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Si los políticos se rodean de asesores porque desconocen el ministerio del que son responsables, ¿por qué no nos gobiernan esos mismos asesores? Este es un problema secular entre la ciencia y la política del que me hago eco en mi libro La Metamorfosis de la Política, y es que los intereses políticos se suelen imponer a los consejos de los expertos ante cualquier problema social, médico, económico o jurídico.
No es extraño el ejemplo de cierta doctora española que se retiró del equipo asesor de también cierta ministra de sanidad, al ser poco menos que obligada a dar por buenas, y a firmar, unas estadísticas falseadas para ocultar el fracaso de la política sanitaria del gobierno. Es por eso que en mi libro planteo una organización política en la cual el gobierno es ejercido por científicos y sabios, donde los políticos (de carrera y no nombrados por el partido) son los asesores.
Los científicos atacarían los problemas desde los recursos tecnológicos y los sabios, sostenidos en la sabiduría milenaria y universal, crearían los objetivos sociales junto a los principios y valores éticos que los deben fundamentar. No es nuevo el caso de científicos arrumbados en el olvido, como Tesla o René Gerónimo Favaloro (inventor del baipás). ¿Qué dijo Favaloro antes de morir?: «‘Debés’ comprenderlo si ‘querés’ salvar a la Fundación ¡Quién va a creer que yo no estoy enterado! En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer que verlos apartados o incluso amenazados por socavar con sus creaciones los intereses económicos del sistema amparados por los políticos.»

Orlando J. Rodrigo Álvarez
Según los datos aportados en el cuestionario que mandó el cardenal Lorenzana, para recabar información sobre la población de la archidiócesis de Toledo, y del Censo de Floridablanca, primer ministro de Carlos III (1759-1788), que tenía una finalidad demográfica y económica y fue uno de los primeros censos realizados según técnicas modernas, Villaverde contaba por esa fecha con unos 120 vecinos, 522 habitantes: 281 varones y 241 mujeres. En 1785 nacieron 30 niños y fallecieron 26 y 5 adultos.
El terreno producía trigo, cebada, algarrobas y alguna hortaliza. El trigo ascendía a 3.000 fanegas, la cebada a 4.000 y algarrobas a 1.000 fanegas.
Había fábrica de tejas, que trabajaban los franceses. Funcionaban cada año 100 hornos y cada horno producía 12.000 tejas.
Tenía un hospital (desde 1713) pero “muy pobre”. Las enfermedades más frecuentes eran las fiebres intermitentes, alguna inflamación pleurítica y fluxiones reumáticas. Las segundas se curaban con algunos purgantes, sangrías y quina, las primeras se curaban con refrescos y evacuaciones y las últimas “nadie las cura”.
No había aguas ni las de primera necesidad, porque eran pocas y nada seguras, cargadas de partículas gredosas y otros elementos nocivos.
La vegetación que predominaba era la retama y había algunos árboles, como álamos blancos, negros y frutales.
Por ocupación había 2 sacristanes, un escribano, 11 labradores, 52 jornaleros, 4 artesanos, 18 criados y 423 menores, sin profesión específica.
El cura recogió al final de las respuestas al cuestionario de Lorenzana la siguiente semblanza de Villaverde:
“El pueblo carece de todo y, si hubiera buenos patricios y amor nacional, pudiera ser un pueblo rico, por las bellas proporciones para cualquier industria, fábricas de hilados, batanes, alfarerías, plantío de árboles, moreras y cría de gusanos, pero falta celo y patriotismo, motivo por el que se haya el pueblo en la mayor decadencia y miserable constitución, siendo el origen y raíz de tanta pobreza la genial inaplicación de los vecinos y naturales”.

«Que Dios te envíe a la hamada», reza una antigua maldición beduina. En los países árabes, cuando se le desea a alguien «el peor de los infiernos», se le manda a la hamada, porque es la zona más inhóspita del desierto, una vasta inmensidad de arena y piedras, donde el calor del día es insoportable (pueden alcanzarse los 55 grados), y el fuego del sol abrasa la piel, quema los ojos y seca bocas y gargantas mientras el viento implacable espolvorea granos de arena que pinchan la carne desnuda de las manos, de los brazos, del rostro achicharrado. Y aquí, en este hostil trozo de desierto, donde no crece ni la más triste de las plantas, sobreviven desde hace más de 45 años unos 150.000 refugiados saharauis, repartidos por los cinco campamentos o wilayas existentes en la hamada de la región argelina de Tinduf. Ahí están, como dice uno de sus poemas, «ordeñando los cántaros de la paciencia», con la esperanza de poder regresar algún día a su tierra, ocupada por Marruecos.
