SONIA ROSADO.
‘Malestamos’: estar mal es un problema colectivo
“Las consultas de los psicólogos están llenas de personas cuyos problemas de salud mental se arreglarían con una renta básica universal”, dice la psiquiatra Marta Carmona durante la presentación en La Libre de Barrio de Leganés del libro Malestamos: cuando estar mal es un problema colectivo, que ha escrito junto al médico de familia Javier Padilla. Ambos profesionales de la medicina afirman que este “malestar” es una expresión del impacto sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas de las dinámicas colectivas de organización social y económica. “La inmensa mayoría de las horas que se nos van estando despiertos son para estar produciendo riquezas para otros”, dice Carmona.
Es una realidad que la jornada laboral en España suele ser partida, en lugar de intensiva, como ocurre en la mayoría de los países de la Unión Europea, lo que dificulta conciliar la vida laboral con la vida privada o familiar. Pero es que, además, en cuanto a salarios, estamos también muy por detrás de Europa. España es la potencia europea que tiene más porcentaje de trabajadores en riesgo de pobreza —el 15,2%—, según el informe “Gastos de Supervivencia de las Familias”, elaborado el pasado octubre por el Observatorio de Gestión Pública del Ilustre Colegio Oficial de Gestores Administrativos de Madrid (Icogam). En nuestro país 3,5 millones de empleados en activo se encuentran en situación de pobreza laboral y la tasa de desempleo duplica la media europea. De ahí la razón de ser del libro de Padilla y Carmona. Si el estrés, la ansiedad, la depresión o simplemente ese “malestar” que sentimos se deriva de no tener trabajo, o de tenerlo careciendo de tiempo para nosotros mismos, no llegando a fin de mes, o incluso sufriendo acoso laboral, lo que necesitamos no es un médico (que también) sino un sindicato. Y yo añado que lo que necesita este país es un cambio de mentalidad laboral y de cultura empresarial.
‘Molestamos’: la estigmatización de la pobreza
Además de “malestamos”, “molestamos”. El Estado es el responsable de los índices de pobreza. Sin embargo, parte de la sociedad estigmatiza a los “pobres” por serlo. Reproduzco a continuación frases textuales dichas por personas de mi entorno:
— “Me niego a pagar impuestos para darle la paga a los pobres” (un amigo, hijo de empresario, de cuyo nombre no quiero acordarme).
— “Hasta que los socios no ganemos más de tres mil euros cada uno no vamos a pagar a los trabajadores más de mil euros” (un antiguo jefe).
— “Me voy a comer los beneficios de otros años porque tengo que seguir pagando a éstos. No puedo bajarles el sueldo, pero este año y los sucesivos se quedan sin la comida y la cesta navideñas” (un empresario que paga el salario mínimo y nunca da incentivos a sus empleados aunque obtenga grandes beneficios).
— “Tú te has casado hace poco, ¿verdad?… Pues no tengas hijos, porque perjudicaría tu carrera laboral” (el dueño de la empresa me llamó a su despacho para lanzarme esta advertencia).
— “La culpa de que no tenga trabajo la tiene él (o ella). Si hubiera estudiado lo mío, que es lo que tiene salida, en lugar de lo que le gustaba, no estaría ahora en la miseria” (otro amigo de cuyo nombre no quiero acordarme).
De todas estas citas se deduce que hay personas que piensan lo siguiente:
— La pobreza es una elección. Es decir, el que es pobre lo es porque quiere, porque “pasa” de trabajar, no trabaja lo suficiente o se ha confundido al elegir la profesión.
— Uno monta una empresa para hacerse rico a costa del trabajo de los demás.
— Las mujeres, si queremos triunfar profesionalmente, no podemos tener hijos.
— Si no tienes trabajo o cobras un mísero sueldo es porque te lo montas mal.
Ya es hora de que cambiemos de mentalidad si queremos progresar como sociedad. La empresa no debe concebirse como medio de enriquecimiento personal, tener hijos no debe ser un escollo para la mujer y la culpa de estar desempleado o de tener un salario bajo no debe recaer sobre el trabajador.
La gente que hace las desafortunadas afirmaciones anteriores es, por otra parte, la que defiende la existencia de la meritocracia y de la igualdad de oportunidades.
