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El consejero

El pasado miércoles tuve un día de perros, todo lo acontecido era para olvidarlo cuando antes. Para colmo, sobre las siete de la tarde, poco antes de llegar a mi casa, vi a un hombre ensangrentado quejándose amargamente y tendido en el suelo rodeado de gente. Pensé que aquello sería el culmen a mi horrible día, sin embargo se convirtió en una fecha imborrable para mí.

Pregunté a una mujer qué es lo que le había pasado al hombre, y me explicó que la persona que yacía en el suelo retorciéndose de dolor era un trabajador de una compañía telefónica que se había caído de una escalera mientras realizaba una instalación. La ambulancia estaba avisada, pero todavía no había llegado cuando, de repente, entre la multitud alguien se abrió paso. Se trataba de un señor mayor elegantemente vestido, quien se quitó la chaqueta y comenzó a realizar los primeros auxilios al accidentado, al cual inmovilizó con unas improvisadas cajas de madera que había en la basura. Después le limpió las heridas y taponó las hemorragias con agua que le trajeron y un apósito de trapos y gasas. Al poco de realizar esto llegó la ambulancia, entonces indicó a los sanitarios cómo colocarle en la camilla para que no sufriera heridas irreversibles al trasladarle, así como de qué manera coserle una brecha que tenía en la cabeza para que no se infectara. Acto seguido se metió en la ambulancia, de donde salió poco antes de que ésta se fuera en dirección al hospital.

Una vez que esto pasó, todas las miradas estaban centradas en él. Yo me quedé embelesado observándole: cuanto más le miraba más familiar me resultaba su rostro. Me estrujé el cerebro intentando rememorar dónde le había visto antes, y la pista definitiva me la dio un comentario que hizo a una mujer que dio gracias a Dios porque hubiera un médico cerca para realizarle los primeros auxilios, a lo que el hombre le respondió para sorpresa de todos que no era médico.

Se fue alejando y yo le fui siguiendo en la distancia hasta que pasado un tiempo prudencial le abordé preguntándole si me reconocía. Me respondió de inmediato diciéndome que a pesar de los años transcurridos no había cambiado mucho. Él tampoco había cambiado mucho a pesar de que habían transcurrido 35 años desde la última vez que le vi. Se trataba de Felipe el Consejero. Era yo un niño cuando llegó a mi pueblo; nadie sabía a ciencia cierta de dónde vino, el caso es que se convirtió en una celebridad en los pocos años que estuvo residiendo en mi lugar de nacimiento. Era un tipo que sabía absolutamente de todo: se encargó de asesorar a las autoridades a la hora de realizar un trasvase entre dos ríos para suministrar agua a la población, de ayudar a los campesinos a buscar las mejores tierras de cultivo, indicaba a los ganaderos cómo conseguir pastos, a los cazadores dónde estaba la mejor caza, a los arquitectos cómo construir los edificios más fiables y confortables, a ingenieros informáticos les explicó cómo diseñar programas y aplicaciones de toda índole, asesoró a gente que invertía en bolsa, a varios escritores les dio argumentos para sus libros, ayudó a mecánicos a reparar averías imposibles, asesoró a pilotos aeronáuticos, y por supuesto si alguien necesitaba ayuda médica él se la proporcionaba.

Un día, al igual que apareció de no se sabe dónde, desapareció del pueblo y nada más se supo de él hasta que yo le vi socorriendo al herido que he narrado anteriormente. Solo sabíamos que se llamaba Felipe, pero desconocíamos, al igual que seguimos sin saber, de dónde viene toda su sabiduría.

Historias increíbles es una sección literaria: los textos publicados en ella son pura ficción, y por lo tanto cualquier posible parecido con la realidad es mera coincidencia.

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DAVID MATEO CANO
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