Para quien nunca ha ido a los campamentos de Tinduf es difícil imaginar el lugar, donde la armonía bicolor entre el marrón de la arena y el azul del cielo, bella en cualquier otra parte del planeta, aquí queda desgarrada, mutilada por la visión desangelada y gris del enorme conjunto de tiendas polvorientas y chabolas de adobe entre las que se pasean con tranquilidad montones de cabras.
Allí los niños no pueden dibujar el mar, ni los prados, ni las flores, ni las aves… No pueden hablar de la sensación de bañarse en la playa, de caminar por el campo, de oler las flores o de escuchar el trino de los pájaros.
Los hijos de las nubes
Érase una vez el Sáhara occidental, donde habitaban los «hijos de las nubes», los nómadas del desierto, cuya patria no era la tierra sino el agua, y quienes solo obedecían la voluntad de Alá y Mahoma. Pero el colonialismo europeo tenía el poder necesario para doblegar y sedentarizar a los nómadas. Así, a finales del siglo XIX, tras una serie de acuerdos con diferentes tribus, España pudo establecer factorías y asentamientos para explotar la riqueza pesquera, y más tarde avanzar hacia el interior y colonizar el territorio, al que denominaría Sáhara Español, donde se descubrirían, ya en el siglo XX, los ricos yacimientos de fosfatos.
Marruecos, tras conseguir la independencia de España y de Francia en 1956, reclama como suyo el Sáhara occidental, como parte del «Gran Marruecos», el antiguo imperio de los almorávides. Ante esta reclamación, y vistas también las intenciones de la ONU de promulgar el derecho de autodeterminación de los territorios colonizados, España, para evitar perder el Sáhara lo convierte en su provincia número 53, pasando los saharauis a ser españoles de pleno derecho. Sin embargo en los años sesenta surge la agitación nacionalista saharaui y la lucha por la independencia de España, que culminaría en la creación del Frente Polisario en 1973. Mientras la ONU recomienda la descolonización del territorio, Marruecos inicia en noviembre de 1975 la «Marcha Verde», enviando a unos 350.000 ciudadanos y 25.000 soldados para invadir el entonces territorio español, aprovechando la crisis política de España en los últimos meses del franquismo. Se firman los Acuerdos Tripartitos de Madrid, por los cuales España pone el territorio en manos de Marruecos y de Mauritania, que también reclama derechos sobre el Sáhara. Y estos dos países se repartieron el Sáhara Occidental: la zona del sur para Mauritania y el resto para Marruecos, que acabaría anexionándose también la parte de Mauritania, al ser derrotada esta por la guerrilla del Frente Polisario.
España abandona el Sáhara siendo, aún hoy lo es, la potencia administradora, incumpliendo la ley que regula el proceso de descolonización, que se basa en la autodeterminación de los pueblos, que mediante referéndum pueden elegir entre la independencia o integrarse en el estado colonizador o en un tercero. En la práctica, excepto los propios saharauis, todos han tomado decisiones sobre El Sáhara: Marruecos, EEUU, Francia, España, La ONU… en base a sus propios intereses, mientras que parte del pueblo saharaui permanece por tiempo indefinido en la hamada, y es que hace ya más de 45 años que huyeron del Sáhara mujeres, niños y ancianos, mientras los hombres luchaban en la guerra; otros, en cambio, se quedaron en su tierra, conviviendo con los colonos marroquíes. Y tras la construcción del muro realizado por Marruecos, «el muro de la vergüenza», lo llaman, miles de familias quedan para siempre separadas, unos en Argelia, otros en el Sáhara. Imposible atravesar el muro de 2720 kilómetros custodiado por militares, con búnkeres, vallas y campos de minas, construido para proteger el territorio ocupado de las incursiones del Frente Polisario, y evitar la vuelta de los refugiados.
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También disponible en Amazon.

Me estoy mirando al espejo,
un viejo poema aislado:
aquel viaje en el tiempo.
Las largas horas paseando
por las curvas de mi melena
caen silenciosas sobre mis hombros.
Y el rastro que dejaba tu piel
se esparce en tatuajes sobre mi piel:
los colores de tus caricias,
las líneas negras de tu mirada intensa.
Mi espejo me devuelve nuestro momento:
aquel viaje en el tiempo, aislado;
un viejo poema sin estrofas.
Las estrofas que nos faltaron
son, ahora, versos libres:
ellos persiguen las rimas
de los besos asonantes
entre labios consonantes…
Aquellas estrofas que se perdieron
siguen buscando la casilla de salida
de aquel viaje aislado, en el tiempo;
y las rimas, que aún laten
cuando estás cerca estando lejos,
se cuelan entre mis labios
pronunciando letras vocales
siempre y cuando tú me abraces.
Al fin y al cabo,
somos un viejo poema aislado
en aquel viaje en el tiempo
mientras me miro al espejo.

