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¿Qué es un TCA?

TAC

Has oído hablar de anorexia, bulimia… pero, ¿sabes algún ejemplo más de TCA? Los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) son trastornos psicológicos con diferentes estadías de gravedad que conllevan alteraciones de la conducta alimentaria. Aparte de las anteriores, está el trastorno por atracón, la restricción o evitación de alimentos, el ejercicio compulsivo (vigorexia), la obsesión por la comida saludable (ortorexia)… En muchas ocasiones aparecen varios trastornos a la vez.

¿Cómo sé si es o no un TCA? Cuando estas conductas generan en la persona un impacto negativo personal y social o cuando hay un miedo intenso e irracional por ganar peso. También puede aparecer una percepción distorsionada del propio cuerpo, afectar negativamente a la relación con otras personas del entorno cercano (familia, amigos, trabajo o estudios), entre otras. Aparecen sentimientos y conductas relacionadas con la inseguridad, desconfianza, autoexigencia, control excesivo, frustración, soledad, obsesión por la actividad física, irritabilidad…

¿Qué lo causa? Aparece tras un deseo de control extremo sobre el cuerpo teniendo unos ideales corporales irreales, donde la salud emocional se ha visto dañada en algún momento. Haciendo una metáfora, normalmente un TCA es la punta visible de un iceberg.

El uso que a veces hacemos de las redes sociales no ayuda en estos casos. Ver continuamente cuerpos delgados de personas que comen aparentemente saludable y que tienen una rutina de ejercicio ideal y diaria hacen que la población asocie erróneamente estas conductas con el éxito personal, social y profesional. Por la facilidad y cercanía a las redes sociales, la población femenina adolescente es la que tiene más probabilidades de sufrir un TCA, aunque también existen causas genéticas, emocionales y socioculturales.

¿Cómo se controla un TCA? El primer punto es conseguir que la paciente se sienta cómoda y segura y esté convencida de recibir el tratamiento. Su participación es esencial para tener éxito. Necesitaremos tiempo y trabajo en equipo tanto profesional como social. Psicólogos y nutricionistas, junto con médicos, son los profesionales que deben acompañar y guiar, pero también los familiares y amigos.

¿Te sientes identificado? ¿Conoces a alguien cercano que le ocurre? ¡Pide ayuda! Empezar el tratamiento en los primeros síntomas evita riesgos e ingresos hospitalarios en los que se tema por la vida.

Sarai AlonsoNutricionista – Dietista
www.saraialonso.com

Cinco autoras árabes para leer en octubre

Cinco autoras árabes para leer en octubre

Una mujer feliz era aquella que podía ejercer toda clase de derechos, desde el derecho a moverse hasta el derecho a crear, competir y retar y, al mismo tiempo, sentirse amada por hacerlo. (…) La felicidad era estar con los seres amados y aun así sentir que se existía como ser individual, que no se vivía solo para hacerles felices. La felicidad era el equilibrio entre lo que se daba y lo que se recibía”.

Sueños en el umbral. Memorias de una niña del harén está escrito por Fátima Mernissi, la primera autora árabe que voy a recomendaros leer este mes de octubre (#LeoAutorasOct). Nacida en Fez en 1940, fue una escritora marroquí muy comprometida con los derechos de las mujeres, como todas las de esta lista.

Pionera del feminismo en el mundo árabe, tocó temas considerados tabú sobre la interpretación del Corán y los libros de la tradición islámica. En 2003 recibió el Premio Príncipe de Asturias. Su libro de referencia es El harén político: el profeta y las mujeres, donde explicó cómo Mahoma se esforzó en ayudar a las mujeres y cómo fueron manipuladas sus palabras a lo largo de la historia.

Otra de las escritoras que más me han impactado, aunque solo tenga un libro, es Rajaa Alsanea. Chicas de Riad es una novela valiente que estuvo prohibida en su país y por la que se llegó a pagar 500 dólares en el mercado negro. Las historias de Sadim, Kamra, Michelle y Lamis nos revelan cómo la sociedad conservadora saudí frustra los deseos de felicidad de las más jóvenes.

La narradora cuenta: “Historias como éstas ocurren a diario entre nosotros, aunque, por supuesto, nadie se entera, salvo las dos personas que quedan chamuscadas por las llamas del incendio. ¿De dónde pensáis que salen los poemas tristes, los lamentos y las canciones melancólicas de nuestra herencia cultural? Hoy en día, las páginas de poesía de los periódicos, los programas melodramáticos de la radio y la televisión y los foros literarios de Internet tienen como fuente de inspiración los corazones rotos.” Si te gustan las novelas de amor, sin duda es tu novela de otoño.

Si os gustan los ensayos sobre asuntos más densos, escritoras como Samar Yazbek y Rana Husseini os introducirán en la historia más reciente de Siria y Jordania. Yazbek tiene un libro desgarrador titulado La frontera, memorias de mi destrozada Siria, donde relata sus tres viajes al país durante el 2012 y 2013 para narrar, en primera persona, el sufrimiento de su pueblo. Su testimonio es especialmente relevante porque es de la minoría alawí, como Bashar al Assad, comunidad que, en general, se ha mantenido fiel al dictador. Su oposición le ha costado el exilio.

Husseini, por otro lado, acaba de publicar Years of struggle. The women´s movement in Jordan (“Años de lucha: el movimiento de las mujeres en Jordania”). Tuve la suerte de conocer a esta periodista y activista jordana que sacó a la luz por primera vez los crímenes de honor e hizo campaña para endurecer las penas a los perpetradores en ese país. Nadie conoce mejor que ella el contexto social que permite estos crímenes y a las protagonistas que han conseguido, recientemente, abolir la controvertida ley que permitía a un violador evitar la cárcel si se casaba con su víctima.

Por último, la libanesa Joumana Haddad nos muestra, en su libro Yo maté a Sherezade, que parte de su furia se debe a que Occidente desconoce la existencia de “mujeres árabes liberadas”. Manifiesta: “Aunque soy lo que se dice una ‘mujer árabe’, yo, y muchas mujeres igual que yo, no somos analfabetas, no estamos oprimidas y no somos sumisas”. Ninguna de estas mujeres parece serlo. Salud y feliz lectura.

LAILA MUHARRAM

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V Premio Internacional de Narrativa Joven Abogados de Atocha

V Premio Internacional de Narrativa Joven Abogados de Atocha

La Fundación de Abogados de Atocha, en la que participa la FRAVM, convoca su V Premio Internacional de Narrativa Joven, destinado a jóvenes hasta 35 años. Las y los aspirantes al galardón podrán entregar sus relatos, que deberán tener alguna relación con temas relativos a la “justicia, solidaridad, igualdad y/o libertad”, antes del próximo 8 de diciembre.

Con esta quinta edición, la Fundación de Abogados de Atocha, que tiene el fin de preservar la memoria de los letrados laboralistas y “de barrio” que fueron víctimas del tristemente famoso atentado terrorista de extrema derecha de enero de 1977, consolida este premio literario.

Podrán participar en el certamen personas de cualquier nacionalidad que hayan cumplido 35 años o menos durante el año 2021, y los participantes menores de 18 años deberán cumplimentar una autorización de sus padres o tutores. Los textos han de ser cuentos o relatos originales, escritos en lengua castellana, que no hayan sido premiados con anterioridad en ningún otro certamen, y cada participante podrá presentar un solo texto. Aunque el tema será de libre elección del concursante, deberá tener relación con los citados valores. La extensión de los documentos tendrá un mínimo de dos y un máximo de cuatro páginas, por una sola cara.

La Fundación concederá tres premios: el primero, de 500 euros; el segundo, de 300 euros; y el tercero, de 150 euros. Los galardonados recibirán, además, un diploma acreditativo con la imagen del monumento “El Abrazo” de Juan Genovés. El fallo se dará a conocer en la web de la Fundación Abogados de Atocha (www.fundacionabogadosdeatocha.es) y en un acto público de entrega de premios, que se celebrará en el marco de los actos del 24 de enero de 2022, aniversario del atentado terrorista.

