me dejé llevar por la ira de ese momento”.

Ése era un recurso muy habitual de Gabriel García Márquez, un referente para Al-Ramli. “Cuando leí Cien años de soledad decidí que aprendería español solo para poder leer ese libro en su idioma original”. Licenciado en Filología Española por la Universidad de Bagdad en 1989, también es doctor en Filología Española por la Universidad Autónoma de Madrid desde el 2003.

Es además hermano del escritor Hassan Mutlak. Considerado por algunos intelectuales como el “Lorca iraquí”, fue ahorcado por el régimen de Sadam en 1990 por haber participado en un intento de golpe de estado.

Teniendo en cuenta su biografía, cuando se le pregunta qué estímulo le impulsa a seguir escribiendo a pesar de la tragedia, responde rápido: “El mejor acompañante del ser humano es la cultura, es el arte. Estoy convencido de que, si enseñáramos más arte, no habría tantas guerras en el mundo. A través del arte, compartimos el peso del dolor. Sin duda, a mí la literatura me ha salvado”.

Que las palabras de Muhsin os acompañen en estos tiempos tan difíciles que nos toca vivir.

LAILA MUHARRAM

El rastro de Madrid

El rastro de Madrid es un mercado al aire libre. Nació hacia 1740 en torno al “Matadero de la Villa”, y en él se pueden encontrar objetos cotidianos y curiosos artilugios antiguos. Se celebra todos los domingos y festivos, y se ubica en el castizo centro histórico de la capital de España, extendiéndose cientos de puestos ambulantes en torno a la plaza de Cascorro, la amplia calle Ribera de Curtidores y sus aledañas, hasta Ronda de Toledo y Embajadores. La palabra “rastro” es sinónimo de “carnicería” o “desolladero”: las reses dejaban un rastro de sangre por el suelo después de ser degolladas.

Ya tenía la gran actividad comercial de los “ropavejeros”, vendedores de ropa vieja y usada, afincados desde el siglo XIV en la calle de los Estudios. A finales del siglo XV empezaron a instalarse en esta zona los mataderos y las tenerías con los curtidores de pieles. El arroyo más importante de la zona bajaba por el barranco donde hoy se encuentra la Ribera de Curtidores, anteriormente llamada Las Tenerías.

En la mitad del siglo XVII se juntaban los negocios de la carnicería y curtidos de pieles con fábrica de zapatos, correajes, comercios de ropa, velas, etc. Al final del siglo XVIII, empezaron a instalarse también vendedores de productos comestibles. Los nuevos puestos invadían la plaza del Rastro y la Ribera de Curtidores, luego vino una orden del Concejo que alejó las tenerías de la zona para evitar la contaminación del agua del río.

En el siglo XIX, llegaron los chamarileros, las subastas, los anticuarios, las tiendas de compraventa de muebles y objetos de valor, prendas y alhajas, los comercios de libros antiguos. Desde hace 500 años hubo tres mataderos cerca de la Ribera de Curtidores con venta de carne al por mayor. En 1928, los dos mataderos de la zona fueron trasladados al barrio de Legazpi.

Hasta los años 70, artesanos se acomodaron en la plaza de Cascorro y atrajeron a bastante público los domingos y durante los días laborables, y siguieron colocándose muchos puestos permanentes. En 1988 y 1989, el Ayuntamiento de Madrid remodeló el Rastro reduciendo otra vez en gran manera los puestos e imponiendo contribución anual a los vendedores que obtuvieron un permiso, siempre provisional y a renovar. Quedaron un poco más de 1.700 puestos. En el año 2000, una ordenanza actualmente en vigor sometió a todos los vendedores llamados “ambulantes” de puestos desmontables en el rastro de domingos y festivos.

Las personas que acuden a este mercado no son solo los madrileños, sus fieles clientes, sino también los viajeros de toda España, los inmigrantes y los turistas del mundo entero. La concentración de público puede llegar a más de 100.000 personas cada domingo por la mañana, porque este mercado tiene fama internacional. El Rastro es Patrimonio Cultural del Pueblo de Madrid.

