ORLANDO RODRIGO ÁLVAREZ.
La belleza no está en el paisaje sino en los ojos que miran. Este aforismo, quizás un poco manoseado, no deja de expresar una gran verdad.
La belleza está creada dentro de nosotros mismos y es un regalo del alma, por eso quien tiene su alma apagada no puede encontrarla en ningún sitio.
Cuando somos felices, la belleza aparece en los lugares más insospechados, incluso en un cementerio o en una chatarrería. Cuando estamos amargados o deprimidos ni el más hermoso paisaje ni la persona más atractiva nos van a seducir.
Recuerdo a un amigo que en cierta ocasión me confesó que cuando visitaba alguna catedral todas las mujeres que encontraba dentro le parecían atractivas, y no era porque mi amigo fuera un macho alfa, ni mucho menos, sino por la influencia, así lo creo yo, de la paz que se sentía en el lugar.
No percibimos belleza si no estamos en paz o en estado de amor, sea éste hacia una persona en exclusividad o hacia todo. También se puede decir que, puesto que la belleza es fruto de la armonía, tampoco es visible si no hay armonía en nosotros mismos.
Tal vez la belleza, la paz y el amor constituyan las partes de la fórmula que alumbra la felicidad, además de cierta holgura económica, claro está, cuyo límite lo pone cada cual desde su necesidad o desde su ambición.
Creo que todos tenemos la necesidad de rodearnos de belleza, lo cual, sin embargo, muchas veces anteponemos a lo práctico. En general, un mundo que descuida la belleza priorizando lo útil es un mundo sin alma, un mundo chato y frío que no puede generar felicidad. Por eso, por muy sofisticada que sea la tecnología y por muy cómoda que ésta haga nuestra vida, no nos sentiremos totalmente dichosos si la belleza no la acompaña. Por eso necesitamos siempre a los artistas, a los diseñadores, a los poetas y, cómo no, a la naturaleza. El respeto que ésta merece no es solo por su función de sostener la vida y alimentar nuestras necesidades materiales, sino también por satisfacer nuestra necesidad de armonía y belleza.
También se puede hablar del “sentido de la belleza”, pero esto ya depende de la afinación de nuestros sentidos, porque hay creaciones artísticas más toscas o más refinadas realizadas según la afinación de los sentidos de cada cual, y así unos pueden llegar a percibir la proporción y la armonía donde otros no la alcanzan, conformándose éstos con productos más toscos. El sentido de la belleza se cultiva y se entrena con práctica y debería formar parte de una buena educación.