Normalmente hablamos de habilidades sociales como la empatía, la asertividad, poder hablar en público, pero… ¿qué ocurre cuando alguien nos dice que nos hemos equivocado? ¿Somos capaces de dar una respuesta taimada o llegamos incluso a explotar, gritando a esa persona que ha conseguido que saquemos los colores?
¿Por qué nos molesta tanto que nos digan que nos hemos equivocado? Es nuestro ego el que da la voz de alarma y nos avisa de que nos estamos haciéndolo tan bien como el resto de la gente esperaba, y ahí nuestro organismo se siente en peligro. Es una respuesta instintiva, ni siquiera es algo reflexionado: siento miedo al rechazo, y mi organismo se pone a la defensiva.
¿Y qué podemos hacer? Empieza por darte cuenta tú directamente de cosas que no se te dan tan bien como esperabas e incluso quítale hierro bromeando con ello: “fíjate qué dibujo más raro me ha quedado”, “hay que ver cómo se me atasca esta tarea”, etc. Que tu cuerpo vaya normalizando que todos, todos, todos, cometemos errores… ¡Hasta el mejor ordenador del mundo! Además, sé humilde para pedir perdón sin flagelarte: “¡ah! Sí, perdona; me equivoqué”. Esta sencilla frase te ayudará a asumir los fallos con naturalidad y a dejar de darle vueltas que no te llevarían a ningún sitio. Eso sí, rectifica el error en cuanto tengas la oportunidad, ya que con ello también estás demostrando tu responsabilidad para corregirlo y para no volver a cometerlo.
Pero, sobre todo, mantén la cabeza bien alta: hasta el mejor programa hecho por cientos de ingenieros comente errores, así que muestra tu responsabilidad para que no vuelva a ocurrir, y… ¡a otra cosa, mariposa!
Beatriz Troyano Díaz.
Socióloga Coach Personal y Profesional.