Normas y características del certamen

FRAVM

‘Maremágnum’

‘Maremágnum’

Adrián Martín-Consuegra J. Letrame, 2021. 126 págs.

Lejos de explorar nuestras capacidades y desarrollar nuestros sueños, estamos forzándonos a vivir con la idea de que, aun siendo libres, debemos someternos, supeditando nuestras opiniones y decisiones a una felicidad preconcebida que buscará insaciable cualquier cosa que de ninguna de las formas encontrará jamás a dos metros; a no ser que así lo indiquen todas aquellas frases que nunca llegaremos a pensar nosotros mismos, pero que no dejaremos de escuchar en nuestras cabezas. Disfrutando así de una felicidad asintomática que solo respira miedo.

11 relatos independientes inundados con paradojas, metáforas, alegorías y falacias traídas a morir para dar vida a temas tan variados como la pasión, la presión grupal, la indefensión aprendida, el amor, la ambición o las adicciones, contemplando estas y otras muchas cuestiones siempre desde una perspectiva alternativa; con la única intención de suscitar las dudas suficientes que permitan cambiar o reinterpretar todas aquellas palabras con las que entendemos cada uno de los conceptos que conforman nuestra vida.

LETRAME

El Museo Naval de Madrid

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Imagen de la fachada del museo. M. Peinado y Luis García

El Museo Naval es una entidad cultural de titularidad estatal, situada en la primera planta del Cuartel General de la Armada, en el paseo del Prado 3, ​y gestionada por el Ministerio de Defensa. Sus orígenes se remontan a 1792, por una iniciativa del secretario de Marina de Carlos IV, don Antonio de Valdés y Fernández Bazán, por la cual se planteó crear un museo de marina.

Museo Naval
Imagen de la fachada del museo. M. Peinado y Luis García

En 1932 se inaugura el museo en la sede actual. En 1976 se llevó a cabo la construcción de un edificio anexo para la ampliación del Cuartel General de la Armada, aumentando así la superficie expositiva al doble del espacio original museístico. En su interior se exhibe una importante colección etnográfica, expuesta de forma cronológica desde la época de los Reyes Católicos hasta la actualidad, y que está compuesta por numismática, condecoraciones, cartografía, cuadros, instrumentos náuticos y científicos, artillería, armas submarinas, manuscritos. Todo ello es fruto de aportaciones realizadas por diversas instituciones y organismos, como la Casa Real, la antigua Secretaría de Marina y los apostaderos de Cuba y Filipinas, el Depósito Hidrográfico, el Real Observatorio de la Marina de San Fernando y el Instituto Hidrográfico de Cádiz, y donaciones particulares.

Casco español del siglo XVI. Rowanwindwhistler y Armada Española
Casco español del siglo XVI. Rowanwindwhistler y Armada Española

En 1992 se realizó la penúltima remodelación del centro y, tras el cierre de dos años, en 2020 finaliza la última reforma que ha dotado al museo de unas modernas instalaciones en las que se ha mejorado la accesibilidad y la distribución de los espacios expositivos. En sus salas se incluyen más de 12.000 piezas caracterizadas por su riqueza y diversidad.

Una de las vitrinas del museo. Rowanwindwhistler y Armada Española
Una de las vitrinas del museo. Rowanwindwhistler y Armada Española

Desde 2007, el museo ha albergado un espécimen de roca lunar. Una de las dos muestras de este tipo entregadas a España, fue recogida en la misión Apolo XVII de 1972. La roca se expuso en 2009 para conmemorar el 40 aniversario del primer alunizaje. Asimismo, el mapa de Juan de la Cosa, el primer mapa conservado de las Américas, está en exhibición permanente en este museo.

Es un centro de investigación, conservación y difusión de la historia marítima española, la visita es recomendada para todos. Hay varios programas organizados y adaptados para adultos y niños, que podrán sentirse marineros por un tiempo. La entrada al Museo Naval de Madrid es gratuita. Sin embargo, te da la opción el museo de realizar un donativo para el mantenimiento.

MÁS INFORMACIÓN
Los horarios del Museo Naval son los siguientes: de martes a domingo: de 10:00 a 19:00. Lunes: cerrado. Durante el mes de agosto abre igualmente de martes a domingo, sin embargo, su hora de cierre se adelanta hasta las 15:00.

CÓMO LLEGAR: Metro: Banco de España (L2). Autobús: 1, 2, 9, 10, 14, 15, 20, 27, 34, 37, 45, 51, 52, 74, 146, 203. Cercanías: Recoletos. Teléfono de información: 91 523 85 16.

 

NARCISO CASAS

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Los papeles de Newton

Sir_Isaac_Newton,_1689

Desde hace años adopté la costumbre de cartearme con diferentes personas que se encuentran repartidas por todo el mundo. Con el avance de la tecnología hoy día es casi una reminiscencia, pero a mí y a mis allegados nos gusta tal costumbre y la seguimos manteniendo con escrupulosidad.

Todo esto viene a colación porque hará cuestión de unas semanas recibí una misiva de mi buena amiga Sarai, quien se encuentra desde hace ya una década viviendo en Londres. Después de las frases iniciales de cortesía, me preguntó si tenía tiempo de pasar unos días con ella, ya que quería presentarme a una amiga suya que tenía algo interesante que mostrarme. Sabedora ella de mis gustos, no dudé en aceptar la invitación y dos días después de la recepción de la carta ya estaba camino de Heathrow.

Allí estaba Sarai esperándome con su eterna sonrisa. Aquel día lo pasamos haciendo turismo por la City, y a la mañana siguiente nos desplazamos a Oxford para ver a su amiga, una profesora de Física de la universidad de la misma localidad llamada Ann Mary. Nos dirigimos hacia el piso de la profesora, que se encontraba a las afueras de la localidad. Una vez estuvimos en él, me enseñó un viejo manuscrito. Le eché un primer vistazo por encima y a continuación lo examiné con más grado de detalle, pero aparte de algunas ilustraciones sobre lo que parecían ser sistemas planetarios, poco más pude sacar en claro, ya que estaba escrito en latín y contaba con innumerables fórmulas y anotaciones hechas al margen. Al devolvérselo a Sarai ésta me realizó una ligera introducción de cuál era el contenido de aquellas páginas, y acto seguido me hizo de traductora de Ann Mary, quien comenzó a detallarme lo que contenía aquel manuscrito.

Por lo visto lo había encontrado entre las paredes de la universidad después de que una obra de albañilería lo dejara al descubierto, de modo que nadie de sus colegas sabía de su existencia. Al principio empezó a estudiarlo como si se tratara de un pasatiempo, puesto que ella domina a la perfección el latín. Poco a poco fue comprendiendo su contenido, al cual empezó a dar más veracidad después de descubrir por medio de diferentes dataciones de carbono 14 que había sido escrito en torno a 1685, un par de años antes de que su autor escribiera Philosophiæ naturalis principia mathematica, es decir, los famosos Principia de Isaac Newton. Aquella obra magna de las matemáticas que sigue siendo todavía hoy en día cuna de cabecera de muchos científicos. Pues bien, a través de una serie de averiguaciones que sería muy largo de explicar, Ann Mary asegura que aquel manuscrito es obra de sir Isaac Newton y que recoge los fundamentos de la “materia oscura”, ésa que trae de cabeza a físicos y astrónomos de todo el planeta y que nadie sabe exactamente qué es, debido básicamente a que no interactúa con nada conocido: se sabe que está ahí porque si no nada ocuparía el orden que ocupa actualmente en el universo, pero poco más se puede asegurar de ella a pesar de los millones de estudios que se han hecho al respecto. Ann Mary afirma que en las páginas del manuscrito Newton explica con detalle su funcionamiento, su composición y la forma de interactuar con ella. Parece ser que la “materia oscura” se comporta como un caníbal que lo va devorando todo, de tal manera que en un periodo de tiempo difícil de definir habrá absorbido el universo entero y no quedará nada de nosotros.