Se accede al Rastro en metro, autobuses y cercanías de Renfe. Está cerca de la Plaza Mayor, y se puede llegar a pie en unos minutos desde la Puerta del Sol.

Narciso Casas

‘Siempre tenemos que buscar proyectos con los que ilusionarnos’ 

Raquel González Bazaga, pintora de Villaverde Bajo, da clases de pintura a través de TikTok. Ya tiene 4.681 seguidores y recibe 104.303 visitas a la semana

Raquel González Bazaga, vecina de Villaverde Bajo y pintora de gran talento, ya había aparecido en varias ocasiones en estas páginas con motivo de alguna de sus exposiciones en el barrio. De un tiempo a esta parte, problemas de salud han limitado un tanto su movimiento, pero al ser persona muy inquieta, tal situación ha tenido como fruto un nuevo y atractivo proyecto, con el que se muestra muy ilusionada y que está cosechando bastante éxito: impartir clases de pintura a través de la red social TikTok. Ella misma nos lo cuenta en la entrevista que sigue. 

¿Cómo surgió la idea de enseñar a pintar a la gente en TikTok? 

No tenía intención de enseñar a pintar: comencé a mostrar trabajos terminados. En realidad, surge de la necesidad de “hablar” de pintura con alguien (dado que ya no podía ir al Círculo de Bellas Artes). Entonces comienzo a explicar mi proceso en 60 segundos [duración máxima de los vídeos en dicha red social], veo que la respuesta es positiva; que hay un montón de niños, adolescentes y también adultos a los que interesa. Me gusta tratar con niños, dan alegría, y es cuando empiezo a disfrazarme y a hablarles. Y parece ser que gusta… 

Y tanto… ¿Cómo ha ido creciendo esa respuesta positiva? 

En principio, la gente te manda mensajes de apoyo, les gusta el arte. Incluso puedo decir que los niños lo valoran más que algunos adultos. Pero la respuesta más emocionante fue cuando empecé a hacer directos. Cuando llegas a los 1.000 seguidores, la plataforma te deja hacer directos; empecé a hacer demos, respondía dudas y generaba debates entre las personas que estaban conectadas, que podían tener entre 5 y 40 años. Son situaciones que creo que solo se pueden dar en este tipo de plataformas. Otra cosa que surgió fue la de empezar a hacer retratos en directo de los seguidores: ahí se genera una emoción especial, se conecta la familia del retratado, amigos… y creo que es una forma de dar a conocer el arte sin forzar nada. También hubo personas que decidieron retratarme, y otras que decidieron empezar a pintar. 

Imagino que, según has ido haciendo los vídeos, habrás ido comprobando qué funciona mejor y qué funciona peor y habrás ido perfeccionando el formato. ¿Cómo ha sido ese proceso? 

Los propios seguidores te van guiando, y de lo que me he dado cuenta es de que prefieren el contacto visual, verte y conocerte. Por supuesto que también quieren aprender. Es algo extraño, porque cuando estás con adolescentes, te ignoran porque están conectados. Y sin embargo lo que buscan, que al final es lo que buscamos todos, es el contacto humano, pero a través de una pantalla. 

¿Cómo es un vídeo-tipo de los que subes a la red? ¿Tienes que prepararlo mucho o sale fluido? 

El proceso es muy sencillo: me siento con un bloc y comienzo a dibujar; cuando me enfrento yo misma a una complicación del dibujo, pienso que también le puede pasar a otras personas y entonces lo explico. Es una sensación rara, como si mandas un mensaje en una botella. No sabes si a alguien le importa, y resulta que sí. Cuando me disfrazo, es algo espontáneo: siento que debo dar una información, y adopto el personaje que daría esa información. 

Eso me ha llamado la atención: he visto que tienes distintos personajes Preséntanoslos 

Bueno, está el viejo detective, que da información de investigación, curiosidades de pintores y cuadros. Está la vieja, que es un poco cotilla, y nos da consejos de cómo limpiar los pinceles con jabón Lagarto, por ejemplo. Y también la punki, que no ha salido mucho, pero es chica rebelde, que quiere hacer cosas y se da cuenta de que para la revolución también hay que estudiar y formarse. 

