A esta gobernante progresía memoriosa que no apea de la boca la represión franquista y la necesidad de rehabilitar voces habría que agitarles sus cráneos privilegiados para regresarles a las mientes a Lauro Olmo, el dramaturgo que más prohibiciones sufrió y uno de los más perjudicados por la censura, según Berta Muñoz. Censurado en la dictadura, silenciado en la Transición y ahora olvidado, arremetió contra el teatro evasivo y complaciente para inquietar y remover conciencias. Austero, comprometido, se conformaba con ser recordado como hombre solidario. Frente a la cacareada reserva espiritual de Occidente del franquismo, su escritura fue parte de la lucha corporal de una sociedad sometida. Denunció la represión estudiantil, apoyó huelgas mineras y paseó por las plazas una obra en apoyo del Viejo Profesor (al morir el dramaturgo, Mingote lo dibujó junto a él en el cielo). Sin embargo, siguió ejerciendo de autor dificultado tras estrenar Pablo Iglesias, como demostraron las ausencias en sus representaciones de líderes sociatas. ¿Quizá por la pregunta del Abuelo? “¿Qué sería del PSOE/ si le quitamos la O, / esa O que aquí es la rueda / que lo mueve y lo fundó?”
Se definió como “golfo de bien que trata de llegar a serlo, frente a los despóticos hombres de bien de la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía. De humilde abolengo, fue, según José Monleón, el menos burgués de nuestros dramaturgos. Llegó en carro a Madrid con ocho años desde el Barco de Valdeorras, hubo de internarlo su madre en un hospicio (el padre emigró a Argentina y jamás regresó) y se buscó la vida como vendedor callejero, aprendiz de mecánico de bicis, tendero, taquimecanógrafo… Por universidad tuvo la calle y el Ateneo, donde sus horas de formación autodidacta provocarían una broma muy celebrada: “Se traspasa el Ateneo con Olmo dentro”. Merece, por lo menos, una placa en Villaverde, Ciudad de los Ángeles, calle Lillo número 3, donde vivió desde 1972 hasta cinco años antes de su muerte. En el salón de su piso se hizo la fotografía que generosamente nos ha cedido su familia. Ahí escribiría y revisaría buena parte de su obra. El catedrático Fernández Insuela revelaba en el homenaje de 2015 al escritor uno de los primeros recuerdos que guardaba de él en la planta decimotercera de ese edificio. “Mira por ahí. Cuando estrené La camisa me dijeron que eran invenciones mías lo de la falta de trabajo y la pobreza. Y para mi sorpresa me encontré mirando por un balcón a apenas siete kilómetros de Madrid; y la vista eran varios campos de fútbol de chabolas, y ahí seguían diez años después. Esto fue en los 70”. Su hijo Luis me comentaba en un wasap: “Desde el piso de la calle Lillo, mi padre siempre mencionaba todas las humildes casitas bajas y chabolas que veíamos desde las ventanas y que eran parte del escenario de su obra La camisa que había escrito años atrás. Puro realismo”.
Lauro Olmo, Pilar Enciso y sus dos hijos se trasladaron a Villaverde tras desahuciarlos en 1972 del barrio de Pozas, donde se construyeran un Corte Inglés y un hotel. Resistieron solos durante meses hasta que les echaron abajo la puerta pintada con la bandera nacional. “Hay quien nace para justo, / hay quien para especular, / hay víctimas y verdugos, / hay de todo en la ciudad. / Piquetes de la codicia, / ¿qué fuisteis a desahuciar?” Siete años después siguió denunciando la especulación y la corrupción en Don Especulón, donde Taquitos le canta la gallina al especulador por la dejadez del barrio (Villaverde, sin duda): “Si el barrio está infecto / y su educación / por falta de escuelas / no es de relumbrón; / (…) si no hay zonas verdes / a su alrededor / (…) si nos van matando, / don Especulón, / los efectos de la / contaminación; / si el barrio está sucio / y no hay ilusión / por vivir en él (…) a esto aspiro yo: / a cambiar el barrio, / a hacerlo mejor, / Más limpio, más sano, / que en él la ilusión / levante la vida.” En otras obras denuncia el machismo y la opresión femenina: La pechuga de la sardina, El cuerpo, Pechicidio (una joven quiere cortarse los pechos al sentirse herida por las miradas); el poder de la televisión y la publicidad: Spot de identidad; el turismo destructivo: Mare vostrum; o la desinformación, manipulación o silencios de los medios de comunicación: El cuarto poder. Teatro tan actual como la estulticia reinante que lo relega al olvido.