Lo que imaginaba yo que sería un viaje de placer al final se convirtió en una agotadora semana de trabajo en la que no salía de casa de Ann Mary. De vuelta a Madrid investigué lo que pude sobre la obra de Newton, y efectivamente era muy reacio a publicar, tanto que en ocasiones tal pereza le ocasionó algún que otro disgusto, como perder la paternidad del descubrimiento del cálculo infinitesimal que al final tuvo que compartir con Leibniz. El genio inglés siempre tuvo un lado oscuro: se interesó por la alquimia y la búsqueda de la piedra filosofal, así como por otros temas mas oscurantistas, los cuales nunca publicó, pero sí dejó escritas sus conclusiones e investigaciones, y quién sabe si uno de aquellos temas fuera el descubrimiento de la “materia oscura”, el cual aparcó y olvidó intencionadamente por miedo a que le descubrieran y le quemaran en la hoguera.

DAVID MATEO CANO

CARTAS PARA UNA EXPOSICIÓN

CARTA A EMILY DICKINSON

Querida María:

No sé por dónde empezar, es todo tan inverosímil, te puede parecer tan fantástico que mejor será que empiece por el principio.

Hace unos meses recibí una misiva muy escueta de Fernando en la que me hablaba de tu aislamiento voluntario en un valle de Lugo, en Pousadela, para preparar tu nueva exposición sobre tres mujeres extraordinarias, una de ellas la poetisa americana Emily Dickinson. Al saberlo no pude evitar sentir un sobresalto y un cierto temor al recordar unos hechos que enseguida te voy a relatar, aunque no contaba con hacerlo hasta más allá de mi muerte y, de hecho, escrito ha quedado, certificado, sellado y firmado por testigos voluntarios, escogidos entre amigos, familiares. El propio Fernando puede darte fe de ello, como uno de los firmantes.

Recordarás que, siendo tú jovencita todavía, frecuentaba yo con cierta asiduidad la casa de tu tía, la pintora Nieves Corella, en Bilbao. Asistía con mucho agrado a las reuniones informales que organizaba un día a la semana en uno de los salones de su casa, el saloncito que ella llamaba “de los amigos” pues el otro, más clásico, lo utilizaba para los conocidos y los compradores de cuadros. Yo os había conocido en “la isla”, donde acudíamos aficionados y artistas a pintar. Todos deseábamos pintar tu rostro, sobre todo tus ojos de agua. A mí enseguida me gustaron la sobriedad y elegancia de tu tía, una mujer morena, de pelo rizado y de ojos oscuros. Por el motivo que fuera, rápidamente hicimos amistad. Ella se fijó en mí, no por mi aspecto, siempre desaliñado, sino porque le gustaba cómo hablaba y, sobre todo, que hablaba poco, por eso me invitó a sus reuniones.

El saloncito era muy agradable, decorado con cuadros suyos y de otros pintores, un magnífico espejo de alta costura y un retrato tuyo de niña con el pelo largo, llevándote un collar de bolitas a la boca. Tú y tu amiga Mamen os sentabais por el suelo, en cojines o sobre alguna manta. Los mayores charlábamos paseando por la estancia o sentados en alguno de los sofás. Había una mesa “de quitar y poner”, según la necesidad, y muchos libros entre los que escoger para nuestros debates. Si era invierno, se encendía la chimenea abierta francesa, lo que hacía que nos acalorásemos más en las discusiones de filosofía, historia, poesía o arte en general.

No recuerdo bien cuándo empezó a frecuentar aquellas reuniones una joven delgada que nunca se desprendía de su chal de malla azul. Tenía unos ojos inteligentes y muy vivos, dos ondas de pelo rojizo apenas visible bajo su pequeño sombrerito y una especie de velo blanco que le cubría parte de la cara y que a duras penas permitía adivinar sus rasgos. Además, inclinaba ligeramente la cabeza al hablar, lo que hacía prácticamente imposible ver su rostro. Sólo una vez, debido a que yo no dejaba de mirarla, atraído por su extraña figura y su comportamiento en extremo tímido, pude verla al levantarse el velo durante una fracción de segundo, pero ya no pude olvidarme de aquella faz pálida, singular y muy sugerente. En alguna ocasión le pregunté el nombre de la joven a tu tía, pero ni siquiera recordaba haberla invitado, pensaba que venía con alguien conocido, eso no importaba, lo que le interesaba eran las lecturas que hacía. La joven no participaba en los debates y discusiones y jamás tomaba nada, apenas se movía del sitio donde se sentaba y, cuando sobrevolaba un silencio más largo de lo habitual, ella abría el libro que siempre llevaba en las manos y nos deleitaba con algunos poemas exquisitos.

Su forma de leer era totalmente irresistible, pausaba la voz dando cadencia a los versos de los cortos y originales poemas que leía, mientras todo en su actitud indicaba que de un momento a otro iba a desvanecerse. Por eso yo, que me sentía particularmente emocionado, siempre procuraba sentarme cerca de ella y aguardaba el final de la lectura dispuesto a recibir su casi incorpórea figura, antes de que fuera a estrellarse contra el suelo. Pero aquello no llegó a suceder nunca, únicamente hacía una pausa, supongo que para respirar, aunque yo en ningún momento oí o sentí que lo hiciera, y reanudaba la lectura con una voz indesmayablemente bella, prolongando la palabra, el verso, hasta dejarnos a los demás sin respiración, a la espera. Después desaparecía sin que nos diéramos cuenta tan misteriosamente como había venido. Me daban ganas de salir tras ella y preguntarle hasta caer rendido, pero me lo impedía la timidez y mi anticuada educación.

Cuando me sentaba tan cerca de ella durante sus lecturas una cierta familiaridad, una sensación de haberla visto antes, incluso de haber estado antes con ella y me atrevo a decir que hasta de haber hablado con ella, me despertaba un cosquilleo en el estómago. Pensaba que si tan sólo pudiera rozar uno de sus dedos, lo sabría al instante. La pequeña vibración del roce impediría que me equivocara. El corazón no engaña y el mío me decía claramente que habíamos paseado juntos de la mano. Me preguntaba cómo podía ser eso, pero sus ojos en ese instante fugaz en que vi su cara… Yo conocía esos ojos. Quizá estaba volviéndome loco o tal vez no, tal vez era posible cambiar de dimensión o de universo por temporadas. Así fue cómo, después de una de aquellas reuniones en casa de tu tía, tomé la decisión de investigar aquel misterio.

Cuando llegué a casa un pálpito iba y venía por mi cuerpo con toda libertad, no había orden cerebral que lo sujetase. Me dirigí a mi pequeña biblioteca sin saber muy bien lo que iba a buscar, además pasaba de la medianoche, era tan tarde que, recordando mi debilitado estado físico, estuve a punto de dejarlo, pero el pálpito y la angustiosa necesidad de saber me empujaban contra los libros. Empecé a vaciar nerviosamente los estantes dejando los ejemplares amontonados sobre la mesa y las sillas de cualquier forma, abiertos como abanicos. Buscaba sólo poesía, no sé por qué, quizá porque era lo que leía ella, y buscaba también una foto, una evidencia. Ya había vaciado casi totalmente las estanterías, los libros estaban por todas partes, aislados o en torres caídas o a punto de caerse y yo me encontraba muy cansado aunque desesperadamente tranquilo, pese a la inutilidad de la búsqueda, seguramente parecía la viva imagen de la derrota. Ya estaba a punto de abandonar la estúpida idea de que éramos más que conocidos en otra parte, en otro tiempo, cuando una chispa dentro de mi cabeza acudió en mi ayuda y vino a recordarme que me gusta llevarme siempre a la mesita de noche un puñado de libros escogidos para releerlos hasta aprendérmelos de memoria, es algo que me hace mucho bien y calma mi espíritu inquieto. En dos segundos llegué a mi habitación, cogí con manos cuidadosas el puñado de libros y los fui pasando como si fueran cartas. Suspiré. La foto de la portada no le hacía justicia, parecía muy antigua, con un ligero desenfoque, pero era ella sin duda, la misma joven que acudía a las reuniones de tu tía Nieves. Pero ¿cómo era posible? El libro era una edición antigua que compré por capricho hacía ya varios años en una librería de viejo porque, a pesar de haber oído cosas muy buenas de la autora, no la conocía. Pagué un alto precio por él, lo que me había obligado a pasar de tres a dos comidas diarias durante un tiempo, debido a que no andaba yo muy sobrado de dinero en aquella época, pero es que los libros también me alimentaban, aunque mi cuerpo flacucho y mi cara chupada dijeran lo contrario.

