A mi primo John, por nuestras vivencias en ‘Carretera perdida’ y su banda sonora
Se ha ido Lynch; o no, no se ha marchado, simplemente ahora no le volveré a ver a persona. Era difícil que volviésemos a coincidir, pero bueno, uno siempre mantenía la esperanza. Todo lo que sucedió aquella tarde fue como si estuviésemos en una de sus películas o eso quería fabular yo. Lo más probable es que todo fuese parte de una de las muchas casualidades que ofrece la vida. Acababa de coincidir en un festival de cine con su último proyecto, que era un cortometraje de animación titulado Fire y que él había escrito, dirigido y dibujado. Como muchas veces, el cine de Lynch le hacía a uno interrogarse sobre qué era aquello que acababa de ver. Recordaba en aquel festival de cine de Medina del Campo cómo, con muchos directores, hablábamos de las posibles interpretaciones de Mulholland Drive (2001). Lo que más me llamaba la atención era que si yo opinaba diferente, ellos, muy seguros, decían que no, a lo que les respondía: “¿Te lo ha contado David?”
El caso es que en aquel 2015 visitó Madrid y se organizó una comida, encuentro o demás con un grupo de “peliculeros” de estos que llaman “de la profesión”. Naturalmente, yo no fui invitado, pero sí que trabajé en el evento por un amigo de mi padre. Lynch reía, asentía. Muy divertido e ingenioso. Incluso le estaban haciendo un documental. En un momento muy “lynchiano”, el de la micción, coincidí con él en el baño. Le dije que a mí me costaba hacerlo en los urinarios y que debía ir al inodoro normal. Se quedó pensativo y me respondió que jamás lo había pensado, pero que tenía razón. Comenzamos a hablar mientras orinábamos acerca de lo bien que le sienta a uno hacerlo en baños tan grandes o paredes. Tras escuchar las últimas gotas de Lynch, cuando nos lavábamos las manos, algo, me comentó que solo lo había hecho —el lavarse— porque estaba yo allí. Cambió su rictus y me pidió una recomendación. Quería salir de allí, fumar un cigarrillo y que nadie le reconociese. Pues bueno, pensé en llevarle por aquellos parajes del centro tan particulares que a mí me enamoraban, e incluso tomar una manzanilla en La Venencia. Noté su decepción en la mirada. Vale, gracias. Y ya se disponía a salir de ese baño gigante cuando le mencioné que en Villaverde no habría nadie que le molestase. Me preguntó que si era un bar.
Salimos por la puerta de carga y descarga, imagino el desconcierto de la organización cuando Lynch no saldría del baño. Cogimos un taxi y nos plantamos en Villaverde. Parecía que estuviese por primera vez en la Luna. Todo le resultaba maravilloso y a medida que paseábamos me iba planteando posibles historias. “¿Te imaginas que ese hombre sale de esa casa y cuando va por mitad de la calle un ser con la cara desencajada se le acerca con un teléfono y le dice que su mujer ya ha regresado de su entierro y que quiere hablar con él?”. Su cabeza era un fluir de ideas villaverdianas, todas geniales, y yo, claro, no me atreví a preguntarle nada. Le quería hablar de Carretera perdida y ofrecerle mi interpretación, pero estaba fuera de lugar. En un momento se sintió muy cansado, quería tomar un café cuádruple, y claro, fuimos al Mesón La Gamba. Aquello fue gracioso. Cada lugareño le enamoraba. Me habría sucedido lo mismo si yo me hubiese topado con Bogart. Pero no eran estrellas, eran Pedrito o, cómo no, Juanito, uno de los propietarios. Estaban jugando una partida de dardos y Lynch, muy concentrado, quiso participar. Ellos no hablaban inglés, yo poco, pero le iba traduciendo. Le llamaban “el inglés”, aunque les expliqué que era americano. Él también se autodenominaba “el inglésss” con un acentazo maravilloso. Dijo que Juanito y Pedrito podrían interpretar a ese mismo hombre que había salido de la casa y que su mujer había regresado del entierro. Todo en su boca era coherente aunque ambos tuviesen perfiles físicos antagónicos. Sonó mi móvil.
Se lio una tremenda. El amigo de mi padre se enfadó mucho con él porque le había dejado en mal lugar. Ya regresé al paro y hoy, en mi cuaderno, tomo notas sobre esa historia que no sé continuar, pero David se ha ido y ya no tiene sentido terminarla.
