Pascual Madoz nació en Pamplona en 1806. Hizo la carrera de Derecho en Zaragoza. Exiliado en Francia de 1830 a 1833, vuelve a España gracias a la amnistía decretada por la Regente Mª Cristina de Borbón. Al año siguiente le encarga preparar un “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar” que concluye en 1850.
El diccionario está compuesto por 16 volúmenes, publicados entre 1845 y 1850 y en él se recoge información de todas las localidades de España, incluyendo datos sobre demografía, instrucción pública, beneficencia, industrias, comercio, caminos, riqueza territorial, impuestos, etc. Por todo ello, es una fuente de primera mano para conocer la realidad de los pueblos y ciudades de España, a mediados del siglo XIX.
Según el diccionario, Villaverde pertenecía al partido judicial de Getafe. En terreno llano, con clima templado propicio a enfermedades tercianas (paludismo o malaria, producida por mosquitos) o dolores reumáticos. Tenía 147 vecinos, 876 habitantes, 100 casas de mediana construcción, escuela de primeras letras, dotada con 2.200 reales, y otra de niñas, que pagaban los padres de las 22 niñas que acudían a ella. En el camino real a Aranjuez tiene dos paradores y varias casas en las inmediaciones del Manzanares.
El terreno era de buena calidad y producía trigo, cebada, garbanzos, algarrobas, hortalizas y melones.
En ganadería tenían ganado lanar, cabrío, vacuno y mular.
En cuanto al comercio había exportación de trigo, garbanzos y muchas hortalizas. Importaba carne, vino, aceite y arroz.
«Yo no soy ni machista ni feminista, estoy a favor de la igualdad entre el hombre y la mujer”. ¿Te resulta familiar? Esto es lo que mucha gente dice. Si haces tuya esta afirmación ¡enhorabuena!, porque SÍ ERES FEMINISTA.
El feminismo no es lo opuesto al machismo, aunque el feminismo te suene a algo relacionado con la mujer, el machismo a algo relacionado con el hombre y ambos vocablos terminen en –ismo, que no es más que un sufijo, según explica la Real Academia Española (RAE), para formar sustantivos que suelen significar ‘doctrina’, ‘sistema’, ‘escuela’ o ‘movimiento’.
El caso es que mientras el machismo es (también según la RAE) una “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres” y una “forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón”, el feminismo se define como “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre” y “movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo”.
El Instituto Europeo de la Igualdad de Género (EIGE) recoge en su glosario el término feminismo como “compromiso político y movimiento social que denuncia las relaciones de poder desigual y la opresión y explotación de las mujeres en el patriarcado (sistema social de dominación masculina sobre las mujeres) bajo sus distintas fases históricas del modelo de producción, y que exige cambios políticos y sociales para que las mujeres puedan desarrollarse y participar plenamente en la sociedad”.
Para simplificar, el feminismo es un movimiento social, político, filosófico, económico, científico y cultural que denuncia el patriarcado, y cuyo objetivo es la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. El feminismo no habla de superioridad ni discrimina al otro género, simplemente combate la desigualdad que sufren las mujeres por el mero hecho de serlo.
Entonces, ¿por qué tienes esa percepción errónea y negativa del movimiento feminista? Aquí vienen las malas noticias: en España somos víctimas de una constante desinformación e intoxicación, y no solo en cuanto a feminismo se refiere. Desgraciadamente impera, por encima de todo, el discurso de la confrontación y del odio, útiles herramientas de ciertos estamentos de poder para desviar la atención (“mientras la ciudadanía se pelea consigo misma menos atenta estará a la defensa de sus derechos, y de esta forma perpetuamos nuestros privilegios”, algo así deben de pensar). Pero la realidad es que, independientemente de la ideología política con la que nos identifiquemos, no somos tan diferentes ni estamos tan en el lado opuesto como pretenden hacernos creer, pero de eso tampoco nos damos cuenta.