Una idea me bullía en la cabeza y me descentraba. Si la foto del libro era de la conocida poetisa americana Emily Dickinson, que vivió allá por el año 1850, ¿quién era la joven a la que yo admiraba tanto, por cuya voz y forma de leer poesía bebía los vientos? ¿Sería verdad, como dicen, que todos tenemos un doble en alguna parte del mundo?

Estaba dispuesto a desentrañar aquel enigma como fuera, pero no aquella noche, no había comido nada y tampoco tenía hambre, me notaba febril y sentía que me llameaban los ojos. De pronto me invadió el cansancio y empujado por una suerte de fuerza invisible, caí en la cama como un fardo sin dejar de pensar en ello. Se me cerraron los ojos y, aun sin estar dormido del todo, me envolvió una especie de nebulosa que me transportó al mundo de los sueños. Flotaba sobre un campo de camelios, magnolios y otras plantas que no había visto nunca y no era capaz de reconocer. Iba cogido alegremente del brazo de ambas mujeres, a un lado la joven lectora de la casa de tu tía y al otro la Señorita Dickinson. Éramos felices levitando sobre el campo de flores con los pies descalzos, sin hablar, sólo nos mirábamos riéndonos. Yo sentía un exaltado vigor interior que me unía de alguna forma a aquellas dos jóvenes de idéntica cara.

Desperté sobresaltado y al mismo tiempo muy excitado. Me parecía que estaba a punto de descubrir, si indagaba lo suficiente, uno de los secretos más buscados por el ser humano, algo imposible de realizar, pero teóricamente posible: los viajes en el tiempo. Quién iba a pensar en comer con todo lo que tenía por hacer. Además, el hambre seguía ausente de mi organismo, asaltado por multitud de sensaciones nerviosas. De pronto recordé que en la Universidad yo ya había reflexionado con mis compañeros, James, Fani, Marisa, Samuel y, cómo no, con nuestra Profesora de Física Teórica, Valentina Finé, sobre la posibilidad de viajar en el tiempo. Tanto en clase como en nuestras improvisadas reuniones informales, contendíamos con tanto apasionamiento con el problema que, en un determinado momento vino a ocurrir lo impensable, nuestras mentes coincidieron en la misma sensación positiva de estar viviendo esa fantástica hazaña y todos experimentamos una brevísima pero intensa impresión de haber estado viajando por el universo temporal. Nunca volvimos a hablar del momento vivido tras esa sensación viajera que nos agotó y nos dejó extraordinariamente sobreexpuestos física y mentalmente a todos. Pero ese día yo quise ir un poco más allá y abordé a mi profesora Valentina en el pasillo, cuando ya nos habíamos separado para volver cada uno a su casa. Muy a regañadientes, pero confiando en mi absoluta discreción, ella me confesó que, a pesar de sus estudios y la asignatura que impartía, sentía devoción por lo trascendente, la filosofía, la teología, el arte: la fotografía, la pintura, la literatura…  Y no podía evitar tener una fe apasionada en la posibilidad de viajar en el tiempo aunque se lo ocultaba a todo el mundo porque no podía hablar en clase de algo que era físicamente indemostrable.

—Pues bien —me había dicho, —uno de mis libros de cabecera es El vagabundo de las estrellas, de Jack London. Trata de un hombre encerrado en la cárcel que consigue dejar de sentir las monumentales palizas que recibía al lograr, mediante inducción psíquica, separar su espíritu del cuerpo para realizar viajes astrales. Y yo creo que eso es muy factible.

Estos recuerdos terminaron de decidirme a visitar a mi antigua Profesora, pero antes rebusqué en mi pequeña biblioteca y estuve hojeando frenéticamente todos los artículos que, por afición, había ido recopilando sobre los viajes en el tiempo, los universos paralelos de H. Everett, el universo de Kurt Gödell, la teoría de Matt Visser, el cilindro rotatorio de Frank Tipler, los vórtices de Ronald Mallet, el dispositivo de cuerdas cósmicas de Richard Gott, etc. Todas eran teorías apasionantes, pero ninguna acababa de atraparme y cada vez estaba más convencido de que la clave de todo estaba en aquella clase y en lo que no llegó a decirnos la Profesora Finé.

Cuando la abordé al finalizar una de sus clases, iba acompañada de su amiga Isabel, Profesora de Arte Dramático, que, al verme avanzar hacia Valentina, retrocedió discretamente unos pasos y se quedó esperándola. Me sorprendió verla tan joven, como si por ella no hubiera pasado el tiempo. Su rostro irradiaba una pacífica dulzura y sus ojos, como estanques de agua mansa, infundían serenidad en quien la miraba. Así fue, de hecho, en mi caso, todas las ansias y deseos de saber que yo llevaba quedaron en suspenso por el hechizo de esta mujer. Recobré la conciencia a tiempo para hablarle, cuando ya se disponía a marcharse:

—¡Profesora! ¿No me recuerda? Fui alumno suyo hace siete años.

Valentina Finé me miró fijamente y preguntó mi nombre. Al oírlo, una ráfaga de melancolía tiñó sus ojos y su mirada se oscureció brevemente, entonces, sin darle tiempo a reaccionar, le expliqué brevemente el motivo de mi visita, le supliqué que me hiciera partícipe de lo que no nos había dicho en aquellas clases y, en un guiño de complicidad, le recordé que para los alumnos de aquellas atípicas clases ella siempre sería Valentina la exploradora. Me sonrió y, lejos de sorprenderse, tacharme de loco, o mandarme a tomar viento, me agarró suavemente del brazo y me llevó a un rincón apartado. Me habló de un método muy simple, tan simple como posible, que ella misma había intentado. Durante una corta estancia en Venecia, vivió en un hotel tan antiguo que todo el mobiliario, los pasillos, la habitación misma y los objetos que contenía, daban la impresión de pertenecer al siglo anterior. Mientras me hablaba yo la observaba un poco angustiado porque de improviso empezaron a dibujarse en su cara pequeñas arrugas y, por un instante, me pareció ver cómo su media melena castaña se plateaba. Durante un microsegundo pareció tener el doble de años, pero al siguiente su rostro resplandecía rejuvenecido y su delgado cuerpo se transparentaba hasta casi desaparecer. Era como si manejara mansamente el tiempo y yo, contemplando semejante transformación delante de mí, creí estar sufriendo alucinaciones. Trastornado, le rogué que me repitiera la última parte y le pregunté si ella creía haberse trasladado de verdad a otro espacio-tiempo:

—Sí. Hay que disociarse por completo del presente, apartar la vista de cualquier cosa u objeto que pudiera recordárnoslo. La luz debe ser muy tenue, exhausta a ser posible, y utilizar una grabación con nuestra propia voz sobre la fecha y el lugar al que se quiere viajar. El resto corre a cargo de nuestra cabeza, mediante auto-hipnosis. A su pregunta de si creo haber logrado algún resultado con mi prueba, he de decirle que, francamente, no estoy segura, pero creo que en algún momento sí creí estar realmente en otro lugar.