¿Cuántas personas te siguen a día de hoy? 

No tengo muchos seguidores, en estos momentos son 4.681, pero lo que me sorprende es que una media de 104.303 personas a la semana me visitan. ¡Visitan arte! 

¿Cómo te sientes al ver gente que ha decidido aprender a pintar al verte? 

Es muy emocionante y peligroso a la vez. Veo que hay niños y adolescentes a los que influyes mucho. Y hay que ser responsable y mirar bien lo que dices y haces. 

¿Te ha pasado alguna cosa especialmente curiosa con este proyecto? 

Lo curioso fue que, sin tener ninguna intención en concreto, TikTok me ha situado entre las primeras profesoras de la plataforma. Y encima tengo lista de espera para hacer retratos. 

Para terminar, ¿quieres hacer llegar algún mensaje especial a los lectores? 

Mi mensaje es que, aunque vengan tiempos de confinamiento o cualquier circunstancia desfavorable, siempre tenemos que buscar proyectos con los que ilusionarnos, ya sea aprendiendo o enseñando lo que sabemos a los demás, y no perder la esperanza. 

Puedes encontrar los vídeos de Raquel González Bazaga en (TikTok): @raquelgonzalezbazaga7  

ROBERTO BLANCO TOMÁS 

El Hospital 12 de Octubre demuestra que las lesiones cutáneas pueden ser las primeras manifestaciones clínicas de la infección por COVID-19

La investigación, publicada en The American Journal of Surgical Pathology, identifica partículas virales de SARS-CoV-2 en la piel de 25 pacientes analizados

Un estudio dirigido por el Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Universitario 12 de Octubre ha descrito por primera vez la presencia de partículas virales de la infección por SARS-CoV-2 en la piel mediante microscopía electrónica y ha identificado cinco tipos de lesiones cutáneas susceptibles de ser las primeras manifestaciones asociadas al COVID-19. Además, ha demostrado que la existencia del virus en las células endoteliales favorece la activación de los mecanismos que desencadenan la inflamación que da origen a las lesiones dermatológicas.

La investigación Spectrum of clinicopathologic findings in COVID-19-induced Skin Lesions. Demonstration of Direct Viral Infection of the Endothelial Cells, publicada recientemente en The American Journal of Surgical Pathology, ha contado con la participación de profesionales del Servicio de Dermatología del Hospital 12 de Octubre y del Hospital Clínico de Salamanca, quienes han aportado un total de 25 muestras recogidas entre el 20 de marzo y el 25 de abril, en el contexto de la primera ola de la pandemia, en pacientes de entre 7 a 13 años y 28 a 83.

En esta cohorte de pacientes se han registrado cinco tipos de manifestaciones cutáneas diferentes, de las que 11 han sido lesiones acroisquémicas o sabañones, nueve exantemas o sarpullidos, dos procesos de púrpura palpable, una erupción tipo urticaria y dos inespecíficas. Todos ellos han presentado sintomatología clínica compatible con la COVID-19 en el momento de la toma de muestra, aunque en solo nueve de los 25 casos analizados se ha confirmado infección mediante técnica de PCR nasofaríngea.

Del estudio se desprende que no existe una correlación directa entre las lesiones cutáneas y la gravedad del cuadro respiratorio derivado de la infección por COVID-19. De los nueve pacientes confirmados siete correspondieron al grupo de los exantemas con síntomas respiratorios clásicos que incluían fiebre, tos y disnea. Y uno al de la erupción urticarial que desarrolló neumonía bilateral, al igual que uno de los procesos inespecíficos.

La mayoría de las lesiones se han localizado en pies, extremidades inferiores y tronco con alguna lesión aislada en manos, y se han resuelto sin tratamiento entre cuatro y diez semanas después de su aparición. La investigación sugiere que la detección precoz de estas manifestaciones cutáneas puede alertar en algunos casos de la enfermedad por SARS-CoV-2 y evitar así la propagación del virus.

COMUNICACIÓN HOSPITAL 12 DE OCTUBRE

Parcela 17-235: un espacio para el centro cultural que necesitamos

El motivo de nuestra preocupación surge al comprobar que este concurso está ofreciendo la disponibilidad de la parcela 17-235 para otras actividades distintas al uso que ya se adjudicó en su momento.