Pues igual con el feminismo, aunque el feminismo no es una ideología, como hemos visto en su propia definición. Las mentalidades machistas que prevalecen en nuestra sociedad (y que se sienten tan cómodas tal y como están, asentadas ahí con su reputación, con su cuota de poder, y afianzando su visión egocentrista e insolidaria del mundo) utilizan los medios de comunicación para desprestigiar al feminismo, difundiendo bulos, tergiversando datos, negando las cifras oficiales y desvalorizando las conquistas sociales de las mujeres. Un estupendo trabajo de marketing. Por eso, igual que hay feministas que no saben que lo son, también hay machistas que no saben que lo son, porque tienen muy interiorizados y asumidos los roles que el patriarcado designa, desde su nacimiento, a varones y a mujeres, así como su forma de “ser o estar” y su posición en la sociedad. Por eso hay varones, y mujeres, que asumen como “normal” el discurso machista, en el que no saben leer la desigualdad ni la discriminación de la mujer, porque su visión del mundo y de las relaciones sociales es androcentrista: el hombre es el centro de la Historia y la civilización humanas, y estas se perciben desde el punto de vista masculino.
Hoy en día, en España a nadie se le ocurre, por ejemplo, cuestionar el derecho al sufragio femenino, que en nuestro país se aprobó en 1931. Una aprobación, sin embargo, no exenta de polémica. En las Cortes hubo diputados que esgrimieron argumentos en contra, considerando que la mujer no era autónoma para tomar sus propias decisiones porque carecía de espíritu crítico y reflexivo y no tenía formación. Incluso se dijo que la mujer tenía sus capacidades intelectuales disminuidas, poco evolucionadas o más sensibles al dejarse llevar por sus emociones pasionales. “El histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer. La mujer es eso, histerismo, y por eso es voluble, versátil…”, llegaron a decir. Afortunadamente ganaron los argumentos a favor del sufragio.
Y ahora, casi un siglo después, hay quien afirma que esto del feminismo y del lenguaje inclusivo es una tontería y que la violencia de género no existe. ¿Será que España no está en la Tierra? ¿Viviremos en otro planeta? Porque no hay más que visitar la web de Naciones Unidas (https://www.un.org/es/global-issues/gender-equality) para constatar que:
El feminismo es un movimiento mundial.
La igualdad de género se incorporó a las Normas Internacionales de los derechos humanos mediante la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General el 10 de diciembre de 1948.
El Día Internacional de la Mujer se conmemora cada año el 8 de marzo, y reconoce los logros de las mujeres sin tener en cuenta sus diferencias, sean estas nacionales, étnicas, lingüísticas, culturales, económicas o políticas.
La violencia contra las mujeres afecta a todos los países, incluso a aquellos que han logrado importantes progresos en otras áreas. En todo el mundo, el 35% de las mujeres ha experimentado violencia física y/o sexual en pareja o violencia sexual sin pareja.
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer se celebra hoy, 25 de noviembre.
Ser feminista significa, por tanto, defender los derechos humanos de las mujeres. Y la educación en igualdad de género es imprescindible para continuar avanzando hacia una sociedad más justa e igualitaria.
El atardecer dibuja sombras alargadas en la Reserva Natural del África subsahariana. Me hago una visera con las manos. Ahí está, la jirafa blanca, la última superviviente de su especie.
Un sonido agudo rompe el silencio de la sabana. Una mancha roja en la piel nívea del animal. Un grito ahogado, el mío. Furtivos. El culatazo de un rifle. Mi cabeza se apaga.
Despierto de noche, sobre un jergón, en una cabaña iluminada por un candil. Tengo una mordaza y ataduras en pies y manos. Una mujer bantú, sentada en una banqueta, me da la espalda. Intento captar su atención con sonidos guturales. Me ignora. O quizá solo escuche los golpes de su martillo. Sobre una mesa de madera la mujer destroza huesos de albaricoque, de forma mecánica, como si trabajara en una fábrica, durante horas. Cuando mi cabeza está a punto de estallar se detiene. Camina hacia mí con el martillo. En su mirada hay rabia. Cierro los ojos en un acto reflejo: no ocurre nada. Cuando los abro la veo moler con un mortero los trozos de los huesos. Quiero que pare. No soporto más ese ruido incesante.
Me incorporo a duras penas sobre el jergón. Examino el corte sangrante de mi brazo derecho, sobre él hay unos hilos finos, entretejidos. ¡Es una tela de araña! Observo el resto de mi cuerpo. Tengo telarañas en los pies, en el cuello, en los lóbulos de las orejas. Intento quitármelas de allí adonde llegan mis manos atadas. “Don´t do it!” (¡No lo hagas!), grita la mujer a la vez que aparta mis manos de mi cara. “La telaraña es antiséptica”, continúa en mi idioma, “tiene propiedades bactericidas y fungicidas, muy útiles para las heridas. Eres bióloga, deberías saberlo”. “No lo soy, soy veterinaria”, le responde mi mente, pues sigo amordazada. La mujer suspira. “Duérmete de una vez, Helen”, me dice antes de darme de nuevo la espalda. Me vence el sueño a pesar del constante repiqueteo del martillo.