Mientras hablaba, parecía temer algún peligro desconocido, sus ojos se fueron hundiendo y perdiendo brillo, su carita antes juvenil, se volvió más madura. Después, el silencio que siguió devolvió la juventud perdida al rostro de la Profesora. Como si al hablar de ese experimento dimensional, el tiempo le hubiera extraído los años que parecía haberle regalado y, al silenciarlo de nuevo, su juventud y belleza hubieran vuelto a brillar con todo su esplendor. Tuve la impresión de que mi antigua Profesora no me lo había contado todo y que, de algún modo, científico o no, ella conocía el misterio del espacio-tiempo, de las dimensiones e incluso de los universos paralelos. Probablemente yo había perdido la razón, porque me invadió la certeza de que transitaba por ellos. Dándole las gracias me fui alejando de ella. Después de haber andado un trecho, sentí curiosidad y, al volverme, comprobé que ella no se había movido del mismo lugar donde habíamos hablado. Me pareció ver que esbozaba una sonrisa mientras me miraba y me hacía un gesto de despedida justo en el momento en que todo su cuerpo se aureolaba con un brillo mágico y se desvanecía ante mis ojos. Yo recuperé mi perplejidad y enseguida achaqué lo que había vivido al cansancio de mi cuerpo debilitado por el tiempo que llevaba sin probar bocado, pero no estaba dispuesto a pensar en comer hasta que tuviera preparado mi viaje.

Después de la agotadora investigación que había reemprendido, los centenares de fotos y papeles, libros y mapas acumulados bajo el cielo marrón del techo de mi cuarto parecían querer rebosar de las cuatro paredes. Se me escapaban intentando encontrar posturas propias y originales para iniciar un juego. Desanudé mentalmente mis dedos entumecidos que resbalaban sudorosos como el aceite entre todo aquel sinfín de datos. Expectante por confirmar mi descubrimiento, apresuré mis manos que querían moverse más lentas. Todo ardía en mi memoria, pero notaba que mi cuerpo acartonado había cobrado nueva vida. La cabeza confusa y el estómago encendido por la ansiedad me impedían disfrutar con los hechos que había descubierto. Mis ojos incendiados alumbraban los títulos y escudriñaban las portadas en las que invariablemente figuraba el mismo nombre escrito: Emily Dickinson. El reflejo, procedente sin duda de la lámpara, desveló la cara de una figurilla humana asomando por entre los pliegues levantados del edredón, se había filtrado por uno de los dibujos circulares de la tela y recitaba sus versos… Entonces me desvanecí. Cuando recuperé el conocimiento comprendí que, por fin, estaba preparado.

Unos días después alquilé una casa situada en un lugar que no voy a permitirme revelar, muy parecida a la casa donde vivió Emily y que por deseo de los dueños, unos románticos, estaba amueblada y decorada de tal forma que al entrar en ella se tenía la sensación de estar en mitad del siglo XIX. Sin más demora, provisto de una carpetilla atiborrada de datos y una grabación hecha por mí mismo, alquilé un coche y me dirigí hacia la casa. No me entretuve más de lo necesario en abrir con llave y buscar la habitación principal, rápidamente me tumbé en la cama y comencé a recitar las coordenadas de Amherst:

—42⁰ 21’ 49 N;  72⁰ 30’ 26’’ O —mientras me repetía a mí mismo que debía disociarme del presente.

Tenía que apartar de mi vista todo lo que pudiera recordarme el presente y no dejar de mencionar una y otra vez una fecha, un lugar y las coordenadas de la pequeña ciudad. Por momentos la luz del cuarto se volvía mortecina y lo envolvía con una lúgubre claridad blanca. Nada se movía. Exhausto, agotado, noté que todo se difuminaba y experimenté que mi consciencia iniciaba un viaje por el Universo.

Cuando abrí los ojos de nuevo, un niño de no más de nueve o diez años reía sin parar al verme en aquella postura tan ridícula, a cuatro patas, como si estuviera masticando hierba. Me puse de pie tambaleándome y eché un vistazo.

—¡Lo conseguí! —grité.

Amherst era lo más parecido a un decorado de Gil Parrondo. La desorientación y el estado de euforia que sufría me impedían ver y pensar con claridad y opté por preguntarle al niño, inamovible, por Hamestead, la casa de ladrillo rojo de la familia Dickinson. El niño, sin hablar ni dejar de reír, señaló allí mismo, detrás de unos hermosos setos, la casa por la que preguntaba.

No sabía de cuánto tiempo disponía ni cuáles serían los efectos secundarios del experimento, así que me apresuré a sacar un pequeño cuaderno y un lápiz de mi bolsillo y, al mismo tiempo que me sentaba sobre la hierba de aquel bosquecillo, le pedí al niño que hiciera lo mismo, pensando que no encontraría a nadie mejor para llevarle la nota. El niño se sentó sin dejar de observarme mientras yo escribía las palabras posiblemente más importantes de mi vida.

Señorita Dickinson:

No sé de cuánto tiempo dispongo para decirle todo lo que deseo, por lo que le ruego que me disculpe si voy directamente al grano. No sabe usted quién soy y yo no sé si nos hemos conocido en otro tiempo distinto al presente, pero le suplico que no me tache usted de loco si le digo que la amo y que amo su poesía. Amo su intensa vida interior y su inteligencia. Nada desearía más en este momento que estar perdido, solo con usted, en el vasto Universo, donde nadie nos conociera, en algún sitio sin gente ni calles. Querida Señorita Dickinson, no sabe usted todo lo que he pasado, despertar y estar ardiendo, correr sin parar hasta donde todo signo humano desaparece oyendo su voz todo el tiempo, en todas las mujeres, todas con su voz, la misma voz que la lectora de poemas en la casa de Nieves, que desapareció un día sin dejar rastro. He hablado con usted a todas horas, aunque estuviera solo, teníamos largas conversaciones y usted me contestaba. Nunca he podido volver a imaginarme con nadie que no fuera usted. Pero un día, de pronto, todo se detuvo, ya no podía oír su voz. Intenté volver a hablarle, pero fue inútil. Era como si un agujero negro me hubiera desgarrado por dentro. Apenas recuerdo lo que siguió, me quedé muy aislado y no he conseguido recuperarme.

Ahora que la he encontrado tengo miedo. Temo que nos separemos de nuevo, temo enfrentarme a ese miedo, temo no poder volverla a ver en ningún otro tiempo de los mundos posibles. La quiero Señorita Emily. He desperdiciado cientos y cientos de besos con otras personas porque nunca pude estar realmente con usted. Me siento avergonzado, desde que la besé con los ojos cerrados en mis sueños abrigo el deseo insensato de volver a ver y besar su cara.

         No se sorprenda si parafraseo y contradigo sus palabras aunque se pregunte cómo las conozco, porque me tiembla todo el cuerpo por el anhelo de mirarla y dispongo de tan poco tiempo… No es usted pequeña ni su pelo es crespo ni sus ojos son como un jerez olvidado. Al mirar su retrato, me arden las manos como zarcillos huérfanos de otras manos que me alcanzan y descorren con sus dedos el velo de mis ojos en la penumbra de su cuarto, y entre sus dedos me dejan ver esos ojos castaños que queman los míos con su fuego templado. Imagino que contenemos los labios y nos estamos así, abrazados y quietos, apurando todo el tiempo que el Universo nos quiera conceder. Tiempo de silencio ardiente, de labios encendidos por el eco de antiguos besos dilatados de deseo. Labios furiosos que escapan por su puerta hasta el jardín y más allá, hasta el bosquecillo donde ahora me encuentro, para volver perpetuamente al mismo sitio, a su casa, a su cuarto, donde usted pasa días enteros sin escribirme ni hablarme.