“Malestamos” teniendo trabajo y “molestamos” careciendo de él
“Malestamos”: Estar mal es un problema colectivo
“Las consultas de los psicólogos están llenas de personas cuyos problemas de salud mental se arreglarían con una renta básica universal”, dice la psiquiatra Marta Carmona, durante la presentación en La Libre de Barrio de Leganés del libro Malestamos: cuando estar mal es un problema colectivo, que ha escrito junto al médico de familia Javier Padilla. Ambos profesionales de la medicina afirman que este “malestar” es una expresión del impacto sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas de las dinámicas colectivas de organización social y económica. “La inmensa mayoría de las horas que se nos van estando despiertos son para estar produciendo riquezas para otros”, dice Carmona.
Es una realidad que la jornada laboral en España suele ser partida, en lugar de intensiva, como ocurre en la mayoría de los países de la Unión Europea, lo que dificulta conciliar la vida laboral con la vida privada o familiar. Pero es que, además, en cuanto a salarios, estamos también muy por detrás de Europa. España es la potencia europea que tiene más porcentaje de trabajadores en riesgo de pobreza -el 15,2%-, según el informe “Gastos de Supervivencia de las Familias”, elaborado el pasado octubre por el Observatorio de Gestión Pública del Ilustre Colegio Oficial de Gestores Administrativos de Madrid (Icogam). En nuestro país 3,5 millones de empleados en activo se encuentran en situación de pobreza laboral y la tasa de desempleo duplica la media europea. De ahí la razón de ser del libro de Padilla y Carmona. Si el estrés, la ansiedad, la depresión o simplemente ese “malestar” que sentimos se deriva de no tener trabajo, o de tenerlo careciendo de tiempo para nosotros mismos, no llegando a fin de mes, o incluso sufriendo acoso laboral, lo que necesitamos no es un médico (que también) sino un sindicato. Y yo añado que lo que necesita este país es un cambio de mentalidad laboral y de cultura empresarial.
“Molestamos”: La estigmatización de la pobreza
Además de “malestamos”, “molestamos”. El Estado es el responsable de los índices de pobreza. Sin embargo, parte de la sociedad estigmatiza a los “pobres” por serlo. Reproduzco a continuación frases textuales dichas por personas de mi entorno:
· “Me niego a pagar impuestos para darle la paga a los pobres” (un amigo, hijo de empresario, de cuyo nombre no quiero acordarme).
· “Hasta que los socios no ganemos más de tres mil euros cada uno no vamos a pagar a los trabajadores más de mil euros” (un antiguo jefe).
· “Me voy a comer los beneficios de otros años porque tengo que seguir pagando a estos. No puedo bajarles el sueldo, pero este año y los sucesivos se quedan sin la comida y la cesta navideñas (un empresario que paga el salario mínimo y nunca da incentivos a sus empleados aunque obtenga grandes beneficios).
· “Tú te has casado hace poco, ¿verdad?… Pues no tengas hijos, porque perjudicaría tu carrera laboral” (el dueño de la empresa me llamó a su despacho para lanzarme esta advertencia).
· “La culpa de que no tenga trabajo la tiene él (o ella). Si hubiera estudiado lo mío, que es lo que tiene salida, en lugar de lo que le gustaba, no estaría ahora en la miseria” (otro amigo de cuyo nombre no quiero acordarme).
De todas estas citas se deduce que hay personas que piensan lo siguiente:
· La pobreza es una elección. Es decir, el que es pobre lo es porque quiere, porque “pasa” de trabajar, no trabaja lo suficiente o se ha confundido al elegir la profesión.
· Uno monta una empresa para hacerse rico a costa del trabajo de los demás.
· Las mujeres, si queremos triunfar profesionalmente, no podemos tener hijos.
· Si no tienes trabajo o cobras un mísero sueldo es porque te lo montas mal.
Ya es hora de que cambiemos de mentalidad si queremos progresar como sociedad. La empresa no debe concebirse como medio de enriquecimiento personal, tener hijos no debe ser un escollo para la mujer y la culpa de estar desempleado o de tener un salario bajo no debe recaer sobre el trabajador.
La gente que hace las desafortunadas afirmaciones anteriores es, por otra parte, la que defiende la existencia de la meritocracia y de la igualdad de oportunidades.