Me despierta un olor a muerte, y a carne quemada. Es de día, y en el suelo brilla la lechosa piel de la jirafa. Los mosquitos revolotean sobre los desperdicios de sus entrañas. La bantú arroja el polvo de los huesos a una olla hirviendo. Remueve el contenido y después me quita la mordaza y me desata. “Ayúdame a escapar”, le suplico. No contesta. Me trae un cuenco con agua y unos albaricoques antes de reanudar la molienda.
Me vuelve loca el estruendo del martillo sobre el hueso. Agarro a la bantú por el cuello e intento estrangularla. Ella me golpea con la herramienta. Me tambaleo. Antes de desmayarme la oigo, una vez más, triturar los huesos.
Estoy sola en la cabaña cuando recobro el conocimiento. Corro hacia la puerta. La abro y veo a la bantú con la cabeza abierta. “Me he equivocado”, susurra. “Debería haberte dejado escapar. Así habrías sido tú la muerta. Ahora serás la cocinera”, dice cayendo de rodillas al suelo. “No dejes de moler”, sus ojos desorbitados se clavan en los míos. “¿Por qué?”, le pregunto. Sonríe como respuesta, mientras un hilillo de sangre escapa de la comisura de sus labios. “Soy bióloga, y botánica. Trabajaba en la Reserva. Te enviaron para sustituirme cuando desaparecí”, aclara con voz entrecortada. “Necesitarás cien huesos, Helen. Menos de esa cantidad no los matará. Solo les causará dolor de estómago y de cabeza, vómitos y diarrea. Piensan, por suerte para ti, que los ha intoxicado la carne de jirafa. Nunca antes habían probado la blanca. Pero han sido los huesos de albaricoque. Las semillas de su interior liberan cianuro si se machacan.”
La mujer bantú cierra los ojos para siempre. Le quito el vestido antes de enterrarla donde crecen los albaricoques silvestres. Regreso a la cabaña, me siento en la banqueta y aplasto huesos hasta que la sangre brota de mis dedos.
En recompensa a la ayuda prestada por los caballeros de la Orden de Santiago, en la reconquista, los reyes les concedieron diversas posesiones de tierras y lugares de Madrid, como el Vado de Santiago el Verde, a orillas del río Manzanares, hoy bajo el nudo supersur de la M 40. Era el lugar más fácil para cruzar y controlar el paso del río. Con el tiempo se convirtió en un pequeño núcleo de población. Es posible que empleasen el lugar del control del paso, reutilizando una torre de vigilancia musulmana y algún tipo de poblamiento.
Se despobló a comienzos del siglo XV, en favor de Villaverde. La iglesia se convirtió en ermita a la que acudían, el primero de mayo, los habitantes de Villaverde, peregrinando en procesión, para venerar una imagen de madera de la Virgen María, por el camino llamado de los Rosales.
Es posible que tuviera raíces paganas, protagonizada por campesinos al ser el mes de mayo, el comienzo del ciclo agrícola.
Hasta el siglo XVI lo celebraban sólo los habitantes de Villaverde. Poco a poco se fueron añadiendo los de Madrid y con el tiempo, siglo XVII, y por conveniencia de los madrileños, a los que les pillaba un poco lejos, pasó a celebrarse en una isla del Manzanares, más cerca de Madrid, llamada “El Sotillo”. No hay unanimidad entre los historiadores para situarla, no obstante, parece que se encontraba en una isla arbolada en medio del río, a una distancia de algo más de un cuarto de milla, frente a la dehesa de la Arganzuela.
La ermita de Santiago el Verde se fue abandonando. Según Montero de la Cruz a finales del siglo XIX aún quedaban restos de ella. La campana pasó al reloj del Ayuntamiento de Villaverde, la parroquia de San Andrés se quedó con el cuadro de Santiago, que se encuentra situado encima de la puerta de acceso a la torre, y la talla de la Virgen pasó a la basílica de Atocha.
Fueron las fiestas más populares y concurridas de Madrid. Acudían los madrileños andando, en caballerías o en carrozas, personas de todas las clases sociales con sus mejores galas, reyes (Felipe IV en varias ocasiones), nobles como el duque de Lerma y el Conde Duque de Olivares, villanos y plebeyos.
