MIRIAM GARCÍA SANTAMARÍA.
Hace ya algún tiempo que la Navidad está presente en este mundo de caos e incoherencias; se ha convertido en una costumbre en la que todos participamos. Y, en ocasiones, nos preguntamos: ¿qué sería de diciembre sin la Navidad?
Hubo una vez, en un tiempo lejano, que la Navidad, cansada de la hipocresía, no apareció en diciembre. Estaba harta de ver cómo la falsedad del ser humano era capaz de fingir una felicidad tan absurda y carente de sentimiento, y decidió desaparecer. Aquel diciembre se pareció a octubre y un poco a noviembre, y la Navidad observó desde un rincón del océano cómo la tristeza de los más pequeños aumentaba por momentos, tanto que a ella misma se le arrugó el corazón. Incluso la nieve, que solía anunciar su llegada, aquel año parecía solitaria.
Pronto comprendió que, con la excusa de su llegada, se alumbraban todas las calles, llenando las ciudades de colores. En las casas se adornaban los abetos y las familias se reunían dichosas, sacando a la mesa las cigalas que, por desgracia, habitualmente no se podían permitir. Brindaban en Año Nuevo y se prometían cambios imposibles entre uvas y villancicos.
A pesar de que la Navidad no estaba equivocada en eso de la hipocresía, la felicidad de muchos dependía de todo lo mencionado anteriormente. Por eso, tras mucho reflexionar, la Navidad llegó a la conclusión de que, sin ella, el mundo lo pasaría un poco peor. Y aunque solo se olvidaran de sus incoherencias en diciembre, valía la pena celebrar la Navidad, fuera cual fuera su pretexto, ya que después de ella llegarían los esperados Reyes Magos con sus camellos cargados de regalos. Así, los más pequeños disfrutarían entre sonrisas llenas de alegría, crecería en sus corazones la ilusión, y, gracias a las largas vacaciones, ese mes se convertiría en el más importante del calendario.
Así que ya sabéis por qué en diciembre necesitamos la excusa de la Navidad; sin ella, algunos dejaríamos de soñar.