Había una calle, una casa, una familia, que ya no están enteras. Después del diluvio, un montón de tristeza, de pérdidas, de dramas. La lluvia borró la vida, el pasado y el cobijo. La historia se escribe ahora en barro y lágrimas.
Una previsión meteorológica insuficiente, terror y luego un auxilio insuficiente. Preguntas de por qué, de ahora qué, de cuándo podremos, de qué hacemos.
Yo me cuestiono, como muchas otras personas, si no hubiera sido allí, si hubiera sido en otro sitio de España, ¿habría habido el mismo día después? Todos contemplamos desde lejos el horror, la desesperación, con lágrimas de solidaridad. Algunos se acercan pero son despedidos, otros maldicen, incluso hay quien roba entre los despojos. Todo habla de la diversidad humana.
Sé de una familia que llenó dos carros en un supermercado para enviar ayuda. Sé que el Ejército está allí. Supongo que cuando se tiene dolor, hambre, sed, angustia, ninguna ayuda es suficiente.
Hay personas y grupos orando, periodistas sobre el terreno, porque este drama es en nuestro país, y aunque no pensemos igual, tengamos otra lengua, lo cierto es que somos españoles y celebramos juntos, al unísono, los triunfos deportivos y lloramos por los que han perdido su pasado y tienen hipotecado su futuro.
Cuando la piel está llena de barro y no te puedes duchar porque no hay agua corriente, no tienes ropa limpia porque el barro ocupó el armario, necesitas comer y dar de comer a tu familia y la comida se echó a perder porque el frigorífico no funciona y no hay tiendas operativas para comprar, precisas cargar el móvil para hablar con tu familia y no hay corriente eléctrica, cuando la oscuridad es total y te envuelve solo la humedad y el olor a ciénaga, los segundos son horas y los días, años. Aunque suene a tópico, la solidaridad y el esfuerzo común, en equipo, es la única forma de comenzar de nuevo.
Foto: Catarroja inundada, DANA 2024. Foto Manuel Pérez García y Estefania Monerri Mínguez