En el Sotillo merendaban, compraban chucherías en los puestos feriales y cenaban. Las mujeres exhibían sus vestidos y se enorgullecían de sus conquistas; los políticos escuchaban el latir del pueblo y se divertían en devaneos ocasionales; los villanos y plebeyos se distraían comiendo, bebiendo, cantando y bailando.
Felipe IV murió el uno de mayo de 1665, y para mantener el luto, la fiesta se trasladó al quince de mayo, festividad de San Isidro, que pasó a ser la fiesta más importante de Madrid.
El nombre de “el verde” le viene por el verdor de la primavera en esas fechas, en esta zona junto al Manzanares.
Hoy día sólo queda, aparte del citado cuadro en mal estado, una calle llamada “Santiago el Verde”, en un azulejo del siglo XVIII, que se encuentra en el distrito de la Inclusa, entre la calle Huerta de Bayo y la del Casino, cruzada por la calle Mira el Sol y siendo paralelas las calles del Ventorrillo y Embajadores.
Tantas veces me tuve que levantar, después de caer herida, tanto he penado y peno, hasta encontrar las salidas, que aunque te explique mi vida, nunca podrás entender, lo que supone en este mundo, haber nacido mujer.
Tanta lucha para todo, pero poniendo sonrisas, tantas nubes descargadas, con paciencia asumidas, tanto ponerme en lugar de aquel que lo necesita, tanto cuidar y cuidar, escuchar y dar consejos y después de trabajar, contar cuentos para el sueño.
No puedes imaginar, hombre, lo que cuesta ser mujer, incluso sin tus… desprecios.
Quien se aventure un poco en la historia y al mismo tiempo observe el
panorama actual del mundo, verá que la política nos ha llevado y nos lleva
tanto a paisajes abiertos de libertad y paz como a abismos de destrucción
y caos. Decía Groucho Marx que la política era «el arte de generar
problemas inexistentes para luego ofrecer soluciones falsas». No le faltaba
razón al gran actor porque la política, que debería ser el arte de generar
relaciones armoniosas tanto entre los ciudadanos como entre las naciones
entre sí, ha sido, y aún lo es en numerosos casos, el arte de conservar el
poder y favorecer los intereses de dominio y control en un ámbito donde
el fin siempre justifica los medios.
Desde el punto de vista transpersonal, que es el punto de vista de la
conciencia expandida, la política debería evolucionar hacia modelos más
saludables y justos. No se trata de crear una nueva ideología, sino de un
marco nuevo donde las relaciones entre los diversos modelos políticos
hayan superado su neurosis fóbica hacia el contrario, junto a nuevos
hombres y mujeres que se ocupen de lo público desde el cultivo y la
evolución de su particular mundo interior, logrando así un yo expandido y
mundicéntrico. Y ese marco estaría formado con elementos nuevos tales
como la integración de los diversos aspectos humanos: material,
emocional, mental y espiritual; la creación de nuevos principios éticos,
como el de «todo importa a todos y todos importan»; el desarrollo de una
conciencia ciudadana más responsable de sí misma y de su entorno,
donde la ley coercitiva sea substituida por pactos de responsabilidad y
compromiso; el cambio de una conciencia menos basada en la
competitividad y más en el cooperativismo; el desarrollo de un yo que, sin
perder su individualidad, sepa expandirse hacia el mundo hasta acogerlo
como un aspecto más de sí mismo; el reconocimiento de la vida como un
valor a proteger y desarrollar; y por último, el reflote de la ética en forma
de honestidad, respeto a la verdad, consideración del entorno junto a
quienes lo habitan, altruismo y respeto a la diversidad. Para lograr este marco se hace menester una maduración de nuestro ego individual y colectivo, así como una ampliación de nuestra conciencia.
En ambos casos, el del ego y el de la conciencia, la evolución es un proceso
de expansión y apertura donde se genera mayor autoconciencia junto a
una visión amplificada y comprensiva del entorno, de manera que permita
integrarlo. Lo significativo es el hecho de que a mayor grado de evolución
de la conciencia, mayor grado de auto observación e integración (Wilber).
De ahí que una política transpersonal sea integrativa, si bien no todo
puede ser integrado, ya que algunas formas de pensamiento y conducta
pueden estar fuera del marco ético fundamental.
En definitiva, creo que lo espiritual, lo social y lo político deberían
acercarse y conjugarse integradamente si queremos un futuro
prometedor junto a una forma de desarrollo político y cultural que
garantice nuestra supervivencia como especie inteligente en nuestro