JAVIER.
El otro día ocurrió un suceso, que los que tenemos una edad echamos de menos y era más habitual, que me ha hecho recuperar la fe en el ser humano que se dedica al servicio público. Yendo en un autobús interurbano el conductor estacionó el vehículo donde no estorbara en el transcurso del trayecto, salió de su espacio, se dirigió a la parte destinada a los viajeros y preguntó a una señora, que andaba desorientada, el lugar al que quería llegar. Acto seguido se disculpó con el resto de viajeros por la inesperada detención, de la que ninguno nos quejamos: al contrario, empatizamos con la usuaria en cuestión.
Esta persona no supo bien qué responder y “tiró” de teléfono llamando al familiar que iba a visitar. Le pasó el móvil al conductor para darle la dirección. Éste a su vez preguntó al resto de pasajeros para hallar la mejor combinación hacia su destino, y con la participación de algunos más conocedores del lugar cuál y dónde cogería la línea correcta sin el menor perjuicio para la despistada viajera ni el resto del pasaje. Ojalá hubiera personas así en cada esquina. Gracias.
Esto me hizo pensar cómo estos actos eran más cotidianos anteriormente. En algunas ocasiones se cierran las puertas del vehículo en las narices de los que se van a subir, por despiste, claro. No todos te devuelven el saludo, seguro que no lo han escuchado. Alguna vez te toca volver a repetir alguna gestión porque se realizó mal el trámite o que vas de ventanilla en ventanilla hasta dar con la persona correcta. O cómo un error en la gestión se repite y lleva a otro mayor, con la pérdida de tiempo y a veces dinero que ocasiona.
Por otro lado también he visto cómo otro conductor se hacía a un lado pasada la parada para que una pareja no lo perdiera, cosa que agradecieron mucho, ya que la frecuencia de paso es elevada. O cómo algunos esperan a que personas mayores o mujeres con bebés tomen asiento para iniciar la marcha.
¿Cómo olvidarme del trato recibido por el personal de la Escuela Oficial de Idiomas del Espinillo, Getafe y Villaverde? Cómo te reciben, te atienden, te acompañan, asesoran y ayudan, que con “zoquetes” como yo para los asuntos administrativos es fundamental y el trato humano que dan es inmejorable. Conmigo solo les faltó cogerme de la mano, ayudarme a cruzar el paso de peatones, darme un beso en la mejilla y decirme: “Mándame un WhatsApp cuando llegues”. Estas acciones no tienen precio, y toda mi gratitud hacia ellos por la forma en que desarrollan su labor y el trato que dan, que eso no va en el sueldo, sale de cada uno.
O en otras oficinas como la del SEPE o la de sellar el paro, que también ayudan y empatizan con los vecinos, que no tenemos situaciones fáciles en nuestro día a día.
Y desde mi experiencia personal, el trabajo de unos pocos, por las razones que sean, cansancio, estrés, desmotivación, prejuicios, despistes, desconfianza, altanería… puedan empañar la gran labor que desarrollan otras personas en puestos similares, que lo hacen con humildad, empatía, asertividad, amabilidad, paciencia y una gran sonrisa no está justificado, y el servicio prestado por unos es tan distante del recibido por otros como de aquí a Lima. El Distrito, el barrio, no es fácil, y como en botica hay de todo, como la gente que viene a desempeñar su labor.
Gracias, muchas gracias a esas personas que trabajan en y para los vecinos del barrio y que dan lo mejor de sí. Y para los que no lo hacen tan bien, pues muchas gracias y ánimo, porque pienso que son los que peor lo están pasando. Un abrazo a todos.