“¿Pero eso existe?”, preguntaría mi amiga Paquita, hija de la clase obrera que, por necesidad, comenzó a dar clases particulares con 15 años y más tarde compaginaría varios trabajos con sus estudios universitarios. Una mujer que siempre ha trabajado fuera y dentro de casa. Y que, ahora, divorciada y con la custodia de su hijo, no llega a fin de mes por mucho que se lo proponga. Una mujer que ha trabajado en la pandemia como voluntaria y que se acaba de quedar en el paro cobrando una “paguita” que no le da ni para la hipoteca. Una mujer que, teniendo estudios y hablando tres idiomas, ha trabajado de cajera, manipuladora, repartidora de periódicos, promotora de alimentos, encuestadora, teleoperadora, etc. Pero, oye… que esta mujer es pobre porque quiere. Si no encuentra trabajo es porque no lo busca. Claro, nada tiene que ver la tasa de paro en España, ni ser de clase obrera, ni ser mujer ni tener 50 años, ni la retrógrada mentalidad empresarial, ni el hecho de que solo el 5% de las personas, según su orientadora laboral, se colocan por currículum. Así que Paquita, ya sabes, a tirar de contactos. “¿Y si no tienes contactos o éstos no te sirven para encontrar trabajo?”, se queja mi amiga.
La carrera del privilegio: de méritos e igualdad de oportunidades
No nos dejemos engañar. No existen ni la meritocracia ni la igualdad de oportunidades. A modo de ejemplo ilustrativo circula en redes un vídeo grabado en EE UU (el país del “sueño americano”) que escenifica la “carrera del privilegio”, una carrera hacia el triunfo personal y profesional. En la meta varios jóvenes. El presentador les va indicando: “Da dos pasos al frente si tus padres siguen casados, da dos pasos al frente si creciste con una figura paterna en el hogar, si tuviste acceso a una educación privada, si tuviste acceso a un tutor gratis cuando estabas estudiando, si nunca has tenido que preocuparte porque te cortaran el saldo del móvil, si nunca has tenido que trabajar para ayudar en casa, si puedes pagar la universidad careciendo de beca, si nunca has tenido que acudir al banco de alimentos…”. El resultado es que mientras algunos jóvenes se quedan muy cerca de la meta antes de comenzar la carrera, muchos otros ni siquiera se han movido de la salida. La pobreza y la riqueza se heredan. Por eso tu posición en la carrera hacia el privilegio depende más de tu situación personal que de tus méritos.
La situación en España antes de la pandemia
De entre todos los estudios existentes acerca de la situación económica, política y social en España antes de la pandemia, he elegido difundir la investigación realizada en enero de 2020 por el Relator de Derechos Humanos de la ONU, Philip Alston (Australia), por formar parte del sistema de los Procedimientos Especiales del Consejo de Derechos Humanos, un sistema integrado por expertos independientes que trabajan de manera voluntaria (no son parte del personal de la ONU y no reciben retribución).
Pues bien, tras la visita a nuestro país, Alston afirmó que “los niveles de pobreza en España reflejan una decisión política”. Y que “esa decisión política ha sido hecha durante la última década”. En su informe (que puede leerse en la web de la ONU) dice que España se caracteriza por:
— Una pobreza generalizada y un alto nivel de desempleo.
— Un sistema fiscal muy beneficioso para los ricos.
— Una crisis de vivienda de proporciones inquietantes.
— Un sistema de protección social deficiente.
— Una creciente privatización de la sanidad.
— Un sistema educativo segregado y cada vez más anacrónico.
— Una ineficiente burocracia que dificulta la solicitud de prestaciones sociales.
Muriendo por un salario
Jeffrey Pfeffer, profesor de la Universidad de Stanford y autor del libro Muriendo por un salario (Dying for a paycheck, en inglés), se basa en las investigaciones que ha realizado durante décadas, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, para afirmar que “el trabajo está matando a la gente y a nadie le importa”. Según Pfeffer existe un sistema laboral tóxico que afecta a la salud de las personas. Las largas jornadas laborales, la precariedad y los despidos, unidos a la falta de seguro médico (en aquellos países donde no existe la sanidad pública) provocan inseguridad económica, estrés, ansiedad, conflictos familiares y enfermedades crónicas como diabetes o problemas cardiovasculares. Las empresas se han desentendido de la responsabilidad que tienen con sus empleados y el trabajo se ha vuelto inhumano. En lugar de equilibrar los intereses de los trabajadores, los clientes y los accionistas, las empresas se centran prioritariamente en los accionistas. Y eso, a pesar de estar demostrado que los empleados enfermos —psicológica o físicamente— son menos productivos. De hecho, estudios realizados en Estados Unidos y en el Reino Unido confirman que el 50% de todos los días laborales perdidos por ausentismo están relacionados con el estrés laboral.
Ante este desalentador panorama es imprescindible un cambio de las condiciones estructurales, sociales, económicas y políticas, donde la empresa debe concebirse como un medio de progreso social y no exclusivamente como una fuente de suculentos ingresos para los propietarios. Las empresas deberían ser generadoras de valor ético, social, medioambiental y económico, impactando positivamente en las condiciones y calidad de vida de la sociedad en general y de sus empleados en particular.