“El viajar es un placer que nos suele suceder”. Esta antigua canción de Los Payasos de la Tele nos recuerda que el viaje, y sobre todo el viaje turístico, es una aventura en la cual no todo es ese placer que decía la canción, con largas horas de espera, exhaustivos controles de aduana, jet lag, arrastre de equipaje y otros pormenores que, sin embargo, se dan por buenos con tal de encontrar aquella playa, montaña o monumento que nos logre sorprender e incluso deslumbrar.
En cualquier caso, viajar es algo que siempre nos va a enriquecer y a abrir nuestras conciencias. Las personas de distinta cultura y raza se reconocen, se sienten amigos e intercambian costumbres además de objetos. A mí, particularmente, el viajar me ha mostrado algo que ya sospechaba: el ser humano es —salvando las diferencias étnicas, culturales e idiomáticas— igual en todas partes. Todo recelo hacia aquello que vive allende nuestras fronteras no es más que una desconfianza ancestral de la época de las tribus. Este miedo, que carga de juicios negativos todo lo que está más allá de cualquier frontera, es una enfermedad que siempre se cura viajando.
Yurtas nómadas en Kirguistán, Asia central. Foto: O.J.R.A.



