El tiempo se condesa de una manera vertiginosa. Paseábamos por un Estocolmo que nos recibió con ese clima seductor que puede acompañar a septiembre, mientras me planteaba cómo le explicaría nuestro siguiente proyecto a Don Juan Carlos. Acababa de tener un encuentro breve, pero emotivo, con un Ingmar Bergman que me recibió en su casa de la isla sin previo aviso, pero con educación. No sabía sueco, pero su inglés me proporcionó ilusión porque le entendía. Miré el interior y me deslumbró que mi película preferida, Infiel (Trolösa, 2000) de Liv Ullmann, se había rodado allí. No era sencillo o no lo sé, pero pensaré que no, que el maestro Bergman elogiase el corto de alguien, en este caso el nuestro, que inesperadamente se había convertido en nuestra carta de presentación para que nos permitiese rodarle un documental con unas instrucciones poco comunes pero que Ingmar aceptó. El problema: que no había fecha cerrada, y eso terminó siendo una cuestión que no se resolvió. Me tranquiliza pensar que esta vez no fui yo, pero la productora se movió con más parsimonia de la que los suecos de la Fundación Bergman tenían en esa época.
En una de las librerías que frecuentamos en Estocolmo —siempre me fascina contemplar libros y que piensen que entiendo el idioma— su escaparate acaparó nuestra atención. ¿Qué era eso? Un libro de Bergman nuevo. Su traducción sería Tres diarios, me contó Mónica, aquella erasmus que salía con un sueco que vestía con la elástica roja del Sevilla Fútbol Club. El sueco sevillista nos tradujo lo que vendría a ser la sinopsis, incluida la nota introductoria de Ingmar. ¡Necesitaba ese libro ya! Pero el sueco, más interesado en las sandalias de Mónica que en Bergman, no parecía muy interesado en traducirme mucho. Le parecía que aquel español, yo, era un tipo raro: ¿por qué mostraba interés por “desfasados” como Bergman y Strindberg? El sueco, que en un principio me cayó bien por la elástica sevillista, ya me hacía cuestionarme si tenía entidad para portar camiseta tan extraordinaria.
Volví a España con la convicción de que algún sello editorial traduciría el libro. Empleé una agenda de contactos, que básicamente robé a un profesor de la facultad y que, posteriormente pude constatar, estaba integrada por números que se encontraban en internet y no personales. Probablemente dejó que se la quitase por apariencia. Me dio mucha pena y escribí un relato sobre él que, cuando se publicó, se dedicó a desmentir en diferentes claustros. Llamé a esos números por si alguna de esas editoriales centradas en asuntos nórdicos se aventuraría a la publicación. Nada, ni el más mínimo interés. Compré una edición en italiano, pero la mujer que me había amado y que hablaba italiano ya no estaba en mí o yo en ella.
Pasaron muchos años, y gracias a mi querida amiga y profesora, Nuria Pérez Matesanz, comenzó mi sueño a cobrar realidad. Tras el fallecimiento del editor que dio el sí y que es el más comprometido que haya conocido, mi admirado Fernando Olaya Pérez, nos habíamos quedado en punto muerto para que se pudiese publicar el manuscrito. Nacho Cagiga, un maravilloso “mametiano” de pro, con su grandiosa editorial, Providence Ediciones, nos dio cobijo para que tamaño libro pudiese ver la luz.
Tres diarios es mi libro preferido de Bergman. En él está todo lo que fue el maestro, sin trucos, sin nada más que la vida o la continua ausencia de ella. ¿Cuántas veces he podido leerlo? Tantas que lo mismo lo adapte. Así, de ese modo, habré destinado un proyecto más para el cajón. No importa, pero han de leer este libro y ya nada será igual. ¿Verdad, Nuria?
por Iván Cerdán Bermúdez
@ivancerdanbermudez