A veces sueño que en medio de la tempestad pasional concedemos un instante a la calma y nos besamos furtivamente, queriendo y no queriendo. Otras veces nos rozamos sin mirarnos al cruzarnos en la entrada o al pasar por la salita de reuniones, usted buscando un libro de lectura, yo buscando su mirada. Entonces le robo un leve escarceo y dejamos que nuestros dedos se turben un segundo que dura mil años.

         Mil años o más es el tiempo en que creo sentir sus manos enredadas en mi cara sosteniendo como una ola alzada mi lágrima.

         Señorita Emily, Emily… soy el mismo que se desmorona todas las noches sobre la cama, con un poco de fruta haciendo noche en el estómago, que a esa hora destila un profundo vacío emocional, el ahogo misterioso que me produce ver y tocar tu retrato. No he cambiado esa costumbre desde que te conozco, te sueño a mi lado y alargo la mano hasta el lado vacío de la cama, espero a que te duermas para invadir tu lado íntimo, ése donde habitan tus zapatillas descolocadas, tu ropa interior diseminada entre tus joyeros de madera y, de pie sobre la almohada, un libro que parece querer trepar por el espejo de la cómoda. Intento leer en tus ojos cerrados pero sólo encuentro tinieblas. Trato de arrebatarte el libro que dormita en tus manos y en tu inercia, entre gemidos, me opones resistencia, como si en tu sueño alguien quisiera arrojar fuera a los protagonistas y depositarlos en la mesita, al lado de los otros libros, junto a la lámpara, cuya esfera opaca irradia su habitual luz turbia que ensucia parte del cuarto solitario. Hablo solo mientras duermes, te susurro esas tonterías que no me atrevo a decirte despierta, se me inunda la voz y un oleaje de saliva me ahoga. En tu sueño rumias algo sobre tus cartas y poemas y escucho que la palabra “notas” se escabulle de tu boca varias veces, en tanto tú no te sueltas de tu almohada ya plana de tan vieja.

         Plana es mi vida sin ti, la agenda dolorida de mis huesos apenas me deja fuerzas para romper la tranquila ingravidez de la casa vacía. Te sueño en los desayunos, estás sentada en tu silla de tijera, empujo la puerta de la cocina y me acerco para besarte. Tus ojos bajos derriten el suelo sin dejar de hablarme. ¡Pareces tan cómicamente pequeña con esas ondas rojizas de tu pelo que no sé por dónde empezar a abrazarte sin cometer alguna torpeza! Rebusco y me desangro la lengua en busca de palabras, de la palabra, y sólo me brota una y mil veces repetir los “te quiero”, al retrato, pero también a ti, de carne y hueso. Resplandeces como si te hubieran pintado la cara con un lápiz amarillo. Estás pavorosamente atractiva, pero no te lo digo. Doy vueltas en torno a ti multiplicando palabras y gestos sin mucho sentido. Es tanta mi devoción que me da miedo. Pero sin miedo me arrodillo teatralmente, tal vez esperando que reclines el palo del cepillo de la doncella sobre mi hombro y me nombres tu caballero. ¡Qué me importa si me crujen los meniscos y se dispara el dolor de mis rótulas por ese mal de huesos que arrastro desde hace años!

         Hace años que quiero arrodillarme para decir “te quiero”, gorjear las palabras en el aire muerto del cuarto, junto a la ventana, a la vista de tu retrato, sin darte la mano, sin disculpas por parte de ninguno.

         Quiero estar siempre mirándote, en foto o en persona, a despecho de las paredes dimensionales que nos separen, las puertas a otros mundos, los pasillos universales. Nada es infinito, ni los enfados. Nos escrutamos los ojos como niños, como novios, como si no nos conociéramos…

         Te recuerdo Emily, durante este segundo eterno, que dura ya un millón de años, en que estoy aquí cerca de tu casa, tan próximo a ti…

Al llegar a este punto, sentí una punzada terrible que me atravesó todo el cuerpo, mis fuerzas me abandonaron, el lápiz se me cayó al suelo y el papel llevaba el mismo camino, pero el muchachito lo sostuvo y me sostuvo como pudo con su pequeño cuerpo. Arrodillado y respirando con grave dificultad, acerté a decir unas pocas palabras ilustradas con gestos al muchacho, que era todo oídos. Le supliqué, por mi vida y por mi cuerpo, por momentos translúcido, que llevara mi nota lo antes posible a la casa que me había señalado y que la entregara personalmente en mano a la Señorita Emily Dickinson. El muchachito, al ver que estaba desapareciendo, me miró con su rostro bañado en lágrimas, se abrazó a mí como si abrazara a su hermano más querido y corrió hacia la casa. Esperé y vi cómo se abría la puerta para dejarle entrar. A los pocos minutos salió con la Señorita Emily, que llevaba mi papel en la mano. Miraba hacia donde señalaba el muchacho y en todas direcciones sin lograr verme, pero yo sí pude oírla cuando habló mirando al bosquecillo, al cielo, al aire, a la nada…

—El hombre de mis sueños se ha esfumado. El hombre con quien toda mujer sueña en su intimidad más profunda. El hombre que yo misma había creado en mi mente. Cuando casi podía verlo ante mí. Hubiera querido decirle: “Perdóname, no conocía este sentimiento, toda mi vida he vivido sin él, no es de extrañar que no te reconociera, eres el primero que lo has despertado en mí. Ojalá encontrara alguna manera de decirte cuánta dulzura has aportado a mi vida. Te amo”.

Ya conoces la historia completa, parte por Fernando y el resto te lo acabo de contar. Ahora entenderás mejor por qué estoy atado a una silla de ruedas y mi salud es y será tan precaria el resto de mis días. Pero puedes estar segura de una cosa María, volvería a repetir la experiencia una y mil veces más, aunque me dejara la vida en ello, incluso el alma si fuera preciso.

Ya nunca podré saber si la muchacha lectora de las reuniones de la casa de tu tía Nieves podría ser la misma persona. ¿A ti no te resulta muy extraño que la propia Emily se encerrara voluntariamente en su propia casa, con alguna esporádica salida al jardín a partir de los treinta años? ¿Hallaría alguna puerta temporal? ¿Descubriría tal vez un modo secreto de diluir su cuerpo y atravesar las dimensiones conocidas?´

Sólo hay una persona hoy, ahora, capaz de contestar a todas estas preguntas. ¿Te la imaginas? Sí, Valentina Finé.

Un beso y un abrazo con las pocas fuerzas de que dispongo.

Es Felipe

Felipe Iglesias Serrano.

 

·NOTAS SOBRE EMILY DICKINSON·

Llevaban casi una década de correspondencia cuando Higginson[i][1] hace una primera visita- habría otra años después- a Dickinson en el Homestead de Amherst. Traducimos un fragmento significativo de la carta que envía a su esposa- corre el año 1879- relatando su experiencia. Los detalles e impresiones que contienen ilustran con mayor inmediatez el ambiente de la casa familiar y la singularidad de nuestra autora.

Se oyeron en el vestíbulo pasos rápidos como los de un niño, y entró suavemente una mujer menuda y sencilla, con el rostro encuadrado por dos graciosas ondas de pelo rojizo… Vestía un traje de piqué blanco muy simple y de exquisita limpieza y un chal de malla azul. Se acerco a mí llevando dos lirios, que con ademan infantil me puso en la mano, diciendo en voz baja y casi sin aliento: “Éstos son los que me presentan”. Y añadió en un susurro: “Perdóneme si estoy asustada; nunca veo forasteros y apenas sé lo que me digo”. Pero lo cierto es que no tardó en charlar y lo hizo luego ininterrumpidamente.

Pero también su forma de expresar su agradecimiento por la visita es revelador de su relación con el lenguaje y con el mundo: “La gratitud es el único secreto que no puede revelarse por si solo”. En efecto, exige la presencia esa presencia que ella tiende a evitar.

Amalia Rodríguez Monroy, Antología bilingüe, Alianza Editorial.

