Dedicado a mi tío Alfonso:
bukowskiano frenético y lector compulsivo.
Fue en clase de religión, cuando el profesor, un cura amante del boxeo y con la mano muy larga, preguntó, o más bien nos increpó, qué veíamos de maravilloso los jóvenes en realizar esos pestilentes botellones. Todos agachaban la cabeza o decían que lo hablarían en sus grupos de confirmación —los que iban— o que no lo hacían o que tomaban Fanta. Otras excusas eran aún peores. El cura-profesor nos pedía que nos arrodillásemos, y los compañeros, algunos y siempre fuera de clase, decían que solo se arrodillarían ante Dios y su padre, pero en clase se arrodillaban sin pestañear. El caso es que, en aquel momento, un libro de Bukowski había llegado a mis manos y había conseguido aprenderme unas cuantas frases que solía soltar en determinadas circunstancias. Llegado el momento, el Padre Juan Carlos preguntó: “¿Por qué bebéis? ¿Qué razón hay?”. Me miró y tuve que responder: “Verá, padre, no sabría decirle una respuesta más allá que la siguiente certeza. Si uno está triste porque ha suspendido Religión, bebe para ver si se anima. Si uno está feliz por aprobar Matemáticas, pues bebe para celebrarlo. Y si no pasa nada, porque la vida de uno es muy triste, bebe para ver si pasa algo”. Hostia del padre Juan Carlos y expulsión de clase. Llamada del tutor a casa y discurso moral sobre lo que implicaba leer a un desalmado como Bukowski y los peligros que podría acarrearme. Charla de mis padres, pero no por leer a Hank.
Bukowski era ese genio que llama la atención. ¿Por qué muchos escritores a los que ha influenciado intentan desacreditar su obra? Jamás lo entenderé. La relación de Bukowski con el cine ha sido curiosa pero irregular. Sentía fascinación por sus novelas, relatos y poemas. Junto a La senda del perdedor, una novela llamó a mi puerta: Mujeres. ¿Cómo sería hacer algo con esa novela? La idea era descabellada, de acuerdo, pero yo le veía potencial. Tras unos premios recibidos me vi con la suficiente entereza para jugar a hacer una película sobre Bukowski. ¿Por qué no adaptar esa novela que tanto me había marcado? Como guion escrito por el propio autor ya existía El borracho, película interesante pero no excelente. Lo mejor de la misma era la novela que escribió Bukowski sobre ella, Hollywood. Tampoco había dado en la tecla el inigualable Marco Ferreri con Ordinaria locura. Sí estuvo más acertado Dominique Deruddere con Crazy Love. Factotum no era fiel a la novela, pero Matt Dillon sí dio la cara.
Le comenté mi idea a un sorprendido Óscar Tugores, productor y director maravilloso al que debo muchísimo y con el que estaré en deuda permanente por todo lo que dio por mí. Él me escuchó y me dijo: “Tengo que hacer unas llamadas”. Y llamó a Anagrama para informarse de los derechos y demás. Curiosidades de la vida y tras varias “bukoskadas”, nos dijeron que la viuda de Hank, Linda Lee, venía a Madrid con motivo de la publicación de unas misivas inéditas de su marido. ¿Quién la conocía? Evidentemente aquí no era conocida. ¿Por qué me iba a conocer a mí? Le escribí una carta: ya que el asunto iba de cartas, ¿no era lo mejor? Me la tradujo Tugui y se la hicimos llegar. Nos respondió telefónicamente, y eso ya fue una delicia en sí misma. ¿Mujeres? Se quedó sorprendida. Por lo que se ve, James Franco iba a adaptar La senda del perdedor, pero ella no estaba convencida.
Conocimos a Linda. Era muy agradable y mostraba curiosidad. Le había mandado unos cortos y estaba intrigada. En ningún momento habíamos hablado de dinero para realizar la adaptación. El dinero en nuestro caso no le importaba. Lo único que le había dicho es que debía adaptar el universo de Bukowski para hacer frente al rodaje de esa película. ¿A qué te refieres con adaptar el mundo de mi marido? Sí. Trasladaremos Los Ángeles a otro lugar. Pero para Hank era crucial estar en Los Ángeles. Lo sabemos, pero la realidad de la situación es que podemos acariciar el mundo de Hank en otro lugar. ¿Dónde?, preguntó muy intrigada. ¿Nueva York? Muy tranquilo respondí que no. ¿Entonces? Villaverde. ¿Dónde? Villaverde.
Continuará