La necesaria ampliación del centro cultural, con salón de actos, sala de informática… en la única parcela de equipamiento social de carácter público del barrio, es algo que está incluso presupuestado desde el año 2017 en la página 31 del Plan Cuatrienal de inversiones del Ayuntamiento de Madrid, que prevé dicha ampliación hasta en tres años con una inversión de 1.165.000€.

De forma que, desde la asociación vecinal, vamos a investigar y a luchar por retomar este proyecto de ampliación o, al menos, asegurar su futuro uso para lo que se destinó, aunque sea cuando el Ayuntamiento vuelva a tener presupuesto. Seguiremos informando.

A.V. COLONIA MARCONI

La A.V. La Unidad de Villaverde Este denuncia la ‘lamentable situación’ de la Sala de Lectura León Felipe

El pasado 22 de diciembre, desde la Asociación Vecinal La Unidad de Villaverde Este, remitimos un escrito a la Junta Municipal de Villaverde denunciando la lamentable situación de la Sala de Lectura León Felipe tras su apertura al público el pasado 1 de diciembre.

Han sido varios los vecinos y vecinas, usuarios de la sala, los que se han puesto en contacto con la asociación para informarnos de la situación de la misma y su funcionamiento, pudiendo contrastar nosotros mismos lo siguiente:

— Durante las primeras semanas, en plena pandemia, la sala de lectura estuvo sin servicio de limpieza que garantizase unas condiciones mínimas de higiene y seguridad. La Junta Municipal niega este hecho diciendo que el servicio acude “asiduamente”, y sin embargo la falta de limpieza no es algo que hayamos constatado solo desde la reciente reapertura, sino que ya las trabajadoras de la anterior empresa gestora de las actividades de animación a la lectura se veían en la obligación de llevarla a cabo. Seguiremos insistiendo para que concreten a qué se refieren con “asiduamente”, ya que no es una limpieza diaria, ni mucho menos asidua, la que ha habido hasta el momento.

— En el aula infantil existe una gotera que hace que la sala no se encuentre en condiciones óptimas para su uso. La Junta reconoce el hecho y no concreta cuándo será arreglada.

— Hemos visto que el préstamo de libros no está funcionando. Al contrario que en otras bibliotecas y salas municipales, donde el préstamo de libros está funcionando con normalidad, nos encontramos con que en nuestra sala de lectura no se pueden sacar libros. ¿A qué se debe esta cuestión? La Junta Municipal lo justifica por la pandemia, sin embargo el préstamo de libros se lleva a cabo con plena normalidad en todos los servicios municipales y de la Comunidad. Por ejemplo, en la Biblioteca María Moliner se prestan libros gracias a un protocolo específico.

— Nos dimos cuenta de que tanto los carteles informativos como la hoja de registro en la entrada estaban hechos a mano. El funcionamiento se inició sin un mísero ordenador e impresora, solo semanas más tarde se dispuso del equipo mínimo indispensable.

— Hemos detectado que en el aula de informática no hay ningún ordenador. La Junta Municipal alega, literalmente: “aunque ponga aula de informática no lo es y no está previsto que haya ordenadores”.

— También hemos observado que existen libros que no han sido catalogados todavía. ¿A qué se debe esta cuestión? La junta afirma que “se resolverá en su momento por otro departamento (…). Con la pandemia se ha decidido introducir muchos libros en cajas y vaciar algunas estanterías”. ¿Es posible que sea la única sala de lectura de Madrid que tiene los libros en cajas por la pandemia? Seguramente.

— Por último, las mesas de estudio se están compartiendo entre dos personas con menos de un metro de distancia entre ambas. Creemos que deberían instalarse pantallas para garantizar la seguridad durante el estudio, así como facilitar papel con desinfectante para que cada usuario limpie su mesa y silla después de su uso.

