A mi abuela Guadalupe, que siempre me contaba cuentos de Iván el Terrible
Mi abuela me explicó una vez que había cosas que prefería no contar porque no la creerían. Ya le daba igual eso porque tenía una edad, pero en aquel momento le hubiese dado rabia que el vecineo lenguaraz la considerase una mentirosa, asunto que no sentaría bien ni a sus hijos ni a su marido, por lo que guardaba silencio.
Fue en septiembre de 1955, quizá el día 12 o puede que el 13, no logro descifrar bien el número en su caligrafía. Mi abuela había tenido una voz portentosa pero por avatares de la desgracia sus padres habían fallecido y tuvo que quedarse con unos tíos que no le hicieron mucho bien y que ningunearon sus posibilidades de triunfo en el mundo de la canción. De uno de sus viajes a Madrid conoció a doña Cocha Piquer en la radio, y no eran pocas las coincidencias que tenía “La Piquer” con aquella joven extremeña que era mi abuela. Ambas cantaron fuera de micrófono y ella le confirió varios de aquellos secretos que luego descubrí yo en diferentes biografías.
Doña Concha siempre le guardó gran cariño, pero fue en ese 1955 cuando fue a Madrid y quedaron. Mi abuela con demasiados niños pequeños estaba por casualidad o no en Madrid, eso no lo especifica. Puede que fuese uno de aquellos viajes de los que nadie recuerda nada pero que ella no perdió detalle alguno. Allí quedaron en un desconocido Villaverde casi recién inaugurado al que llegaron en un coche con aquel conductor que no preguntaba nada. Doña Concha, trabajadora incansable y exitosa, le quiso ofrecer a mi abuela trabajo en su compañía —algo así como persona de confianza—, pero mi abuela no podía desatender a sus pequeños y no pudo aceptarlo. ¿Por qué recurría a ella tras tantos años? Doña Concha comenzó a llorar, angustiada, y le confesó que volvía sufrir por amor. Mi abuela llevaba mal ser confidente en cuestiones de amoríos, no creía en nada que no fuese la honestidad emocional. No iba por ahí, eso la tranquilizó, ella ya sabía que Doña Concha había perdido a un hijo cuando vivía en Nueva York y ese dolor la acompañaba. Mi abuela también pasaría por esa desgracia. El caso es que la boda de Doña Concha con el “Belmonte Rubio”, Antonio Márquez, tuvo que celebrarse en Uruguay, y por problemas con su ex no podía casarse en España tal y como era su deseo. A “La Piquer” le daba miedo que él se fuese con sus hijos y que ella no pudiese estar con él, sentía pánico de volver a perder. ¿Cómo se solucionaba eso? Había recurrido a mi abuela para pedirle un favor de los que no se olvidan: hacer desaparecer a la esposa cubana del torero. Mi abuela no daba crédito. La había llevado allí para enseñarle el lugar exacto donde poder hacer desaparecer el cuerpo. Villaverde era un barrio en construcción y nadie se dedicaría a remover escombros. Allí estaba ese conductor, que era la persona que lo llevaría y cavaría la zanja cerca de aquellas vías muertas y casi ausentes de vida. Allí le contó Doña Concha que ya había tenido la necesidad de matar a un hombre en Nueva York en defensa propia y que también se deshicieron del cuerpo, pero en el Hudson. La última nota referente a la visita de Doña Concha fue que la dejó en la estación para viajar a Écija.
Sé que mi abuela no cumplió el acuerdo porque esa mujer cubana falleció mucho después. ¿Qué le pasaría a mi abuela por la cabeza? Curiosamente en los setenta se vino a vivir cerca del barrio y siempre cantábamos Tatuaje en su cocina mientras me cocinaba arroz con leche. Fue un día cuando vio que me interesaba el cine que me desveló que ella tenía una historia sobre Conchita Piquer que me podía valer para hacer una película. La historia de una mujer con ocho hijos y con carencias económicas que le ofrecen vivir desahogada si comete un crimen. De pequeño, me llevaba a ver a una mujer que cantaba homenajeando a Concha Piquer en pequeños establecimientos en Villaverde, pero fue en un cumpleaños mío en el que me regaló aquellos cuadernos, diarios, que solo podría leer cuando tuviese más de 48 años y por supuesto no contar nada de lo que ponía, ya encontraría yo la manera. “Por mis hijos lo hubiese podido hacer, pero no fui capaz de dejar a unos hijos sin su madre”. Esa frase me dijo que podría quedar bien. Ayer los abrí y, cómo es natural, no he contado nada de lo que en ellos ponía, simplemente tomo notas para una película que rodaré en ese Villaverde que ya no existe.