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La escuela de la vida

Mª ANTONIA PÉREZ GARCÍA.

Me encontré con una señora a la que hacía tiempo no veía. Una de esas bellas personas, agradable y lista a más no poder. Eso sí, muy habladora, que me dio una disertación sobre la fruta de otoño. Tiene ya 96 años, pero se explica maravillosamente y camina sin bastón. No fue a la escuela, aunque le hubiese gustado. Es un ejemplo de sociabilidad y de superación (también de longevidad). Habla con todo el mundo que la quiere escuchar, ella que se ha formado en la escuela de la vida. Las personas sabias, que nos enseñan tanto, podrían haber sido grandes doctores, ingenieros, profesores…

Pero no pudieron acceder a una formación académica, ésa que ahora es obligatoria y pública, gratuita si se opta por ella, que vemos como un derecho normal y quizá eso nos lleva a valorarla tan poco. Pero la experiencia… ¡enseña tanto! De los siete tipos de inteligencia que se han clasificado, una corresponde a la experimentación, a las vivencias. Otro tipo a la facilidad de relacionarse socialmente.

En todas las escuelas deberían fomentarse ambas, con laboratorios que no acumulen polvo en sus probetas, bibliotecas que se frecuenten y haya espacio para diálogos propuestos, animación a la lectura, grupos de lectura, y también huertos, sin malas hierbas, donde se tome contacto con la tierra, los procesos agrícolas y sus ciclos, el trabajo manual, que tan lejano les parece a los niños de las grandes urbes como Madrid.

Hablar con los mayores enseña mucho, es formativo, divertido en muchos casos e interesante.

Un bonito recuerdo que me queda de la infancia es estar desgranando guisantes con mi abuela, las dos sentaditas juntas. Ella me contaba recuerdos y a mí me encantaba escucharla. Yo hacía muchas preguntas, porque estaba en esa edad curiosa, preguntona, y recibía respuestas con paciencia. Era tan positiva mi abuela que incluso si encontrábamos algún guisante en las vainas decía que indicaba que la verdura tenía pocos químicos y así mejor para la salud. Vivió una guerra, un aborto natural, la pérdida de un hijo mayor y muchas penalidades económicas. De la vida se obtiene la sabiduría para seguir viviendo (instinto de supervivencia) y además transmitirlo.

Como la señora de la que empecé hablando, que me recuerda a mi abuela, dando clases magistrales sobre las frutas de otoño, los productos orgánicos y más cosas interesantes, que 95 años dan para mucho.

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