“¿Pero eso existe?”, preguntaría mi amiga Paquita, hija de la clase obrera que, por necesidad, comenzó a dar clases particulares con quince años, y más tarde compaginaría varios trabajos con sus estudios universitarios. Una mujer que siempre ha trabajado fuera y dentro de casa. Y que, ahora, divorciada y con la custodia de su hijo, no llega a fin de mes por mucho que se lo proponga. Una mujer que ha trabajado en la pandemia como voluntaria y que se acaba de quedar en el paro cobrando una “paguita” que no le da ni para la hipoteca. Una mujer que, teniendo estudios y hablando tres idiomas, ha trabajado de cajera, manipuladora, repartidora de periódicos, promotora de alimentos, encuestadora, teleoperadora, etc. Pero, oye… que esta mujer es pobre porque quiere. Si no encuentra trabajo es porque no lo busca. Claro, nada tiene que ver la tasa de paro en España, ni ser de clase obrera, ni ser mujer ni tener cincuenta años, ni la retrógrada mentalidad empresarial, ni el hecho de que solo el 5% de las personas, según su orientadora laboral, se colocan por currículum. Así que Paquita, ya sabes, a tirar de contactos. “¿Y si no tienes contactos o estos no te sirven para encontrar trabajo?”, se queja mi amiga.
La carrera del privilegio: de méritos e igualdad de oportunidades
No nos dejemos engañar. No existen ni la meritocracia ni la igualdad de oportunidades. A modo de ejemplo ilustrativo circula en redes un video grabado en EEUU (el país de “el sueño americano”), que escenifica la “carrera del privilegio”, una carrera hacia el triunfo personal y profesional. En la meta varios jóvenes. El presentador les va indicando: “Da dos pasos al frente si tus padres siguen casados, da dos pasos al frente si creciste con una figura paterna en el hogar, si tuviste acceso a una educación privada, si tuviste acceso a un tutor gratis cuando estabas estudiando, si nunca has tenido que preocuparte porque te cortaran el saldo del móvil, si nunca has tenido que trabajar para ayudar en casa, si puedes pagar la universidad careciendo de beca, si nunca has tenido que acudir al banco de alimentos…”. El resultado es que mientras algunos jóvenes se quedan muy cerca de la meta antes de comenzar la carrera, muchos otros ni siquiera se han movido de la salida. La pobreza y la riqueza se heredan. Por eso tu posición en la carrera hacia el privilegio depende más de tu situación personal que de tus méritos.
La situación en España antes de la pandemia
De entre todos los estudios existentes acerca de la situación económica, política y social en España antes de la pandemia, he elegido difundir la investigación realizada en enero de 2020 por el Relator de Derechos Humanos de la ONU, Philip Alston (Australia), por formar parte del sistema de los Procedimientos Especiales del Consejo de Derechos Humanos, un sistema integrado por expertos independientes que trabajan de manera voluntaria (no son parte del personal de la ONU y no reciben retribución económica).
Pues bien, tras la visita a nuestro país, Alston afirmó que “los niveles de pobreza en España reflejan una decisión política”. Y que “esa decisión política ha sido hecha durante la última década”. En su informe (que puede leerse en la web de la ONU https://news.un.org/es/story/2020/02/1469232) dice que España se caracteriza por:
· Una pobreza generalizada y un alto nivel de desempleo.
· Un sistema fiscal muy beneficioso para los ricos.
· Una crisis de vivienda de proporciones inquietantes.
· Un sistema de protección social deficiente.
· Una creciente privatización de la sanidad.
· Un sistema educativo segregado y cada vez más anacrónico.
· Una ineficiente burocracia que dificulta la solicitud de prestaciones sociales.
Muriendo por un salario
Jeffrey Pfeffer, profesor de la Universidad de Stanford, y autor del libro «Muriendo por un salario» (Dying for a paycheck, en inglés) se basa en las investigaciones que ha realizado durante décadas, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, para afirmar que «el trabajo está matando a la gente y a nadie le importa». Según Pfeffer existe un sistema laboral tóxico que afecta a la salud de las personas. Las largas jornadas laborales, la precariedad y los despidos, unidos a la falta de seguro médico (en aquellos países donde no existe la sanidad pública) provocan inseguridad económica, estrés, ansiedad, conflictos familiares y enfermedades crónicas como diabetes o problemas cardiovasculares. Las empresas se han desentendido de la responsabilidad que tienen con sus empleados y el trabajo se ha vuelto inhumano. En lugar de equilibrar los intereses de los trabajadores, los clientes y los accionistas, las empresas se centran prioritariamente en los accionistas. Y eso, a pesar de estar demostrado que los empleados enfermos -psicológica o físicamente- son menos productivos. De hecho, estudios realizados en Estados Unidos y en el Reino Unido confirman que el 50% de todos los días laborales perdidos por ausentismo están relacionados con el estrés laboral.
Ante este desalentador panorama es imprescindible un cambio de las condiciones estructurales, sociales, económicas y políticas, donde la empresa debe concebirse como un medio de progreso social, y no exclusivamente como una fuente de suculentos ingresos para los propietarios. Las empresas deberían ser generadoras de valor ético, social, medioambiental y económico, impactando positivamente en las condiciones y calidad de vida de la sociedad en general y de sus empleados en particular.

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