DAVID MATEO CANO.
Recientemente ha sido hallado un fragmento del diario de Benjamin Tucson, un sociólogo desaparecido hará cuestión de diez años en la cuenca del Amazonas. Me limito a transcribirlo literalmente sin entrar a juzgarlo ni a valorarlo.
Soy sociólogo y me apasiona mi profesión. Desde niño ya me interesaba por el comportamiento de las personas; todas presentan matices diferentes, pero en el fondo siempre existe algo que las une. Mi trabajo me ha proporcionado grandes satisfacciones, puesto que he conocido a gente de todo tipo. He recorrido medio mundo estudiando a los seres más extraños del planeta, así como sus costumbres, aunque he de decir que nadie me intrigó tanto como los piraña.
Son un pueblo que vive en el Amazonas, concretamente en la ribera del río Maici. Desde que empecé a leer cosas acerca de esta tribu, me cautivaron por completo, se convirtieron para mí en una verdadera obsesión. Eran diferentes a todo cuanto había visto hasta ese momento. Se comunicaban por medio de una lengua aislada sin ninguna conexión con las que existen en la actualidad, ni posiblemente tampoco con las que existieron en el pasado. A pesar de que en el Amazonas hay gran cantidad de tribus, los piraña nunca se mezclaron con ninguna ni tomaron influencia alguna del exterior. Se comunican cantando, silbando o tarareando; en su vocabulario tan solo existen ocho consonantes y tres vocales, las mujeres curiosamente solo utilizan siete consonantes, no tienen tiempos verbales, ni pronombres, ni oraciones subordinadas, tampoco colores, no utilizan los números para contar.
Es un pueblo que carece no solo de memoria colectiva, sino también de memoria individual: el recuerdo de los piraña no llega a más de dos generaciones, ninguno es capaz de recordar el nombre de sus cuatro abuelos. No tienen un concepto de Dios creado en la cabeza: para ellos todo fue creado, pero no se complican en indagar por quién, no le dan importancia al tema de la creación ni al de la espiritualidad. Se consideran diferentes al resto de los mortales, a quienes nos llaman “cabezas torcidas”; ellos se definen como “cabezas rectas”.
Conseguí por medio de la empresa para la que trabajo que me financiaran una expedición para estudiarlos en profundidad, y de ese modo poder publicar las conclusiones que sacara de mis estudios. Aunque sus costumbres son totalmente diferentes a las mías, en estos dos meses me han acogido bien. He descubierto que, tengan la edad que tengan, les encanta jugar y reírse, en especial esto último. También mienten con bastante asiduidad, pero aparte de esas tres percepciones, en lo que se refiere a su lenguaje poco en claro he podido sacar. Durante muchas horas al día he intentado enseñarles a realizar operaciones de cálculo muy básicas, pero no he logrado que nadie sea capaz de sumar 1+2=3. Al carecer de números, no los conciben, no tienen singular ni plural. Su lengua es absolutamente indescifrable, creo que nadie que no sea un piraña será capaz de entenderla jamás. El único avance que he conseguido ha sido oírle repetir a uno de ellos, al cual bauticé como “Joe”, la siguiente frase: “engañar a ti”. Acaba de pronunciarla hará cuestión de unos minutos, después se rio como hacen siempre. En este preciso momento me observa cuando el barro me llega hasta el cuello y estoy a punto de morir: me ha traído hasta un lugar de arenas movedizas y he caído en ellas. Ahora mismo me resulta imposible salir, Joe no ha hecho nada por intentar ayudarme: simplemente me mira y tararea algo. A pesar de los nulos progresos comentados anteriormente, él siempre fue mi alumno aventajado, pensé que sería quien me abriría la puerta a su enigmática lengua. Desde el primer día estuvo junto a mí, me permitió vivir en su choza con su familia, se prestó a todos mis experimentos lingüísticos con una paciencia encomiable, sin embargo en lugar de abrirme la puerta de la gloria me ha abierto la del infierno.