[1] Thomas Wentworth Higginson (1823-1911), pastor de la Iglesia Unitaria, escritor, abolicionista y soldado, es recordado especialmente por la correspondencia que mantuvo con Emily Dickinson de la que fue mentor literario.

[i]

Villaverde en la Edad Moderna

Villaverde contribuyó con 32.256 maravedíes a la construcción del puente de Segovia. Luis García

En la época de los Reyes Católicos, en la relación con lo aportado por el concejo de la villa de Madrid, con sus arrabales y aldeas, para contribuir a la guerra de Granada, aparecen como contribuyentes Villaverde y La Algarrada. Así mismo, a finales del siglo XV Villaverde debía de tener bastantes vecinos, porque en la contribución económica para reconstruir el puente de los Viveros en Madrid era uno de los máximos contribuyentes.

Fernando del Pulgar, secretario y cronista de los Reyes Católicos, en diciembre de 1487 registra en el concejo madrileño 600 cántaros de vino que había cosechado en sus viñas de Villaverde. En 1498, Alonso Pérez de Vivero poseía tierras y viñas en el término de Algarrada. El concejo de Madrid a veces celebraba sus reuniones en alguna de sus aldeas. En agosto de 1488, la iglesia de Villaverde fue el lugar de encuentro de las mismas.

El origen del nombre de Villaverde no está claro: para unos deriva del verdor del paisaje y para otros de la ermita de Santiago el Verde. En 1528 contaba 179 vecinos, “la mayoría labradores que tienen tierras arrendadas a caballeros, personas ricas y conventos de la villa de Madrid y que en parcelas propias producen vino y crían ganado en poca cantidad”. Se censan 19 viudas, 24 menores, 2 pobres y 14 exentos de pagar impuestos. El pago por impuestos era de 182,55 maravedíes por familia.

Los terrenos de La Algarrada eran de Antonio de Luzón y de Diego de Vargas, paje del emperador Carlos V y corregidor de Valladolid. En esa fecha tenía un solo vecino, y se despobló definitivamente en 1551. Poseía el privilegio de ser excluida de pagar impuestos al rey otorgado por Enrique IV (1455-1474) en 1467 a su doncel y vasallo Pedro Vivero, dueño en ese momento de La Algarrada. Le concedió además autoridad para multar y encarcelar a los que matasen en el término lobos u otras alimañas con 500 maravedíes, y si lo hacían a conejos, perdices o palomas, 50 maravedíes. Dicho privilegio fue confirmado en 1477 por los Reyes Católicos.

Antonio de Luzón tenía una casa en Villaverde (Alto), y en 1543 puso un pleito al concejo para que edificase en el solar que había enfrente de su casa, derribando las tapias que cierran sus ventanas causándole graves perjuicios en el campo que utilizaba como era. En el siglo XVI contaba con el soto y abrevadero de La Algarrada, con pastos y prado del concejo de Madrid. Próximos estaban el prado Serrano, más abajo el soto y presa de La Pangía, con pastos comunales de Madrid, lindando con los anteriores, el soto y ejido de Zurita, antiguo poblado como La Algarrada, y las tierras de Hormiguera.

El soto de Hormiguera perteneció al mayorazgo de los Luzón, fundado en 1533 por Antonio de Luzón en favor de su hijo Francisco. La casa aparece mencionada en el reinado de Juan II (1406-1455), de quien fue tesorero y maestresala Pedro de Luzón, alcalde de los alcázares de la villa de Madrid y su alguacil mayor. Francisco Melchor de Luzón Guzmán se lo arrendó a Ana de Córdoba Enríquez, condesa de Medellín. Francisco Melchor de Luzón era maestre de campo de los Reales Ejércitos, caballero de la Orden de Santiago, y en 1654 fue nombrado corregidor de la ciudad de Granada, cargo que ostentó hasta 1657. Los primeros propietarios del soto de La Pangía fueron Urraca Fernández y Martín López de Daganzo, que venden parte de los molinos y casa de La Pangía a Alfonso García de Paredes y Catalina González, su mujer, en 1418. En 1427 lo era con un molino Luis de Toledo. El último propietario fue Manuel Fermín de Baraybar en 1818. Entre dichas fechas los propietarios fueron Álvarez de Toledo, Núñez de Toledo, Toledo y Mendoza (marqués de Villamayna) y familia Baraybar y León.

Felipe V
La población consiguió el título de villa en 1712 por merced de Felipe V. Óleo de Jean Ranc (Museo del Prado)

En las Relaciones de Felipe II

Según las Relaciones de Felipe II (1556-1598), en 1576 tenía 250 vecinos, era una aldea pobre y de gente necesitada. Poseía un prado comunal para el ganado, una iglesia y dos ermitas. Hacía 25 años que se despoblaron Zurita y La Algarrada porque hubo “gran mortandad”. Sus vecinos pasaron a Villaverde.

La ribera del término de Villaverde con el río abarcaba una legua o legua y media, y había los siguientes sotos, molinos, ejidos, prados y propietarios. El soto de La Arganzuela, con un molino, era de Francisco Zapata. Anteriormente había pertenecido al común y podía pastar cualquier ganado de la demarcación de la villa. Este propietario arrendó la hierba por 10.000 maravedíes. Más abajo estaba el soto, molino y ejido de Hormiguera, que era de Pedro de Luzón. En estas fechas (1576) aún quedaban restos de cimientos de un poblamiento anterior. A continuación había cuatro prados del mismo dueño, de los que tenía arrendada la hierba. El soto de La Algarrada era, en 1581, de Pedro de Luzón, utilizado por los señores que poseían tierras junto al lugar. Soto de La Pangía con molino, propiedad de Luis de Toledo. Soto de Zurita, junto al río y con un ejido. Quedaban en él restos de paredes del antiguo poblado y tenía unas eras llamadas Las Dehesillas de Zurita. Aunque despoblado, era el único lugar que seguía siendo de los vecinos.

En 1587 contaba con 180 vecinos, y en 1591 tenía 331. En la época de Felipe II era abundante el agua en la aldea porque en invierno pasaban dos arroyos caudalosos y en verano uno, y contaba con muchos pozos. Sin embargo, en 1652 carecían de agua suficiente y la que había era nociva. Por ello el Ayuntamiento acordó vender la tierra del prado Horcajo y hacer con su importe una fuente cerca del arroyo Malvecino, enfrente de la casa de Francisco Luzón. La fuente tenía pilón y dos caños, las aguas las trajeron del término de Leganés.

El nombramiento de Madrid como capital, en 1561, por Felipe II hizo aumentar la actividad económica de Villaverde como principal abastecedor de pan y carne. Felipe II mandó construir el puente de Segovia en 1578, según proyecto de Juan de Herrera. Para ello, todos los pueblos y aldeas de los alrededores tenían que colaborar en los gastos, dependiendo de su población. Villaverde lo hizo con 32.256 maravedíes, el tercer máximo contribuyente.

Carlos de Austria
En 1710 instaló aquí su campamento Carlos de Austria, aspirante al trono. Pintor no identificado

Siglo XVII, época de crisis

El siglo XVII fue una época de crisis. En España se agudizó por epidemias, climatología adversa, malas cosechas, agotamiento económico por las continuas guerras, expulsión de los moriscos y descenso demográfico por la gran mortalidad entre los jóvenes reclutados para el Ejército. Villaverde también sufrió la crisis hasta tal punto que si en el año 1591 tenía 331 vecinos; en 1643, 163; y en 1694 había bajado a 86 vecinos. Curiosamente, en estos vecindarios aparece Zurita con 12 vecinos en 1643 y 22 en 1694, aunque se había despoblado varias veces en siglos anteriores.

