Dedicado a mi tío Alfonso: bukowskiano frenético
y lector compulsivo.
Linda Lee volvió a preguntar: “¿Villaverde?”. Le explicamos que era el único lugar en el que podríamos trasladar a Bukowski. Quiso conocerlo y la trajimos al barrio. Había estado localizando bares y varios lugareños me habían sabido mostrar rincones que desconocía y que acariciaban una historia que venía a significar que Bukowski podría estar en cualquier lugar.
Nuestro centro de operaciones volvía ser el Mesón La Gamba. Ella miró el bar y tomamos unas cervezas. Bebía rápido. Le fui describiendo las escenas que se desarrollarían en el bar. Se reía. También planeamos una visita del presumible reparto y cómo esas mujeres podrían ser perfectamente las descritas por Hank en su novela. Paseamos por Martínez Seco y callejeamos por bares sin apenas luz. También visitamos dos casas que encajaban con las descripciones de la novela. Llegó el momento cumbre: ¿Y quién hace de Hank? La respuesta fue inmediata. George Segal. A Linda se le iluminó la cara. Le dije que, evidentemente, sabía que era una estrella, pero encajaba en el perfil. Se rio mucho y mencionó que jamás lo había imaginado pero que le encajaba a la perfección. Sacó su teléfono e hizo una llamada con sorpresa. A los diez minutos volvió a sonar su teléfono y era el propio George. Nos dijo que la novela le impresionaba y que estaba ansioso por interpretarlo. El dinero le daba un poco igual. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo algo podría salir tan bien?
Recorrimos el barrio y fuimos explicando cómo serían las escenas. Nos preguntó si rodar en ese barrio sería costoso. Le gustaba y le recordaba o quería imaginar cómo habría reaccionado Hank de estar allí. Fuimos tomando rondas y la película fue tomando cuerpo. Los responsables de Anagrama quisieron cortar la visita idílica, debido a que los compromisos posteriores empezaban a cobrar peligro. Así que nos despedimos.
La película avanzaba y Anagrama estaba contenta. Linda nos contaba que a la par que le enseñaba fotos de Villaverde se iba convenciendo de que a su marido le cautivaría ese barrio que ahora le traía recuerdos que no existían. Nos elogió mucho la adaptación porque habíamos respetado la intencionalidad, y ella se dio cuenta de que lo que escribió su marido valía para muchos lugares —¿cómo no se había dado cuenta antes?—. Se fijó un precio para los derechos, algo simbólico y con una condición imprescindible: una productora española tendría que estar en la operación y garantizar que la película se estrenase. Tarea sencilla en apariencia. Pues no. Ni una sola productora atendió a nuestra petición. No la veían interesante. Qué adaptásemos a otro. Que si les podríamos dar el contacto de Linda, que si lo mejor era tener un director prestigioso, que el guion lo tenían que mejorar ellos, que jamás tendríamos nosotros la responsabilidad del montaje final. Total, que solo nos contestaron dos productoras que nos ningunearon vilmente. La película no salía. Lo hablamos con Linda y ella nos animó para que continuásemos de forma independiente o buscando otro país, pero nada. Fue tan amable que nos permitió filmar La muerte del padre. Le mandé nuestra adaptación y le gustó mucho. El alter ego de Hank era el actor Álex Céspedes, y le gustó mucho la opción. Creo sinceramente que se llegó a prendar de él por su parecido a un Hank más de otra época. Hicimos un rodaje en dos planos secuencia, pero nunca se nos quitó cierta tristeza. Por diversas cuestiones Linda no vio nuestra pequeña película.
Hoy en día, ese proyecto ha vuelto a renacer. No es el mismo, claro, pero sí ha resurgido el hecho de rodar una historia con ecos bukowskianos revoloteando por Villaverde. La calle, la escritura, los proyectos y ese Hank que espera un tren que quizá no llegue. Mientras tanto, escribe en un Villaverde que se contagia de aquellos ecos de un Los Ángeles teñido de un ambiente castizo que cada vez brilla más por su ausencia. He llamado a Linda.
—Querida Linda: Hank is back*.
*ha vuelto.