No son pocas las dudas y cuestiones que tenemos. Creemos que éstas deben solucionarse cuanto antes para contar con una sala de lectura operativa y accesible para los vecinos y vecinas de Villaverde Bajo. Queremos que se preste un buen servicio en esta sala de lectura y consideramos

fundamental que se haga un buen control del trabajo que realiza la empresa adjudicataria al encontrarnos con un servicio externalizado pese a que la demanda de nuestra asociación y los vecinos del barrio era que la gestión de este servicio fuese 100% pública.

A.V. LA UNIDAD DE VILLAVERDE ESTE

Al servicio del Distrito

Tras la gran nevada, API Movilidad, empresa ubicada en el Polígono de Villaverde, organizó sus medios para ayudar a una pronta vuelta a la normalidad

Somos la empresa API Movilidad, trabajamos en el sector de la conservación y de la explotación de todo tipo de infraestructuras tanto urbanas como interurbanas. En concreto nuestra delegación de Villaverde nos dedicamos a la conservación de la señalización de varios distritos del Ayuntamiento de Madrid.

Al trabajar en la conservación de infraestructuras, llevábamos un tiempo viendo las previsiones meteorológicas que auguraban una gran nevada en Madrid, aunque nunca pensábamos que fuera a nevar tanto como lo hizo finalmente. Desde un primer momento pensamos en la seguridad de nuestros trabajadores y adelantamos la hora de salida el viernes para que todo el personal pudiera regresar a casa en condiciones de seguridad.

Creo que en un primer momento todos disfrutamos de la nieve, pero rápidamente nos pusimos a pensar en todos los problemas que iba a originar en la movilidad de una ciudad como Madrid, y que debíamos poner nuestros medios al servicio de la ciudad para intentar que se volviera a la normalidad lo antes posible. Durante el fin de semana, nos pusimos en contacto con el Departamento de Movilidad, para el que trabajamos, y empezamos a organizar nuestros medios para intentar en la medida de lo posible retirar la nieve que hay en los viales principales de nuestro entorno, dando cierta seguridad a la circulación de los vehículos.

Con el fin de conseguir el mejor rendimiento para nuestros medios, y ya que estamos ubicados en el Polígono de Villaverde, iniciamos la retirada de nieve en el barrio de la Colonia Marconi, utilizando minicargadoras y equipos esparciendo sal para evitar la formación de hielo debido a las bajas temperaturas posteriores a la gran nevada.

Una vez que terminamos en Colonia Marconi, nos desplazamos a San Cristóbal de los Ángeles, donde nos encontramos con la dureza del temporal, con muchos árboles caídos, zonas heladas y numerosos accesos intransitables tanto para vehículos como para peatones. Fue en este barrio donde vimos que realmente éramos necesarios, y todo el personal se volcó de una forma admirable en poder dar acceso al centro de salud como objetivo principal, y después intentando retirar toda la nieve posible de viales y aceras que daban acceso al Centro de Mayores San Cristóbal y al colegio Navas de Tolosa.

Hemos de reconocer que nuestra empresa tiene una vocación de servicio como seña de identidad, pero es la reacción de la gente la que en este caso ha hecho que redobláramos nuestros esfuerzos para ayudar en todo lo posible. Nos han transmitido su cariño y su afecto, y eso nos ha hecho sentirnos importantes, esforzándonos al máximo para tratar de devolverles a una cierta normalidad.

Como aprendizaje de esta situación tan anómala, dentro de la dureza del trabajo y de ver la ciudad completamente arrasada por las consecuencias de la nevada, esta experiencia ha sido muy gratificante para todos y cada uno de los que componemos nuestra delegación, ya que hemos podido aportar nuestro granito de arena a los que consideramos nuestros “vecinos” y de haber ayudado en la medida de nuestras posibilidades.

API MOVILIDAD

Necesidades básicas

¿Cómo desprenderse de una esposa? ¿Cómo no necesitar tanto a una mujer? ¡Ay si yo supiera poner la lavadora en el punto exacto y además, claro, dar con un detergente “guachi”! ¿Y los botones? ¡Hay tantos! ¿Para qué sirven? Menudo follón: lavado, pre-lavado, aclarado, pre-aclarado, centrifugado, ¿terminado? No te equivoques de ropa: blanca, de color, gruesa, delgada, de lana, de lino, para mí toda es igual. Alguna vez metí una camisa o un suéter de color con la ropa blanca, al sacar las prendas aquello parecía el arco iris y los ojos de Alda el Etna[1]; tuve que desaparecer una tarde entera para calmar ánimos; al anochecer volví cordero, con bocadillos, tortillas pequeñas y cosas de picar para que nos desenfadáramos durante la cena.