El Ayuntamiento, en 1634, decidió roturar el prado Caballos que estaba en Tordegrillos, camino de las eras, y arrendar para pastos las eras de los Cenazales y el Verdinal para con el dinero conseguido socorrer a los vecinos. En 1644, el concejo de Madrid comunicó a las autoridades de Villaverde que debían pagar 600 reales para la reparación de los puentes de madera que no soportaban las crecidas del río. Aludiendo a la bajada de población consiguieron rebajarlo a 521. Por esta época tenía dos pósitos, uno real; tres tiendas: una de venta de tocino, un colmado y una carnicería; también contaba con una taberna, un mesón y una posada. En 1648 había en Villaverde una tienda de tocino llevada por Tomás Collado, otra tienda a nombre de Juan Moreno, una taberna y un mesón.

Al carecer de suficiente agua potable, vendieron la tierra del prado Horcajo para construir una fuente en 1652, junto al puente del arroyo Malvecino. Entre 1706 y 1767 se plantaron árboles en el pueblo para el “ornato público” y para “mejorar las condiciones higiénicas”. En 1710 instaló el campamento el aspirante al trono español, Carlos de Austria, en la Guerra de Sucesión. Por esa fecha se reformó o construyó el edificio del Ayuntamiento.

Villaverde consiguió el título de villa en 1712 por merced de Felipe V. La concesión de la carta de villazgo era un momento histórico para la población, ya que con ello adquiría independencia y nuevos poderes jurisdiccionales. Con dicho título se conseguía el autogobierno, la capacidad de ejecutar las disposiciones y ordenanzas del lugar, los privilegios y exenciones reales y la elección de alcaldes para el propio concejo.

D. Pedro Castellanos y su esposa Dña. Agustina Jiménez fundaron un hospital en 1713, regentado por la cofradía de San Andrés. En 1786 “estaba muy pobre”, y en 1921 ya no existía. Se encontraba en la calle Hospital, hoy Asfalto.

Según el Catastro de Ensenada de 1751, tenía 119 vecinos, seguía siendo de realengo y del partido judicial de Madrid. Junto al río, se encontraban tres sotos: de La Algarrada, de la Pangía, de Pedro Yermo, regidor de la villa de Madrid, del que se extraía pasto y leña, con una extensión de 250 fanegas. También tenía un molino que molía, cuando estaba activo, 400 fanegas de trigo. En el soto de Luzón del Mayorazgo de Osera había otro molino que molía lo mismo que el anterior.

Por el Censo de Floridablanca, de 1787, sabemos que contaba con 120 vecinos. En 1785 nacieron 30 niños y fallecieron 31 adultos. El terreno tenía pocos árboles, predominaban las retamas y algunos álamos blancos y frutales, y producía trigo, cebada, algarrobas y alguna hortaliza. Había fábrica de tejas. Funcionaban cada año 100 hornos, y cada uno producía 12.000 tejas. Por esa época las enfermedades más frecuentes eran las fiebres intermitentes, alguna inflamación pleurítica y fluxiones reumáticas. No había aguas, ni las de primera necesidad, porque eran pocas y nada seguras. A finales del siglo XVIII y principios del XIX, la industria de Villaverde consistía en siete hornos de tejas y ladrillos, una fábrica de jabón y otra de chocolate que tenía un particular en su casa.

JULIO HERNÁNDEZ GARCÍA

Las tarifas de gas natural en el mercado libre inflan el kWh hasta un 44%

Las tarifas de gas natural

Según el último análisis de FACUA, Feníe, Repsol y Naturgy son las compañías con las ofertas más caras

Las ofertas de gas natural en el mercado libre inflan el precio del kilovatio hora (kWh) hasta un 44,4% frente a las tarifas reguladas TUR, según el último análisis realizado por FACUA – Consumidores en Acción. Feníe, Repsol y Naturgy son, por este orden, las compañías con las ofertas más caras, tanto las destinadas a consumidores con calefacción a gas como los que tienen consumos inferiores.

En el gas natural se ofertan dos tarifas distintas, en función de que el usuario consuma menos de 5.000 kWh al año o a partir de esa cantidad. Para el primer perfil, FACUA ha realizado la comparativa tomando como referencia un usuario que consume 400 kWh mensuales; para el segundo, uno con 800 kWh de consumo al mes.

FACUA aconseja contratar las tarifas TUR. Para ello hay que acudir a una de las cuatro comercializadoras de referencia o de último recurso, que pertenecen a los mismos grupos empresariales que las grandes compañías del mercado libre. El análisis de la asociación recoge las ofertas de Endesa, Feníe, Iberdrola, Lucera, Naturgy y Repsol, que fueron analizadas el 23 de julio, y las compara con las Tarifas de Último Recurso vigentes desde el 1 de julio.

Con la TUR, un usuario que consume 400 kWh mensuales paga actualmente 30,47 euros al mes si tiene la TUR. En el mercado libre gasístico, su factura puede llegar a dispararse hasta los 39,49 euros, un 29,6% más, en el caso de que esté con Feníe. Después de esta compañía, las más caras con el citado perfil de consumo son Repsol (37,96 euros) y Naturgy (37,15). Ninguna de las ofertas analizadas en el mercado libre resulta más económica que la tarifa regulada.

Para un perfil de usuario con un consumo de 800 kWh mensuales, con la TUR que le corresponde paga, según el análisis, una factura de 52,96 euros al mes. En el mercado libre puede llegar a pagar hasta 73,09 euros, un 38,0% más, si tiene la oferta de Feníe. Tras ella, las más caras para este perfil de consumo son de nuevo Repsol (68,89 euros) y Naturgy (64,59). Solo una de las ofertas analizadas para este perfil, la de Iberdrola, está levemente por debajo de la TUR.

FACUA MADRID

La Biblioteca María Moliner cumple 20 años y tiene un proyecto

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La Biblioteca María Moliner celebra su 20 aniversario poniendo en marcha un proceso de participación y experimentación para vecinos, vecinas, amigos y amigas de la biblioteca, con el objetivo de potenciarla como un punto de encuentro en Villaverde.

“Una biblioteca, un jardín” es el lema de la convocatoria de proyectos participativos lanzada por la biblioteca en colaboración con el Servicio de Apoyo a la Intervención Comunitaria del Distrito. Cada vecino y vecina de Villaverde forma parte de la historia de esta biblioteca, de un modo u otro, y en su celebración de cumpleaños ésta les invita a formar también parte de su futuro. En este aniversario se quiere abrir más la biblioteca, hacerla más amplia, de modo que crezca con las propuestas y proyectos que la ciudadanía traiga.

¿Qué tipo de proyectos se pueden presentar?

Cualquier propuesta que pueda ser diseñada y llevada a cabo en una primera versión (prototipo) en los plazos previstos y que vaya orientada a utilizar el jardín de la biblioteca para dar respuesta a las necesidades culturales y de relación del vecindario. Desde construir mobiliario exterior para disfrutar del espacio hasta hacer propuestas de talleres en el mismo, por ejemplo.

La propuesta también puede promover nuevos “clubes” de cualquier tipo, no solo de lectura, que permitan a las personas desarrollar sus intereses en comunidad o que vaya enfocada a permitir compartir conocimientos y saberes entre la vecindad de Villaverde o crear algún nuevo producto cultural para el vecindario, desarrollándose estos clubs en el contexto de la biblioteca. ¿Sabes hacer algo y crees que puedes compartirlo con tu barrio? Éste es tu momento.

¿Quién puede participar?

Cualquier persona o grupo de personas con ganas de aprender, participar y compartir conocimientos. Se puede presentar más de un proyecto, pero es una condición que éste esté abierto a la incorporación de nuevas personas, con un enfoque colaborativo, de manera que sus ideas contribuyan, completen o transformen la idea inicial para desarrollar su potencial.

¿Cómo se puede presentar el proyecto?

Se debe rellenar el formulario online o presencialmente en la recepción de la biblioteca. La recepción de proyectos estará abierta del 23 de septiembre al 23 de octubre del 2021.

Más información
comunitariovalto@ecyslarueca.org
601 600 892 / 601 600 896

ECYS LA RUECA