DAVID MATEO CANO
Después de una semana en el hospital, me encontraba por fin en mi casa. Había tenido un accidente de tráfico que casi me arranca la vida; de hecho, estuve diez minutos clínicamente muerto. A eso precisamente había venido mi invitado, a que le explicase lo que se experimenta durante ese trance. Tinín Sánchez estaba escribiendo un libro sobre personas que habían estado clínicamente muertas. Su interés en mi caso era muy alto porque yo había sido quien más tiempo había estado en “el otro lado”, como él lo llamaba.
Una vez que se sentó en mi confortable sillón, le conté mi experiencia de forma pormenorizada. Cuando me atropelló el coche vi una luz muy intensa, entonces mi subconsciente abandonó lentamente mi cuerpo, el cual comprobé cómo se encontraba tumbado en el suelo inmóvil y ensangrentado, aunque en aquel instante yo no sentía dolor. A continuación traspasé el haz de luz, momento en el que éste comenzó a desaparecer hasta que la oscuridad se hizo absoluta. A pesar de carecer de cuerpo sentía un frío atroz, nada se veía, nada se oía… En definitiva, nada sucedía, pero con el agravante de que el tiempo no existía, la desesperante agonía lo llenaba todo. Afortunadamente, alguien luchó por mí: los médicos consiguieron recuperarme para el reino de los vivos, la oscuridad desapareció y mi mente volvió a fundirse con mi cuerpo.
Eso es lo que hay después de la muerte, desesperación eterna.