¡Ay, qué lastimita no saber de cocina para cuando vengan los regaños! Preparar tu propia comida y no sólo alimentarte de disgustos, platos vacíos o precocinados. Tampoco se trata de llegar al “no va más” de los condimentos, ni a la exagerada buena presentación, estilo personal del “chef Rober”[2]. ¡Si yo supiera limpiar el pescado! ¿Y cómo se hace luego? ¿Se enharina? ¿Se destroza? ¿Se fríe y se tira? He mejorado con las sardinas, ¡pero los otros pescados son tan distintos! Reconozco que la cocina es un territorio inexplorado por mí. Ya domino los embutidos, hago juegos malabares combinando fiambre variado, soy un artista en el pan con tomate y jamón y en mi especialidad: las míticas salchichas de Felipe, las hago de todas clases: perritos calientes con kétchup, solo, con mostaza, con patatas fritas, sin patatas fritas, dorando el pan, etc… También he descubierto una forma original de hacer los sándwiches a la plancha, si además los relleno con finas rodajas de tomate natural alcanza el paroxismo de los efectos especiales en alimentación. ¡De todos modos, me siento tan ignorante en tantas otras cosas!

He progresado en ciertos quehaceres de la casa. Entre limpiar el polvo muy bien, bien y discretamente, yo lo hago discretamente bien. ¡Hay tanto cacharrillo superfluo que levantar! ¿Barrer?, ¡bien! Ya controlo perfectamente esas pelusas volantes capaces de amargarte la tarde con tu mujer. ¿Hacer la cama? Si me pongo, me pongo y no hay quien me pare. Recoger ropa del tendedero se ha hecho fácil con el truco de apoyarla en el pecho para doblarla bien, aunque todavía confundo las camisetas y calcetines de todos al colocar los montones. No me he iniciado en tender la ropa, la de la cama nunca querré, esas sábanas tan grandes, anchas, con esas humedades, esa banqueta redonda, tan pequeña, para subirse a tender en ella, la oscuridad que te va envolviendo y las telas que te rodean al colgar los cubrecamas sobre las cuerdas. ¡Brrrrr! ¿Pero, y lo bien que se duerme luego en ellas? ¡Tan limpitas!

Muchas noches dando vueltas en la cama, no dejo de pensar en la necesidad básica: ¿Cómo cocinaría yo el amor, para mantener equilibrada la relación de pareja?, ¿y si se me quema?, ¿qué ingredientes, cuánto aceite le pongo a una fritura de cariño? ¿Quién inventó aquella frase de mandar a freír a la mujer?, ¿o eran espárragos? ¡Dios santo!, qué dilema si no aprendo pronto a preparar unas empanadillas de comprensión, croquetas de rechupete ¿Cómo sabría yo separar la necesidad del amor? El hambre de su carne, rehogada con años de caricias. Es dulce rendirse con un buen postre, y, dar todos estos pensamientos por terminados, una vez pasado el primer acceso de duda depresiva. Soy un “neberetilla”[3] en la casa, es inútil decir no necesito a nadie y, además, no quiero sujetar mi pasión de animal tierno, deseo a mi mujer con regularidad enfermiza, quiero ser esclavo de sus guisos, degustar en mi basto paladar sus arroces y oler sus manos diariamente y su ropa limpia.

Una vez que estaba preparando sardinas a la plancha decía para mí: soy resultón, aún tengo un sex-appeal imparable y, sin embargo, sigo con la misma mujer, ¡y me quiere después de tantos años! Estas son las pequeñas o grandes cosas de la vida.

Felipe Iglesias Serrano

[1] Volcán italiano en constante erupción

[2] Mi cuñado, cocinero vocacional

[3] Pájaro pequeño de ojos gordos y patas finas, que cruza las carreteras por tierras de Ciudad Real.