La hija de mi amiga ha terminado el período de residencia de especialidad médica. Las notas alucinantes, en torno al 10, los videos de testimonios de pacientes atendidos por ella la ponen por las nubes por su profesionalidad y buen trato. Sus padres, orgullosísimos: todos los esfuerzos de la familia han dado un excelente fruto.
Pero una gran médica, especialista y cirujana, no solo es una bendición para su familia. Lo es para la sociedad en general. Los recursos empleados en su formación redundan ahora en la salud de sus pacientes.
En un artículo de un periódico, contemplo con estupor lo que expresa una persona: el esfuerzo y la constancia son denostados. Flaco favor para las nuevas generaciones. La hija de mi amiga ha conseguido su objetivo, a base de estudiar mucho, porque a pesar de ser una persona inteligente (Medicina no lo puede estudiar cualquiera) ha sido concienzuda. Las vecinas la recuerdan siempre en su cuarto.
Y claro, todos queremos buenos profesionales cuando los necesitamos y echamos pestes cuando, por ejemplo, hay negligencia médica o un abogado no nos defiende con eficacia o un fontanero no instala bien un termo. Pero no se generan buenos profesionales por arte de magia. Detrás hubo una dedicación, una educación, un tiempo de formación.
Me imagino que la persona del artículo, si llega el caso de que la tengan que operar, o a alguien de su familia, preferirá que lo haga un excelente médico en lugar de uno mediocre. Entonces, ¿por qué damos testimonios que no creemos y no nos aplicamos? ¿O lo estrecho para los demás y lo ancho para uno mismo? Cómo les gusta a algunos polemizar.
Los discursos de deportistas de élite, esos que admira mucha gente menuda, evidencian horas y horas de entrenamiento, sacrificios con la alimentación, renuncias…
Nos quedamos con la parte bonita de levantar la copa, pero no contemplamos los sufrimientos de las lesiones, la rehabilitación, el estar fuera de la familia y el hogar.
Cuando daba Educación Física en Primaria, apuntaba los resultados de las pruebas de mis alumnos al comienzo de curso y les decía que tenían que mejorar cada uno su propia marca al final del curso para aprobar la asignatura. Quería que se superasen a sí mismos, no comparándolos con otros, sino trabajando cada cual con sus aptitudes. Para ello les sugería un plan de trabajo personal, además de las clases. Ese plan hacía hincapié en la necesidad de trabajar a diario y entrenarse con actividad física.
Para conseguir metas hay que ponerse en ruta. La mejora es un ejercicio de entrenamiento diario. Recuerdo cómo aprendí a montar en bici: me caía a menudo, pero volvía a montar una y otra vez. Cuando aprendí a nadar, tragué agua, pero seguí insistiendo. Para ser profesora estudié mucho, horas sentada, emborronando folios. Y para conseguir un rico guiso, ahora que se lleva lo gastronómico, hay que pochar bien las verduras.